Paullina Simons - Tatiana y Alexander

Здесь есть возможность читать онлайн «Paullina Simons - Tatiana y Alexander» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Tatiana y Alexander: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Tatiana y Alexander»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tatiana, embarazada y viuda a sus dieciocho años, huye de un Leningrado en ruinas para empezar una nueva vida en Estados Unidos. Pero los fantasmas del pasado no descansan: todavía cree que Alexander, su marido y comandante del Ejército Rojo, está vivo. Entre tanto, en la Unión Soviética Alexander se salva en el último momento de una ejecución.
Tatiana viajará hasta Europa como enfermera de la Cruz Roja y se enfrentará al horror de la guerra para encontrar al hombre de su vida… Dolor y esperanza, amistad y traición se mezclan en esta conmovedora novela protagonizada por dos personajes entrañables y llenos de coraje, capaces de desafiar por amor al destino más cruel.

Tatiana y Alexander — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Tatiana y Alexander», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Ya lo sé. Sólo quería saber dónde estaban, nada más.

– Un nuevo decreto prohibe la inspección de los campos.

Alexander procuraba ir limpio, se afeitaba escrupulosamente y se ofrecía a ayudar siempre que podía. Kiplinger, contraviniendo la Convención de Ginebra pero accediendo a los deseos de Alexander, le proporcionó un serrucho, un martillo y clavos y le encargó que construyera más barracones. Ouspenski quiso ayudarlo, pero hacía demasiado frío y humedad para trabajar al aire libre con un solo pulmón.

Pasha hacía tareas en la cocina y procuraba sisar comida para Alexander y para él, aunque a regañadientes la compartía también con Ouspenski.

Todo eso era a finales de noviembre de 1944. A partir de diciembre el campo se llenó hasta los topes. El frío era cada vez mas intenso y Alexander no tenía tiempo de construir suficientes barracones. Entre el lado aliado y el soviético, el campo tenía capacidad para unas mil personas, pero en esos momentos había unas diez mil.

– ¿No le parece raro que haya tantos soviéticos cuando tenemos prohibido rendirnos, teniente Ouspenski? -dijo Alexander-. ¿Cómo se lo explica?

– Obviamente, se trata de desertores como usted, capitán.

No había comida ni agua en cantidad suficiente para todos los prisioneros. No podían lavarse y la enfermedad se cebaba en sus cuerpos mugrientos. Los alemanes derribaron la alambrada y unificaron los dos lados del campo. Era obvio que no sabían qué hacer con los cinco mil prisioneros soviéticos. Además del contingente soviético, había rumanos, búlgaros, turcos y polacos. No se veían judíos por ningún lado.

– ¿Dónde están los judíos? -preguntó en un rudimentario inglés un militar francés a un militar británico. Alexander, en ruso, les explicó que estaban todos en Majdanek. El francés y el británico no le entendieron, pero él no se atrevió a hablarles en inglés para no levantar las sospechas de Ouspenski.

– ¿Cómo sabe que no hay judíos, capitán? -preguntó Ouspenski cuando volvían al barracón.

– ¿No recuerda que al llegar nos metieron en las duchas para desparasitarnos? -preguntó Alexander.

– Sí. Era una medida de rutina. Teníamos que estar limpios antes del interrogatorio.

– Por supuesto, teniente. Y cuando usted estaba desnudo, como medida de rutina comprobaron que no era judío. De serlo, le aseguro que ahora mismo no estaría aquí.

Comenzaron a circular rumores sobre las graves pérdidas sufridas por los estadounidenses en la foresta de Hurtgen, cerca de las Ardenas belgas. Decían que la lucha era encarnizada y que la capitulación quedaba aún lejos.

Todas las mañanas, Alexander se dedicaba a construir barracones o a vigilar a los demás prisioneros, y todas las tardes se ocupaba de reparar la alambrada que rodeaba el campo o las ventanas de las instalaciones, o a limpiar armas descargadas, cualquier cosa que le permitiera mantener las manos ocupadas. A cambio recibía un poco mas de comida, aunque no la suficiente. Pasha le contó su experiencia en el campo de Minsk, donde los alemanes dejaron morir a los soviéticos porque no sabían qué hacer con ellos.

– Pero no pueden dejar morir a todos los prisioneros aliados, ¿verdad?

– Ah, ¿crees que no? ¿Qué vamos a hacer? ¿Exigirles responsabilidades en el infierno? Propongo que nos fuguemos otra vez. Te pasas la vida reparando la dichosa alambrada y siempre está estropeada.

– Sí, pero ahora han puesto a un vigilante.

– Podemos matarlo y escapar.

– Mañana los católicos celebran la Navidad. No querrás matar a un hombre en Navidad…

– ¿Desde cuándo eres tan religioso? -preguntó Pasha.

– El capitán y Dios hace mucho que son amigos… -intervino Ouspenski, soltando una carcajada a la que se sumó Pasha.

Alexander prefería que se rieran de él en lugar de discutir como hacían siempre.

En Navidad les dieron más carbón para caldear los barracones y también algo de vodka. En el barracón de Alexander vivían veinte oficiales. Bebieron y jugaron a las cartas y al ajedrez, se emborracharon y cantaron alegres canciones soviéticas, como Stenka Razin o Katiuska, y a la mañana siguiente estaban todos fuera de combate.

Al día siguiente no les hizo falta matar al vigilante de la alambrada porque se había quedado dormido en su puesto. Volvieron a fugarse, pero era invierno y era muy difícil llegar a ningún sitio. Los únicos trenes que circulaban eran convoyes militares. Se subieron a uno pero en la siguiente parada los detuvo un policía que sospechó al verlos con uniformes que no eran de su talla. De nuevo en Katowice, supieron que el vigilante de la alambrada había muerto de una pleuritis antes de que pudieran ejecutarlo por negligencia. Se presentaron los tres ante el comandante Kiplinger.

– Capitán Belov, ya sabe que dirijo el campo con liberalidad y no controlo demasiado qué hacen los prisioneros. Si quiere trabajar, le doy trabajo. Si me pide comida y la hay, se la doy. Lo he dejado circular a sus anchas mientras no saliera de los límites del campo. Me parece que es un trato correcto, pero es obvio que usted no lo ve así, y los dos imbéciles que están bajo su mando lo obedecen como corderitos. Al parecer, se han hartado y han decidido marcharse. Ya le advertí la otra vez que si volvía a intentarlo, no podría seguir en este campo. No quiero que me dé más problemas. ¿Sabe que podrían ejecutarme si pierdo a alguno de los prisioneros que están a mi cargo.

– ¿Adónde nos envía?

– A un sitio donde no hay escapada posible -dijo Kiplinger con satisfacción-. Al castillo de Colditz.

Capítulo 28

Nueva York, enero de 1945

El día de Año Nuevo, Tatiana subió al transbordador, dio un paseo con Anthony por el otro lado de la bahía y después fue en busca de Vikki, que quería ir a patinar a Central Park. Los tres cogieron un autobús y bajaron en la esquina de la calle Cincuenta y nueve con la Sexta Avenida. Tatiana dijo que tenía que hacer un recado y dejó a Vikki con el niño.

Tatiana se acercó a una cabina de teléfono situada junto al Hotel Plaza. Hurgó en el bolsillo en busca de dinero suelto. Estuvo un momento contando las monedas aunque ya sabía cuántas eran, y al final se decidió a marcar un número.

– Feliz Año Nuevo, Sam -dijo a través del auricular-. ¿Te llamo en mal momento?

– Feliz Año Nuevo, Tatiana. No, no es mal momento. Estaba terminando unos asuntos pendientes.

Tatiana contuvo el aliento y esperó.

– No tengo nada para ti -dijo Sam.

– ¿Nada?

– No.

– ¿No se han puesto en contacto contigo…? -No.

– ¿Ni siquiera para preguntarte por mí?

– No. Estarán pensando en otras cosas, como la mejor manera de repartirse Europa.

Tatiana exhaló un suspiro.

– Perdona que te haya incomodado con mi llamada.

– No te preocupes. Llámame otra vez dentro de un mes.

– Muy bien. Eres muy amable conmigo, gracias.

Tatiana colgó y apoyó la cabeza en la caja metálica del teléfono.

Tatiana terminó venciendo sus reticencias y aceptó compartir casa con Vikki. Las dos jóvenes se trasladaron a su nuevo domicilio en enero de 1945. Tatiana había encontrado un piso de tres habitaciones y dos baños en la sexta planta de un edificio de la calle Church. Estaban muy cerca del Bowling Green y del Battery Park. Desde el salón se veía el puerto de Nueva York y la Estatua de la Libertad, y si salía a la escalera de incendios podía ver incluso la isla de Ellis.

El apartamento costaba quince dólares al mes. Al principio Vikki protestó porque estaba acostumbrada a gastarse el sueldo en ropa en lugar del alquiler, pero las dos estaban muy contentas con su nueva casa. Tatiana lo estaba porque al fin tenía espacio para todos los libros que se estaba comprando y porque su hijo tenía una habitación para él solo y ella tenía una habitación para ella sola. Era una forma de hablar, porque normalmente colocaba unas mantas y unas almohadas en el suelo y dormía al lado de la cama de su hijo. Decía que ya se trasladaría a su propia habitación cuando dejara de dar el pecho. Anthony dejó de mamar a los dieciocho meses, pero Tatiana siguió durmiendo en el suelo de su cuarto.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Tatiana y Alexander»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Tatiana y Alexander» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Paullina Simons - Inexpressible Island
Paullina Simons
Paullina Simons - The Tiger Catcher
Paullina Simons
Paullina Simons - Tully
Paullina Simons
Paullina Simons - Red Leaves
Paullina Simons
Paullina Simons - Eleven Hours
Paullina Simons
Paullina Simons - A Song in the Daylight
Paullina Simons
Paullina Simons - Bellagrand
Paullina Simons
Paullina Simons - Lone Star
Paullina Simons
Paullina Simons - The Summer Garden
Paullina Simons
Paullina Simons - Tatiana and Alexander
Paullina Simons
Paullina Simons - Road to Paradise
Paullina Simons
Paullina Simons - The Girl in Times Square
Paullina Simons
Отзывы о книге «Tatiana y Alexander»

Обсуждение, отзывы о книге «Tatiana y Alexander» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x