Andrés Domínguez - El Violinista De Mauthausen

Здесь есть возможность читать онлайн «Andrés Domínguez - El Violinista De Mauthausen» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Violinista De Mauthausen: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Violinista De Mauthausen»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En París, una pareja está a punto de casarse en la primavera de 1940, pero la Wehrmacht invade Francia y él, republicano español exiliado, es detenido por la Gestapo y enviado al campo de exterminio de Mauthausen. Ella colaborará con los servicios secretos aliados, dispuesta a cualquier cosa para salvar la vida de su prometido. Entre ellos, un ingeniero alemán que ha renunciado a su trabajo en Berlín para no colaborar con los nazis, se dedica a recorrer Europa con un violín bajo el brazo. Muy pronto, las vidas de los tres se entrelazarán para siempre. El violinista de Mauthausen es su historia. En París ocupado por los alemanes, el Berlín en ruinas después de la Segunda Guerra Mundial y el campo de exterminio de Mauthausen son los principales escenarios donde se desarrolla un relato que mezcla intriga, aventura, espionaje, Historia y romance, que atrapará al lector desde la primera página

El Violinista De Mauthausen — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Violinista De Mauthausen», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Los hornos, te decía, los hornos crematorios. Están al otro lado de la Appelplatz, justo enfrente de los barracones. Fueron los primeros españoles que llegaron aquí quienes los construyeron, fíjate. Nosotros hemos sido los que hemos trabajado para levantar este campo. Se queman cadáveres casi cada día, a veces más y a veces menos, pero últimamente por las chimeneas no deja de salir humo, que ahora es menos denso, apenas un gas transparente que se pierde en el cielo de Mauthausen. Cuando llegué aquí, el humo era más oscuro y espeso, y con el tiempo he comprendido que hay una razón macabra para esto, quién me lo iba a decir a mí, que me iba a convertir en un experto en desentrañar el origen del humo que sale por las chimeneas de los hornos crematorios, cada vez menos espeso, sin consistencia, sin sustancia, humo que ni siquiera huele. ¿Sabes por qué? Porque los que quedamos vivos en Mauthausen ya no tenemos grasa, no somos más que esqueletos andantes, piel pegada a los huesos que no tiene nada que ofrecer, cartones viejos que ni siquiera servimos para encender una hoguera. A veces llega una nueva remesa de presos y enseguida una buena parte de ellos son conducidos directamente a las duchas de gas, que están junto al crematorio, y luego queman los cuerpos. Cuando nosotros llegamos no podíamos imaginar lo que les iba a pasar a los más viejos o a los más débiles que fueron apartados tras un breve vistazo de quienes parecían ser médicos, al menos iban vestidos con sus batas blancas y llevaban estetoscopios colgados del cuello. Muchos compañeros fueron apartados y conducidos a la derecha, a donde todavía no sabíamos ni podíamos imaginar, cómo hubiéramos podido, que había unas espitas del suelo de las que salía un gas venenoso que los adormecía o los hacía toser hasta matarlos.

El primer año fue terrible. Todavía no sé cómo he sido capaz de sobrevivir, y, lo que es peor, lo que algunas veces me atormenta, no saber por qué a mí, qué tengo o quién soy yo para haber sobrevivido. Por qué se me ha concedido la gracia de seguir con vida y a otros no. Pasé por cuatro barracones distintos y por diferentes comandos de trabajo los primeros meses, talando árboles, ayudando a reparar los hornos crematorios, que cualquier día revientan, como una chimenea que se carga con demasiada leña. A veces, cuando paso cerca, procuro apartarme discretamente, no vaya a ser que me vea un SS o un Kapo y me obligue a quedarme allí, todo el día junto al muro, los dedos cruzados para que no reviente. La pared desprende tanto calor que ni siquiera en invierno puede uno soportar estar demasiado tiempo parado a su lado. Desde fuera se escucha hervir el interior, lo más parecido que puedo imaginar al cráter de un volcán. Lo más triste es pensar que a veces deseo que la chimenea del horno estalle y la explosión se nos lleve a todos por delante, al infierno, si es que existe algo peor que este lugar que merezca ser llamado así.

Pero, por fortuna, me pueden más las ganas de verte, querida mía, las ganas de salir de aquí. Aunque no vaya presentarme en París así. No sé cuánto pesaré ahora, pero no creo que mucho más de cuarenta o cuarenta y cinco kilos. El pelo, que sé que se me ha vuelto blanco de un día para otro aunque cada sábado me afeitan la cabeza, a veces, cuando veo reflejada mi cara en el cristal de una ventana, cuando solo falta un día para que me vuelvan a rasurar, me doy cuenta de que lo único que me asoma en el cráneo o en la barbilla son púas blancas, como si de pronto hubiera envejecido diez, veinte, o quizá treinta años, como si el tiempo transcurriese aquí dentro a un ritmo diferente, mi vida, que tres años me han convertido, sin que haya podido hacer nada por evitarlo, en un viejo, un hombre como mi padre, mayor que él incluso, la vida a dos velocidades, en el campo, donde tan odioso es estar, y es paradójico que el tiempo transcurra de una forma tan rápida, o a lo mejor es que transcurre igual que fuera, incluso más despacio, pero somos los que estamos aquí dentro los que envejecemos, a los que la vida se nos escapa sin que podamos hacer nada.

Pero lo peor, como te digo, Anna, fue al principio, antes de que llegasen los judíos y luego los rusos que habían sido hechos prisioneros en el Frente Oriental. Es por ellos por los que nos hemos enterado de que la Wehrmacht ha sido derrotada en Stalingrado, que los americanos decidieron entrar por fin en la guerra después de que los japoneses atacasen una base naval en el Pacífico. Parece que el mundo está desquiciado, y a pesar del infierno en el que estoy metido me doy cuenta de que en el exterior también impera la locura.

Cuando llega una remesa nueva de prisioneros, procuro acercarme a ellos, a veces les ofrezco la mitad de la ridícula ración que nos dan antes de irnos a dormir para que me cuenten cosas del exterior, sobre todo de París. Alguno me ha mirado extrañado, porque también le pregunto por ti. Imagínate, los rusos, con los que apenas me entiendo más que por señas, lo que deben pensar cuando les pregunto por una tal Anna Cavour que vive en París. Creo que si no se levantan y se van o no me dan un empujón es porque no entienden lo que les pregunto. Lo que más deseo que me cuenten es que los alemanes se han marchado de París, para imaginarte en los Campos Elíseos, llorando de alegría, agitando un pañuelo o dando saltos de felicidad. Te veo ahí y enseguida me entran ganas de seguir viviendo. Tan contento me pongo, que ni siquiera me importa que te abraces a un soldado americano, que le des un beso incluso. Son momentos de alegría, Anna, y yo fui tan estúpido como para no hacerte caso y quedarme en París en lugar de marcharme al sur, a la Francia libre, donde habría tenido más oportunidades de salvarme, de no irme de tu lado, porque sé que te habrías venido conmigo, los dos escondidos en algún pueblo recóndito del sur, viviendo con un nombre falso, una identidad impostada hasta que la guerra terminase. ¿Sabes? Creo que ya he pagado. He pagado con creces. Ya no me siento mal por haberme marchado de España gracias a las influencias de mi padre cuando debería haberme quedado, igual que los camaradas que compartían mis ideas. Creo que ya he expiado mis culpas, si las tuve, que ya he cumplido por lo que hice, o por lo que dejé de hacer, con estos tres años que llevo aquí dentro. Pero aunque siento que ya no me quedan fuerzas apenas, también pienso que lo peor ya ha pasado, y no es una falsa ilusión, porque también soy consciente de que cualquier día puedo estar muerto, que me encontrarán congelado en la litera una mañana de invierno y que, con toda seguridad, mis compañeros no dirán nada hasta que alguno haya podido tragarse la ración de comida que me correspondía, que el Kapo de mi barracón se levantará con el pie izquierdo un día y me castigará a pasar la noche desnudo en la nieve, hasta que me muera de frío, o que algún soldado practicará su puntería con mi cabeza mientras atravieso la Appelplatz. Pero eso ya no dependerá de mí, y hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que esas son cosas que no puedo controlar. Con el tiempo he llegado a dominar las ganas irrefrenables que a veces me entraban de arrojarme a la alambrada electrificada, como algunos compañeros no han podido evitar hacer. Es una muerte rápida. Yo lo he visto con mis propios ojos, Anna, el alambre que chisporrotea, el cuerpo que se convulsiona, el humo que sale de la piel o el olor a carne quemada. Tirarme a la alambrada o rebasar la línea de la explanada de la cantera en la que los soldados que nos vigilan se llevan el fusil a las manos esperando a que demos un paso más. Por fortuna, hace mucho tiempo que superé esa etapa de mi cautiverio, querida mía, y hubo varias razones que me ayudaron a ello. La primera me da vergüenza incluso contártela, pero es la verdad, y en circunstancias como las que yo me encuentro tan excepcionales, hay cosas que enseguida salen a la luz, y antes o después uno se da cuenta de que el instinto de supervivencia es la fuerza más grande que se puede sentir, una corriente que arrasa con lo que se encuentra, igual que un dique o una presa que se rompe porque ya no puede contener más el agua que almacena. Más que la amistad, más que el hambre o la sed, más que el amor o el deseo sexual, son las ganas de seguir viviendo en este maldito infierno a pesar de todo, y uno no puede evitar alegrarse, aunque no quiera, cuando dos años después llegan nuevos convoyes a la estación, nuevas reatas de presos a los que les ponen dos triángulos superpuestos en el pecho del traje de rayas, uno rojo y otro amarillo, hasta formar una estrella de seis puntas, la estrella de David, y enseguida son ellos los que se encargan de las tareas más penosas del campo, como el trabajo en la cantera, y caen como cucarachas, igual que antes lo hemos hecho nosotros, los republicanos españoles, y nuestra vida ahora no te diré que es buena, porque esa palabra no puede existir dentro de los muros de Mauthausen, pero las condiciones de vida de los judíos son mucho peores, y su llegada, de alguna manera, nos ha aliviado un poco de las penurias del campo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Violinista De Mauthausen»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Violinista De Mauthausen» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Violinista De Mauthausen»

Обсуждение, отзывы о книге «El Violinista De Mauthausen» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x