Cuando lo conducía de vuelta a su despacho, Kappler parecía entusiasmado.
– Tenemos otro local junto a la estación del tren: la rama italiana. No es tan eficiente, pero funciona. Todas las cosas que se hacen en este edificio tienen que ver con la vida, tal como sucede en el campo de batalla. Todos estamos alerta para conocerlas y formar parte de ellas.
– Bien. -Bora pensó que aquél era un momento tan bueno como cualquiera para trazar una línea divisoria, de modo que repuso-: Puede que yo esté alerta para conocerlas, coronel, pero no formo parte de ellas.
– Dichoso usted, que no tiene que vérselas con la realidad a la que mis setenta y tres hombres y yo nos enfrentamos cada día. De todos modos, estoy seguro de que no es eso lo que piensa. De lo contrario, ¿por qué le habría traído Kesselring a Roma? -Kappler sonrió-. A usted le seduce la disciplina tanto como a mí. Para nosotros resulta difícil distinguir la ira personal del deber. ¿No perdió usted a un hermano en Rusia?
– Sí, fue abatido en Kursk.
– ¿Desaparecido o muerto?
Bora mantuvo la serenidad gracias a su acostumbrado dominio de sí.
– Yo mismo recuperé su cuerpo.
– Qué desgracia para sus padres. Espero que tenga más hermanos. ¿No? Me asombra su entereza, mayor, y lo lamento mucho por su hermano, ya que todos somos hermanos de armas.
Bora se sintió tan vergonzosamente agradecido por aquellas palabras que notó que su sentido crítico le abandonaba. Dijera lo que dijese, hasta el final de la reunión no se dio cuenta de que estaba perdido, contaminado por las afirmaciones de Kappler, tanto si se había traicionado a sí mismo mostrando su conformidad con alguna como si no.
Lo último que dijo Kappler fue:
– Por cierto, acabamos de arrestar a ese medio judío de Foa. Comunique al general Westphal que no tendrá que preocuparse nunca más por las peroratas del vejestorio.
Cuando Bora se marchó, el capitán Sutor dio rienda suelta a su descontento por la visita.
– No soy injusto, coronel. Conozco bien el ejército. Él es el ejército, no ganamos nada relacionándonos con él, y tampoco me inspira confianza después de lo que dijo Lasser.
Kappler hizo un gesto indulgente.
– Lasser tiene cierta tendencia a la histeria. No es la primera vez que trata de crucificar a alguien con pruebas bastante endebles. El y Bora se llevan mal. Además, Lasser es un bocazas.
Sutor arrugó la nariz y se tragó su resentimiento.
– Creo que comete un error al mostrarse tan cordial con Bora, coronel. Yo no le habría enseñado nuestras instalaciones. Ahora irá derecho a ver a Westphal y Kesselring. Y a Dollmann le cae bien.
– ¿Qué otra cosa cabría esperar de Dollmann? Maniobrarán el uno con el otro como jugadores de ajedrez, y eso está muy bien. Ambos son educados, católicos… El único defecto de Bora, desde el punto de vista de Dollmann, es que es heterosexual.
– Da igual, señor, mantengo mi opinión. No me fío de ese hombre y usted lamentará haberlo hecho.
Kappler cogió la gorra del escritorio y se la puso.
– Creo que lo que le pone a usted nervioso es que pueda descubrir que salió con Magda Reiner y que su historial con las damas de París es envidiable. Vayamos a hablar con Foa, Sutor. Tiene bastante sangre judía para ser un soplón.
***
27 DE ENERO
– ¿La encuentra atractiva, mayor Bora?
– No estoy seguro de que «atractiva» sea la palabra más adecuada. No parece una loba. Más bien es como la abstracción de una loba, esbelta y sin pelo, excepto la melena. Parece alerta y amenazadora, diría yo. No hay ternura en ella, o es una ternura feroz.
Dollmann asintió. Estaban solos en la cuarta sala del museo
Capitolino, caminando alrededor de la escultura de bronce protegida con sacos de arena, y sin tocarlos pasó la mano por las flacas ubres que colgaban de su cuerpo.
– «Se acercan a los pechos de la loba y se alimentan / con la leche que no estaba destinada a ellos…»
– ¿Ovidio?
– Bravo. Además, la adición posterior de los gemelos es demasiado ornamental para la severidad de la loba. ¿Qué diría usted que representa?
Bora pensaba en el animal de sus pesadillas, pero sonrió. -El tótem tribal que cabe esperar de una sociedad de pastores. Convertimos en símbolo sagrado precisamente lo que más tememos.
– O en tabú. Observe que su postura es estática más que dinámica, mayor. Está observando un peligro que se encuentra a lo lejos, o que no es mayor que ella y está justo al lado. La protección de las crías no da a su mirada una expresión tierna, sino más bien vigilante, alerta ante el peligro. Inmovilidad, vigilancia, amenaza, preocupación. Nadie se atrevería a acercarse y, aunque no gruñe (no tiene la boca contraída ni el morro arrugado), podría arrancar de un mordisco la mano a cualquiera.
– Lo hizo -dijo Bora con calma.
Dollmann sonrió.
– No pretendía dar un doble sentido a mis palabras, pero lo cierto es que de algún modo existe una conexión entre esta loba y nuestra presencia aquí. Yo antes pensaba que ideológicamente éramos sus hijos.
– Quizá Ovidio se refería a nosotros… nosotros somos el peligro del que ella se protege.
– Creo que somos ambas cosas. Nos alimentamos de sus ubres y eso nos molesta, luego volvemos, ya crecidos, a incomodarla. Somos así de poco civilizados, así de ingratos.
Bora acercó la mano derecha ala boca de la loba, con los dedos extendidos, como si fuera a darle de comer.
– Ella se impone al final.
– Caput mundi . -Dollmann se balanceaba sobre los pies mientras observaba al ayudante de campo. Vestido de civil y con pajarita, tenía el aspecto atildado de un profesor británico, no de un SS. En la solitaria sala del museo dijo en inglés-: No es a Kappler al que debemos vigilar, sino a Sutor.
28 DE ENERO
El viernes, Guidi esperó a Francesca frente a la papelería. Si a ella le sorprendió verlo allí, no dijo nada, ni siquiera cuando la saludó llevándose la mano al sombrero y echó a andar a su lado.
– Mire -dijo él-, no sé si debería hacerle este favor, pero la he oído salir por la noche en dos ocasiones.
El chal de la joven estaba a punto de caer al suelo, y cuando él fue a cogerlo ella se apartó.
– ¿Y qué? -Se envolvió los hombros con la prenda de lana, una pobre protección contra el viento helado-. ¿Va a arrestarme por romper el estúpido toque de queda de seis a cinco? Mamma mia , ¿es que viene usted de la luna? -Cuando Guidi se disponía a hablar, ella volvió hacia él su rostro alargado-. Si voy a ver a mi novio, no pienso dejar de hacerlo sólo porque usted lo diga.
Guidi no tenía motivo para sentirse decepcionado por sus palabras. Aun así, dijo con tono desabrido:
– A causa de los sabotajes los alemanes nos han privado de dos horas más. No es la policía italiana quien vigila estas cosas. Vaya a ver a su novio durante el día.
– Por el día tengo que trabajar. Además, está casado.
Francesca esbozó una sonrisa, pero sólo enseñando los dientes, como hacen los animales, sin expresar la menor alegría. Por un momento pareció que la calavera se le transparentaba a través de la piel, lo que estropeó su belleza.
Guidi se encontró de pronto echándose un farol, utilizando el hueco lenguaje policial, porque a fin de cuentas no tenía nada que decir.
– Se lo advierto, busque otra forma de reunirse con él o tendré que denunciarla. Sé muy bien adónde va por las noches en realidad.
– Apuesto a que no lo sabe -repuso ella lentamente, pero se la veía menos segura de sí misma.
– La seguí -mintió él-. Así pues, ¿qué piensa hacer?
Francesca tenía los labios pálidos debido al frío, agrietados. Dio la espalda al viento, precavida o desanimada, o simplemente triste. No impotente, sino triste.
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