Array Array - La ciudad y los perros

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Entraron a la cantina de oficiales y el capitán pidió una cerveza. Llenó él mismo los vasos. Brindaron.

— No he estado nunca en Puno–dijo el capitán–Pero creo que no está mal. Desde Juliaca se puede ir en tren o en auto. También puede darse sus escapadas a Arequipa, de vez en cuando.

— Sí–dijo Gamboa–Ya me acostumbraré.

— Lo siento mucho por usted–dijo el capitán–Aunque no lo crea, yo lo estimo, Gamboa. Recuerde que se lo advertí. ¿Conoce ese refrán? «Quien con mocosos se acuesta…» Y, además, no olvide en el futuro que en el Ejército se dan lecciones de reglamento a los subordinados, no a los superiores.

— No me gusta que me compadezcan, mi capitán. Yo no me hice militar para tener la vida fácil. La guarnición de Juliaca o el Colegio Militar me da lo mismo.

— Tanto mejor. Bueno, no discutamos. Salud.

Bebieron lo que quedaba de cerveza en los vasos y el capitán volvió a llenarlos. Por la ventana se veía el descampado; la hierba parecía más alta y clara. La vicuña pasó varias veces: corría muy agitada mirando a todos los lados con sus ojos inteligentes.

— Es el calor–dijo el capitán, señalando al animal con el dedo–No se acostumbra. El verano pasado estuvo medio loca.

— Voy a ver muchas vicuñas–dijo Gamboa-. Y a lo mejor aprenderé quechua.

— ¿Hay compañeros suyos en Juliaca?

— Muñoz. El único.

— ¿El burro Muñoz? Es buena gente. ¡Un borracho perdido!

— Quiero pedirle un favor, mi capitán.

— Claro, hombre, diga no más.

— Se trata de un cadete. Necesito hablar con él a solas, en la calle. ¿Puede darle permiso?

— ¿Cuánto tiempo?

— Media hora a lo más.

— Ah–dijo el capitán, con una sonrisa maliciosa–Ajá.

— Es un asunto personal.

— Ya veo. ¿Va usted a pegarle?

— No sé–dijo Gamboa, sonriendo–A lo mejor.

— ¿A Fernández? — dijo el capitán, a media voz-. No vale la pena. Hay una manera mejor de fregarlo. Yo me

encargo de él.

— No es él–dijo Gamboa–El otro. De todos modos, ya no puede hacerle nada.

— ¿Nada? — dijo el capitán, muy serio- ¿Y si pierde el año? ¿Le parece poco?

— Tarde–dijo Gamboa–Ayer terminaron los exámenes.

— Bah–dijo el capitán-, eso es lo de menos. Todavía no están hechas las libretas.

— ¿Está hablando en serio?

El capitán recobró de golpe su buen humor:

— Estoy bromeando, Gamboa–dijo riendo-, no se asuste. No cometeré ninguna injusticia. Llévese al cadete ése y haga con él lo que se le antoje. Pero, eso sí, no le toque la cara; no quiero tener más líos.

— Gracias, mi capitán–Gamboa se puso el quepí–Ahora tengo que irme. Hasta pronto, espero.

Se dieron la mano. Gamboa fue hasta las aulas, habló con un suboficial y regresó hacia la Prevención, donde había dejado su maleta. El teniente de servicio le salió al encuentro.

— Ha llegado un telegrama para ti, Gamboa.

Lo abrió y lo leyó rápidamente. Luego lo guardó en su bolsillo. Se sentó en la banca–los soldados se pusieron de pie y lo dejaron solo–y quedó inmóvil, con la mirada perdida.

— ¿Malas noticias? — le preguntó el oficial de servicio.

— No, no–dijo Gamboa-. Cosas de familia.

El teniente indicó a uno de los soldados que preparara café y preguntó a Gamboa si quería una taza; éste asintió. Un momento después, el Jaguar apareció en la puerta de la Prevención. Gamboa bebió el café de un solo trago y se incorporó.

— El cadete va a salir conmigo un momento–dijo al oficial de guardia–Tiene permiso del capitán.

Cogió su maleta y salió a la avenida Costanera. Caminó por la tierra aplanada, al borde del abismo. El Jaguar lo seguía a unos pasos de distancia. Avanzaron hasta la avenida de las Palmeras. Cuando perdieron de vista el Colegio, Gamboa dejó su maleta en el suelo. Sacó un papel del bolsillo.

— ¿Qué significa este papel? — dijo.

— Ahí está bien claro todo, mi teniente–repuso el Jaguar–No tengo nada más que decir.

— Yo ya no soy oficial del Colegio–dijo Gamboa-. ¿Por qué se ha dirigido a mí? ¿Por qué no se presentó al capitán de año?

— No quiero saber nada con el capitán–dijo el Jaguar. Estaba un poco pálido y sus ojos claros rehuían la mirada de Gamboa. No había nadie por los alrededores. El ruido del mar se oía muy próximo. Gamboa se limpió la frente y echó atrás el quepí: el fino surco apareció bajo la visera, más rojizo y profundo que los otros pliegues de la frente.

— ¿Por qué ha escrito esto? — repitió- ¿Por qué lo ha hecho?

— Eso no le importa–dijo el Jaguar, con voz suave y dócil–Usted lo único que tiene que hacer es llevarme donde el coronel. Y nada más.

— ¿Cree que las cosas se van a arreglar tan fácilmente como la primera vez? — dijo Gamboa-. ¿Eso cree? ¿0 quiere divertirse a mi costa?

— No soy ningún bruto–dijo el Jaguar, e hizo un ademán desdeñoso-. Pero yo no le tengo miedo a nadie, mi teniente, sépalo usted, ni al coronel ni a nadie. Yo los defendí de los de cuarto cuando entraron. Se morían de miedo de que los bautizaran, temblaban como mujeres y yo les enseñé a ser hombres. Y a la primera, se me voltearon. Son, ¿sabe usted qué?, unos infelices, una sarta de traidores, eso son. Todos.

Estoy harto del Colegio, mi teniente.

— Basta de cuentos–dijo Gamboa-. Sea franco. ¿Por qué ha escrito este papel?

— Creen que soy un soplón–dijo el Jaguar-. ¿Ve usted lo que le digo? Ni siquiera trataron de averiguar la verdad, nada, apenas les abrieron los roperos, los malagradecidos me dieron la espalda. ¿Ha visto las paredes de los baños? 'Jaguar, soplón», «Jaguar, amarillo», por todas partes. Y yo lo hice por ellos, eso es lo peor. ¿Qué podía ganar yo? A ver, dígame, mi teniente. Nada, ¿no es cierto? Todo lo hice por la sección. No quiero estar ni un minuto más con ellos. Eran como mi familia, por eso será que ahora me dan más asco todavía.

— No es verdad–dijo Gamboa-; está mintiendo. Si la opinión de sus compañeros le importa tanto, ¿prefiere que sepan que es–un asesino?

— No es que me importe su opinión–dijo el Jaguar sordamente–Es la ingratitud lo que me enferma, nada más.

— ¿Nada más? — dijo Gamboa, con una sonrisa burlona Por última vez, le pido que sea franco. ¿Por qué no les–dijo que fue el cadete Fernández el que los denunció?

Todo el cuerpo del Jaguar pareció replegarse, como sorprendido por una instantánea punzada en las

entrañas.

— Pero el caso de él es distinto–dijo, ronco, articulando con esfuerzo–No es lo mismo, mi teniente. Los otros me traicionaron de pura cobardía. Él quería vengar al Esclavo. Es un soplón y eso siempre da pena en un hombre, pero era por vengar a un amigo, ¿no ve la diferencia, mi teniente?

— Lárguese–dijo Gamboa–No estoy dispuesto a perder más tiempo con usted. No me interesan sus ideas sobre la lealtad y la venganza.

— No puedo dormir–balbuceó el Jaguar-. Ésa es la verdad, mi teniente, le juro por lo más santo. Yo no sabía lo que era vivir aplastado. No se enfurezca y trate de comprenderme, no le estoy pidiendo gran cosa. Todos dicen «Gamboa es el más fregado de los oficiales, pero el único que es justo». ¿Por qué no me escucha lo que le estoy diciendo?

— Sí–dijo Gamboa-. Ahora sí lo escucho. ¿Por qué mató a ese muchacho? ¿Por qué me ha escrito ese papel?

— Porque estaba equivocado sobre los otros, mi teniente; yo quería librarlos de un tipo así. Piense en lo que pasó y verá que cualquiera se engaña. Hizo expulsar a Cava sólo para poder salir a la calle unas horas, no le importó arruinar a un compañero por conseguir un permiso. Eso lo enfermaría a cualquiera.

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