Array Array - Los aires dificiles
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los aires dificiles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Debería contárselo todo a Juan. En la primera ocasión, con naturalidad, sin
exagerar ni omitir nada. Ésa era la opción lógica, la más sensata, la más
conveniente para él además, seguramente. En teoría, la visita de aquel hombre
no tendría por qué significar una amenaza para nadie. Sara repasó una y otra vez
la dirección de los cálculos de Ramón Martínez y la encontró correcta, muy sólida,
casi irreprochable. Y sin embargo, estaba segura de que se había equivocado, de que tras la silueta oscura y vulgar de aquel policía con nombre de chiste había mucho más que una herencia, una multa, un embargo. Estaba segura pero no tenía ningún argumento para sostener su seguridad ante sí misma, sólo indicios dispersos, dudosos, trabados con la inconsistente argamasa de su imaginación, ni siquiera sospechas.
Sabía que Damián Olmedo se había muerto al caerse por una escalera. Sabía que su hermano Alfonso sucumbía a un pánico instantáneo y sin condiciones ante cualquier policía calvo y gordo, vestido de uniforme. Sabía que Tamara había aprendido a manejar el mecanismo inocente, compasivo, de esas mentiras que son mejores que la verdad para todos. Y al llegar hasta ese punto, sabía también que ella se había aburrido mucho durante las eternas tardes de un otoño largo y húmedo, la estación del coñac y de las elucubraciones irresponsables.
Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Tanto, que ya ni siquiera le tentaba la solución de un misterio que había archivado como un pálido pasatiempo, ni siquiera una obsesión, mucho antes de que un desconocido veraneante de Madrid se plantara en la puerta de su casa para darle forma y peso, volumen y existencia. Obedeciendo a un instinto de posesión inverso al que tortura los sueños de los amantes celosos, Sara Gómez Morales se encontró pensando que no le interesaba ningún episodio de la vida anterior de los Olmedo, nada que hubiera sucedido antes de que el azar los invitara a formar parte de su propia vida, como si intuyera que de la tumba de un pasado muerto, tranquilo bajo la tierra, sólo podría nacer un nuevo fantasma del enemigo antiguo y conocido. Al fin y al cabo, ella era una experta en mudanzas, se había pasado la vida cambiando de casa, de objetivo, de lugar, sólo para encontrar un sitio donde quedarse. Y los Olmedo formaban parte de ese sitio estable y futuro tanto como ella misma. Si ellos se movían, Sara no lograría permanecer, aunque no abandonara la mitad del mundo que quedaba más allá de la raya que había trazado en el suelo. En esa inquietud se anclaban las raíces de su propio miedo y un deseo irresistible de no decir nada, de olvidar deprisa las advertencias de Ramón Martínez, de simular que ningún extraño había alterado la paz soleada y profunda de aquel verano, para que nada llegara a alterarla en realidad. Sin embargo, en medio de todo estaba Alfonso. Tan torpe, tan incapaz de defenderse, tan solo siempre en su mundo pequeño, pobre y deshabitado. Alfonso, que no podía hacerle daño a nadie, que apenas era capaz de hacérselo a sí mismo, pero que sufría como los demás y cuando se echaba a llorar les advertía, miradme, mirad cómo se me caen las lágrimas, porque estoy llorando, por eso se me caen, mirad, miradme. Sara, que no conocía a aquel hombre llamado Nicanor, temblaba al enfrentarlo con el pánico de Alfonso, y no podía olvidar el terror que le paralizó una vez, en aquella hamburguesería de El Puerto. Ella tampoco lograba imaginar qué clase de cuentas podría tener la policía con un crío como aquél, un niño pequeño de treinta y tres años al que ni siquiera se le podía exigir que fuera responsable de la limpieza de sus camisas, pero la imagen
de Alfonso solo, en un lugar extraño, acosado por las preguntas de un desconocido, tirándose con rabia del pelo hasta arrancárselo con las uñas, como hacía siempre que se sentía perdido en una situación determinada, cuando intuía que debería comprender lo que estaba sucediendo pero no lo lograba y terminaba castigándose con saña por su propia torpeza, le llenaba los ojos de lágrimas. Me hacen pruebas, le había dicho, yo odio las pruebas, las odio. Ése era el elemento más grave, el más siniestro del relato de Ramón Martínez. Ésa era también la clave del desconcierto en el que Sara Gómez nadaba en círculos concéntricos sin llegar a ninguna conclusión aceptable. Porque Juan Olmedo estaba protegido por la vida, por sus conocimientos, por su posición, por su experiencia, por su capacidad de tomar decisiones, pero su hermano Alfonso estaba condenado a vagar por el mundo desarmado y solo, desamparado en el desierto oceánico e inabarcable de una soledad tan absoluta que apenas su incomprensión lograba hacerla habitable, una soledad como una selva densa y tupida de las fieras más grandes y los peligros más pequeños, una soledad como una noche sin luna en el páramo llano donde se encuentran todos los vientos, una soledad como el hambre, como el dolor, como la mirada de un torturador. Alfonso siempre estaba solo, incluso cuando estaba con ellos, cuando todos le rodeaban, y le escuchaban, y le mimaban. Solo y en la compañía de ruidos que sólo él podía escuchar, de sombras que sólo él lograba ver, en la imposibilidad de nombrar, de expresar, de comprender las claves de un mundo real y sin embargo aterradoramente ajeno. Cuando Sara Gómez Morales volvió por fin a casa aquella tarde, era ya casi de noche y una ilusión fija, imaginaria pero tan dura en cambio como un mal recuerdo, se había apoderado de sus ojos, anteponiendo a los perfiles de cualquier objeto, en una pantalla translúcida y tan extensa como el horizonte, la imagen de una habitación blanca y desnuda donde Alfonso Olmedo, encogido y lloroso como un cachorro huérfano, estaba solo de verdad, con sus ruidos, y sus sombras, y las amenazas de un hombre furioso que no tenía rostro pero sí dos puños que estrellaba contra la pared a cada rato. Debería contárselo todo a Juan. Tenía que contárselo, en la primera ocasión, con naturalidad, sin exagerar ni omitir nada, pero en la puerta de su casa, justo encima del agujero que los niños habían fabricado en la moldura empujando con el dedo pulgar una chincheta tras otra durante meses, se encontró una nota escrita a mano, con la letra redonda y limpia de Tamara y una de esas faltas de ortografía que a final de curso le habían costado, por una injusticia, decía ella, medio punto en las calificaciones de todas las asignaturas. Estamos en casa, jugando al Monopoly. Bente si quieres.
Boy. Sara sonrió para sí misma y cruzó la calle. La puerta de los Olmedo estaba abierta. En el salón, media docena de niños miraban al tablero sin descuidar la vigilancia de sus propias posesiones, fajos de dinero y tarjetas con premio. Alfonso, sentado en un sofá, miraba la partida con un gesto de concentración que pretendía simular que lo entendía todo y demostraba a cambio que no comprendía nada. Sara se sentó a su lado y preguntó por Juan.
—Se ha ido a cenar sardinas asadas al chiringuito de los hermanos –le explicó su
sobrina–. A nosotros no nos apetecía, es que estamos hartos de comer sardinas,
¿sabes?, pero como a él le gustan tanto… Maribel se ha ido con él, porque ha
dicho que ella de lo que está harta es de cenar pizza.
—No me extraña –comprendió Sara.
—Nos hemos pedido unas, por cierto –Tamara se echó a reír, Andrés seguía
callado–. Ahora las traerán.
—Yo juego contigo –Alfonso la miraba, moviendo la cabeza.
—Pero si yo no estoy jugando.
—Ahora sí –insistió él–. Ahora jugamos tú y yo. Nos pedimos el caballo, ¿vale?
Cuando Juan y Maribel volvieron, ya habían conseguido desplumar a todos los
demás jugadores de la mesa. Tamara, hipotecada hasta las cejas, había
abandonado ya. Andrés y otra niña de la urbanización que se llamaba Laura
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los aires dificiles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.