Gabriel llevaba tres días en la ciudad; se había instalado en la tienda de instrumentos de percusión que Winston Abosa tenía en el mercado de Camden. Había pedido ayuda a Jugger y sus amigos, y todos habían respondido de inmediato. Había corrido la voz, y free runners de todos los rincones del país estaban llegando a Vine House.
Jugger llamó dos veces a la puerta antes de asomarse. E l free runner parecía animado y un poco nervioso. Gabriel oyó la multitud reunida en la planta de abajo.
– Ha llegado un montón de gente -anunció Jugger-. Tenemos pandas de Liverpool y Glasgow. Incluso tu viejo amigo Cutter ha venido de Manchester con su gente. No sé cómo se han enterado.
– ¿Habrá espacio suficiente?
– Ice está haciendo de monitora en un campamento de verano y repartiendo a la gente en los asientos. Roland y Sebastian han tirado cable por los pasillos y hay altavoces en toda la casa.
– Gracias, Jugger.
El free runner se ajustó el gorro de lana y lanzó una sonrisa de apuro a Gabriel.
– Escucha, colega. Somos amigos, ¿no? Podemos hablar de cualquier cosa, ¿verdad?
– ¿Cuál es el problema?
– Tu guardaespaldas irlandesa. La puerta principal estaba abarrotada de gente, de manera que Roland fue por la parte de atrás y saltó la tapia del jardín. Lo hacemos constantemente para poder entrar por la cocina. Bueno, pues de repente esa tía lo tenía encañonado con una pistola automática.
– ¿Le ha hecho daño?
– No. Pero Roland se meó en los pantalones. Te lo juro, Gabriel. Quizá podría quedarse fuera mientras tú hablas. No me gustaría que se cargara a nadie esta noche.
– No te preocupes, nos largaremos en cuanto termine de hablar.
– Y entonces ¿qué?
– Voy a pedir un poco de ayuda y veremos qué pasa. Quiero que hagas de intermediario entre la gente de abajo y yo.
– No hay problema. Puedo ocuparme de eso.
– Me alojo en el mercado de Camden, en una zona medio clandestina que llaman «las catacumbas». Allí hay una tienda de instrumentos de percusión. Su propietario es un tal Winston. Él sabrá cómo encontrarme.
– Suena como si tuvieras un plan, tío. -Jugger asintió con solemnidad-. Todo el mundo está esperando para oírte. De todas maneras, dame unos minutos para distribuir un poco a la gente.
El free runner salió de la buhardilla y bajó por la estrecha escalera. Gabriel se quedó sentado, contemplando el jardincillo en el centro de la plaza. Según Sebastian, antes allí había un edificio que fue bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial y después un erial de desguace de coches viejos. Poco a poco el barrio empezó a limpiar el terreno y a plantar especies autóctonas y algunos árboles exóticos. En esos momentos palmeras y bananos crecían junto a los típicos rosales ingleses. Sebastian estaba convencido de que Bonnington Square era una zona ecológica con un microclima propio.
Los free runners tenían un huerto en la parte de atrás de Vine House, y en las azoteas de los edificios circundantes crecían árboles y arbustos. Aunque había miles de cámaras de vigilancia repartidas por todo Londres, el deseo de tener un jardín demostraba que el ciudadano medio quería un refugio ajeno a la Gran Máquina. Con amigos, comida y una botella de vino, incluso un modesto patio trasero parecía versallesco.
Unos minutos más tarde, Jugger volvió a llamar dos veces y abrió la puerta.
– ¿Estás listo? -preguntó.
Había varios free runners sentados en la escalera, y otros apretujados en el vestíbulo. Madre Bendita se encontraba en el salón, cerca de una mesa en la que había un micrófono en el centro. Uno de sus mercenarios irlandeses, un tipo con una cicatriz en la nuca y de aspecto temible, permanecía en el exterior de la casa.
Gabriel cogió el micrófono y lo encendió. Un cable lo conectaba a un amplificador que repartía la señal por los diferentes altavoces. Respiró hondo y oyó el sonido que llegaba del vestíbulo. Empezó.
– Cuando iba al colegio, el primer día de clase nos dieron un grueso libro de texto de historia. Recuerdo lo que me costaba meterlo en la mochila antes de volver a casa por las tardes. Las distintas eras históricas estaban identificadas por un código de color, y el profesor nos hacía creer que, llegada cierta fecha, la gente había dejado la Edad Media y había decidido que se hallaban en el Renacimiento.
«Naturalmente, la historia real no es esa. Diferentes cosmovisiones y tecnologías pueden coexistir. Cuando surge una verdadera innovación, la mayor parte de la gente ignora su poder o lo que supone para su vida.
»Una manera de entender la historia es verla como una lucha continua, un conflicto permanente entre individuos con nuevas ideas y aquellos que desean controlar la sociedad. Algunos de vosotros habéis oído hablar de un grupo llamado la Tabula. Desde tiempo inmemorial, la Tabula ha guiado a reyes y gobiernos hacia la filosofía del control. Quiere convertir el mundo en una gran prisión donde el prisionero acepte el hecho de que está siendo observado permanentemente. Al final todos los prisioneros acabarán aceptando su condición como una realidad.
»Hay gente que no se da cuenta de lo que está pasando. Otros prefieren no darse por enterados. Pero aquí todos somos free runners. Los edificios que nos rodean no nos asustan. Trepamos por los muros y saltamos al vacío.
Gabriel vio que Cutter, el líder de los free runners de Manchester, estaba sentado, apoyado contra la pared, y tenía un brazo enyesado.
– Os respeto a todos -prosiguió-, y especialmente a ese hombre, a Cutter. Un taxi londinense lo arrolló hace unas semanas mientras competíamos. Ahora está aquí, con sus amigos. Un verdadero free runner no acepta las limitaciones convencionales. No se trata de un deporte ni de una manera de salir en la televisión. Es una forma de vivir que hemos elegido, una manera de expresar lo que llevamos en nuestro corazón.
»Aunque algunos de nosotros hemos rechazado ciertos aspectos de la tecnología moderna, todos somos conscientes de hasta qué punto los ordenadores han cambiado el mundo. Estamos en una nueva era: la Edad de la Gran Máquina. Hay cámaras de vigilancia y escáneres por todas partes. La posibilidad de tener una vida privada no tardará en desaparecer. Todos estos cambios se justifican en nombre de una cultura del miedo generalizada. Los medios de comunicación no dejan de vociferar las nuevas amenazas que nos acechan, y los líderes políticos alimentan este miedo y restringen nuestras libertades.
»Pero los free runners no tenemos miedo. Algunos intentamos vivir fuera de la Red. Otros realizan pequeños gestos. Esta noche he venido a hablaros de un compromiso más serio. Tengo razones para creer que la Tabula está dando pasos decisivos encaminados a poner en marcha su cárcel electrónica. No estoy hablando de más cámaras de vigilancia o de la modificación de los programas de escaneo. Se trata de la culminación definitiva de su proyecto.
»¿Y cuál es ese proyecto? Esa es la cuestión. He venido a pediros que prestéis oído a los rumores y separéis el grano de la paja. Necesito gente que pueda hablar con sus amigos, buscar en internet y escuchar las voces que arrastra el viento. -Gabriel señaló a Sebastian-. El ha diseñado la primera de varias webs clandestinas. Enviad allí vuestra información, y empezaremos a organizar la resistencia.
»Recordad que todos podéis elegir. No tenéis por qué aceptar que os impongan un sistema basado en el control y el miedo. Tenemos el poder de decir "no". Tenemos derecho a ser libres. Gracias.
No hubo aplausos ni ovaciones, pero todos parecían apoyar al Viajero cuando salió, y algunos tocaron su mano al pasar.
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