John Hawks - El viajero

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Marcada por un sino implacable, había ocasiones en que Maya hubiera deseado nacer ciega e ignorante. Su infancia no fue la de tantas otras niñas de su edad, y Maya pronto se vio obligada a soportar duras pruebas. Su padre era uno de los últimos Arlequines, superviviente de una estirpe de guerreros protectores de los Viajeros que había sobrevivido a varios intentos de asesinato por parte de los mercenarios de la Tabula. Condicionada por su ascendencia genética, Maya tenía un único objetivo en la vida: proteger, con su propia vida si era necesario, a los Viajeros, seres humanos con la capacidad de saltar hacia mundos paralelos y de retornar a la dimensión terrestre con los conocimientos adquiridos en otros planos de la realidad.
Pero ¿por qué debía ella renunciar a una vida normal? Es más, ¿cómo podía aceptar que su propio padre optara por sacrificarla en nombre de un ideal tan extraño como maldito? ¿Acaso los ciudadanos de a pie, ignorantes de su propio destino, controlados por la Hermandad como si fueran animales condicionados, merecían tal sacrificio por su parte? Las dudas de Maya no la habían dejado en paz desde que se había enterado de una verdad que sólo aceptaría tras la muerte de su padre a manos de la Tabula. Entonces supo que había llegado el momento de actuar. Su misión: viajar a Estados Unidos y proteger a los hermanos Corrigan, los dos últimos Viajeros que quedaban sobre la faz de la tierra, y cuyo destino no era otro que el de cambiar los derroteros de un mundo demasiado corrompido.

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– Hollis es un mercenario. No estoy segura de hasta qué punto está dispuesto a sacrificarse.

Maya repitió varias veces el trayecto del salón al dormitorio, como si pretendiera memorizar la situación de puertas y paredes. Luego pasó al dormitorio y deslizó sus dos cuchillos entre el colchón y el somier. Ambos mangos sobresalían. Si dejaba caer la mano podía desenvainar al instante cualquiera de los dos. Por fin se metió en la cama. Vicki se estiró a su lado.

– Buenas noches -le dijo, pero Maya no contestó.

Vicki había compartido cama con su hermana mayor y distintas primas en vacaciones y estaba acostumbrada a que no dejaran de moverse. Maya le resultaba completamente distinta. La Arlequín yacía boca arriba, con las manos apretadas en puños. Parecía como si un peso gigantesco le presionara el cuerpo.

26

Cuando Maya se despertó a la mañana siguiente vio un gato negro con el cuello blanco sentado sobre la cómoda.

– ¿Qué quieres? -le susurró, aunque no consiguió respuesta alguna.

El gato saltó al suelo, se deslizó por la puerta entreabierta y la dejó sola.

Maya escuchó voces y se asomó a la ventana del dormitorio. Hollis y Gabriel se encontraban en el camino de acceso, inspeccionando la moto averiada. Comprar un neumático nuevo suponía una transacción económica y entrar en contacto con un comercio conectado a la Gran Máquina. En esos momentos, la Tabula ya sabría lo de la moto y habría activado sus programas de búsqueda para rastrear las ventas de neumáticos de moto en la zona de Los Ángeles.

Mientras reflexionaba sobre cuál debía ser su siguiente movimiento, fue al baño y se dio una ducha rápida. Las fundas dactilares que le habían permitido pasar todos los controles de inmigración se le estaban empezando a desprender de las yemas de los índices igual que piel muerta. Se vistió, se ató los cuchillos a los antebrazos y comprobó el resto de armas. Al salir del baño, el gato negro reapareció y la acompañó fuera del cuarto. Vicki estaba lavando platos en el fregadero de la cocina.

– Veo que has conocido a Garvey - le dijo.

– ¿Así se llama?

– Sí. No le gusta que lo toquen y tampoco ronronea. No creo que eso sea normal.

– No sabría decírtelo -contestó Maya-. Nunca he tenido una mascota.

En la encimera había una cafetera eléctrica. Maya se sirvió un poco en una taza amarilla y le añadió leche.

– He preparado un poco de pan de maíz. ¿Tienes hambre?

– Desde luego.

Vicki cortó una gruesa rebanada y la depositó en un plato. Las dos mujeres se sentaron a la mesa. Maya extendió un poco de mantequilla en la rebanada y le añadió mermelada de arándanos. El primer bocado le resultó delicioso y experimentó un instante de inesperado placer. En la cocina todo aparecía limpio y ordenado. En el suelo de linóleo brillaban rectángulos de sol. A pesar de que Hollis se había distanciado de su congregación, de la pared de al lado de la nevera colgaba una foto de Isaac T. Jones.

– Hollis va a ir a comprar unos recambios para la moto -anunció Vicki-, pero quiere que Gabriel se mantenga fuera de la vista y se quede aquí.

Maya asintió mientras masticaba.

– Me parece buena idea.

– Bueno, y tú, ¿qué piensas hacer?

– No estoy segura. Tengo que ponerme en contacto con mi amigo en Europa.

Vicki recogió los platos sucios y los dejó en el fregadero.

– ¿Crees que la Tabula sabe que era Hollis quien conducía ayer?

– Puede ser. Dependerá de lo que vieron los tres motoristas cuando los adelantamos.

– ¿Y qué ocurrirá si se enteran de que fue Hollis?

– Intentarán capturarlo. -La voz de Maya sonaba inexpresiva-. Luego lo torturarán en busca de información y lo matarán.

Vicki se dio la vuelta con un trapo en las manos.

– Eso fue lo que le dije, pero Hollis se lo tomó a broma y me contestó que siempre está buscando gente nueva con la que entrenar.

– Creo que Hollis puede cuidar perfectamente de sí mismo, Vicki. Es un magnífico luchador.

– Es demasiado confiado. Creo que debería…

La puerta de rejilla se abrió con un chirrido, y Hollis entró.

– Bueno, ya tengo mi lista de la compra. -Sonrió a Vicki-. ¿Por qué no vienes conmigo? Compraremos un neumático nuevo y algo de provisiones para la hora de comer.

– ¿Necesitas dinero? -preguntó Maya.

– ¿Tienes un poco?

Maya se metió la mano en el bolsillo y sacó unos cuantos billetes de veinte.

– Paga en efectivo. Cuando hayas comprado el neumático lárgate de allí enseguida.

– No tengo motivo para entretenerme.

– Evita las tiendas con cámaras de vigilancia en los aparcamientos. Esas cámaras pueden fotografiar las matrículas.

Hollis y Vicki salieron juntos, y Maya los observó alejarse. Gabriel seguía fuera, desmontando el neumático de la llanta. Maya se aseguró de que la verja estuviera cerrada y que ocultara a Gabriel de la vista de quien pudiera pasar por la calle. Pensó en discutir el siguiente paso con él, pero decidió que era mejor hablar primero con Linden. Gabriel parecía abrumado por todo lo que ella le había contado la víspera. Seguramente necesitaba tiempo para asimilarlo.

Maya volvió al dormitorio, conectó su portátil y entró en internet mediante su teléfono vía satélite. Linden debía de estar durmiendo o desconectado porque tardó más de una hora en localizarlo y seguirlo hasta una zona de chat segura. Utilizando un lenguaje neutro para no alertar a Carnivore, le describió lo acontecido.

– «La competencia ha respondido con agresivas tácticas de mercado. En estos momentos me encuentro en casa de nuestro empleado con nuestro nuevo socio.»

Maya utilizó un código de números primos aleatorios para dar a Linden la dirección de la casa. El Arlequín francés no respondió, de modo que al cabo de unos minutos Maya tecleó: «¿Comprendido?».

– «¿Puede nuestro nuevo socio viajar a otros países?»

– «Por el momento, no.»

– «¿Has visto algún indicio de esa habilidad?»

– «No. No es más que un ciudadano cualquiera.»

– «Debes presentárselo a un maestro que pueda evaluar su poder.»

– «No es responsabilidad nuestra» -contestó Maya.

Se suponía que el deber de los Arlequines terminaba en el hallazgo y salvaguarda de los Viajeros. No se inmiscuían en los viajes espirituales de nadie.

De nuevo se produjo una pausa de varios minutos mientras Linden parecía meditar su respuesta. Al fin, sus palabras aparecieron en la pantalla del ordenador.

– «Nuestros competidores se han hecho con el control del hermano mayor y lo han llevado a unas instalaciones de investigación de Nueva York. Su intención es evaluar sus posibilidades y entrenarlo. En estos momentos desconocemos sus objetivos a largo plazo, pero debemos poner en marcha todos nuestros recursos para oponernos.»

– «¿El nuevo socio es nuestro recurso principal?»

– «En efecto. La carrera ha empezado, y por el momento la competencia nos lleva la delantera.»

– «¿Y si no quiere cooperar?»

– «Utiliza todos los medios necesarios para que cambie de idea. En el sudoeste de Estados Unidos vive un maestro protegido por un grupo de amigos. Lleva a nuestro nuevo socio allí antes de tres días. Durante ese tiempo me pondré en contacto con nuestros amigos y les diré que estás en camino. Tu destino será…»

Se produjo otra pausa y acto seguido una serie de números aparecieron en pantalla. «Confirma transmisión», tecleó Linden.

Maya no respondió.

Las palabras aparecieron de nuevo exigiendo respuesta, pero esta vez en mayúsculas: «CONFIRMA TRANSMISIÓN».

«No le contestes», se dijo Maya.

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