Array Array - Los aires dificiles
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los aires dificiles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
con la misma sonrisa reglamentaria en la boca, todos son buenos, para
tranquilizar a una madre, a un marido, a una mujer, a un hijo, todos son buenos,
Juan lo había visto, lo había escuchado demasiadas veces, todos son buenos, la
fórmula de reglamento, una radiante sonrisa profiláctica, y un cuerpo frágil,
fragilísimo, perdiéndose por el fondo de un pasillo tras una puerta con dos
batientes cuyos cantos de plástico se golpeaban entre sí, al cerrarse, con la
inquietante suavidad de la seda. Al otro lado quedaban las víctimas de su propia
concien cia, los torturados de la sala de espera, abandonados para siempre a su
suerte, a su fe en cualquier dios, en cualquier nombre del azar, o en la eficacia de
aquel simbólico compromiso colectivo con la ciencia y el progreso. Todos son
buenos.
Quizás fuera verdad, quizás fueran todos buenos, pero los había mejores y
peores, y todos serían buenos, pero no todos lo bastante.
Juan lo sabía. Respiró hondo.
Luego tal vez no habría vuelta atrás.
—¿Miguel?
—Sí.
—Es ella. Y ha sido su marido. Lo entiendes, ¿verdad?
Miguel Barroso tardó en contestar, como si de pronto le faltaran dientes para
masticar aquella noticia.
—¿Quieres que te mande una ambulancia?
—No, de momento no, voy a llegar yo antes. Si esto se pone feo, llamo y la pido.
—Muy bien, voy a decirles que se preparen, por si acaso. Y no te preocupes por
nada. Como si fuera mi hija, yo me encargo…
La había besado en la boca para tapársela, para impedirle hablar, sin saber ni
siquiera qué le iba a decir, sólo por si intentaba decirle que le quería. Se lo había
dicho ya alguna vez, de otra manera, con palabras oblicuas, transversales,
tranquilizadoramente ambiguas, ese sorprendente instinto que se confunde con la
inteligencia en las arañas gordas y astutas que tejen su tela sin descansar, pero
sin apresurarse.
—¿Y qué vamos a hacer cuando les den las vacaciones a los niños?
Estaban desnudos sobre la cama, a mediodía, hacía mucho calor y los dos
sudaban, se recobraban a sí mismos con pereza, la casa estaba a oscuras, los
ventiladores del techo girando como locos, sin matizar apenas la sofocante
temperatura de un 4 de junio tropical y precoz.
—Mandarlos a la playa –él, incorporado sobre el codo de su brazo derecho, siguió
acariciándola despacio con su mano izquierda–, que es muy sana y abre mucho el
apetito.
Sin embargo no había sido tan fácil. Alfonso, que había arrancado a cambio el
compromiso de que Juan no le obligaría a volver a clase antes de que lo hiciera su
sobrina, siguió asistiendo a su centro hasta el 20 de julio, pero Andrés y Tamara
parecieron contagiarse entre sí el prodigioso don de la ubicuidad mientras se
perdían y se encontraban sucesivamente a lo largo de mañanas enteras. Y luego,
además, tenían amigos. Muchos amigos. Muchísimos amigos. Andrés llegaba a
casa de los Olmedo a las nueve, cuando su madre estaba entrando en la de Sara,
y aproximadamente una hora más tarde, se asomaba con Tamara al dormitorio de
Juan para despedirse hasta la hora de comer, pero a los diez minutos Tamara
entraba por la puerta del jardín, hola, soy yo, que vengo a por una pelota, para
salir después por la puerta principal, tres minutos antes de que Andrés siguiera
exactamente sus pasos, hola, soy yo, Tam, ¿coges la pelota o qué?, y volviera a
salir por el mismo sitio, cinco minutos antes de que su amigo Pablo, o Fernando,
o Laura, o Álvaro, o Teresa, o Lucía, o Curro, o Rocío llamaran al timbre, hola,
¿puede decirles a Andrés y a Tamara que salgan?, y un cuarto de hora más tarde
empezaba el baile de la puerta de la nevera, hola, soy yo, vengo a beber agua, hola, soy yo, vengo a beber agua, ¿habéis visto a Andrés?, no encuentro a Tam, ¿está por aquí?, y volvía a sonar el timbre para que cualquier niño descolgado saludara con mucha educación, hola, buenos días, vengo a buscar a Andrés, vengo a buscar a Tamara, ¿puedo entrar a beber agua?, es que en mi casa, no hay nadie, y Juan no lograba entender que sus amigos tuvieran problemas para encontrarlos porque no paraban de entrar y salir de casa, pero toleraba mucho mejor las irrupciones que fragmentaban sus mañanas salientes de guardia en pequeños ratos de un sueño accidentado, inquieto, que las que se multiplicaban después de comer, para echar a perder las dos horas escasas en las que a veces ni siquiera cabía con holgura la lujuria que había alimentado pacientemente durante una semana entera, Maribel, ¿has visto mis gafas de bucear?, mamá, danos la merienda, anda, que nos vamos a la playa, Maribel, que a mí no me gusta el foie–gras, hazme uno de mortadela, por favor, y le doy éste a Alvarito, que tiene siempre hambre, mamá, jo, que yo lo quería de foie–gras, ¿por qué me lo has hecho de mortadela?, hola, soy yo, que se me ha olvidado coger la tabla, buenas tardes, ¿está Andrés?, buenas tardes, veníamos a buscar a Tamara, hola, que soy yo, que vengo a por una botella de agua, hola, que soy yo, que vengo a por crema de protección de ésa para Rocío, que se le ha olvidado la suya y se va a quemar, hola, somos nosotros, que nos hemos vuelto ya porque en la playa se ha puesto un levantazo que no hay quien lo aguante, enciende la tele, anda, a ver qué ponen, ¿y por qué no nos vamos a la piscina, mejor?, bueno, vete a buscar a ésos, a ver qué hacemos, vale, ¿te vienes conmigo?, no, te espero aquí… —¿Por qué no le has abierto la puerta a Marina esta mañana? –le preguntó Tamara un día de julio, con acento ofendido, a la hora de comer–. Habíamos quedado, y como no nos ha encontrado, se ha tenido que ir a la compra con su madre, la pobre.
—¡Porque estaba durmiendo, hostia! –Juan se levantó, abrió los brazos, se cernió sobre la cabeza de la niña como los ogros de los cuentos y siguió chillando–. ¡Porque he estado toda la puta noche trabajando y estaba durmiendo! ¡Porque estoy hasta los cojones de que no me dejéis dormir!
Maribel se estiró hacia él desde el otro lado de la mesa, le puso una mano sobre el brazo derecho y se lo apretó.
—Lo siento –dijo Juan entonces–. Lo siento mucho, pero es que es verdad. No me dejáis dormir.
Aquella tarde, los dos niños se marcharon juntos y enseguida, después del postre, no volvieron a aparecer hasta las seis y media y, si llegaron a ver su bolso y sus zapatos en el aseo de la planta baja, ninguno de los dos preguntó dónde estaba Maribel, ni por qué no se había marchado todavía, ni ninguna otra cosa. Cogieron los bocadillos que estaban preparados encima de la encimera y salieron zumbando. A la mañana siguiente, Andrés fabricó un cartel con una cartulina blanca y rotuladores de colores, «No llaméis al timbre.
Juan está durmiendo». Una semana después, el cartel se había perdido, el timbre volvía a echar humo, y Alfonso había estrenado ya sus vacaciones. Todos esos
contratiempos eran vulgares, razonables, previsibles. Que en la bahía de Cádiz el
cielo se nublara a las tres de la tarde del último jueves del mes de julio, siendo
raro, tampoco llegaba a ser extraordinario. Que media hora después, una luz
anémica sostuviera a duras penas el telón apagado y sucio, gris, contra el que se
dejan morir de languidez los tristes atardeceres de noviembre, ya era, en la
opinión de Juan Olmedo, pura mala leche, un signo insuperable de animosidad
atmosférica. Él fue el primero en comprender lo que se le venía encima.
—No me jodas… –murmuró, y nadie pareció escucharle.
—¡Va a llover! –gritó entonces Tamara–. ¿A que es increíble?
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los aires dificiles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.