Peter Høeg - La señorita Smila y su especial percepción de la nieve

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La señorita Smila y su especial percepción de la nieve: краткое содержание, описание и аннотация

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Un día, poco antes de Navidad, la señorita Smila de regreso a su casa encuentra muerto en la nieve a su vecino y amigo, el pequeño Isaías. La versión oficial es que debió de resbalar y caerse. Pero Smila, que le cuidaba a veces y sentía especial ternura por él, sospecha que no es así. Los dos pertenecen a la pequeña comunidad de esquimales groelandeses que viven en Copenhague. Y Smila es, además, experta en las propiedades físicas del hielo. La investigación que lleva a cabo en privado acerca de la muerte de Isaías la conduce a la misteriosa muerte del padre de éste en una expedición secreta a Groenlandia, misión encomendada por una poderosa empresa danesa involucrada en una extraña conspiración que se remonta a la segunda guerra mundial.

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Permanezco durante cuatro horas en la sala de oficiales. Limpio los cristales, pulo los listones de latón y, finalmente, aplico aceite a los paneles de madera.

En un determinado momento, Kützow pasa por la sala. Al verme, se apresura a salir de allí.

Llega Sonne. Se queda de pie un rato, balanceándose. Me he puesto un vestido azul corto. Tal vez lo interprete como una invitación para que se quede. Pero, sin embargo, sería una lectura equivocada. Me lo he puesto para poder salir corriendo lo más rápido posible. Dado que no le animo a que se acerque, se vuelve a ir. Es demasiado joven para atreverse a tomar la iniciativa y no es lo suficientemente mayor como para ser insistente.

A las cuatro atracamos detrás del rascacielos rojo. Media hora después me reclaman desde el puente.

– En esta época del año -dice Lukas- no hay manera de llegar más al norte si no traes un rompehielos contigo. E incluso así, las posibilidades son escasas. La única posibilidad sería, en este caso, adentrarse todavía más en el mar. En caso contrario, acabaríamos atrapados en un golfo y, repentinamente, el hielo se cerraría detrás de nosotros y nos quedaríamos aislados.

Podría mentirle. Pero él representa uno de los escasos cabos que me quedan para agarrarme. Es un hombre que está cayendo en picado. Tal vez, en un futuro cercano podremos encontrarnos allá abajo.

– En la latitud 54 -digo- la profundidad del mar disminuye. Allí, un brazo de la corriente Oeste da un giro, alejándose de la costa. En ese punto se encuentra con la corriente Norte, que es relativamente más fría. Al oeste de los grandes bancos de pesca, una zona de tiempo inestable.

– El Mar de las Tinieblas. Nunca he estado allí.

– Un lugar en el que acaban reuniéndose los mayores témpanos de hielo de la Costa Este y del que no pueden escapar. Constituye un paralelo al Cementerio de los Icebergs, que se encuentra al norte de Upernarvik.

Con el ángulo de una regla señalo una zona oscura sobre la carta.

– Demasiado pequeño para estar demarcado nítidamente. A menudo, y puede que ahora, tiene la forma de un golfo alargado, como si se tratara de un fiordo en el banco de hielo. Peligroso pero, sin embargo, navegable. Sí es lo suficientemente importante. Incluso las pequeñas balandras de inspección danesas solían adentrarse en él a la caza de barcos pesqueros ingleses e irlandeses.

– Me pregunto por qué un barco de cabotaje de cuatro mil toneladas y una veintena de hombres navega en dirección al golfo de Baffin con el fin de adentrarse en una abertura peligrosísima en el hielo marítimo.

Cieno los ojos y reproduzco la imagen de un embrión ampliado, una pequeña figura que se dobla alrededor de su propio centro. Las fotografías que estaban colocadas encima de la carta náutica en la cubierta de botes.

– Porque hay una isla. La única isla alejada de la costa antes de Ellesmere Island.

Debajo de mi regla hay un punto tan pequeño que apenas existe.

– La isla de Gela Alta, descubierta por unos balleneros portugueses el siglo pasado.

– He oído hablar de ella -dice Lukas pensativo-. Una reserva de aves. Hace demasiado mal tiempo allí, incluso para los pájaros. Está prohibido atracar. Es imposible echar anclas. No existe ni una sola razón para ir hasta allí.

– Sin embargo, me juego lo que sea a que es allí a donde nos dirigimos.

– No estoy seguro -dice- de que usted esté en una posición que le permita hacer apuestas.

Mientras bajo el puente voy pensando que el mundo ha perdido a un buen hombre en Sigmund Lukas. Se trata de un fenómeno que a menudo he podido observar sin llegar nunca a entenderlo. Que dentro de una persona pueda existir otra distinta; un individuo entero, cabal y generoso que inspira confianza pero que, sin embargo, nunca llega a manifestarse más que en fugaces destellos, porque está rodeado por un criminal reincidente, corrupto e impertinente.

Fuera, en la cubierta, se ha hecho de noche. En algún lugar, en medio de la oscuridad, brilla la brasa de un cigarrillo.

Jakkelsen está apoyado en la regala.

– ¡Es increíble!

El complejo que hay a nuestros pies está iluminado por focos que se yerguen a ambos lados de los brazos del muelle. Incluso ahora, cuando aparece bañado en esta luz amarilla, pintado de verde hierba, con luces en los edificios lejanos, con pequeños coches eléctricos y señalización vial blanca, el Greenland Star no deja de ser otra cosa que unos cuantos miles de metros cuadrados de acero enclavados en medio del océano Atlántico.

Para mí, de forma manifiesta, todo resulta una equivocación. Para Jakkelsen es una fusión maravillosa del mar y la tecnología punta.

– Sí -le digo-, y lo mejor de todo es que se puede desmontar y retirar en sólo doce horas.

– Con este trasto le han ganado la partida al mar. Ahora da igual los metros que haya hasta el fondo y las condiciones climatológicas. Pueden instalar un puerto donde les plazca, donde sea. En medio del océano.

No soy ni pedagoga ni monitora de boy-scouts . No tengo ningún interés en corregirle.

– ¿Por qué tiene que poder desmontarse, Smila?

Tal vez sea mi nerviosismo lo que, a pesar de todo, me hace contestarle.

– Lo construyeron cuando empezaron a sacar petróleo del fondo del océano, cerca del norte de Groenlandia. Pasaron diez años desde que descubrieron petróleo y empezaron a extraerlo. Su problema era el hielo. Primero construyeron un prototipo de algo que debía haber sido la plataforma de perforación más grande y sólida del mundo, la Joint Venture Warrior , un resultado de la Glasnost y de la Autonomía, una cooperación entre Estados Unidos, la Unión Soviética y A.P. Moeller. Tú has pasado cerca de varias plataformas de perforación. Sabes lo enormes que son. Las puedes ver desde una distancia de cincuenta millas y crecen y crecen, como un universo que se extiende sobre unos pilares. Provistas de bares, restaurantes, puestos de trabajo, talleres, cine y teatro y puesto de bomberos; todo ello, montado a doce metros sobre la superficie del mar, de manera que incluso las olas más altas de una tempestad puedan pasar por debajo. Piensa en una de esas plataformas. La Venture Warrior tenía que haber sido cuatro veces más grande. El prototipo estaba elevado dieciocho metros sobre la superficie del mar. Tenía que haber sido el puesto de trabajo de mil cuatrocientos hombres. Levantaron el prototipo en el golfo de Baffin. Cuando ya lo habían levantado, llegó un iceberg. Ya estaba previsto. Pero, no obstante, este banco de hielo flotante era algo más grande de lo que suele ser habitualmente. Había nacido en algún lugar en los confines del mar Ártico. Tenía una altura de cien metros y la parte superior era plana, tal como sucede cuando son tan altos. Tenía cuatrocientos metros de hielo debajo de la superficie del mar y pesaba alrededor de veinte millones de toneladas. Cuando lo vieron aproximarse, se inquietaron un poco, pese a disponer de dos grandes rompehielos. Los amarraron al iceberg para, de esta manera, poder remolcarlo y así cambiar su rumbo. Había muy poca corriente y nada de viento. A pesar de ello, no parecía que pasara nada cuando pusieron los motores a toda máquina. Salvo que el iceberg seguía su marcha hacia delante, indiferente a las fuerzas que estaban tirando de él. Y lo que hizo fue pasearse por encima del prototipo y, tras su paso, no quedaba ni rastro del soberbio proyecto de la Joint Venture Warrior , aparte de unas cuantas manchas de aceite en el agua y algunos restos del naufragio. Desde entonces, han fabricado todos los equipamientos destinados al mar Ártico de tal manera que puedan ser desmontados en doce horas. Ésta es la antelación con la que el Servicio de Información sobre el Hielo les comunica la aparición de un iceberg. Perforan desde plataformas flotantes que puedan escapar. Este soberbio puerto no es más que una bandeja de chapa. El hielo se la llevaría consigo al pasar, como si nunca hubiera existido. Únicamente la montan en los inviernos suaves, cuando el hielo mayor no llega hasta aquí arriba ni bajan los bancos de hielo. No le han vencido al hielo, Jakkelsen. La lucha ni siquiera ha empezado.

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