– Así lo espero -dijo Harry. Estudió a De Salas. Su expresión era abierta y sincera. «Se lo cree», pensó Harry.
Barbara regresó.
– Ya podemos pasar -dijo.
Sandy se levantó y se situó entre Harry y De Salas, apoyando una mano en los hombros de cada uno de ellos.
– Tendríamos que reanudar esta charla en otro momento. Pero ahora cambiemos de tema, ¿eh?, por deferencia a las señoras. -Les dirigió a los dos una paternal sonrisa y Harry se preguntó cómo podía ser que pareciera un hombre de mediana edad, mucho mayor de lo que era. Antes se había compadecido de Sandy, pero ahora éste le empezaba a resultar ligeramente repulsivo.
En el comedor se había dispuesto un bufet frío. Los cuatro se llenaron los platos y se los llevaron a la mesa de madera de roble. Sandy abrió otra botella de vino. Jenny tenía consigo la botella de ginebra.
– Sandy -dijo De Salas-, deberías haber invitado a una señorita para el señor Brett.
– Sí, Sandy, nos falta una persona -convino Jenny-. Malas maneras.
– No ha habido tiempo.
– No se preocupen -dijo Harry-. Seguramente tendré ocasión de conocer a muchas señoritas el jueves que viene. Me han invitado a mi primera fiesta española.
– ¿Y dónde va a ser? -preguntó De Salas.
– En casa del general Maestre. Su hija cumple dieciocho años.
De Salas miró a Harry con renovado interés.
– Conque en casa de Maestre, ¿eh?
– Sí. Intervine como intérprete en una reunión entre él y uno de nuestros diplomáticos.
De repente, Sandy habló en tono perentorio.
– No, Sebastián, nada de negocios esta noche.
De Salas asintió con la cabeza y se volvió hacia Barbara.
– ¿Cómo van sus planes de trabajar con los huérfanos, señora? ¿La marquesa la ayudó?
– Sí, gracias. Espera poder organizar algo.
– Me alegro. ¿Le gustará volver a trabajar como enfermera?
– Me gustaría hacer algo útil. En realidad, lo considero un deber.
– Jenny también es enfermera, como Barbara -explicó De Salas a Harry-. La conocí cuando vino aquí para ayudar durante la guerra.
– ¿Cómo? -Jenny levantó la cabeza con el rostro arrebolado. Harry vio que estaba bebida-. No lo he entendido. ¿Por qué soy como Barbara?
– Estaba diciendo que tú fuiste enfermera.
– ¡Ah, sí! ¡Sí! -Jenny se rió-. Aunque no soy propiamente una enfermera. Nunca estudié. Pero, cuando vine, me encomendaron la tarea de ayudar en las operaciones. Después de la batalla del Jarama. Menos mal que no soy aprensiva.
Barbara inclinó la cabeza sobre su plato. Sandy le dirigió una mirada solícita.
– Harry -dijo después-, prueba este estupendo tinto. Me ha costado un riñón. Un escándalo.
De Salas miró a Harry con una sonrisa.
– Supongo que la embajada cuenta con sus propias provisiones.
– Recibimos raciones. No están demasiado mal.
De Salas preguntó:
– ¿Es cierto que hay muchas privaciones en Inglaterra? ¿Y que los alimentos están racionados?
– Sí. Pero todo el mundo recibe lo suficiente.
– ¿De veras? Pues no es lo que se lee por aquí. -De Salas se inclinó hacia delante, sinceramente interesado-. Pero dígame, por favor, porque de veras me interesa. ¿Por qué siguen ustedes adelante con la guerra? Ya los derrotaron en Francia, ¿por qué no rendirse ahora?
No había manera de que abandonara el tema. Harry miró a Barbara.
– Eso es lo que piensan todos los españoles -le dijo ésta.
– Hitler les ha ofrecido a ustedes la paz. Y yo he visto tantos muertos en España que desearía que cesaran las matanzas en Europa.
Sandy se inclinó hacia delante.
– Tiene razón, ¿sabes? Inglaterra tendría que rendirse ahora que tienen unas buenas condiciones sobre la mesa. No es que no sea patriota, Harry, sólo quiero lo mejor para los intereses de mi país. Llevo fuera casi cuatro años y, a veces, las cosas se ven más claras desde lejos. E Inglaterra no puede ganar.
– La gente está firmemente decidida.
– A defender la democracia, ¿eh? -dijo De Salas sonriendo con tristeza.
– Sí.
– Quizás Hitler nos permitiría conservar la democracia -apuntó Sandy-. A cambio de nuestra renuncia a seguir luchando.
– No tiene un historial muy bueno en este sentido -dijo Harry, repentina y visiblemente dominado por la cólera. Él había luchado contra los alemanes, mientras que Sandy se había quedado allí sentado ganando dinero. Si Sandy había acompañado a la gente en recorridos por los antiguos campos de batalla, Harry había combatido en uno auténtico.
– Ya no queda demasiada democracia en Inglaterra, por lo que me cuentan -terció Jenny, levantando la voz-. A Oswald Mosley lo metieron en chirona simplemente por haberse puesto al frente del partido equivocado.
Barbara le lanzó una mirada rebosante de veneno. De Salas carraspeó.
– Creo que quizá nos estamos acalorando demasiado -dijo con torpeza.
La fiesta no duró demasiado. De Salas no tardó en decir que tenían que marcharse y se retiró llevándose a rastras a una Jenny que casi no se tenía en pie.
– No la vuelvas a invitar, Sandy, por favor-dijo Barbara cuando se fueron.
Sandy arqueó las cejas, mirando a Harry mientras se encendía un cigarro.
– Jenny se pasó toda la Guerra Civil trabajando aquí como enfermera. Antes era bastante alocada, al parecer se fugó del colegio de Roedean. Por lo visto, no sabe adaptarse a la paz, se pasa la vida borracha. Sebastián está pensando en quitársela de encima.
– Es asquerosa -dijo Barbara. Se volvió hacia Harry-. Perdona, no he estado muy amable esta noche.
– Pero don Sebastián parece bastante civilizado -dijo Harry-. A su manera.
– Sí. -Sandy asintió con la cabeza-. El fascismo español no es como el nazismo, Harry, tienes que recordarlo. Se parecen más bien a los italianos. Yo, por ejemplo, llevo a cabo una labor de beneficencia con refugiados judíos. Sin embargo, hay que hacerlo con cierta discreción, porque temen molestar a los alemanes; pero la verdad es que las autoridades hacen la vista gorda. -Miró a Harry con una sonrisa-. No hagas caso de lo que antes he dicho acerca de la rendición británica. Ha sido una simple… conversación. Aquí es el tema del día, como puedes imaginar. Les encantaría que terminara la guerra; ya ha habido demasiados derramamientos de sangre, como bien ha dicho Sebastián.
Barbara se encendió un cigarrillo.
– Estoy de acuerdo en que aquí no tienen esas ideas nazis sobre la pureza racial. Pero son todos bastante brutos.
Sandy enarcó las cejas.
– Pensaba que estabas de acuerdo en que, al final, Franco había puesto un poco de orden.
Barbara se encogió de hombros.
– Puede ser. Voy a decirle a Pilar que recoja, Sandy, y después subo arriba. Os dejo con vuestras copas. Perdona, Harry, no estoy muy brillante esta noche. Me duele un poco la cabeza. -Lo miró con una leve sonrisa en los labios-. Te llamaré, a ver si nos vemos.
– Sí, por favor. Si me llamas a la embajada, seguramente me encontrarás. Cualquier día de esta semana quizá.
– Quizá.
Harry volvió a percibir cierta desgana en su voz. «¿Por qué?», se preguntó.
Una vez solos, Sandy llenó sendos vasos de whisky y se encendió un cigarro. Al parecer, su aguante era tremendo. Harry lo había observado beber despacio para mantener la cabeza despejada.
– ¿Le ocurre algo a Barbara?
Sandy hizo un gesto como de rechazo con la mano.
– Bueno, no. Simplemente está cansada y preocupada por lo que ocurre en Inglaterra. Los bombardeos y todo lo demás. Oye, cuando te llame, llévala a comer a un buen restaurante. Aquí está demasiado sola.
– De acuerdo.
– España es un lugar muy curioso, pero hay muchas oportunidades de negocios. -Sandy se echó a reír-. Mejor será no decir que me conoces cuando acudas al baile de la niña de Maestre. El Gobierno es un nido de rivalidades, y el bando en el que yo trabajo y el de Maestre no se llevan bien.
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