Array Array - La ciudad y los perros

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La ciudad y los perros» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La ciudad y los perros: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La ciudad y los perros»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La ciudad y los perros — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La ciudad y los perros», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Alberto sintió que lo cogían del brazo. Vio un rostro sinuoso, que no recordaba. Sin embargo, el muchacho le sonreía como si se conocieran. Tras él, se mantenía rígido otro cadete, más pequeño. No podía verlos bien; eran sólo las seis de la tarde, pero la neblina se había adelantado. Estaban en el patio de quinto, en las proximidades de la pista. Grupos de cadetes circulaban de un lado a otro.

— Espera, poeta — dijo el muchacho–Tú que eres un sabido, ¿no es cierto que ovario es lo mismo que huevo, sólo que femenino?

— Suelta — dijo Alberto-. Estoy apurado.

— No friegues, hombre–insistió aquél–Sólo un momento. Hemos hecho una apuesta.

— Sobre un canto — dijo el más pequeño, acercándose–Un canto boliviano. Éste es medio boliviano y sabe

canciones de allá. Cantos bien raros. Cántaselo, para que vea.

— Te digo que me sueltes — dijo Alberto–Tengo que irme.

En vez de soltarlo, el cadete le apretó el brazo con más fuerza. Y cantó:

Siento en el ovario un dolor profundo; es el peladingo que ya viene al mundo.

El más pequeño se rió.

— ¿Vas a soltarme?

— No. Dime primero que si es lo mismo.

— Así no vale — dijo el pequeño-. Lo estás sugestionando. — Sí es lo mismo–gritó Alberto y se libró de un tirón. Se alejó. Los muchachos se quedaron discutiendo. Caminó muy rápido hasta el edificio de los oficiales y allí dobló; estaba sólo a diez metros de la enfermería y apenas distinguía sus muros: la neblina había borrado puertas y ventanas. En el pasillo no había nadie; tampoco en la pequeña oficina de la guardia. Subió al segundo piso, venciendo de dos en dos los escalones. Junto a la entrada, había un hombre con un mandil blanco. Tenía en la mano un periódico pero no leía: miraba la pared con aire siniestro. Al sentirlo, se incorporó.

— Salga de aquí, cadete–dijo-. Está prohibido.

— Quiero ver al cadete Arana.

— No — dijo el hombre, de mal modo–Váyase. Nadie puede ver al cadete Arana. Está aislado.

— Tengo urgencia–insistió Alberto-. Por favor. Déjeme hablar con el médico de turno.

— Yo soy el médico de turno.

— Mentira. Usted es el enfermero. Quiero hablar con el médico.

— No me gustan esas bromas — dijo el hombre. Había dejado el periódico en el suelo.

— Si no llama al médico, voy a buscarlo yo — dijo Alberto–Y pasaré aunque usted no quiera.

— ¿Qué le pasa, cadete? ¿Está usted loco?

— Llame al médico, carajo–gritó Alberto–Maldita sea, llame al médico.

— En este colegio todos son unos salvajes — dijo el hombre. Se puso de pie y se alejó por el corredor. Las paredes habían sido pintadas de blanco, tal vez recientemente, pero la humedad las había ya impregnado de llagas grises. Momentos después, el enfermero apareció seguido de un hombre alto, con anteojos.

— ¿Qué desea, cadete?

— Quisiera ver al cadete Arana, doctor.

— No se puede–repuso el médico, haciendo un ademán de impotencia-. ¿No le ha dicho el soldado que está prohibido subir aquí? Podrían castigarlo, joven.

— Ayer vine tres veces — dijo Alberto-. Y el soldado no me dejó pasar. Pero hoy no estaba. Por favor, doctor quisiera verlo aunque sea un minuto.

— Lo siento muchísimo. Pero no depende de mí. Usted sabe lo que es el reglamento. El cadete Arana está aislado. No lo puede ver nadie. ¿Es pariente suyo?

— No — dijo Alberto–Pero tengo que hablar con él. Es algo urgente.

El médico le puso la mano en el hombro y lo miró compasivamente.

— El cadete Arana no puede hablar con nadie–dijo–Está inconsciente. Ya se pondrá bueno. Y ahora salga de aquí. No me obligue a llamar al oficial.

— ¿Podré verlo si traigo una orden del mayor jefe de cuartel?

— No — dijo el médico–Sólo con una orden del coronel.

Iba a esperarla a la salida de su colegio dos o tres veces por semana, pero no siempre me acercaba. Mi madre se había acostumbrado a almorzar sola, aunque no sé si de veras creía que me iba a casa de un amigo. De todos modos, le convenía que yo faltara, así gastaba menos en la comida. Algunas veces, al verme regresar a casa a mediodía, me miraba con fastidio y me decía: "¿hoy no vas a Chucuito?». Por mí, hubiera ido todos los días a buscarla a su colegio, pero en el Dos de Mayo no me daban permiso para salir antes de la hora. Los lunes era fácil, pues teníamos educación física; en el recreo me escondía detrás de los pilares hasta que el profesor Zapata se llevara al año a la calle; entonces me escapaba por la puerta principal. El profesor Zapata había sido campeón de box, pero ya estaba viejo y no le interesaba trabajar; nunca pasaba lista. Nos llevaba al campo y decía: 'Jueguen fútbol que es un buen ejercicio para las piernas; pero no se alejen mucho». Y se sentaba en el pasto a leer el periódico. Los martes era imposible salir antes; el profesor de matemáticas conocía a toda la clase por su nombre. En cambio el miércoles teníamos dibujo y música y el doctor Cigüeña vivía en la luna; después del recreo de las once me salía por los garajes y tomaba el tranvía a media cuadra del colegio.

El flaco Higueras me seguía dando plata. Siempre esperaba en la Plaza de Bellavista para invitarme un trago, un cigarrillo y para hablarme de mi hermano, de mujeres, de muchas cosas. «Ya eres un hombre, me decía. Hecho y derecho.» A veces me ofrecía dinero sin que yo se lo pidiera. No me daba mucho, cincuenta centavos o un sol, cada vez, pero bastaba para el pasaje. Iba hasta la Plaza Dos de Mayo, seguía la avenida Alfonso Ugarte hasta su colegio y me paraba siempre en la tienda de la esquina. Algunas veces me acercaba y ella me decía: «hola, ¿hoy también saliste temprano?» y luego me hablaba de otra cosa y yo también. «Es muy inteligente, pensaba yo; cambia de tema para no ponerme en apuros.» Caminábamos hacia la casa de sus tíos, unas ocho cuadras, y yo procuraba que fuéramos bien despacio, dando pasitos cortos o parándome a mirar las vitrinas, pero nunca demoramos más de media hora. Conversábamos de las mismas cosas, ella me contaba lo que ocurría en su colegio y yo también, de lo que estudiaríamos en la tarde, de cuándo serían los exámenes y si aprobaríamos el año. Yo conocía de nombre a todas las chicas de su clase y ella los apodos de mis compañeros y profesores y los chismes que corrían sobre los muchachos más sabidos del Dos de Mayo. Una vez pensé que le diría: «anoche me soñé que éramos grandes y nos casábamos». Estaba seguro que ella me haría preguntas y ensayé muchas frases para no quedarme callado. Al día siguiente, mientras caminábamos por la avenida Arica, le dije de repente: «oye, anoche me soñé…» — ¿Qué cosa?, ¿qué soñaste?», me preguntó. Y yo sólo le dije: «que pasábamos de año los dos». «Ojalá que ese sueño se cumpla», me contestó.

Cuando la acompañaba, cruzábamos siempre a los alumnos de La Salle, con sus uniformes café con leche, y ese era otro tema de conversación. «Son unos maricas, le decía; no tienen ni para comenzar con los del Dos de Mayo. Esos blanquiñosos se parecen a los del Colegio de los Hermanos Maristas del Callao, que juegan fútbol como mujeres; les cae una patada y se ponen a llamar a su mamá; mírales las caras, no más.» Ella se reía y yo seguía hablando de lo mismo, pero al fin se me agotaba el tema y pensaba: «ya estamos llegando». Lo que me ponía más nervioso era la idea de que se aburriera al oírme contar siempre las mismas historias, pero me consolaba pensando que ella también me hablaba muchas veces de lo mismo y a mí eso nunca me parecía cansado. Me contaba dos y hasta tres veces la película que veía con su tía los lunes femeninos. Precisamente, hablando de cine me atreví una vez a decirle algo. Ella me preguntó si había visto no sé qué película y le dije que no. «Nunca vas al cine, ¿no?», me preguntó. «Ahora no mucho, le dije, pero el año pasado iba. Con dos muchachos del Dos de Mayo gorreábamos la vermouth de los miércoles en el Sáenz Peña; el primo de uno de mis amigos era policía municipal y cuando estaba de servicio nos hacía pasar a cazuela. Apenas se apagaban las luces nos bajábamos a platea alta; están separadas por una madera que cualquier la salta.» "¿Y nunca los chaparon?», dijo ella, y yo le dije: «quién nos iba a chapar si el municipal era el primo de mi amigo», y ella me dijo: "¿por qué este año no hacen lo mismo?». «Ahora van los jueves, le dije, porque al municipal le han cambiado su día de servicio.» "¿Y tú no vas?», me preguntó. Y yo sin darme cuenta le contesté: «prefiero ir a tu casa a estar contigo». Y apenas se lo dije me di cuenta y me callé. Fue peor porque ella se puso a mirarme muy seria y yo pensé: «ya se enojó». Y entonces dije: «pero quizá una de estas semanas vaya con ellos. Aunque, la verdad, no me gusta mucho el cine». Y le hablé de otra cosa, pero sin dejar de pensar en la cara que había puesto, una cara distinta a la de siempre, como si al oírme se le hubieran ocurrido las cosas que no me atrevía a decirle.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La ciudad y los perros»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La ciudad y los perros» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La ciudad y los perros»

Обсуждение, отзывы о книге «La ciudad y los perros» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x