Paullina Simons - Tatiana y Alexander

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Tatiana, embarazada y viuda a sus dieciocho años, huye de un Leningrado en ruinas para empezar una nueva vida en Estados Unidos. Pero los fantasmas del pasado no descansan: todavía cree que Alexander, su marido y comandante del Ejército Rojo, está vivo. Entre tanto, en la Unión Soviética Alexander se salva en el último momento de una ejecución.
Tatiana viajará hasta Europa como enfermera de la Cruz Roja y se enfrentará al horror de la guerra para encontrar al hombre de su vida… Dolor y esperanza, amistad y traición se mezclan en esta conmovedora novela protagonizada por dos personajes entrañables y llenos de coraje, capaces de desafiar por amor al destino más cruel.

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– ¡Ya ve cómo trata su ejército a mis compatriotas! -exclamó Pasha-. Los han abandonado aquí, condenados a una muerte segura, y para colmo han decretado que la rendición es un delito contra la patria. ¿Puede decirme algún otro país, algún otro ejército, alguna otra época en que haya sucedido eso? -Pasha emitió un gruñido desdeñoso-. ¡Y se preguntan por qué!

– No te lo tomes como algo personal, Pasha -opinó Alexander-. ¿A quién va a importarle nuestra muerte?

Pasha le lanzó una mirada silenciosa, y Alexander no dijo nada más. Se levantó, se envolvió en la guerrera mojada, se apoyó contra el tronco de un árbol y comenzó a tallar una estaca con el cuchillo. Ouspenski, apoyado en otro árbol, dijo que era una tarea inútil. Alexander respondió que con la estaca pescaría un pez para él y para Pasha y que a Ouspenski lo dejaría morir de hambre. Pasha se acordó de que Borov solía pescar para el batallón y les explicó que en los últimos tres años había sido su asistente y su mejor amigo- Ouspenski se burló de él y Alexander los mandó callar a los dos. Y llegó la noche.

Alexander y Tatiana están jugando al escondite bélico. Alexander aguarda en silencio entre los árboles, con el oído atento, pero lo único que oye son las moscas y las abejas. Muchos insectos y ninguna Tatiana. Alza los ojos hacia las ramas y tampoco ve nada. Se pone en marcha, caminando lentamente.

– ¿Dónde estás, mi pequeña Tania? -pregunta en voz alta-. Más vale que te hayas escondido bien, porque me parece que necesito en contrarte.

Cree que la hará reír con sus palabras. Calla y escucha, pero no oye nada. A veces, cuando ella se acerca, Alexander la oye manipular el seguro de la pistola que le regaló. Pero esta vez no se oye nin gún sonido.

– ¡Tania!

Alexander sigue andando por el bosque, volviéndose cada po cos segundos a mirar a su espalda. El juego termina cuando Tatiana se coloca detrás de él y le apoya el cañón de la pistola en los riñones.

– Tatia, se me ha olvidado decirte una cosa muy importante, ¿me oyes?

Alexander escucha. No se oye ni un sonido. Sonríe.

Un pedazo de musgo aterriza sobre su cabeza. Tatiana ha vuelto a conseguirlo. ¿De dónde venía el musgo? Alexander alza la vista y no la ve. Mira en derredor y tampoco la ve. Tatiana se ha puesto la camiseta de camuflaje de él y es prácticamente invisible. Alexander se echa a reír.

– Tatiasha, si me tiras musgo te voy a encontrar.

Oye un ruido, alza los ojos y le cae encima un cubo de agua. Alexander, empapado, suelta una palabrota. Ve el cubo colgado de una rama, pero no ve a Tatiana. La cuerda que sujeta el cubo desaparece detrás de un tronco, a la derecha.

– ¡Perfecto, ya te tengo! Empieza el combate. Ya verás la que te espera, Tania -anuncia Alexander, quitándose la camiseta mojada.

Camina hacia el tronco, oye un rumor y al momento siguiente tiene la cara y el pelo cubiertos de un polvillo blanco. Es harina y empieza a formar un engrudo sobre el pelo mojado. Alexander piensa en el tiempo que habrá dedicado Tatiana a organizar la estratagema: obligarlo a avanzar entre los árboles, atraerlo hasta el lugar preciso donde tiene previsto arrojarle el cubo de agua y luego la harina. Admira el talento de su rival.

– Muy bien, Tania -dice-. Te esperaba una buena, pero ya verás ahora… Ni yo mismo sé qué…

Sigue caminando hacia el tronco pero oye unos pasos detrás de él. Sin volverse, extiende la mano y agarra a Tatiana. En realidad, agarra la pistola. Tatiana se escabulle, dejando el arma en mano de Alexander, y echa a correr entre los árboles. Él la persigue. Esta parte del bosque está bastante descuidada, no es como el pinar que se extiende entre Molotov y Lazarevo o como los árboles que rodean la cabaña donde viven; aquí crece mucha maleza entre los robles y los álamos y el suelo está cubierto de ortigas y de musgo. Las ramas bajas y los troncos caídos dificultan la carrera de Alexander. En cambio, nada dificulta la carrera de Tatiana, que salta por encima de unas ramas y pasa por debajo de otras, se escabulle y zigzaguea Y sin dejar de correr, es capaz de arrancar un puñado de musgo y unas cuantas hojas, volverse y arrojarlo todo hacia él.

Alexander se harta, grita: «¡Atención!» y corre hacia Tatiana. Haciendo caso omiso de la maleza, da un salto sobre tres troncos caí dos y se planta delante de ella, jadeando y apuntándola con la pisto la. Tiene el torso cubierto de sudor y de harina. Tatiana da un respin go y se vuelve para escapar pero no tiene tiempo de echar a correr porque Alexander se abalanza sobre ella y la tumba en el suelo cu bierto de musgo. «¿Adónde crees que vas?», grita con la voz entre cortada, sujetándola mientras ella intenta escabullirse. «¿ Y ahora qué? ¡Eres muy lista pero no escaparás!» Alexander frota su mejilla manchada de harina contra la cara limpia de Tatiana.

– Para -protesta Tatiana, entre jadeos-. Me vas a ensuciar.

– No es lo único que haré.

Ella se agita valerosamente debajo de él y le hace cosquillas en las costillas sin demasiado éxito. Él le agarra las manos y se las colo ca por encima de la cabeza.

– Ya verás la que te espera, nazi. ¿Cuánto tiempo has estado planeando lo de la harina?

– Cinco segundos. Eres fácil de engañar…

Tatiana se echa a reír, pero no deja de forcejear.

Alexander sigue sujetándole los brazos por encima de la cabeza. Agarrándole las muñecas con una sola mano, le sube la camiseta de camuflaje hasta el cuello, dejando a la vista el abdomen, las cos tillas y los senos.

– Deja de forcejear -le ordena-. ¿Te rindes?

– ¡Jamás! -grita Tatiana-. Prefiero morir de pie…

Alexander acerca la cara a las costillas de Tatiana y empieza a hacerle cosquillas con la barba.

– No me tortures más -dice Tatiana con una risita-. Llévame a la cárcel de los besos.

– La cárcel de los besos es demasiado buena para una criminal como tú. Necesitas un castigo más duro. ¿Te rindes? -vuelve a preguntar Alexander.

– ¡Jamás!

Él se vuelve a hacerle cosquillas con la boca y la barba. Tiene que ir con cuidado. Una vez estuvo demasiado tiempo y ella terminó desmay ándose. Pero ahora Tatiana se ríe descontroladamente y da patadas en el aire. Alexander la inmoviliza con una pierna sin dejar de sujetarle las manos, mientras le pasa la lengua arriba y abajo del torso.

– ¡Te… rin… des? -vuelve a preguntarle, jadeando.

– ¡Jamás! -chilla Tatiana.

Alexander alza la cara, atrapa un pezón con la boca y lo chupa hasta que la voz de Tatiana se vuelve más aguda.

Alexander para un momento e insiste:

– Te lo vuelvo a preguntar, ¿te rindes?

– No -dice Tatiana con un gemido. Tras una pausa, añade-: Ten drás que matarme, soldado. -Otra pausa-. Emplea todas tus armas.

Alexander, sujetándole las manos por encima de la cabeza, le hace el amor sobre el musgo, con brusquedad, decidido a no parar hasta que ella se rinda. No se interrumpe tras la primera oleada de placer de Tatiana y le pregunta jadeando:

– ¿Qué me dices ahora, prisionera?

– Por favor, señor, dame más… -contesta Tatiana con una voz que es apenas un murmullo.

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