Peter Høeg - La señorita Smila y su especial percepción de la nieve

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La señorita Smila y su especial percepción de la nieve: краткое содержание, описание и аннотация

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Un día, poco antes de Navidad, la señorita Smila de regreso a su casa encuentra muerto en la nieve a su vecino y amigo, el pequeño Isaías. La versión oficial es que debió de resbalar y caerse. Pero Smila, que le cuidaba a veces y sentía especial ternura por él, sospecha que no es así. Los dos pertenecen a la pequeña comunidad de esquimales groelandeses que viven en Copenhague. Y Smila es, además, experta en las propiedades físicas del hielo. La investigación que lleva a cabo en privado acerca de la muerte de Isaías la conduce a la misteriosa muerte del padre de éste en una expedición secreta a Groenlandia, misión encomendada por una poderosa empresa danesa involucrada en una extraña conspiración que se remonta a la segunda guerra mundial.

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Hay otra imagen de la niebla, posiblemente de ese mismo verano. Nunca he navegado mucho. No conozco las condiciones del fondo marino. Es una incógnita para mí que me hayan llevado ellos. Pero en todo momento sé dónde estamos con respecto a la tierra firme.

Desde entonces, los acompaño prácticamente siempre.

En el Coldwater Laboratory del ejército americano en Pylot tenían un equipo encargado de investigar el fenómeno del sentido de la orientación. Allí vi libros gordos y listados larguísimos de los artículos sobre unos vientos de dirección constante que soplan sobre la tierra y provocan en los cristales de hielo un ángulo específico de inclinación mediante el cual, incluso en tiempo nebuloso, es posible detectar los cuatro puntos cardinales. Cómo otra brisa, apenas apreciable, que se mueve a una altitud superior, ofrece, en medio de la niebla, una frescura en un lado de la cara. Cómo la conciencia subliminal registra incluso la luz que, en condiciones normales, es inapreciable. Existe una teoría que sostiene que el cerebro humano en las zonas árticas es capaz de registrar la fuerte turbulencia electromagnética del Polo Norte magnético, que se encuentra cerca de Bucha Felix.

Ponencias orales sobre la experiencia musical.

Mi único hermano espiritual es Newton. Me conmovió mucho cuando, en la universidad, nos presentaron el pasaje del primer libro de sus Principia Mathemathica en el que Newton inclina un cubo con agua y utiliza la superficie del líquido para demostrar que, dentro y alrededor de la Tierra rotatoria y el Sol giratorio, y las bailantes estrellas fijas que hacen imposible hallar un punto fijo de partida, un sistema inicial o un punto de referencia en la vida, está el absolute space , el espacio absoluto, aquello que permanece inmóvil, aquello a lo que podemos agarrarnos.

Hubiera besado a Newton. Más tarde, me desesperaría por la crítica que Ernst Mach hizo del experimento del cubo, crítica que sentó las bases de los trabajos de Einstein. Entonces era más joven e impresionable. Hoy sé que todo lo que hicieron fue demostrar que la argumentación de Newton era deficiente. Cualquier explicación teórica constituye una reducción de la intuición. Nadie ha podido influir sobre la certidumbre, mía y de Newton, del espacio absoluto. No hay nadie capaz de llegar a Qaanaaq con las narices metidas en los escritos de Einstein.

– ¿Qué se imagina usted que ocurrió?

No hay nadie que te deje tan indefenso como aquel que parece favorablemente dispuesto a escuchar.

– No lo sé -digo.

Está muy cerca de ser la verdad.

– ¿Qué quiere que hagamos?

Aquí, a la luz del día, cuando la nieve se ha derretido y la vida sigue por el puente de Knippel y una persona me está hablando, mis objeciones parecen, repentinamente, transparentes. No encuentro la manera de contestarle.

– Repasaré -me dice- el caso de nuevo, desde el primero al último detalle, enfocándolo a partir de lo que usted me ha contado.

Bajamos y es un doble descenso. Allí abajo me aguarda la depresión.

– Tengo el coche aparcado en la esquina -dice.

Y entonces es cuando comete su gran equivocación.

– Le sugiero que, mientras repasemos de nuevo el asunto, retire su queja para que podamos trabajar con tranquilidad. Y por la misma razón, en caso de que los periódicos se pusieran en contacto con usted, debería, pienso, negarse a comentar el asunto con ellos. Y, por lo tanto, dejar de mencionar lo que me ha contado a mí. Remítales a la policía, dígales que siguen trabajando en el caso.

Noto que me ruborizo. Pero no se debe a la timidez. Es la rabia la que se apodera de mí.

No soy perfecta. Prefiero la nieve y el hielo al amor. Me es más fácil interesarme por las matemáticas que amar a mis semejantes. Pero dispongo de un anclaje que me sujeta a la vida, algo que es inamovible. Puede llamársele sentido de la orientación, intuición femenina, o lo que a uno se le antoje. Yo reposo sobre un fundamento y no puedo caer más bajo. Puede ser que no haya sido capaz de ordenar mi vida de la manera más astuta y eficaz del mundo. Sin embargo, siempre me he agarrado, al menos con un dedo, al espacio absoluto.

Por ello, existen unos límites que, por mucho que el mundo dé tumbos, por mucho que se tuerzan las cosas, permiten que me percate antes de que sea demasiado tarde. Ahora sé, sin sombra de duda, que algo va mal.

No tengo permiso de conducir. Y, cuando llevas ropa bonita, hay demasiados parámetros que debes controlar si quieres ir en bici. Controlar el tráfico, mantener la dignidad y sostener con una mano un sombrerito de caza de la boutique Vagn, en Oestergade, sobre la cabeza. Así que casi siempre acabo yendo a pie o tomando el autobús.

Hoy prefiero caminar. Es martes, 21 de diciembre, hace frío y el cielo está despejado. Voy paseando primero hasta la Biblioteca del Instituto Geológico en Oester Voldgade.

Una frase que aprecio mucho es aquel axioma de Dedekind sobre la comprensión lineal. Éste propone, más o menos, que en cualquier punto de una serie de números es posible, dentro de cualquier intervalo, por pequeño que éste sea, encontrar la infinitud. Al buscar en el ordenador de la biblioteca bajo el epígrafe «Sociedad Criolita Danmark», encuentro material suficiente como para poder dedicar un año entero a la lectura.

Me decido por El Oro Blanco . Acaba siendo un libro con destellos. Los trabajadores de la cantera de criolita tienen destellos en los ojos; los patrones que ganan dinero tienen destellos en los ojos; el personal de limpieza groenlandés tiene destellos en los ojos; y los fiordos groenlandeses están llenos de reverberos solares.

Después voy paseando por delante de la estación de Oesterport y por el Strandboulevard. Hasta llegar al número 72 B, donde la Sociedad Criolita Danmark, al lado de la competencia, la Sociedad Criolita Oeresund, tenía quinientos empleados, dos edificios de laboratorios, una nave para la criolita en bruto y una nave para el refino, una cantina y algunos talleres. Ya no quedan más que los raíles del tren, la estación vacía tras el derribo, algunos tinglados y cobertizos y una gran casa roja de ladrillos. Por lo que he leído, sé que los dos grandes yacimientos de criolita cerca de Saqqaq se agotaron definitivamente en los años sesenta y que la sociedad, a partir de entonces, se dedicó a otras actividades.

Lo único que queda ahora es una zona cercada, una vía de acceso y un grupo de obreros con ropas blancas de trabajo que disfrutan de una cerveza de Navidad mientras se preparan para las fiestas que se avecinan.

Una chica emprendedora y simpática se acercaría a ellos y los saludaría a la manera scout , hablándoles en jerga y sacándoles todo tipo de información sobre la señora Lübing y su destino.

Pero carezco de esta desenvoltura. No me gusta dirigirme a extraños. No me gustan los grupos de albañiles daneses. En realidad, no me gusta ningún tipo de hombres en grupo.

Mientras mis pensamientos se han ido deslizando hasta llegar a este punto, he dado toda la vuelta al edificio y los albañiles me han visto y me han hecho gestos para que me acercara. Son caballeros muy educados que han estado empleados en la firma durante treinta años y que ahora tienen la triste tarea de liquidarlo todo y que saben que la señora Lübing todavía está viva y que reside en Frederiksberg y que sale en el listín telefónico y ¿por qué estoy tan interesada en saberlo?

– Una vez me hizo un gran favor -les digo-. Ahora hay algo que me gustaría poderle preguntar.

Asienten con la cabeza y me dicen que la señora Lübing ha hecho favores a mucha gente y que ellos mismos tienen una hija de mi edad y que vuelva cuando quiera.

De camino hacia el Strandboulevard, pienso que, incluso en lo más profundo de la desconfianza más paranoica, se encuentran el espíritu humanitario y el deseo de entrar en contacto con los demás esperando que alguien los despierte.

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