Anna Gavalda - Juntos, Nada Más

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Camille Fauque tiene 26 años, dibuja de maravilla, pero no tiene fuerza para hacerlo. Frágil y desorientada, malvive en una buhardilla y parece esmerarse en desaparecer: apenas come, limpia oficinas de noche, y su relación con el mundo es casi agonizante. Philibert Marquet, su vecino, vive en un apartamento enorme del que podría ser desalojado; es tartamudo, un caballero a la antigua que vende postales en un museo, y el casero de Franck Lestafier. Cocinero de un gran restaurante, Franck es mujeriego y malhablado, casi vulgar, lo cual irrita a la única persona que le ha querido, su abuela Paulette, que a sus 83 años se deja morir en un asilo añorando su hogar y las visitas de su nieto.
Cuatro supervivientes, cuatro personajes magullados por la vida, cuyo encuentro va a salvarlos de un naufragio anunciado. La relación que se establece entre estos perdedores de corazón puro es de una riqueza inaudita, tendrán que aprender a conocerse para lograr el milagro de la convivencia.
Juntos, nada más es una historia viva, con un ritmo suspendido en el aire, llena de esos minúsculos dramas personales que seducen por su sencillez, su sinceridad y su inconmensurable humanidad.

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– Bueno.

– Válgame Dios. ¿Cree que se habrá muerto?

Camille abrió la puerta.

– Oiga… Si está muerto, venga enseguida a buscarme, ¿eh? es que… -dijo, sobando su medalla-, no quisiera yo que hubiera un escándalo en la finca, ¿comprende?

8

– Soy Camille, ¿me abres?

Ladridos y titubeos.

– ¿Me abres o mando echar la puerta abajo?

– No, ahora no puedo… -dijo una voz ronca-. Me encuentro muy mal… Vuelve más tarde…

– Más tarde, ¿cuándo?

– Esta noche.

– ¿No necesitas nada?

– No. Déjame.

Camille volvió sobre sus pasos.

– ¿Quieres que te saque el perro a pasear?

No hubo respuesta.

Bajó las escaleras despacio.

Vaya un problemón.

Nunca debería haberlo traído aquí… Era muy fácil ser generosa con los bienes ajenos… ¡Ah, desde luego, era una santa! Un yonqui en la buhardilla, una anciana en el piso, todas esas personas bajo su responsabilidad, y ella que seguía teniéndose que agarrar a la barandilla para no abrirse la cabeza al bajar la escalera. Vaya cuadro, maravilloso, oye… Déjame que aplauda. Glorioso. ¿Estarás contenta, no? ¿No te molestan un poco las alas al andar?

Sí, ya puedes hablar… Claro, cuando uno no mueve un dedo, es todo muy fácil, ¿eh?

No, si yo te lo digo porque… no te lo tomes a mal, pero hay más mendigos en la calle… Mira, sin ir más lejos, tienes uno delante de la panadería… ¿Por qué no le das un techo a ése también? ¿Porque no tiene perro? Mierda, si lo hubiera sabido, el pobre…

Qué pesadita eres…, le contestó Camille a Camille. No veas lo pesadita que eres…

Hala, venga, vamos a decírselo… Pero uno grandote no, ¿eh? Uno pequeño. Un perrito de lanas tiritando de frío. Ah, sí, eso sí que estaría bien… ¿O mejor un cachorrito? Un cachorrito acurrucado dentro de su abrigo… Entonces ya sí que te fundes. Además quedan mogollón de habitaciones en casa de Philibert…

Muy abatida, Camille se sentó en un escalón y apoyó la cabeza sobre las rodillas.

Recapitulemos.

No veía a su madre desde hacía casi un mes. Tenía que espabilarse porque si no la tía le montaría una crisis por todo lo alto con ambulancia y lavado gástrico incluido. Con el tiempo ya se había acostumbrado, pero bueno, nunca era agradable… Luego le costaba recuperarse… Ay, ay, ay… Siempre tan sensible esta niña…

Paulette controlaba perfectamente entre 1930 y 1990, pero perdía pie entre ayer y hoy, y la cosa iba de mal en peor. ¿Demasiada felicidad, tal vez? Era como si se estuviera dejando hundir tranquilamente… Además, ya no veía tres en un burro… Pero bueno, tampoco era para tanto… Ahora estaba echándose su siesta y luego vendría Philou a ver con ella el concurso de la tele, acertando todas las respuestas sin equivocarse nunca. A los dos les encantaba. Perfecto.

Y hablemos de Philibert. Ahora era a la vez Louis Jouvet y Sacha Guitry. Y se había puesto a escribir. Se encerraba en su habitación para escribir y ensayaba dos veces por semana. ¿Sin novedad en el frente sentimental? Bueno, si no hay noticias es que son buenas noticias.

Y Franck… Nada especial. Nada nuevo. Todo iba bien. Su abuela estaba bien cuidada, y su moto también. Sólo volvía a casa por la tarde para echarse la siesta y seguía trabajando los domingos. «Sólo un poco más, entiéndelo. No los puedo dejar colgados así como así… tengo que encontrarme un sustituto…»

A ver, a ver… ¿Un sustituto o una moto aún más grande? Muy listo el chaval. Muy listo… Y además, ¿para qué molestarse? ¿Dónde estaba el problema? Él no le había pedido nada a nadie, al fin y al cabo. Y, pasados los primeros días de euforia, había vuelto a enfrascarse en sus cacerolas. Por la noche, aplastaba a su chica contra la almohada, mientras Camille se levantaba para apagar la tele de la anciana… Pero… no importaba. No importaba… Camille prefería los documentales sobre la vejiga natatoria de las triglas y el último pis de Paulette tras la última infusión de la noche que su curro en Todoclean. Por supuesto, habría podido no trabajar en absoluto, pero no era lo suficientemente fuerte como para asumir algo así… La sociedad la había educado bien… ¿Era porque le faltaba confianza en sí misma, o justamente por lo contrario? ¿El miedo de encontrarse en una situación en la que podía ganarse la vida pisoteándola? Todavía tenía algún que otro contacto… Pero, ¿y luego qué? ¿Volver a escupirse a sí misma? ¿Dejar sus cuadernos de lado y volver a coger una lupa? Ya no tenía valor para ello. No es que ahora fuera mejor persona, sino que había envejecido. Uf.

No, el problema estaba tres pisos más arriba… Para empezar, ¿por qué no había querido abrirle? ¿Porque estaba colocado o porque estaba con el mono? ¿Sería verdad esa historia del tratamiento? A otro perro con ese hueso… ¡Una trola para camelarse a las niñas pijas y a las porteras! ¿Por qué sólo salía de noche? ¿Para que le dieran por culo antes de meterse un buen chute? Eran todos iguales… Unos mentirosos que te hacían creer cualquier cosa y se lo pasaban a lo grande mientras tú te morías de preocupación por ellos, los muy cabrones…

Cuando habló con Pierre por teléfono quince días atrás, ella también había vuelto a las andadas: ella también había empezado a mentir.

«Camille, soy Kessler. ¿De qué va toda esta historia? ¿Quién es ese tío que vive en mi buhardilla? Llámame inmediatamente.»

Gracias, señora Pereira, pero que muchas gracias.

Nuestra Señora de Fátima, ruega por nosotros.

Camille había cogido el toro por los cuernos:

– Es un modelo -le dijo antes incluso de saludarlo-, estamos trabajando juntos…

Hala, se acabó, Kessler ya no podía decir nada.

– ¿Un modelo?

– Sí.

– ¿Vives con él?

– No. Se lo acabo de decir: trabajo con él.

– Camille… Hoy… hoy tengo tantas ganas de confiar en ti… ¿Puedo hacerlo?

– …

– ¿Para quién lo haces?

– Para usted.

– ¿En serio?

– …

– Y… y qué…

– Todavía no lo sé. Sanguina, supongo…

– Bien…

– Bueno, pues nada, adiós…

– ¡Espera!

– ¿Sí?

– ¿Qué papel tienes?

– Del bueno.

– ¿Estás segura?

– Sí. Me lo vendió Daniel…

– Muy bien. Y aparte, ¿tú estás bien?

– Ahora estoy hablando con el marchante. Para el jijí jajá, ya le llamaré por la otra línea.

Clic.

Camille sacudió la caja de cerillas suspirando. Ya no tenía más remedio.

Esa noche, tras arropar en su cama a una viejita que de todas maneras no tendría sueño, Camille volvería a subir esos tres pisos y hablaría con él.

La última vez que había tratado de retener a su lado a un yonqui una noche, se había llevado una puñalada en el hombro… Vale, era distinto. Era su novio, Camille lo quería y todo eso, pero aun así… Ese favorcito le había costado caro…

Mierda. Se acabaron las cerillas. Oh, no… Nuestra Señora de Fátima y Hans Christian Andersen, no os vayáis, joder. Quedaos un poquito más.

Y como ocurre en el cuento, Camille se levantó, se tiró de las perneras del pantalón y fue a reunirse con su abuela en el Cielo…

9

– ¿Qué es?

– Oh… -dijo Philibert, moviendo la cabeza-, poca cosa en realidad…

– ¿Un drama antiguo?

– Nooooo…

– ¿Un vodevil?

Cogió su diccionario:

– Voceo… vociferar… vodca… vodevil… Comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco … Sí, es exactamente esto -dijo Philibert, cerrando el diccionario con un golpe seco-. Una comedia ligera.

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