John Hawks - El viajero

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Marcada por un sino implacable, había ocasiones en que Maya hubiera deseado nacer ciega e ignorante. Su infancia no fue la de tantas otras niñas de su edad, y Maya pronto se vio obligada a soportar duras pruebas. Su padre era uno de los últimos Arlequines, superviviente de una estirpe de guerreros protectores de los Viajeros que había sobrevivido a varios intentos de asesinato por parte de los mercenarios de la Tabula. Condicionada por su ascendencia genética, Maya tenía un único objetivo en la vida: proteger, con su propia vida si era necesario, a los Viajeros, seres humanos con la capacidad de saltar hacia mundos paralelos y de retornar a la dimensión terrestre con los conocimientos adquiridos en otros planos de la realidad.
Pero ¿por qué debía ella renunciar a una vida normal? Es más, ¿cómo podía aceptar que su propio padre optara por sacrificarla en nombre de un ideal tan extraño como maldito? ¿Acaso los ciudadanos de a pie, ignorantes de su propio destino, controlados por la Hermandad como si fueran animales condicionados, merecían tal sacrificio por su parte? Las dudas de Maya no la habían dejado en paz desde que se había enterado de una verdad que sólo aceptaría tras la muerte de su padre a manos de la Tabula. Entonces supo que había llegado el momento de actuar. Su misión: viajar a Estados Unidos y proteger a los hermanos Corrigan, los dos últimos Viajeros que quedaban sobre la faz de la tierra, y cuyo destino no era otro que el de cambiar los derroteros de un mundo demasiado corrompido.

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– ¿Ha venido Michael? ¿Va a venir?

El doctor Chattarjee regresó a la residencia a las ocho en punto, y Michael apareció unos minutos más tarde. Como de costumbre, estaba alerta y rebosante de energía. Todos se quedaron de pie ante el mostrador de las enfermeras mientras Michael intentaba averiguar lo que sucedía.

– Mi madre dice que va a morir.

Chattarjee era un educado hombrecillo que vestía una manchada bata de médico. Examinó el historial de la madre de los Corrigan para demostrar que era consciente del problema.

– Los enfermos de cáncer dicen con frecuencia cosas así, señor Corrigan.

– ¿Y cuáles son los hechos?

El médico hizo una anotación en el expediente.

– Puede morir en los próximos días o en las próximas semanas. Es imposible de precisar.

– ¿Y esta noche?

– Sus constantes no han variado.

Michael se alejó del doctor Chattarjee y fue hacia la escalera para subir. Gabriel siguió a su hermano. En la escalera únicamente estaban ellos dos. Nadie más podía oírlos.

– Te ha llamado «señor Corrigan».

– Así es.

– ¿Cuándo has empezado a utilizar tu verdadero nombre?

Michael se detuvo en el rellano.

– Lo he estado haciendo desde el último año, sólo que no te lo había dicho. En estos momentos tengo un número de la seguridad social y pago impuestos. Mi nuevo edificio de Wilshire Boulevard va a tener un propietario legal.

– Entonces, formas parte de la Red.

– Yo soy Michael Corrigan, y tú eres Gabriel Corrigan. Ésos somos nosotros.

– Ya sabes lo que dijo papá…

– ¡Maldita sea, Gabe! No podemos repetir una y otra vez la misma conversación. Nuestro padre estaba loco. Y mamá era tan débil que le seguía la corriente.

– Entonces, ¿por qué nos atacaron aquellos hombres y quemaron nuestra casa?

– Por culpa de nuestro padre. Obviamente debió hacer algo malo, algo ilegal. Nosotros no somos culpables de nada.

– Pero la Red…

– La Red no es más que la vida moderna. Todo el mundo tiene que enfrentarse a ella. -Michael tendió la mano y la apoyó en el brazo de Gabriel-. Eres mi hermano, ¿de acuerdo? Pero también eres mi mejor amigo. Estoy haciendo esto por los dos. Lo juro por Dios. No podemos seguir comportándonos como cucarachas, escondiéndonos detrás de la pared cada vez que alguien enciende la luz.

Los dos hermanos entraron en la habitación y se situaron a ambos lados de la cama. Gabriel acarició la mano de su madre. Parecía como si toda la sangre le hubiera abandonado el cuerpo.

– Despierta, mamá -le dijo suavemente-. Michael está aquí.

Ella abrió los ojos y sonrió al ver a sus dos hijos.

– Aquí estáis -dijo-. Estaba soñando con vosotros.

– ¿Cómo te encuentras? -Michael contempló el rostro y el cuerpo de su madre, evaluando su estado. La tensión de sus hombros y el nerviosismo con el que movía las manos demostraban que estaba preocupado; no obstante, Gabriel sabía que su hermano nunca dejaría que trasluciera. En lugar de admitir la más pequeña debilidad, seguía adelante-. Creo que pareces estar un poco mejor.

– Oh, Michael… -Su madre le sonrió fatigadamente, como si acabara de dejar manchas de barro en el suelo de la cocina-. No seas así, por favor. Esta noche no. Tengo que hablaros de vuestro padre.

– Ya hemos oído tus relatos -repuso Michael-. No volvamos a eso, ¿de acuerdo? Tenemos que hablar con el médico y asegurarnos de que estás cómoda.

– No. Michael. Déjala hablar -intervino Gabriel inclinándose sobre la cama. Se sentía interesado y un poco asustado al mismo tiempo. Quizá fuera aquél el momento en que todo les iba a ser revelado, que les serían explicadas las razones de los sufrimientos de su familia.

– Sé que os he contado diversas historias -dijo la señora Corrigan-. Lo siento. La mayoría no eran ciertas. Únicamente pretendía protegeros.

Michael miró a su hermano y asintió con aire triunfante. Gabriel comprendió lo que su hermano intentaba decirle: «¿Lo ves? ¿Qué te he dicho siempre? Todo era mentira».

– He esperado demasiado -prosiguió su madre-. Es tan difícil explicarlo… Vuestro padre era… Lo que dijo… Yo no… -Los labios le temblaban como si miles de palabras forcejearan por salir-. Vuestro padre era un Viajero.

Ella levantó los ojos hacia Gabriel. «Créeme -decía la expresión de su rostro-: Por favor, créeme.»

– Sigue -dijo Gabriel.

– Los Viajeros pueden salir de sus cuerpos y entrar en otros dominios. Ésa es la razón de que la Tabula intente matarlos.

– Mamá, no hables más. No harás más que fatigarte. -Michael parecía alterado-. Pediremos que venga el médico para que haga que te encuentres mejor.

La señora Corrigan levantó la cabeza de la almohada.

– No hay tiempo, Michael. No hay tiempo de nada. Tienes que escucharme. La Tabula intentó… -La confusión volvió a apoderarse de ella-. Y entonces, nosotros…

– Está bien. Está bien -la tranquilizó Gabriel dulcemente.

– Un Arlequín llamado Thorn nos encontró cuando vivíamos en Vermont -prosiguió ella-. Los Arlequines son gente peligrosa, cruel y violenta, pero han jurado defender a los Viajeros. Durante unos años estuvimos a salvo, pero después Thorn no pudo seguir protegiéndonos de la Tabula. Nos dio dinero y la espada.

Su cabeza se desplomó en la almohada. Cada palabra que decía la agotaba, le arrancaba pequeños fragmentos de vida.

– Os he visto crecer -continuó-. Os he visto a los dos buscando las señales. Yo no sé si podéis cruzar a otros dominios, pero si tenéis ese poder, debéis esconderos de la Tabula.

Cerró los ojos con fuerza mientras el dolor le traspasaba el cuerpo. Desesperado, Michael le acarició el rostro.

– Estoy aquí, mamá. Y Gabe también. Nosotros te protegeremos. Voy a contratar más médicos. A los que haga falta…

La señora Corrigan respiró profundamente. Su cuerpo se puso rígido y después se relajó. Pareció que la habitación se enfriaba de repente, como si alguna especie de energía se hubiera escapado por el resquicio de la puerta. Michael dio media vuelta y salió corriendo del cuarto pidiendo auxilio, pero Gabriel comprendió que todo había acabado.

Después de que el doctor Chattarjee certificara la muerte, Michael consiguió una lista de las funerarias locales en el mostrador de las enfermeras y llamó a una con el móvil. Les dio la dirección, solicitó una cremación ordinaria y les facilitó el número de su tarjeta de crédito.

– ¿Te parece bien? -le preguntó a su hermano.

– Desde luego. -Gabriel se sentía exhausto y entumecido. Contempló la forma oculta bajo la sábana. Un cascarón sin Luz.

Permanecieron al lado del lecho hasta que llegaron los empleados de la funeraria. Metieron el cuerpo en una bolsa, lo colocaron en una camilla y lo llevaron al piso de abajo hasta una ambulancia sin distintivos. Cuando el vehículo se alejó, los dos hermanos se quedaron de pie, juntos, bajo la luz de seguridad.

– Cuando hubiera ganado dinero suficiente tenía pensado comprarle una casa con un buen jardín -dijo Michael-. Creo que le habría gustado. -Miró por el aparcamiento, como si hubiera perdido algo valioso-. Comprarle una casa era uno de mis objetivos.

– Tenemos que hablar sobre lo que nos ha dicho.

– Hablar, ¿de qué? ¿Eres capaz de explicarme algo de lo que nos acaba de contar? Mamá nos explicaba historias de fantasmas y animales parlantes, pero nunca mencionó a nadie llamado Viajero. Los únicos viajes que hicimos fueron en la parte de atrás de aquella maldita camioneta.

Gabriel sabía que su hermano estaba en lo cierto. Las palabras de su madre no tenían sentido. Siempre había confiado en que ella les ofrecería una explicación de lo sucedido a la familia. Pero ya nunca lo sabrían.

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