Sara Gruen - Agua para elefantes

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Todos hemos querido cambiar de vida, todos hemos querido huir alguna vez.
Cuando el joven Jacob pierde todo, su familia y su futuro, y el mundo entero parece al borde del abismo en los difíciles años treinta, se aventura en un circo ambulante para trabajar como veterinario. Transcurren años de penuria y crueldad, pero también de ensueño y plenitud, pues Jacob encuentra en el deslumbrante espectáculo de los hermanos Banzini la amistad, al amor de su vida y a la traviesa elefanta Rosie.
Han transcurrido ya muchos años, pero Jacob no se resigna a la postración que el destino le depara. Con renovada valentía nos revelará un secreto impactante y decidirá emprender nuevas andanzas, cueste lo que cueste.
Sara Gruen, con un estilo apasionado y vibrante, ha escrito una novela aclamada por millones de libreros y lectores. Romance, lucha, asesinato, tragedia y humor integran el cartel de esta gran función que conmueve y asombra por igual.

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– ¿Me estás diciendo que no sabías nada? -pregunto.

– ¡Qué va, coño! ¿Qué te crees que soy? Nunca haría una cosa como ésa. Mierda. Joder. El pobre viejo. Espera un momento… -dice clavando los ojos en mí de repente-. ¿Dónde estabas tú?

– Por ahí -le digo.

Earl me mira unos instantes y luego baja los ojos al suelo. Se pone las manos en las caderas y suspira, moviendo la cabeza y pensando.

– Muy bien -dice-. Voy a averiguar a cuántos otros pobres incautos han tirado, pero déjame que te diga una cosa: a los artistas no los tiran por muy despreciables que sean. Si Walter ha desaparecido es que iban a por ti. Y si yo fuera tú, me pondría a andar ahora mismo y ni volvería la vista atrás.

– ¿Y si no lo puedo hacer?

Me mira con dureza. Mueve las mandíbulas de un lado a otro. Me observa largo rato.

– Estarás a salvo en la explanada a plena luz del día -dice por fin-. Si esta noche vuelves a subirte al tren ni te acerques al vagón de los caballos. Muévete por los vagones de plataforma y métete debajo de los carromatos. No dejes que te pillen y no bajes la guardia. Y lárgate del circo tan pronto como puedas.

– Lo haré. Puedes creerme. Pero hay un par de cabos sueltos que tengo que resolver antes.

Earl me echa una última y prolongada mirada.

– Intentaré ponerme en contacto contigo más tarde -dice. Luego se encamina a grandes pasos hacia la cantina, donde los hombres del Escuadrón Volador se están congregando en pequeños grupos con ojos inquietos y expresiones atemorizadas.

Aparte de Camel y Walter, han desaparecido otros ocho hombres, tres del tren principal y los demás del Escuadrón Volador, lo que significa que Blackie y sus secuaces se dividieron en cuadrillas para cubrir diferentes partes del tren. Al estar el circo al borde de la ruina, lo más probable es que a los trabajadores les hubieran dado luz roja de todas formas, pero no encima de un puente. Eso estaba reservado para mí.

Se me pasa por la cabeza que la conciencia me impidió matar a August al mismo tiempo que alguien intentaba cumplir sus órdenes de matarme.

Me pregunto qué habrá sentido al despertarse junto al cuchillo. Espero que comprenda que, aunque empezó como una amenaza, se ha transformado en una promesa. Se lo debo a todos y cada uno de los hombres que han sido arrojados del tren.

Deambulo por ahí toda la mañana, buscando a Marlena como un loco. No la encuentro por ninguna parte.

Tío Al se pasea con sus pantalones de cuadros blancos y negros y su chaleco escarlata, dando pescozones a todo aquel que no sea lo bastante rápido para retirarse de su camino. En un momento dado me ve y frena en seco. Nos enfrentamos separados por ochenta metros. Le miro insistentemente, intentando canalizar todo mi odio a través de mis ojos. Al cabo de unos segundos, sus labios dibujan una sonrisa fría. Luego hace un giro seco a la derecha y sigue su camino con sus acólitos pisándole los talones.

Cuando suben la bandera de la cantina a la hora de comer, observo desde lejos. Marlena está en la cola de la comida vestida con ropa de calle. Sus ojos examinan la multitud; sé que me está buscando y espero que sepa que me encuentro bien. Prácticamente nada más sentarse, August aparece de la nada y se sienta enfrente de ella. No lleva comida. Dice algo y luego alarga la mano y agarra a Marlena de la muñeca. Ella retrocede y se le derrama el café. Los que les rodean se vuelven para mirarles. Él la suelta y se levanta tan rápido que el banco cae al suelo. Luego se marcha a toda prisa. En cuanto se va, corro a la cantina.

Marlena sube la mirada, me ve y palidece.

– ¡Jacob!-exclama sin aliento.

Levanto el banco y me siento en el borde.

– ¿Te ha hecho daño? ¿Estás bien? -digo.

– Estoy bien. Pero ¿qué tal estás tú? He oído que… -las palabras se atascan en su garganta y se cubre la boca con la mano.

– Nos marchamos hoy mismo. Te estaré observando. Sal de la explanada cuando puedas y yo te seguiré.

Me mira, pálida.

– ¿Y qué hacemos respecto a Camel y Walter?

– Regresaremos a ver qué podemos averiguar.

– Necesito un par de horas.

– ¿Para qué?

Tío Al aparece en la entrada de la cantina y chasca los dedos por el aire. Earl se acerca a él desde el otro lado de la tienda.

– Tenemos algún dinero en la habitación. Entraré a por él cuando no esté -dice Marlena.

– No. No merece la pena arriesgarse -digo.

– Tendré cuidado.

– ¡No!

– Vamos, Jacob -dice Earl agarrándome del brazo-. El jefe quiere que te vayas de aquí.

– Dame sólo un segundo, Earl -le digo.

El suspira profundamente.

– Vale. Resístete un poco. Pero sólo un par de segundos, y después tengo que sacarte de aquí.

– Marlena -digo a la desesperada-, tienes que prometerme que no vas a ir allí.

– Tengo que hacerlo. La mitad del dinero es mío, y si no lo cojo no tendremos ni un centavo nuestro.

Me suelto de la mano de Earl y me planto delante de él. De su pecho, en realidad.

– Dime dónde está y yo iré a por él -murmuro mientras le clavo el dedo a Earl en el pecho.

– Dentro del banco de la ventana -susurra Marlena apresurada. Se levanta y rodea la mesa para colocarse a mi lado-. El banco se abre. Está en una lata de café. Pero probablemente sería más fácil para mí…

– Bueno, tengo que sacarte ya -dice Earl. Me da la vuelta y me retuerce el brazo detrás de la espalda. Me empuja hacia delante de manera que quedo doblado por la mitad.

Giro la cabeza hacia Marlena.

– Yo lo cojo. Tú no te acerques a ese vagón. ¡Prométemelo!

Me debato un poco y Earl me lo permite.

– ¡Te he dicho que me lo prometas! -siseo.

– Te lo prometo -dice Marlena-. ¡Ten cuidado!

– ¡Suéltame, hijo de puta! -le grito a Earl. Para disimular, naturalmente.

Él y yo hacemos una gran interpretación de mi expulsión de la carpa. Me pregunto si alguien se dará cuenta de que no me dobla el brazo lo suficiente como para hacerme daño. Pero compensa ese detalle lanzándome a unos tres metros por encima de la hierba.

Me paso toda la tarde espiando por las esquinas, escondiéndome detrás de las cortinas de las tiendas y acuclillándome bajo los carromatos. Pero ni una sola vez consigo acercarme al vagón 48 sin que me vean. Además, no he visto a August desde el almuerzo, o sea que es muy posible que esté allí. Así que sigo haciendo tiempo.

No hay función de tarde. A eso de las tres Tío Al se encarama a una caja en medio de la explanada e informa a todo el mundo de que más vale que el pase de la noche sea el mejor de sus vidas. No dice qué pasará si no es así, y nadie lo pregunta.

Así que se organiza un desfile improvisado, tras el cual se lleva a los animales a la carpa y los encargados de los dulces y de los otros puestos ponen en marcha sus negocios. La muchedumbre que ha seguido el desfile desde la ciudad se agolpa en el paseo, y al poco rato Cecil se está trabajando a los clientes delante de la feria.

Me encuentro pegado a la lona de la carpa de las fieras por fuera, y abro una de sus costuras para asomarme al interior.

Dentro, veo a August que trae a Rosie. Balancea el bastón de contera de plata bajo su vientre y detrás de sus patas traseras, amenazándola con él. La elefanta le sigue obedientemente, pero sus ojos están cargados de hostilidad. La conduce a su lugar habitual y le encadena la pata a la estaca. Ella mira la espalda encorvada del hombre con las orejas pegadas y luego, como si decidiera cambiar su actitud, bambolea la trompa y tantea el espacio que tiene delante. Encuentra un tentempié en el suelo y lo recoge. Curva la trompa hacia dentro y palpa el objeto con ella, comprobando su textura. Luego se lo lanza a la boca.

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