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Herta Müller: El Hombre Es Un Gran Faisán En El Mundo

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Herta Müller El Hombre Es Un Gran Faisán En El Mundo

El Hombre Es Un Gran Faisán En El Mundo: краткое содержание, описание и аннотация

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«En rumano es muy frecuente decir: “He vuelto a ser un faisán”, que significa: “He vuelto a fracasar”, “No lo he logrado”. O sea, en rumano, el faisán es un perdedor.» Herta Müller El faisán es un ave que no vuela, vive en el suelo, es una presa fácil que no puede escapar. En esta obra la autora refleja la resignación y desesperanza interior de los años previos a su exilio. Aborda el destino de una familia de origen alemán que espera con ansiedad la autorización para abandonar Rumanía. Los personajes, asfixiados por unas fronteras no solamente geográficas, trazadas por los aparatos represivos de la dictadura, reflejan una gran tensión en sus vidas. «Precisamente ahora, 20 años tras la caída del muro de Berlín, es una señal maravillosa que se honre con el Nobel de Literatura a una escritora que ha vivido esta experiencia en carne propia.» Angela Merkel

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¡Toda la noche, tralalán!

Windisch mete una mano fría en el bolsillo de su chaqueta. No hay ninguna piedra en el bolsillo de su chaqueta. La canción está entre sus dedos. Windisch también canta suavemente:

¡Oiga señor, esto no puede ser!

¡Mi hija no se dejará joder!

¡Toda la noche, tralalán!

Como la piara de cerdos es tan grande allí arriba, entre las nubes, éstas se arrastran por encima del pueblo. Los cerdos callan. La canción se queda sola en la noche:

¡Madre mía, déjame joder!

Que estoy ya en edad de merecer.

¡Toda la noche, tralalán!

El camino a casa es largo. El hombre avanza en la oscuridad. La canción no tiene cuándo acabar:

¡Madre, préstame tu coñito,

que el mío es muy pequeñito!

¡Toda la noche, tralalán!

La canción es pesada. La voz es profunda. Hay una piedra en la canción. Sobre la piedra corre agua fría:

Hija, no te lo puedo prestar,

tu padre lo va a necesitar.

¡Toda la noche, tralalán!

Windisch saca la mano del bolsillo de su chaqueta. Pierde la piedra. Pierde la canción.

«Amalie», piensa Windisch, «separa la punta de los pies al caminar».

LA LECHE

Cuando Amalie tenía siete años, Rudi se la llevó por el maizal. Se la llevó hasta el final del huerto. «El maizal es el bosque», le dijo. Y entró con Amalie en el granero. «El granero es el castillo», le dijo.

En el granero había un tonel de vino vacío. Rudi y Amalie se metieron dentro. «El tonel es tu cama», dijo Rudi. Y le puso a Amalie cadillos secos en el pelo. «Tienes una corona de espinas», le dijo. «Estás hechizada. Te amo. Tienes que sufrir.»

Rudi tenía los bolsillos de su chaqueta llenos de trozos de vidrio policromados. Los puso alrededor del tonel. Los vidrios centelleaban. Amalie se sentó en el fondo del tonel. Rudi se arrodilló delante de ella. Le levantó el vestido. «Voy a beber tu leche», dijo Rudi. Y le chupó los pezones. Amalie cerró los ojos. Rudi le mordisqueó los botoncillos parduzcos.

A Amalie se le hincharon los pezones. Y rompió a llorar. Rudi salió al campo por la parte trasera del huerto. Amalie volvió corriendo a casa.

Tenía el pelo lleno de cadillos. Todo enmarañado. La mujer de Windisch le cortó las marañas con sus tijeras. Lavó los pezones de Amalie con infusión de manzanilla. «No vuelvas a jugar con él», le dijo. «El hijo del peletero está loco. De tanto animal disecado ha quedado mal de la cabeza.»

Windisch meneó la cabeza. «Amalie nos cubrirá de vergüenza», dijo.

LA OROPÉNDOLA

Entre las persianas había ranuras grises. Amalie tenía fiebre. Windisch no podía dormir. Pensaba en los pezones mordisqueados.

La mujer de Windisch se sentó al borde de la cama. «He tenido un sueño», dijo. «Soñé que subía al desván con el cedazo en la mano. En la escalera había un pájaro muerto. Era una oropéndola. Levanté al pájaro por las patas. Debajo de él había un puñado de moscas negras y gordas. Las moscas echaron a volar todas juntas. Y se instalaron en el cedazo. Yo sacudí el cedazo en el aire. Pero las moscas no se movían. Entonces abrí bruscamente la puerta, salí corriendo al patio y tiré el cedazo con las moscas sobre la nieve.»

EL RELOJ DE PARED

Las ventanas del peletero se han desvanecido en la noche. Rudi está tumbado sobre su abrigo y duerme. El peletero está echado con su mujer sobre un abrigo y duerme.

Windisch ve la mancha blanca del reloj de pared sobre la mesa vacía. En el reloj de pared vive un cuclillo. Siente las manecillas. Y canta. El peletero le ha regalado el reloj de pared al policía.

Dos semanas antes, el peletero le mostró una carta a Windisch. La carta venía de Munich. «Allí vive mi cuñado», dijo el peletero. Y puso la carta sobre la mesa. Con la punta del dedo buscó las líneas que quería leer en voz alta. «Deberíais traer vuestra vajilla y los cubiertos. Las gafas aquí son muy caras. Y los abrigos de piel, impagables.» El peletero volvió la hoja.

Windisch oye cantar al cuclillo. Huele los pájaros disecados a través del techo. El cuclillo es el único pájaro vivo en esa casa. Con su canto desgarra el tiempo. Los pájaros disecados apestan.

El peletero se echó a reír poco después. Había deslizado el dedo hasta una frase situada en el extremo inferior de la carta: «Las mujeres aquí no valen nada», leyó. «No saben cocinar. Mi mujer tiene que matarle los pollos a la dueña de la casa. La buena señora se niega a comer la sangre y el hígado. Tira el buche y el bazo. Y encima fuma todo el santo día y se va con el primero que aparece.»

«La peor de nuestras suabas», dijo el peletero, «vale más que la mejor alemana de por allí».

EL EUFORBIO

La lechuza ya no ulula. Se ha posado sobre un techo. «La vieja Kroner debe haberse muerto», piensa Windisch.

El verano anterior, la vieja Kroner había cortado flores del tilo del tonelero. El árbol se yergue al lado izquierdo del cementerio. Donde crece la hierba y florecen narcisos silvestres. Entre la hierba hay una charca. En torno a la charca se alinean las tumbas de los rumanos. Son chatas. El agua las atrae hacia la tierra.

El tilo del tonelero huele bien. El cura dice que las tumbas de los rumanos no forman parte del cementerio. Que las tumbas de los rumanos huelen distinto de las de los alemanes.

El tonelero solía ir de casa en casa. Llevaba un saco lleno de martillos pequeñitos. Con ellos fijaba los aros en los toneles. A cambio le daban de comer. Y le permitían dormir en los graneros.

El otoño tocaba a su fin. Por entre las nubes se veía ya el frío del invierno. Una mañana, el tonelero no se despertó. Nadie sabía quién era. Ni de dónde venía. «Un tipo así está siempre en camino», decía la gente.

Las ramas del tilo cuelgan sobre la tumba. «No hace falta escalera», decía la vieja Kroner. «No te mareas.» Y, sentada en la hierba, iba metiendo las flores en un cesto.

La vieja Kroner bebió todo un invierno infusión de tilo. Se vaciaba las tazas en la boca. Se volvió adicta al tilo. En las tazas acechaba la muerte.

La cara de la vieja Kroner resplandecía. La gente decía: «Algo florece en la cara de la vieja Kroner». Era una cara joven. Con una juventud que era debilidad. Con ese rejuvenecer que precede a la muerte. Cuando uno rejuvenece más y más, hasta que el cuerpo se derrumba. Más allá del nacimiento.

La vieja Kroner cantaba siempre la misma canción: «Junto al pozo, ante el portal, se yergue un tilo». Y le añadía nuevas estrofas. Cantaba estrofas de flores de tilo.

Cuando la vieja Kroner tomaba su infusión sin azúcar, las estrofas sonaban tristes. Al cantar se miraba en el espejo. Veía las flores de tilo en su cara. Y sentía sus heridas en el vientre y en las piernas.

La vieja Kroner cogía euforbio en el campo. Lo hacía hervir y se frotaba las heridas con el líquido pardusco. Sus heridas eran cada vez más grandes. Y despedían un olor cada vez más dulce.

La vieja Kroner acabó cogiendo todo el euforbio que había en los campos. Y cada vez hacía hervir más euforbio y hojas de tilo.

LOS GEMELOS

Rudi era el único alemán en la fábrica de vidrio. «Es el único alemán en toda la zona», decía el peletero. «Al principio, los rumanos se asombraban de que aún quedaran alemanes después de Hitler. ''Todavía hay alemanes", decía la secretaria del director, "todavía hay alemanes. Incluso en Rumania".»

«Eso tiene sus ventajas», opinaba el peletero. «Rudi gana mucho dinero en la fábrica. Y mantiene buenas relaciones con el tío de la policía secreta. Es un tipo alto y rubio. Y tiene ojos azules. Un alemán pintiparado. Rudi dice que es muy culto. Conoce todas las variedades de vidrios. Rudi le regaló un alfiler de corbata y unos gemelos de vidrio. Y valió la pena», decía el peletero. «El hombre nos ayudó muchísimo con el pasaporte.»

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