– Y entonces te encontraste con Sandy. Estupendo.
– Sí. Él me ayudó a recuperarme.
Sandy se acercó a ella y le rodeó los hombros con el brazo, estrechándola en ademán protector. A Harry le pareció que Barbara se echaba un poco hacia atrás.
– Y tú, Harry -añadió Barbara-, ¿cómo estás? Sandy me dijo que estuviste en Dunkerque.
– Sí, pero ahora ya estoy bien. Sólo me ha quedado una pequeña sordera.
– ¿Qué tal van las cosas en casa? Recibo cartas de mi familia, pero no me explican muy bien qué tal lo lleva la gente. Los periódicos españoles dicen que la situación es bastante mala.
– La gente resiste muy bien. La batalla de Inglaterra fue una inyección de moral.
– Me alegro. Estando tan lejos, no me preocupaba demasiado la falsa guerra; pero, desde que empezaron los bombardeos… supongo que tú en la embajada te enteras de todo. Aquí todos los periódicos están censurados.
Sandy se echó a reír.
– Sí, hasta censuran los desfiles de moda del Daily Mail. Si les parece que los vestidos son demasiado escotados, les ponen encima una franja negra.
– Bueno, la situación es muy dura, pero no tanto como los periódicos de aquí dan a entender. El estado de ánimo de la gente es asombroso, Churchill ha conseguido unir a todo el mundo.
– Toma una copa de vino -dijo Sandy-. Comeremos algo más tarde, cuando lleguen los demás. Oye, ¿por qué nos os reunís los dos una tarde para charlar un poco más acerca de la situación en vuestro país? A Barbara le sentará bien.
– Pues sí; sí, lo podríamos hacer.
Barbara inclinó la cabeza en señal de asentimiento, pero Harry percibió una cierta desgana en su voz.
– Estaría muy bien. -Harry se volvió hacia Sandy-. ¿Tú qué haces ahora exactamente? El otro día no me lo acabaste de explicar.
Sandy esbozó una ancha sonrisa.
– Bueno, toco varias teclas.
Harry miró a Barbara sonriendo.
– Sandy se ha abierto camino en el mundo.
– Pues sí. -A Barbara pareció molestarle la mención de los negocios. Harry se alegró. Si no supiera nada, no tendría nada que contar.
– Ahora mismo me ocupo, sobre todo, de un proyecto respaldado por el Gobierno -contestó Sandy-. Extracción de minerales. Todo muy aburrido, simples tareas de exploración. Pero requiere cierta organización.
– Así que explotación de minas, ¿eh? -dijo Harry. Debía de ser lo del oro. Seguía estando de suerte. Se le aceleraron los latidos del corazón. «Tranquilo -se dijo-, tómatelo con calma»-. Recuerdo que en el colegio querías ser paleontólogo. Los secretos de la tierra, solías decir.
Sandy se rió.
– Bueno, ahora no se trata de dinosaurios. -Sonó el timbre de la puerta-. Disculpa. Tengo que ir a recibir a Sebastián y Jenny. -Se retiró.
Barbara permaneció en silencio un instante y después sonrió con cierta inseguridad.
– Me alegro de volver a verte.
– Y yo a ti también. Tienes una casa muy bonita.
– Sí, creo que he caído de pie. -Barbara hizo una pausa y después se apresuró a preguntar-: ¿Crees que Franco entrará en guerra?
– Nadie lo sabe. Corren toda suerte de rumores. Si ocurre, será de repente.
Ambos se callaron cuando Sandy apareció en compañía de una pareja muy bien vestida. El hombre tenía treinta y tantos años, era bajito y delgado y resultaba muy atractivo desde un moreno y sureño punto de vista español. Vestía el uniforme de la Falange, atuendo militar oscuro y camisa azul. La mujer era más joven y también muy atractiva, rubia y de facciones redondeadas y suaves y expresión arrogante.
– Harry -dijo Sandy en español-, permíteme presentarte a Sebastián de Salas, un colega mío. Sebastián, te presento a Harry Brett.
El español estrechó la mano de Harry.
– Encantado, señor. Hay muy pocos ingleses en Madrid. -Se volvió hacia su acompañante-. Jenny ve a muy pocos compatriotas suyos.
– ¡Hola! -La voz de la mujer era cortante como el cristal, y sus duros ojos miraban con expresión de complacencia. Se volvió para dirigirle a Barbara una fría y ceremoniosa sonrisa-. Hola, Babs, qué vestido más bonito.
– ¿Te apetece una copa de vino? -El tono de Barbara era tan frío como el suyo.
– Más bien prefiero un gin-tonic. Me he pasado toda la tarde en el club de golf.
– Vamos todos -dijo Sandy jovialmente-. A sentarse.
Los cuatro se acomodaron en unos mullidos sillones.
– Bueno, Harry, ¿usted a qué se dedica? -preguntó Jenny de repente.
– Soy traductor en la embajada.
– ¿Ha conocido a alguien interesante?
– Sólo a un subsecretario.
– Jenny es una aristócrata, Harry -explicó Sandy-. Y Sebastián, también.
El español soltó una carcajada como de disculpa.
– Más bien pequeño. Tenemos un castillito en Extremadura, pero se está desmoronando.
– No te rebajes, Sebastián -dijo Jenny-. Yo soy prima de lord Redesdale. ¿Lo conoce?
– No. -Harry hubiera deseado reírse. Aquella mujer era ridícula.
Jenny tomó la copa que Barbara le ofrecía.
– Vaya, muchas gracias. Mmm, delicioso -dijo, apoyándose en De Salas.
– ¿Cuánto tiempo lleva usted en Madrid, señor Brett? -preguntó De Salas.
– Algo más de una semana.
– ¿Y qué le parece España?
– Veo que la Guerra Civil ha provocado… muchos trastornos.
– Pues sí. -De Salas asintió tristemente con la cabeza-. La guerra hizo mucho daño y ahora nos enfrentamos con las malas cosechas. La gente lo está pasando muy mal. Pero nos esforzamos por mejorar la situación. El camino es arduo, pero ya hemos dado el primer paso.
– Sebastián pertenece a la Falange, como puedes ver -dijo Sandy en tono neutral, pero mirando a Harry con cierta guasa. De Salas sonrió y Harry lo miró con una sonrisa imparcial. Sandy apoyó una mano en el brazo de Barbara-. Barbara, ve a ver qué hace Pilar, ¿te importa?
Barbara inclinó la cabeza y se retiró. «La esposa obediente», pensó Harry. La idea le dolió por una razón inexplicable.
– Señor Brett -dijo De Salas cuando Barbara se retiró-: ¿puedo preguntarle una cosa? El caso es que me temo que muchos ingleses no comprendan lo que es la Falange.
– A menudo resulta difícil comprender la política de los países extranjeros -contestó cuidadosamente Harry, recordando los gritos de la horda que había rodeado el vehículo y al chico que se había mojado los pantalones.
– En Inglaterra tienen ustedes una democracia, ¿verdad? Por eso luchan ustedes, por el sistema.
– Sí.
«Estupendo -pensó Harry-, va directamente al grano.»
De Salas sonrió.
– Comprenda, por favor, que no es mi intención ofenderlo.
– No, desde luego.
– La democracia ha funcionado bien en Inglaterra y en Estados Unidos, pero no funciona en todas partes por igual. En España, la democracia trajo el caos y los derramamientos de sangre bajo la República. -De Salas sonrió con tristeza-. No todos los países son aptos para sus libertades, se rompen en pedazos. A veces, la vía autoritaria resulta ser la única válida.
Harry asintió, recordando que tenía que evitar la política en la medida de lo posible.
– Lo comprendo perfectamente. Es sólo que supongo que cabría preguntarse a quién deberían rendir cuentas los gobernantes.
De Salas se echó a reír y extendió las manos.
– Pues mire, señor, las rinden a toda la nación. A toda la nación representada por un solo partido. Eso es lo bonito de nuestro sistema. Oiga, ¿sabe usted por qué la Falange viste camisas azules?
– No me digas que es porque todos los demás colores ya estaban ocupados -terció Sandy riéndose.
– Porque el azul es el color de los monos de los obreros. Nosotros representamos a todo el mundo en España. La Falange es un camino intermedio entre el socialismo y el capitalismo. Ha dado resultado en Italia. Sabemos lo dura que es ahora la vida en España, pero haremos justicia a todo el mundo. Denos tiempo -añadió De Salas, sonriendo con la cara muy sería.
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