Me giro y veo a Rosie, que se precipita hacia mí con la trompa en ristre y la boca abierta. Me pego a las gradas y ella pasa barritando y levantando serrín con tal fuerza que deja tras de sí una nube de partículas de un metro de alto. August la sigue blandiendo el bastón.
La multitud ríe y vitorea creyendo que es parte del espectáculo. Tío Al permanece inmóvil en medio de la pista, estupefacto. Mira a la entrada trasera de la carpa con la boca abierta. Luego reacciona y da paso a Lottie.
Me pongo en marcha y busco a Marlena. Ella pasa a mi lado, una borrosa mancha rosa.
– ¡Marlena!
A lo lejos, August ya le está propinando una paliza a Rosie. Ella berrea y grita, levanta la cabeza y retrocede, pero él está desquiciado. Enarbola ese maldito bastón y lo deja caer por la parte de la pica, una vez, y otra vez, y otra. Marlena llega a donde están y August se vuelve hacia ella. El bastón cae al suelo. La mira con una intensidad febril, ignorando a Rosie por completo.
Reconozco esa mirada.
Corro hacia ellos. Antes de haber dado una docena de pasos, mis pies pierden el contacto con el suelo y me encuentro tirado boca abajo, con una rodilla en mi cara y uno de mis brazos retorcido en la espalda.
– ¡Quítate de encima, joder! -grito retorciéndome para liberarme-. ¿Qué puñetas te pasa? ¡Déjame!
– Cierra la boca -dice la voz de Blackie por encima de mí-. No vas a ir a ninguna parte.
August se inclina y se echa a Marlena al hombro. Ella le da puñetazos en la espalda, patalea y grita. Casi logra bajarse de su hombro, pero él la recoloca bien y se marcha.
– ¡Marlena! ¡Marlena! -aúllo debatiéndome con renovadas fuerzas.
Consigo liberarme de la rodilla de Blackie y estoy casi de pie cuando algo me golpea en la cabeza. El cerebro y los ojos me dan un salto en sus cavidades. Mi campo visual se llena de manchas negras y blancas y tengo la sensación de que me he quedado sordo. Al cabo de unos instantes empiezo a recuperar la visión, de fuera adentro. Aparecen caras y bocas que se mueven, pero yo sólo oigo un zumbido ensordecedor. Me tambaleo de rodillas intentando descubrir quién, qué y dónde, pero entonces el suelo se acerca inexorable a mí. Me siento incapaz de pararlo, así que me preparo para el golpe, pero es innecesario, porque las tinieblas me engullen antes de que se produzca.
– Shhh, no te muevas.
No me muevo, pero mi cabeza baila y rebota con los movimientos del tren. El silbato de la locomotora suena lastimero, un sonido distante que de algún modo logra atravesar el insistente zumbido de mis oídos. Todo mi cuerpo parece de plomo.
Noto en la frente algo frío y húmedo. Abro los ojos y veo un despliegue de colores y formas cambiantes. Cuatro brazos borrosos se mueven sobre mi cabeza y luego se unen en un solo miembro rechoncho. Tengo una arcada, mis labios forman involuntariamente un túnel. Giro la cabeza, pero no sale nada.
– No abras los ojos -dice Walter-. Estate quieto.
– Hrrmph -mascullo. Dejo que la cabeza caiga a un lado y el trapo se desliza. Un momento después me lo vuelven a poner.
– Te has llevado un buen golpe. Me alegro de que hayas vuelto.
– ¿Se está recuperando? -dice Camel-. Eh, Jacob, ¿todavía sigues con nosotros?
Tengo la sensación de estar saliendo de una mina profunda, me cuesta saber dónde estoy. Parece que me encuentro tumbado en el jergón. El tren ya está en movimiento. Pero ¿cómo he llegado aquí y por qué estaba dormido?
¡Marlena!
Abro los ojos de golpe. Hago un esfuerzo para levantarme.
– ¿No te he dicho que te esté quieto? -me riñe Walter.
– ¡Marlena! ¿Dónde está Marlena? -resuello y caigo de nuevo en la almohada. La cabeza me da vueltas. Es como si tuviera el cerebro suelto. Cuando abro los ojos es todavía peor, así que los cierro otra vez. Eliminado todo estímulo visual, la oscuridad parece más grande que mi cabeza, como si mi cavidad craneal se hubiera dado la vuelta de dentro afuera.
Walter está de rodillas a mi lado. Me quita el trapo de la frente, lo sumerge en agua y lo escurre. El agua cae de nuevo en la palangana con un sonido claro y cristalino, un repiqueteo familiar. El zumbido empieza a ceder, reemplazado por un dolor palpitante que cruza de un oído al otro por la parte de atrás del cráneo.
Walter vuelve a ponerme el trapo en la cara. Me limpia la frente, las mejillas y el mentón, dejándome la piel húmeda. La sensación de frescor me despeja y permite que me concentre en el exterior de mi cabeza.
– ¿Dónde está? ¿Le ha hecho daño?
– No lo sé.
Abro los ojos otra vez y el mundo se balancea violentamente. Me apoyo en los codos con dificultad, y en esta ocasión Walter no me empuja. En vez de eso, se inclina hacia mí y me observa los ojos.
– Mierda. Tienes las pupilas de diferente tamaño. ¿Te apetece beber algo? -dice.
– Eh… sí -jadeo. Me cuesta encontrar las palabras. Sé lo que quiero expresar, pero es como si el camino entre mi cerebro y mi boca estuviera relleno de algodón.
Walter cruza la habitación y una chapa de botella rebota en el suelo. Vuelve a mi lado y me pone una botella en los labios. Es zarzaparrilla.
– Me temo que no tengo nada mejor -dice pesaroso.
– Malditos polis-gruñe Camel-, ¿Estás bien, Jacob?
Quisiera contestar, pero mantenerme incorporado requiere toda mi atención.
– Walter, ¿está bien? -esta vez el tono de Camel es bastante más preocupado.
– Creo que sí -dice Walter. Deja la botella en el suelo-. ¿Quieres probar a sentarte? ¿O prefieres esperar unos minutos?
– Tengo que ir a buscar a Marlena.
– Olvídalo, Jacob. Ahora mismo no puedes hacer nada.
– Tengo que ir. ¿Y si él…? -la voz se me quiebra. Ni siquiera puedo acabar la frase. Walter me ayuda a sentarme.
– No puedes hacer nada ahora.
– Eso no lo puedo aceptar.
Walter se gira enfadado.
– Por el amor de Dios, ¿quieres escucharme por una vez en tu vida?
Su cólera me deja callado. Doblo las rodillas y me inclino de manera que apoyo la cabeza en los brazos. La siento pesada, enorme, al menos tan grande como mi cuerpo.
– Que estemos en un tren en marcha y tú sufras una contusión es lo menos grave. Estamos metidos en un lío. En un buen lío. Y en este momento lo único que puedes hacer es empeorar las cosas. Joder, si no te hubieran dejado sin sentido y no tuviéramos todavía a Camel aquí, esta noche yo no habría vuelto a subir a este tren.
Bajo la mirada al jergón entre las piernas e intento concentrarme en los profundos pliegues del tejido. Las cosas empiezan a calmarse, ya no se mueven tanto. A cada minuto que pasa, más y más partes de mi cerebro se van poniendo en funcionamiento.
– Mira -continúa Walter con una voz más suave-, nos faltan tres días para entregar a Camel. Y mientras tanto tenemos que arreglarnos lo mejor que podamos.
Eso significa vigilarnos las espaldas y no hacer ninguna tontería.
– ¿Entregar a Camel? -dice el aludido-. ¿Es así como pensáis de mí?
– ¡Por el momento, sí! -brama Walter-. Y tendrías que estar agradecido, porque ¿qué coño crees que pasaría si nos largáramos ahora mismo? ¿Mmmmm?
No surge ninguna respuesta del camastro.
Walter hace una pausa y suspira.
– Mira, lo que ha pasado con Marlena es horrible, pero ¡por el amor de Dios!, si nos vamos antes de Providence, Camel no tiene nada que hacer. Marlena va a tener que cuidar de sí misma los próximos tres días. Joder, que ya lo ha hecho durante cuatro años. Creo que puede aguantar tres días más.
Читать дальше