John Hawks - El viajero

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Marcada por un sino implacable, había ocasiones en que Maya hubiera deseado nacer ciega e ignorante. Su infancia no fue la de tantas otras niñas de su edad, y Maya pronto se vio obligada a soportar duras pruebas. Su padre era uno de los últimos Arlequines, superviviente de una estirpe de guerreros protectores de los Viajeros que había sobrevivido a varios intentos de asesinato por parte de los mercenarios de la Tabula. Condicionada por su ascendencia genética, Maya tenía un único objetivo en la vida: proteger, con su propia vida si era necesario, a los Viajeros, seres humanos con la capacidad de saltar hacia mundos paralelos y de retornar a la dimensión terrestre con los conocimientos adquiridos en otros planos de la realidad.
Pero ¿por qué debía ella renunciar a una vida normal? Es más, ¿cómo podía aceptar que su propio padre optara por sacrificarla en nombre de un ideal tan extraño como maldito? ¿Acaso los ciudadanos de a pie, ignorantes de su propio destino, controlados por la Hermandad como si fueran animales condicionados, merecían tal sacrificio por su parte? Las dudas de Maya no la habían dejado en paz desde que se había enterado de una verdad que sólo aceptaría tras la muerte de su padre a manos de la Tabula. Entonces supo que había llegado el momento de actuar. Su misión: viajar a Estados Unidos y proteger a los hermanos Corrigan, los dos últimos Viajeros que quedaban sobre la faz de la tierra, y cuyo destino no era otro que el de cambiar los derroteros de un mundo demasiado corrompido.

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Sánchez llegó por el callejón llevando un traje de bioseguridad blanco y el equipo olfateador. El olfateador parecía un aspirador diseñado para llevarlo a la espalda. Un radiotransmisor conectado a la mochila enviaba los datos directamente a la furgoneta. Sánchez dejó el equipo en una silla de jardín y se metió el traje pasando brazos y piernas.

– ¿Para qué es eso? -preguntó Thomas.

– Tenemos una muestra de ADN de esa mujer. Este equipo es un sistema de recogida de información genética. Utiliza un microchip para contrastar el ADN del sospechoso con lo que hallemos en su casa.

Thomas encontró tres tornillos iguales y sonrió. Los dejó al lado del motor eléctrico nuevo.

– Como le he dicho, tengo muchas visitas.

Sánchez se puso la capucha del traje y empezó a respirar por el filtro de aire. De ese modo, su ADN no interferiría con la muestra. El mercenario abrió la puerta de atrás, entró en la casa y se puso a trabajar. Las mejores muestras se obtenían en la ropa de cama, en las tapas de los inodoros y en los muebles tapizados.

Los dos hombres se miraron mientras escuchaban el apagado zumbido del olfateador.

– Bueno, cuénteme -dijo Boone-. ¿Estuvo Maya en esta casa?

– ¿Por qué es tan importante para usted?

– Es una terrorista.

Thomas «Camina por la Tierra» empezó a buscar las arandelas que correspondían a los tornillos.

– En este mundo hay auténticos terroristas, pero un reducido grupo de hombres manipula nuestro miedo para incrementar su poder. Esos hombres persiguen a místicos y chamanes. -Thomas sonrió de nuevo-. Y a los llamados Viajeros.

El zumbido seguía sonando en la casa. Boone sabía que Sánchez estaba yendo de cuarto en cuarto, pasando la boca del tubo por todas partes.

– Todos los terroristas son iguales -dijo.

Thomas se recostó en su silla de jardín.

– Deje que le cuente acerca de un indio payute llamado Wovoka. En 1888 empezó a cruzar a otros dominios. Cuando regresaba hablaba a las tribus y empezó un movimiento llamado La Danza Fantasma. Sus seguidores solían bailar en círculos mientras cantaban canciones especiales. Cuando no bailaban se suponía que debían llevar una vida recta. Nada de alcohol, nada de robar, nada de prostituirse.

»Usted pensará que los blancos que dirigían la reserva admiraron aquel comportamiento. Tras años de degradación, los indios volvían a ser dignos y fuertes. Por desgracia, los lakota no se volvieron obedientes. Se celebraron rituales en la reserva de Pine Ridge, y los blancos de la zona se asustaron mucho. Un agente del gobierno llamado Daniel Royer llegó a la conclusión de que los lakota no necesitaban ni la libertad ni su tierra. Lo que necesitaban era aprender béisbol. Intentó enseñar a los guerreros a lanzar y a batear, pero eso no los apartó de sus danzas fantasmas.

»Los blancos se dijeron unos a otros: "Los indios se están volviendo peligrosos otra vez". Así que el gobierno envió tropas a una ceremonia de Danza Fantasma en Wounded Knee Creek. Abrieron fuego y mataron a doscientas noventa personas entre hombres, mujeres y niños. Los soldados cavaron fosas y arrojaron los cuerpos a la tierra helada. Mi gente regresó al alcohol y a la confusión…

El zumbido cesó. Un minuto después, la puerta se abrió con un chirrido y Sánchez salió. Inmediatamente se quitó el filtro de aire y la capucha del traje. Tenía el rostro bañado en sudor.

– Tenemos una correspondencia. Había un cabello de la chica en el sofá del salón.

– Puedes volver a la furgoneta.

Sánchez se quitó el traje y salió por el callejón. Boone y Thomas quedaron nuevamente solos.

– Maya estuvo aquí -dijo Boone.

– Según su aparato…

– Quiero saber lo que ella le dijo e hizo. Quiero saber si usted le dio dinero o la llevó a alguna parte. ¿Estaba herida? ¿Había cambiado su aspecto?

– No pienso ayudarlo -contestó Thomas fríamente-. Váyase de mi casa.

Boone desenfundó su automática y se la apoyó en la pierna.

– En realidad no tiene usted ninguna elección, Thomas. Sólo tiene que aceptar ese hecho.

– Tengo la libertad de decir que no.

Boone suspiró igual que un padre ante un hijo cabezota.

– La libertad es el mayor mito jamás creado. Es un objetivo perjudicial e inalcanzable que ha causado infinita desgracia. Muy poca gente sabe manejar la libertad. Una sociedad sólo está sana y es productiva cuando se halla bajo control.

– ¿Y usted cree que eso va a suceder?

– Una nueva era está a punto de comenzar. Nos acercamos a un momento en que dispondremos de la tecnología necesaria para monitorizar y supervisar enormes cantidades de personas. La estructura ya está lista en los países industrializados.

– ¿Y usted tendrá el control?

– ¡Oh, yo seré observado! Todo el mundo será observado. Es un sistema muy democrático. Y es inevitable, Thomas. No hay forma de detenerlo. Su sacrificio por un Arlequín es perfectamente inútil.

– Usted tiene derecho a opinar lo que quiera, pero seré yo quien decida qué da sentido a mi vida y qué no.

– Usted va a ayudarme, Thomas. Ya no se negocia. No hay componendas. Tiene que enfrentarse a la realidad de la situación.

Thomas meneó la cabeza compasivamente.

– No, amigo mío. Es usted quien no tiene contacto con la realidad. Me mira y ve un gordo indio crow con un triturador de basuras y sin un céntimo. Y piensa: «Ah, no es más que un tipo cualquiera». Pero le digo que la gente cualquiera será quien lo descubrirá a usted, la que se levantará y echará abajo la puerta de su jaula electrónica.

Thomas se levantó, salió del porche y se alejó por el callejón. Boone giró en la banqueta. Sosteniendo la automática con ambas manos disparó a la rodilla de su enemigo. Thomas se derrumbó, rodó sobre la espalda y dejó de moverse.

Empuñando la pistola, Boone se acercó al cuerpo. Thomas seguía consciente, pero jadeaba. Tenía la pierna prácticamente arrancada de la rodilla hacia abajo, y un chorro de sangre espesa brotaba de la arteria seccionada. A medida que iba cayendo en estado de shock, miró a Boone y le dijo en voz baja:

– Sigo sin tenerle miedo…

Una furia despiadada se apoderó de Boone. Apuntó a la frente de Thomas como si pretendiera destruirle cualquier pensamiento y recuerdo. Su dedo apretó el gatillo.

El segundo disparo sonó insoportablemente alto, y las ondas de sonido reverberaron en el mundo.

31

Michael estaba encerrado en una suite de cuatro habitaciones desprovistas de ventanas. De vez en cuando escuchaba ruidos apagados y el sonido del agua corriendo por las cañerías, de modo que suponía que había más gente en el edificio. Había un dormitorio, un cuarto de baño, una sala de estar y un cuarto de guardia donde dos tipos silenciosos y vestidos con americanas azul marino le impedían la salida. Ignoraba si se hallaba en Estados Unidos o en un país extranjero. No había reloj en ninguna de las habitaciones, de modo que tampoco sabía si era de día o de noche.

La única persona que hablaba con él era Lawrence Takawa, un norteamericano de origen japonés que siempre vestía camisa blanca y corbata negra. Lawrence estaba sentado al lado de su cama cuando se había despertado de su sueño narcótico. Unos minutos más tarde había aparecido un médico que le hizo un rápido examen físico, susurró algo a Lawrence y no volvió a aparecer.

Michael no había dejado de hacer preguntas desde el primer momento: «¿Dónde estoy?». «¿Por qué me retienen aquí?» Lawrence sonreía amablemente y siempre respondía lo mismo: «Éste es un lugar seguro. Somos sus nuevos amigos. En estos momentos estamos buscando a Gabriel para que también él pueda estar a salvo».

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