Peter Høeg - La señorita Smila y su especial percepción de la nieve

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La señorita Smila y su especial percepción de la nieve: краткое содержание, описание и аннотация

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Un día, poco antes de Navidad, la señorita Smila de regreso a su casa encuentra muerto en la nieve a su vecino y amigo, el pequeño Isaías. La versión oficial es que debió de resbalar y caerse. Pero Smila, que le cuidaba a veces y sentía especial ternura por él, sospecha que no es así. Los dos pertenecen a la pequeña comunidad de esquimales groelandeses que viven en Copenhague. Y Smila es, además, experta en las propiedades físicas del hielo. La investigación que lleva a cabo en privado acerca de la muerte de Isaías la conduce a la misteriosa muerte del padre de éste en una expedición secreta a Groenlandia, misión encomendada por una poderosa empresa danesa involucrada en una extraña conspiración que se remonta a la segunda guerra mundial.

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El rostro de Lukas está devastado por el asco.

– Antes, hasta el 92, solamente se había establecido Polaroil en el puerto de Faeringer. Un lugar pequeño. En un lado del fiordo había una estación de telecomunicaciones y una fábrica de conservas de pescado. En el otro lado, la planta. Dirigida por la Compañía Mercantil de Groenlandia. Podíamos atracar en la dársena hasta cincuenta mil toneladas. Cuando ya teníamos las mangueras flotantes, desembarcábamos. Sólo había un edificio destinado a viviendas, una cocina y una estación de bombeo. Olía a gasóleo por todas partes. Todo lo llevaban cinco hombres. Siempre nos tomábamos un Gintonic con el encargado de la cocina.

Su vertiente sentimental es nueva para mí.

– Debe de haber sido muy bonito -digo-. ¿También bailaban la polca y tocaban el acordeón?

Entorno los ojos.

– Se equivoca -me dice-. Estoy hablando de competencias. Y de libertad. Entonces el capitán ostentaba la autoridad suprema. Desembarcábamos y nos llevábamos a la tripulación, salvo el guardia del ancla. No había nada en el puerto de Faeringer. Sencillamente un lugar desierto, dejado de la mano de Dios entre Godthaab y Frederikshaab. Sin embargo, en esa nada solías dar unas vueltas, pasear, si tenías ganas.

Hace un gesto señalando el sistema de pontones que se levanta ante nosotros y los lejanos barracones de aluminio.

– Aquí hay tres tiendas francas. Disponen de un enlace permanente con tierra firme mediante helicóptero. También encontrarás un hotel y una estación de submarinismo. Una estafeta de Correos. Una oficina administrativa para Chevron, Gulf, Shell y Esso. En sólo dos horas son capaces de montar una pista de aterrizaje en la que puede tomar tierra un pequeño avión de reacción. El barco que tenemos delante tiene un tonelaje bruto de ciento veinticinco mil toneladas. Aquí hay desarrollo y progreso. Pero nadie puede desembarcar, Jaspersen. Suben a bordo si quieren algo de ti. Marcan tus pedidos en una lista, vienen con un canal de descarga portátil y descargan tu pedido a bordo. Si el capitán insiste en bajar a tierra, vienen un par de oficiales de seguridad a recogerte en el portalón de desembarco, cogiéndote de la mano hasta que hayas vuelto de nuevo a embarcar. Dicen que por el peligro de incendios. Por el peligro de sabotajes. Dicen que cuando la dársena está completa, hay mil millones de litros de petróleo en el puerto a la vez.

Está buscando otro cigarrillo pero el paquete está vacío.

– Es la esencia de la centralización. Bajo estas condiciones, los capitanes están próximos a desaparecer. Los marineros ya han dejado de existir.

Espero. Quiere algo de mí.

– ¿Esperaba haber podido desembarcar?

Sacudo la cabeza, negándolo.

– ¿Aunque ésta fuera su última posibilidad? ¿El final de trayecto? ¿Si sólo quedara el viaje de vuelta por delante?

Quiere saber cuánto sé yo.

– No estamos cargando -le digo-. Tampoco descargamos. Esto no es más que una recalada. Estamos esperando alguna cosa.

– Está haciendo conjeturas.

– No -le digo-. Sé adónde nos dirigimos.

Su actitud y su porte siguen siendo relajados. Pero ahora está en guardia.

– Cuéntemelo.

– A cambio, usted me tendrá que contar por qué estamos atracados en este lugar.

La piel de su rostro no está curtida. Es muy blanca y escamosa por el aire relativamente seco. Se humedece los labios. Ha apostado por mí como por una especie de seguro. Ahora se enfrenta a un nuevo y azaroso contrato. Lo que exige una confianza en mi persona que no tiene.

Sin decir ni una sola palabra, pasa por mi lado. Yo lo sigo hasta el puente. Cierro la puerta detrás de nosotros. Él se acerca a la mesa de derrota, ligeramente elevada.

– Muéstremelo -me dice.

La carta es una reproducción a escala 1:1.000.000 del estrecho de Davis. Al oeste atrapa la punta más extrema de la península de Cumberland. Hacia el noroeste, incluye la costa a lo largo de los bancos de Store Hellefisk.

Sobre la mesa, al lado de la carta náutica, está la carta de las heladas de la Central Meteorológica.

– El hielo mayor -le digo- ha estado este año, desde el mes de noviembre, a cien millas de la costa y nunca por encima de Nuuk. El hielo que la corriente de Groenlandia Occidental ha arrastrado más arriba se ha adentrado en el mar y se ha derretido porque en el estrecho de Davis se han sucedido tres inviernos suaves y, por tanto, está relativamente más caliente de lo habitual. La corriente, ahora sin hielo, continúa a lo largo de la costa. El golfo Disko tiene el mayor número de icebergs por unidad cuadrada del mundo. Durante los dos últimos años, el glaciar de Jakobshavn se ha movido cuarenta metros al día. Por lo que ahora los mayores icebergs están fuera de la Antártida.

Pongo un dedo sobre la carta de las heladas.

– Este año han sido empujados fuera del golfo ya en el mes de octubre, y llevados a lo largo de la costa por una ramificación de la turbulencia entre la corriente de Groenlandia Occidental y la corriente de Baffin. Incluso entre los escollos hay icebergs. Cuando partamos de aquí, Toerk nos pondrá rumbo hacia el noroeste hasta que estemos fuera de esta zona.

Su rostro es inexpresivo. Pero su concentración es la misma que pude observar sobre el fieltro verde de la ruleta.

– Desde el mes de diciembre, la corriente de Baffin ha arrastrado el hielo del oeste hasta la latitud 67. Éste se ha fundido con el hielo nuevo en algún lugar entre doscientas y cuatrocientas millas en el estrecho de Davis. Toerk nos quiere acercar a este límite. Posteriormente, el rumbo será hacia el norte.

– ¿Ha navegado antes por estas aguas, Jaspersen?

– Tengo miedo al agua. Pero sé bastante sobre el hielo.

Se inclina sobre la carta.

– No hay nadie que haya navegado más allá de Holsteinsborg en esta estación del año. Ni siquiera entre los escollos. La corriente convierte el hielo mayor y el del oeste en un banco macizo, en un suelo de hormigón. Tal vez podríamos navegar durante dos días con rumbo norte. ¿Qué es lo que pretende que hagamos en ese límite?

Me incorporo.

– No se puede jugar sin hacer ninguna apuesta, señor capitán.

Por un momento creo haberlo perdido para siempre. Entonces asiente con la cabeza.

– Es tal como usted dijo antes -me dice pesadamente-. Estamos esperando. Eso es lo que me han dicho. Estamos esperando a un cuarto pasajero.

El Kronos modifica el rumbo cinco horas antes. Fuera de la sala de oficiales, el sol está bajo y mortecino. Puedo decirlo con seguridad por su situación. Pero lo he notado con anterioridad.

En los comedores de los internados, la gente se apegaba a los asientos. En cualquier contexto inestable, los escasos puntos físicos de referencia suelen cobrar importancia. En el comedor del Kronos estamos también ahora sentados como si estuviéramos pegados a nuestros asientos. En la otra mesa, Jakkelsen está comiendo, introvertido y pálido, con la cabeza inclinada sobre el plato. Fernanda y María intentan evitar mirarme.

Maurice come de espaldas a mí. Sólo come con la ayuda de la mano derecha. La izquierda cuelga de un cabestrillo que desde el cuello baja por un vendaje grueso sobre el hombro. Lleva una camisa de trabajo en la que han cortado la manga izquierda para que quepa el vendaje.

Hay una sequedad en mi boca que se debe al miedo y que ya nunca desaparecerá mientras continúe a bordo.

Cuando salgo por la puerta, Jakkelsen me sigue inmediatamente.

– ¡Hemos modificado el rumbo! Nos dirigimos a Godthaab.

Decido limpiar la sala de oficiales. Si Verlaine fuera a por mí, se vería obligado a pasar por delante del puente. Si es cierto que nos dirigimos a Nuuk, tendrá que venir, no le quedará más remedio. No pueden dejar que desembarque en un puerto grande.

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