John Hawks - El viajero

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Marcada por un sino implacable, había ocasiones en que Maya hubiera deseado nacer ciega e ignorante. Su infancia no fue la de tantas otras niñas de su edad, y Maya pronto se vio obligada a soportar duras pruebas. Su padre era uno de los últimos Arlequines, superviviente de una estirpe de guerreros protectores de los Viajeros que había sobrevivido a varios intentos de asesinato por parte de los mercenarios de la Tabula. Condicionada por su ascendencia genética, Maya tenía un único objetivo en la vida: proteger, con su propia vida si era necesario, a los Viajeros, seres humanos con la capacidad de saltar hacia mundos paralelos y de retornar a la dimensión terrestre con los conocimientos adquiridos en otros planos de la realidad.
Pero ¿por qué debía ella renunciar a una vida normal? Es más, ¿cómo podía aceptar que su propio padre optara por sacrificarla en nombre de un ideal tan extraño como maldito? ¿Acaso los ciudadanos de a pie, ignorantes de su propio destino, controlados por la Hermandad como si fueran animales condicionados, merecían tal sacrificio por su parte? Las dudas de Maya no la habían dejado en paz desde que se había enterado de una verdad que sólo aceptaría tras la muerte de su padre a manos de la Tabula. Entonces supo que había llegado el momento de actuar. Su misión: viajar a Estados Unidos y proteger a los hermanos Corrigan, los dos últimos Viajeros que quedaban sobre la faz de la tierra, y cuyo destino no era otro que el de cambiar los derroteros de un mundo demasiado corrompido.

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Sopesó la posibilidad de salir de la casa y cruzar la frontera de México con Gabriel. Eso sería lo más seguro. Transcurrieron unos segundos. Al fin, puso los dedos sobre el teclado y escribió: «Información recibida».

La pantalla se oscureció, y la presencia de Linden se desvaneció. Maya decodificó los números con el ordenador y descubrió que se suponía que debía dirigirse a una ciudad en el sur de Arizona llamada San Lucas. ¿Qué los esperaría allí? ¿Nuevos enemigos? ¿Otro enfrentamiento? Sabía que la Tabula los estaba buscando utilizando todos los recursos de la Gran Máquina.

Ella volvió a la cocina y abrió la puerta mosquitera. Gabriel se encontraba en el camino junto a una motocicleta. Había encontrado una percha y la había desarmado para convertirla en una varilla de alambre con el gancho en un extremo. Ahora utilizaba la herramienta improvisada para asegurarse de que el eje de la rueda trasera estuviese alineada correctamente.

– Gabriel, me gustaría echar un vistazo a la espada que llevas.

– Adelante. Está en mi mochila, y la he dejado en el salón.

Maya permaneció en el umbral de la puerta sin saber qué decir. Gabriel no parecía percatarse de la falta de respeto que manifestaba hacia su arma; al final, dejó lo que estaba haciendo.

– ¿Qué pasa?

– Esa espada en concreto es muy especial. Sería mejor si me la entregaras personalmente.

Él pareció sorprendido, pero sonrió y se encogió de hombros.

– Claro. Si eso es lo que quieres… Dame un minuto.

Maya llevó su maleta al salón y se sentó en el sofá. Oyó correr el agua por las cañerías mientras Gabriel se lavaba la grasa de las manos en la cocina. Cuando entró en la sala miró a Maya como si fuera una lunática capaz de agredirlo. Ella comprendió que la silueta de sus cuchillos debía de resultar visible bajo las mangas de su suéter de algodón.

Thorn la había prevenido acerca de las incómodas relaciones que se establecían entre Arlequines y Viajeros. El hecho de que los Arlequines arriesgaran sus vidas para defender a los Viajeros no significaba que entre ellos se llevaran bien. Con frecuencia, los que cruzaban a otros dominios se volvían más espirituales. Sin embargo, los Arlequines permanecían con los pies en la tierra, mancillados por la muerte y la violencia del Cuarto Dominio.

Cuando Maya tenía catorce años había viajado a través de Europa Oriental con Madre Bendita. Cada vez que la Arlequín irlandesa daba una orden, tanto ciudadanos como zánganos se apresuraban a obedecer. «Sí, señora», «Desde luego, señora», «Esperamos que no tenga problemas». Madre Bendita había traspasado cierto límite, y la gente lo percibía al instante. Maya era consciente de que todavía no era lo bastante fuerte para tener semejante poder.

Gabriel fue hacia su mochila, sacó la espada -que se hallaba todavía dentro de su vaina de laca negra- y la presentó a Maya sosteniéndola con ambas manos.

Ella notó su perfecto equilibrio y supo de inmediato que se trataba de un arma especial. La empuñadura de piel de raya tenía una envoltura de cuerda y una incrustación de jade verde oscuro.

– Mi padre entregó esta espada al tuyo cuando tú aún eras un niño.

– No lo recuerdo -contestó Gabriel-. Para mí siempre estuvo en casa.

Sujetando la vaina entre las rodillas, Maya desenfundó la hoja lentamente, la mantuvo en alto y la examinó en toda su longitud. Se trataba de una espada de estilo Tachi, un arma que había que llevar con el filo hacia abajo. Su forma era perfecta, pero la verdadera belleza se ponía de manifiesto en el hamon , el borde de unión entre el filo templado y el resto de hoja sin templar. Las zonas claras del metal -llamadas nie- formaban un perlado contraste. A Maya le recordó las zonas de tierra de un camino entre la ligera nieve de la primavera.

– ¿Por qué es tan importante esta espada? -preguntó Gabriel.

– Fue utilizada por Sparrow, un Arlequín japonés, el último que había en Japón, el último superviviente de una larga tradición. Sparrow era famoso por su valor y sus recursos, pero entonces abrió su vida a la debilidad.

– ¿Qué debilidad?

– Se enamoró de una joven universitaria. La yakuza, que trabajaba para la Tabula, la encontró y la secuestró. Cuando Sparrow intentó rescatarla, lo mataron.

– Entonces, ¿de qué modo llegó la espada a Estados Unidos?

– Mi padre localizó a la estudiante. Estaba embarazada y se escondía de la yakuza. Él la ayudó a emigrar aquí, y ella le permitió quedarse con la espada.

– Pues si es tan importante, ¿por qué no se la quedó tu padre?

– Se trata de un talismán. Eso significa que es muy antigua y que cuenta con su propio poder. Un talismán puede ser un amuleto o un espejo. Los Viajeros pueden llevar con ellos talismanes cuando cruzan a otros dominios.

– Entonces por eso acabó en nuestro poder…

– No puedes poseer un talismán, Gabriel. Su poder existe más allá de la avaricia o el deseo humano. Sólo podemos utilizarlo o entregarlo a otra persona. -Maya volvió a admirar el filo de la espada-. Este talismán en concreto necesita ser aceitado y limpiado. Si no te importa…

– Claro que no. Adelante. -Gabriel parecía avergonzado-. No he dedicado tiempo a limpiarla.

Maya había llevado con ella el material necesario para la conservación de su espada. Metió la mano en la maleta y sacó un trozo de hosho , un papel hecho con el interior de la corteza de una morera. Willow, el Arlequín chino, le había enseñado cómo tratar con respeto un arma. Inclinó la espada levemente y empezó a frotar la suciedad y las marcas de mugre de la hoja.

– Tengo malas noticias, Gabriel. Hace unos minutos me he puesto en contacto con otro Arlequín a través de internet. Mi amigo tiene un espía en la Tabula, y me ha confirmado que han capturado a tu hermano.

Gabriel se inclinó hacia delante en su asiento.

– ¿Qué podemos hacer? -preguntó-. ¿Dónde lo retienen?

– Se encuentra en un centro de investigación vigilado, cerca de Nueva York. Incluso aunque supiera el lugar exacto resultaría muy difícil liberarlo.

– ¿Por qué no podemos avisar a la policía?

– Puede que el policía corriente sea honrado, pero eso no ayuda a nuestra causa. Nuestros enemigos son capaces de manipular la Gran Máquina, el sistema mundial de ordenadores que supervisa y controla el funcionamiento de nuestra sociedad.

Gabriel asintió.

– Mis padres lo llamaban la «Red».

– La Tabula puede entrar en los ordenadores de la policía e introducir informes falsos. Seguramente ya habrán colado algún mensaje diciendo que a ti y a mí se nos busca por asesinato.

– De acuerdo. Olvida a la policía. Vayamos a donde tienen encerrado a Michael.

– Yo sólo soy una, Gabriel. He contratado a Hollis para que luche a nuestro lado, pero no sé si es de fiar. Mi padre solía llamar «espadas» a los luchadores. No es más que otra manera de contar a la gente que está de tu lado. En estos momentos no cuento con bastantes espadas para asaltar un centro de investigación de la Tabula.

– Tenemos que ayudar a mi hermano.

– No creo que lo maten. La Tabula tiene un plan relacionado con algo llamado ordenador cuántico y la intervención de un Viajero. Desean entrenar a tu hermano para que cruce a otros dominios. Todo esto es nuevo. No sé de qué modo pretenden conseguirlo. Normalmente, los Viajeros son instruidos por individuos llamados «Rastreadores».

– ¿Qué es eso?

– Dame un minuto y te lo explicaré.

Maya examinó la hoja de nuevo y vio unas rozaduras y hendiduras en el metal. Sólo un experto japonés, un togishi , era capaz de afilarla. Lo más que podía hacer ella era engrasarla para que no se oxidase. Cogió un pequeño frasco ambarino y vertió un poco de aceite de clavo en un paño de algodón. El dulce aroma de la especia llenó la estancia mientras Maya frotaba la hoja cuidadosamente. Durante un segundo supo algo con absoluta certeza: aquella espada era muy poderosa. Había matado antes y volvería a hacerlo.

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