Paullina Simons - Tatiana y Alexander

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Tatiana, embarazada y viuda a sus dieciocho años, huye de un Leningrado en ruinas para empezar una nueva vida en Estados Unidos. Pero los fantasmas del pasado no descansan: todavía cree que Alexander, su marido y comandante del Ejército Rojo, está vivo. Entre tanto, en la Unión Soviética Alexander se salva en el último momento de una ejecución.
Tatiana viajará hasta Europa como enfermera de la Cruz Roja y se enfrentará al horror de la guerra para encontrar al hombre de su vida… Dolor y esperanza, amistad y traición se mezclan en esta conmovedora novela protagonizada por dos personajes entrañables y llenos de coraje, capaces de desafiar por amor al destino más cruel.

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En otro tiempo hallé el éxtasis en artificios de violines y en el rumor de tacones dorados sobre el duro pavimento.

Ahora veo

que la calidez es la autentica sustancia de la poesía.

Dios mío, empequeñece

el viejo firmamento tachonado de estrellas

para que pueda envolverme en él y encontrar el consuelo.

Capítulo 26

Nueva York, octubre de 1944

Edward Ludlow apareció en la puerta de la sala de curas de Ellis, agarró a Tatiana de la mano y la hizo salir al vestíbulo.

– ¿Es verdad lo que he visto, Tatiana?

– No lo sé. ¿Qué has visto?

Edward estaba muy pálido y nervioso.

– He visto el nombre de Jane Barrington en la lista de las enfermeras seleccionadas por la Cruz Roja de Nueva York para viajar a Europa. Dime que es sólo una coincidencia, que se trata de otra Jane Barrington…

Tatiana no dijo nada.

– ¡No vayas, te lo ruego!

– Edward…

– ¿Se lo has dicho a alguien? -preguntó Edward, agarrándole las manos.

– Claro que no.

– ¿Cómo se te ha ocurrido? Los estadounidenses ya están en Europa, Hitler está acorralado por ambos frentes, la guerra esta a punto de acabar… No hay motivo para que vayas a Europa.

– En los campos de prisioneros se necesitan víveres, medicinas y atención médica.

– Ya hay enfermeras para atenderlos, Tatiana.

– Entonces, ¿por qué la Cruz Roja ha pedido voluntarias.

– Necesitan más gente, pero no a ti.

Tatiana no dijo nada.

– ¡Por Dios, Tatiana! -insistió Edward, muy nervioso-. ¿Qué piensas hacer con Anthony?

– Pensaba dejarlo en Massachusetts, pero creo que su tía abuela no está en condiciones de ocuparse de un niño tan pequeño. -Tatiana retiró las manos al ver la expresión de Edward-. Esther dice que da igual, que ya lo cuidará Rosa, su ama de llaves, pero no me parece buena idea.

– Ah ¿no?

Indiferente a su tono sarcástico, Tatiana continuó:

– Creo que lo dejaré con Isabella…

– ¿Isabella? ¡Es una completa desconocida!

– No es una desconocida. Y se ha ofrecido a…

– Tania, Isabella no sabe lo que yo sé ni lo que tú sabes. ¡Yo, en cambio sé cosas que ni siquiera tú sabes! Dime la verdad, ¿te vas a Europa a buscar a tu marido?

Tatiana no respondió.

– Ay, Tatiana… -suspiró Edward, meneando la cabeza-. ¡Dijiste que estaba muerto!

– ¿Qué es lo que te preocupa, Edward?

Edward se pasó una mano por la frente para controlar su angustia y su nerviosismo.

– El gobierno alemán ha puesto a Heinrich Himmler al mando de los campos de prisioneros -explicó con voz temblorosa-, y lo primero que ha hecho ha sido prohibir el envío de correspondencia y lotes de comida a los norteamericanos y bloquear la actuación de la Cruz Roja Internacional. Himmler dice que los soldados aliados están recibiendo un trato justo, pero la situación no es extensiva a los soviéticos. En estos momentos la Cruz Roja no está autorizada a entrar en los campos de prisioneros, lo cual sólo indica lo desesperados que están los alemanes. Saben que están a punto de perder la guerra y ya no les importa ni la situación de sus propios prisioneros. Probablemente terminarán levantando la prohibición contra la Cruz Roja, pero aun en ese caso, ¿cuántos campos crees que hay? ¿Dos, tres…? Hay centenares. Y además hay docenas de campos italianos, franceses, ingleses o norteamericanos. En total puede haber cientos de miles de personas, haciendo un cálculo por lo bajo.

– Himmler cambiará de opinión. Decidieron lo mismo en 1943 y rectificaron al darse cuenta de que los prisioneros alemanes tampoco iban a recibir un buen trato.

– Eso fue cuando todavía pensaban que ganarían la guerra. Desde el desembarco de Normandía han visto que tienen los días contados y se han desentendido de sus soldados. Lo sé porque desde el 43 no han vuelto a solicitar que la Cruz Roja inspeccione los centros detención de prisioneros instalados en Estados Unidos.

– ¿Y por qué iban a hacerlo? Saben que tratamos correctamente a los alemanes.

– No. Es porque saben que tienen la guerra perdida.

– Himmler terminará autorizando las inspecciones de la Cruz Roja -insistió Tatiana, testaruda.

– Pero serán centenares de campos, con cientos de miles de prisioneros. A un campo por semana, tardarás doscientas semanas en verlos todos, sin contar el tiempo que necesitas para ir de uno a otro. ¡Necesitarás cuatro años! ¿Cómo se te ha ocurrido?

Tatiana no contestó. No había pensado a largo plazo.

– No vayas, Tatiana. Te lo ruego -insistió Edward.

Edward se lo estaba tomando como algo personal y Tatiana no sabía qué responderle.

– ¿Qué será de tu hijo?

– Lo cuidará Isabella.

– ¿Siempre? ¿Incluso cuando su madre haya muerto por culpa de una enfermedad o de las heridas de guerra?

– Edward, no me voy a Europa a morir.

– Ah, ¿no? ¿Y cómo vas a evitarlo? El frente estará dentro de nada en Alemania. Polonia ya está en manos de los soviéticos. ¿Y si los rusos te han estado buscando y te localizan? Jane Barrington, Tatiana Metanova… ¿qué crees que harán contigo? Alemania, Polonia, Yugoslavia, Checoslovaquia, Hungría… vayas donde vayas, morirás. Un motivo u otro te impedirá regresar.

«No es cierto», quiso decir Tatiana, pero sabía que la habían estado buscando y que corría un riesgo enorme, mientras que las probabilidades de encontrar a Alexander eran mínimas. Sabía que su plan no era demasiado bueno. Alexander tenía un lugar concreto al que dirigirse, Luga. Sabía que Tatiana había sido evacuada y sabía dónde estaba Molotov, tenía un nombre y un lugar, podía ir a Lazarevo. Lo único que tenía ella era un certificado de defunción, y con aquel papel en las manos pensaba buscar a Alexander por todos los campos abiertos a la inspección, y si no lo encontraba pensaba ir hasta Leningrado para hablar con el coronel Stepanov, y si el coronel no sabía nada de su marido, Tatiana pensaba ir a ver a los generales Voroshilov y Mejlis, e incluso dirigirse a Stalin en persona en Moscú si era necesario.

– No vayas, Tania. Te lo ruego -repitió Edward. Tania parpadeó.

– ¿Qué es Orbeli? -preguntó.

– ¿Orbeli? Ya me lo preguntaste una vez. ¿Cómo quieres que lo sepa? No tengo ni idea. ¿Qué tiene que ver Orbeli con todo esto?

– La última vez que lo vi, Alexander me dijo: «Acuérdate de Orbeli». Tal vez es una ciudad de Europa donde debemos encontrarnos.

– Antes de abandonar a tu hijo y marcharte al frente, ¿no deberías averiguar qué significa «Orbeli»?

– Lo he intentado, pero no he descubierto nada -repuso Tatiana-. Nadie lo sabe.

– Seguramente fue un comentario sin importancia, Tania.

Tatiana se sentía culpable al ver a Edward tan preocupado. ¿Cómo podía justificar su decisión?

– Mi hijo se encontrará bien -dijo con voz débil.

– ¿Sin su padre y sin su madre?

– Isabella es una buena mujer.

– ¡Isabella es una mujer de sesenta años a la que no conoces de nada! No es la madre del niño. ¿Qué será de Anthony cuando Isabella muera?

– Lo cuidará Vikki.

Edward soltó una carcajada.

– ¡Vikki no sabe ni anudarse el lazo de la blusa! Es incapaz de llegar puntual al trabajo, no controla el tiempo ni controla nada. Vikki nunca piensa en sus abuelos ni en ti ni en Anthony, sólo piensa en sí misma. Espero que nunca tenga hijos. Si ahora no te ayuda, ¿que te hace pensar que cuidará al niño cuando faltes tú, lo único que la une emocionalmente a él? ¿Crees que mantendrá su palabra? -Edward suspiró-. ¿No te das cuenta de que Anthony irá a parar al orfanato municipal? Antes de irte a morir a Europa, estaría bien que visitaras un orfanato para saber dónde acabará tu hijo.

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