Array Array - Los aires dificiles

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Claro que lo de los pollos asados sería buen negocio en verano, con tantas veraneantas sin ganas de guisar, pero en invierno, no sé yo… Otra cosa que también he pensado es que podríamos montar una tienda pequeña, de las que son de una cadena, una franquicia de ésas. Lo malo es que casi todas las baratas son de ropa, o de chucherías, o perfumerías y eso, que a ti te gustará menos, ¿no? Andrés asentía con la cabeza, olvidado ya de que las princesas, y los príncipes, y los ogros no existen. Ya lo había pensado yo, y es importante que a ti te guste, porque lo lógico es que si tus padres tienen una tienda, la heredes tú cuando seas mayor, por supuesto… Así pasaron mucho tiempo juntos, el padre hablando, el hijo escuchando, contemplando en el aire el castillo magnífico de su futuro, abriendo todas las puertas y las ventanas, escudriñando todos los huecos y los rincones, asomándose a cada balcón para ver un mundo distinto, una casa, una familia, una precisa representación de la armonía. Yo soy tu padre, y tú eres mi hijo, ¿no?

Los dos nos llamamos igual, el mismo nombre y el mismo apellido, y eso no va a cambiar nunca, nada puede cambiar eso… Cuando aquella imagen empezó a adquirir color y volumen, las sombras y los contornos de una escena tan auténtica como si pudiera verla a través de una ventana, romper el cristal y quedarse dentro y vivir en ella para siempre, su padre le pidió que le ayudara. Podrías echarme una mano, hablar con mamá, contarle nuestros planes… Sin ella, no hay nada que hacer, ya lo sabes.

—Yo… Hasta intenté convencer a mi madre, no sé si lo sabes –Juan negó con la cabeza, Andrés continuó, a pesar de que sus mejillas se estaban poniendo coloradas–. Parecía todo tan bonito, tan… tan real, que volviéramos a estar los tres juntos, que ellos tuvieran una tienda, que viviéramos felices, como en los cuentos…

Primero le pregunté que por qué no ponía un negocio con el dinero de la herencia, en vez de comprarse un piso, y ella me preguntó que si me había vuelto

loco, que adónde creía yo que iba a ir ella con cuatro millones. Entonces le dije que había gente que pensaba lo contrario, y me dijo que sí, pero que sería gente que sabe, o que tiene dinero de sobra para arriesgar una parte, pero que ella nunca había trabajado en nada que no fuera limpiar casas y que tampoco iba a tener en su vida más dinero que ése, y que era una locura arriesgarlo todo, así como así. ¿Y si monto algo y luego no va bien?, me preguntó, y yo… Bueno, yo le conté que había visto a mi padre, que él tenía muchas ideas, que me había dicho que estaba arrepentido y eso… Se fue derecha al teléfono y se puso como una fiera.

Él no la vio, pero la escuchó chillar desde la cocina. ¿Es que no tienes bastante con lo que me has hecho a mí, cabrón, hijo de puta? ¿Es que encima tienes que llenarle a tu hijo la cabeza de pájaros? Por supuesto que no voy a quedar contigo, no me interesa lo que tengas que decirme, y no me creo ni una palabra, ¿me oyes?, ni una palabra. No quiero volver a verte en mi vida, y no quiero que vuelvas a ver a Andrés. ¡Vete a la mierda! Esto es todo lo que tengo que decirte, y lo último que te voy a decir hasta el día que te mueras. Entonces colgó el teléfono y empezó a buscarle por la casa, hasta que le encontró detrás de la nevera. Vamos a ver, le dijo, furiosa todavía pero con lágrimas en los ojos, ¿tú estás tonto o qué?

¿Es que se te ha olvidado quién es tu padre? ¿No te acuerdas ya de que nunca se ha ocupado de ti, de que nunca nos ha dado ni un duro, de que ni siquiera te llama el día de tu cumpleaños? No te entiendo, Andrés, no puedo entenderlo, hijo.

Parece mentira que te creas tantos embustes. ¿No te das cuenta de que lo único que le importa es el dinero, que está buscando la manera de quitármelo, de quitártelo a ti, de quedarse con todo? Pero él aguantó el chaparrón sin mover un músculo, porque estaba preparado para escuchar cada palabra que su madre le escupía, cada lágrima que resbalaba ante sus ojos. Su padre se había anticipado a aquella escena, lo había previsto todo, le había dado el veneno y el antídoto. Ella de entrada no querrá escucharte, claro, le había dicho, porque está encoñada con el tío ese, el médico… Porque están liados, ¿a que sí? Ya lo sabía yo. Y la tonta de ella, que eso es lo que es, tonta, se estará haciendo ilusiones. ¡Como si fuera a casarse con ella!

Qué mujer más idiota, si está loca perdida, si lo dice hasta su madre, que es la persona que más la quiere en el mundo, porque, a ver, quién va a quererla más que tu abuela, pues nadie. Y él se aprovechará, como es lógico. Tonteará con ella hasta que se aburra, y luego, pues… si te he visto, no me acuerdo. Ahora, que ese tío es un cerdo, eso seguro, te lo digo yo, porque hay que ver, acostarse con una pobre mujer que está trabajando para ganarse la vida… Hay que ser un cerdo. La pondrá a limpiar el suelo de rodillas, ¿no?

Entonces se calló, le miró y no quiso decirle nada más, y él enrojeció como nunca antes, llegó a sentir el rojo, claro al principio, luminoso, caliente, que se espesó después para hacerse un grumo oscuro, capaz de asfixiarle con su propio espesor. Yo soy tu padre, Andrés, añadió luego, pasándole un brazo por los hombros,

estrechándole contra sí, yo soy tu padre y tú eres mi hijo y eso no va a cambiar nunca. Nunca. No hay nada que pueda cambiar eso. Él ya lo sabía cuando su madre le acorraló en la cocina, cuando le preguntó si se le había olvidado quién era su padre.

—Yo le dije que lo sentía, que no había podido hacer nada, y él me contestó que no me preocupara, que teníamos tiempo, que siguiera hablando con mamá de él, diciéndole que yo quería que volviera, que lo hiciera por mí, y que ella se ablandaría antes o después, que siempre había estado loca por él, que todo el mundo lo sabía… Él creía que todavía seguía mirando pisos, que no había decidido cuál iba a comprar, y yo… –ya no estaba seguro de que la expresión de Juan fuera la misma de antes, porque acababa de empezar a ver borroso–. Yo se lo dije. Se lo conté todo.

Y él se puso nervioso. Muy nervioso. Y su hijo no tuvo más remedio que darse cuenta. Le vio llamar la atención del camarero con un gesto brusco, dejar unas monedas sobre el mostrador para pagar los refrescos que habían tomado, volverse hacia él para darle un golpecito en el hombro, salir a la calle sin esperarle. Cuando Andrés pudo reaccionar, ya le llevaba un trecho enorme de ventaja. No, no pasa nada, no te preocupes, le dijo sin embargo cuando le alcanzó, es que acabo de darme cuenta de que tengo que irme, de que tendría que estar ya en Chipiona, se me había olvidado. Pasado mañana nos vemos, ¿vale? Acompáñame hasta la parada del autobús, anda, que hoy no he traído la bici… Su padre recuperó tan deprisa el tono, la sonrisa, la forma de andar de otras veces, que él se tragó la excusa de sus prisas aunque hubiera dejado tan pronto de correr. Vaya, lo del piso nos complica un poco la vida, ¿no? Porque, claro, cuando mamá firme los papeles, aunque luego pueda venderlo y eso, pues… Es una pena. Estoy por ir a verla, por hablar yo directamente con ella, ¿qué te parece? El cristal de la ventana se había hecho añicos, los objetos perdían color y volumen hasta confundirse en la palidez indefinida de los mundos irreales, el simulacro de una realidad sin sombras ni contornos. Él conocía bien esa clase de mundos, la naturaleza doble de las realidades falsas, la mansa hipocresía de los paisajes, de las personas, de los edificios, llevaba más de un año viviendo allí, disfrutando de las ventajas de la vida de los otros, usurpando una parte de esa vida que nunca sería suya, un bienestar que no le pertenecía, y siendo feliz a ratos, siempre por casualidad, siempre de prestado.

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