MAGIA PROHIBIDA
Raquel Pastor
Magia prohibida
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© Raquel Pastor (2020)
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ISBN: 978-84-18377-99-0
Depósito legal: CO 737-2020
Diseño de cubierta: © Distrito93/Kendra Springer
Imagen de cubierta: © Ru Ye
Diseño y maquetación: © Distrito93/Yésica López
Imprime: Podiprint
Agradecimientos: Pablo y Alberto, Ana Navarro Martínez, Rubén Pastor Vicedo.
I TIEMPOS DE ADOLESCENCIA
Era un día de clase como otro cualquiera: aburrido y monótono. Veëna escuchaba de fondo a la estricta profesora de historia de Hentos mientras se entretenía jugando con un comecocos hecho por su amiga Katriz Scolen. «Maldición», pensó Veëna al leer el nefasto destino que le había tocado: «pagas el almuerzo». Examinó el resto de las caras de papel y observó con indignación que solo había una que la eximía de pagarle el almuerzo a Katriz, así que le tiró el comecocos y la profesora Marva intervino:
—¡Veëna de Vengefir! ¿Acaso no te interesa la historia de nuestro país? Responde, ¿qué estaba diciendo sobre Tyrfur el Temible?
—Pues que asesinó al rey Poven III y gobernó un año hasta que fue ejecutado, doña Marva —respondió Veëna con tono de tedio tras una pausa en la que miró a la profesora retadoramente.
—Correcto —confirmó ella airada al ver que no había conseguido coger en falso a la chica más despegada de la clase—, y así es cómo se prohibió la magia en Hentos, a lo que pronto se sumaron los países vecinos.
De pronto, el oportuno timbre liberó a los estudiantes de la lección. Veëna y Katriz se compraron sendas palmeras de chocolate y se sentaron en su banco habitual. Siempre estaban solas, ya que Veëna despertaba cierto rechazo en sus demás compañeros por su carácter solitario y poca habilidad social. En cambio, Katriz se llevaba bien con todos, pero no podía dejar sola a su amiga de la infancia. Veëna le estaba secretamente agradecida por su compañía y por todas las veces que había apaciguado los ánimos a sus compañeros, como aquella vez en la que unas niñas de la clase le querían quitar su gorro a toda costa y ella las salpicó de barro accidentalmente, o como cuando cuchicheaban sobre su solitario comportamiento.
—¿Vamos a los recreativos esta tarde, Veëna?
—No puedo, hoy vamos a casa de mi abuelo —contestó ella con tono de resignación. Su abuelo estaba enfermo y las visitas a su casa no eran tan divertidas como cuando vivía su abuela.
—Bueno, ya iremos mañana.
—¡Uy! ¿Cómo dejas plantada a tu amiga del alma, rarita? —la desagradable voz de Clarie las sobresaltó un instante. Como siempre, aparecía con sus secuaces para hacerse la superior—. Katriz, podrías venirte con nosotras, no te dejaríamos sola —añadió sarcásticamente.
—Lárgate, Clarie —le contestó Veëna mirándola amenazadoramente con sus ojos azules. No podía evitar encrisparse por no poder darle su merecido, si ella supiera...
—Me iré si quiero, pero, tranqui, no me hagas ninguna de tus cosas raras —soltó con una risilla que fue secundada por sus eternas acompañantes—. Hasta la vista, raritas.
Un silencio incómodo se interpuso entre las dos amigas. Katriz aguantaba estos comentarios a diario porque sabía que Veëna la necesitaba, estaba muy sola. A su vez Veëna se sumía en la culpa y la impotencia. «Si tan solo pudiera usar mi magia se acabarían mis problemas, ¡maldito Tyrfur el Temible!», pensó enfurecida.
Al llegar a casa del instituto le esperaba el delicioso aroma de la carne estofada y patatas asadas preparadas por su querida tía Fandy. Al entrar a la cocina, allí estaba ella canturreando y sirviendo la comida para ambas. Veëna la saludó con un beso en la mejilla y se sentaron a comer los manjares que a Fandy le encantaba preparar y degustar, de ahí los kilos de más que se acumulaban en sus caderas.
—Come rápido que nos vamos a ver al abuelo, ¿eh? Nada de quedarse embobada mirando el plato, Veënita.
—Tía, ya soy mayor para que me llames así, ¡tengo 14 años! —se quejó ella pinchando unas patatas con el tenedor—. Además, vengo enfadada siempre de ese estúpido sitio, ¡ojalá no tuviera que ir nunca más y pudiera usar mi magia!
Fandy frunció el ceño y Veëna se contuvo, pero ya sabía que a su tía no le gustaba la idea de que usara sus poderes, ¡la aterrorizaba! Y era el único momento en el que no era amable con su sobrina.
—Ya vale de esa idea, niña. ¡En mi presencia no se habla de magia ni de usarla ni de faltar a clase! Tienes que ser más sociable con tus compañeros y te conviene ir a la universidad a estudiar algo de provecho, como derecho o magisterio.
—¡Eso es una mierda! —replicó Veëna contrariada y ambas se miraron desafiantes.
—¡Esperrrannza!¡Esperranza! —habló de pronto Albus, la cacatúa blanca que tenía más años que el abuelo. De hecho, era la mascota de su abuela materna cuando ésta vivía—. ¡Soy Albus!
Decidieron terminar ahí la discusión, aunque siguieron comiendo con aire enfadado. Al acabar cogieron el coche para ir a casa de Marfin de Paffel, ubicada al norte de la cuidad y muy próxima a la playa. Al entrar les recibió el olor a café y periódicos que se almacenaban en casa de su abuelo.
—Hola, papá, ya estamos aquí —saludó alegremente la tía Fandy mientras se quitaba el abrigo y Veëna ponía su inseparable gorro negro en el sombrerero—. No te levantes del sofá que ya traemos nosotras la merienda. ¿Alguna novedad en el periódico?
—Ninguna importante, hija. Tendréis que ayudarme a tirar ese montón de periódicos de ahí que a mí ya me cuesta mucho. El repartidor es rápido para traérmelos, pero no se quiere llevar los viejos —los tres sonrieron ante el comentario—. ¿Y cómo está mi nieta?
—Bien, abuelo. Hemos traído las pastas de la panadería que te gustan. Bueno, y a mí también me gustan.
—Al final siempre comes tú más que el abuelo —añadió burlonamente Fandy.
—A ella le hacen más falta que a nosotros, hija —sentenció el abuelo—. ¿Y qué hay de ese amigo tuyo, ese tal Rophenn?
—Tan solo nos vemos en la cafetería de tanto en tanto —se encogió de hombros Fandy mientras removía delicadamente el contenido de su taza.
Sin más comentarios merendaron y Veëna se afanaba en comer las pastas y beber café. «Eres mi única alegría del día» pensó, saboreando el caramelo del interior del dulce. De pronto, se le cayó uno al suelo y se agachó para cogerlo, dejando a la vista las raíces moradas que ya destacaban en su pelo teñido de negro. Su tía y su abuelo se miraron en silencio con un atisbo de tristeza.
—Mañana tendrás que teñirte el pelo otra vez, Veëna —comentó su tía sombríamente.
—¿Ya otra vez? Si solo fue hace dos semanas —respondió ella disgustada y fue corriendo a mirarse al espejo de la entrada ubicado junto a un gran retrato de sus abuelos de jóvenes. Su tía asintió y el abuelo desvió la mirada a unos periódicos viejos apilados en una esquina del comedor.
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