Array Array - Los aires dificiles
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los aires dificiles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
mayor.
Nicanor celebró con ruidosas carcajadas aquella presentación, ante la que el
propio Juan sonrió.
—Sí, sí… –Conchi avanzó hacia él y le toqueteó los bordes de la camisa, como si
quisiera arreglarle el cuello, y sus uñas larguísimas, curvadas, pintadas de
granate, imprimieron un sesgo inquietante, ajeno, al mismo ademán con el que su
madre le despedía todos los días en la puerta de casa–, llámalo como quieras
pero es bastante más guapo que tú, mira lo que te digo –y se volvió de golpe,
como si pretendiera atrapar a Damián, que sonreía–. Ya me figuro por qué no lo
has traído antes.
—¿A quién, a éste? –su hermano lo señaló con el dedo antes de dejar caer toda la
mano en un gesto de desprecio–. Pero si está todo el día estudiando, si es un
pardillo. Se ahoga en un vaso de agua, ya te lo he dicho.
—Muy bien –ella acarició la garganta de Juan con el filo de sus uñas, como
esbozando una despedida provisional–, será lo que tú quieras pero ahora, de
momento, se va a tomar otra copa. Yo le invito. Ya sabéis que los buenos chicos
son mi debilidad.
Era la segunda vez que una mujer le llamaba buen chico en el mismo día. Juan
Olmedo sintió la tentación de replicar para sí mismo que su debilidad, a cambio,
debían de ser las chicas malas, pero al seguir a Conchi con los ojos, mientras
volvía a ocupar su sitio al otro lado de la barra, la encontró demasiado vieja, y
demasiado parecida a las gárgolas de piedra de las catedrales góticas, como para
vincular sus palabras a las que Charo había pronunciado por teléfono para
arruinarle el postre de aquel día, y el del día siguiente, y el del otro, todos los
postres que le quedaban. Aquella conversación le seguía escociendo en el oído,
en la garganta, en la lengua, incapaz de desprenderse del gusto repentinamente
amargo de las fresas que se habían congelado en su paladar mientras mantenía el
auricular del teléfono pegado a su oreja durante unos segundos largos como años
enteros. Demasiado bueno. Media docena de sílabas que masticar con todos los dientes para no lograr jamás desmenuzarlas, someterlas, entenderlas del todo. Demasiado bueno. Nada ni nadie lo eran en este mundo, nada ni nadie, se repitió, nada era demasiado bueno, nadie, excepto él.
El segundo whisky no logró posar ningún sabor nuevo en su boca, pero le prometió un atontamiento más agradable que el bucle infinito de aquellas dos palabras que se perseguían sin descanso entre sus cejas. Por eso levantó al fin la vista de la barra, se dio la vuelta y se dedicó a estudiar el panorama. Sus ojos, habituados ya a la penumbra, distinguieron con mucho más detalle los rostros y los cuerpos, los cazadores y los perros, los nudos y las anclas de las paredes.
El bar era pequeño, pero no había mucha gente. A su izquierda, Nicanor movía la cabeza con una frecuencia rítmica, constante, como si no acabara de decidirse entre una jovencita muy delgada, con el pelo largo, rubio sucio, los ojos furiosamente subrayados con una raya negra y aspecto de yonqui, que estaba sentada sola en una mesa, y una mujer más mayor, de unos treinta años, pelo corto, aspecto saludable y aire experto, que fumaba de pie, apoyada en la pared. Juan habría elegido a la segunda, pero no tenía intenciones de disputársela a Nicanor, porque no le gustaba lo suficiente como para demostrarse a sí mismo que Charo estaba equivocada. Tampoco le gustaban mucho las dos chicas que había escogido su hermano para hacer el tonto en medio del bar, ni otra mujer con aspecto triste y la cabeza como una escarola, que hablaba con un hombre canoso en una mesa próxima. Entonces, Damián se cansó de bailar y volvió a la barra con sus dos acompañantes, liberando el hueco preciso para que Juan descubriera en el banco del fondo dos piernas estupendas, perfectas, infinitas, que se extendían entre una minifalda de charol rojo y unos zapatos negros de tacón muy alto. Cuando su mirada alcanzó la consistencia de una garantía, la propietaria de las piernas las descruzó, las estiró un momento, descargando todo su peso en la mínima superficie de los tacones, y las dobló antes de levantarse, como si quisiera ofrecer a su admirador un catálogo completo de sus posibilidades. Luego se puso en marcha, salvó el escalón que separaba la antigua pista del resto del local, y echó a andar hacia él muy despacio. Juan recorrió el resto de su cuerpo con los ojos para dictaminar que, en general, estaba a la altura de aquellas dos piernas prodigiosas. No era una mujer joven pero tampoco madura. Tenía la cintura ligera, las caderas muy acentuadas, y un torso delgado, de hombros estrechos, del que brotaban dos pechos redondos, embutidos en un body negro, calado, que les daba una apariencia confitada, golosa, casi comestible.
Cuando había recorrido la mitad del camino, la mujer con pelo de escarola levantó la mano para detenerla, como si quisiera comentarle algo, y ella se inclinó para escuchar mejor. En aquel escorzo, la promesa de su escote habría trastornado a cualquiera, pero Juan ya le había visto la cara, angulosa, cansada, de una belleza difícil, poco convencional. Llevaba el pelo teñido de caoba y tenía los ojos oscuros, ojerosos, la nariz grande y algo más, un detalle que no conseguía
capturar del todo, un incierto aire familiar que jugueteaba con él, escamoteándole
su origen.
No era posible que la conociera, y sin embargo Juan tenía la sensación de
conocerla, o de conocer a alguien que se le parecía mucho, hasta demasiado.
—Oye –le dijo a Nicanor, que seguía moviendo la cabeza con la misma frecuencia
que antes, repartiendo equitativamente sus miradas y sus dudas–, esa tía…
—¡Ah, sí! La Gogó. Se llama Carmen, pero la llaman así porque de joven bailaba
en una discoteca.
Está buenísima.
—Sí. –Ésa era la verdad, que estaba buenísima.
—Y además se lo monta de puta madre, te la recomiendo, en serio, es…
En ese instante, Juan supo con certeza quién era, y lo dijo en voz alta, como si
existiera alguna posibilidad de que estuviera equivocado.
—Es la mujer del cerrajero de la calle Ávila, la que hace duplicados de llaves, ¿no?
—Justo –confirmó Nicanor, asintiendo con la cabeza–. Esa misma.
La había visto muchas veces, con la misma cara de cansada, las mismas ojeras,
envuelta en una bata verde, grande y polvorienta de virutas de metal, manejando
la máquina, la mano derecha en la palanca que mantenía las llaves en su sitio, los
ojos pendientes de la sierra que iba limando el filo del duplicado. Había hablado
con ella muchas veces, una mujer corriente, con la cara lavada y el pelo recogido
en una coleta, que estaba casi siempre sola en la tienda, porque el cerrajero solía
andar por ahí, abriendo cerraduras o instalándolas a domicilio.
—¡Pero si trabaja con su marido! Estoy harto de verla, siempre le encargamos a
ella las llaves.
¿Qué está haciendo aquí?
Nicanor le miró como si no hubiera entendido la pregunta, y tardó unos segundos
en contestar.
—¡Pues qué va a hacer! Sacarse unas pelillas, como todas.
—Unas pelillas…
—Sí. Aquí todo es de andar por casa, no te vayas a creer que son profesionales,
la Conchi…
–se calló de golpe cuando Juan, que parecía alelado hacía sólo un momento,
mientras repetía sus palabras como si las hubiera escuchado en otro idioma, sacó
un billete de mil pesetas y lo puso encima de la barra–. ¿Pero qué haces?
—Me voy.
—¿Qué? –Nicanor curvó los labios en una sonrisa tímida, indecisa entre la
incredulidad y la burla–. Anda, chaval, vuelve aquí, que al final va a resultar que
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los aires dificiles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.