Con prosa ágil, plagada de errores de ortografía, relata a continuación las alternativas de la jornada electoral del 16 de junio: como en la parroquia de la Merced decían los cismáticos que estaban ganando, “no te puedo ponderar el furor de los nuestros, todos se querían ir afuera a reunirse allí para imponerse, no hubo más agitación cuando se hicieron en tiempo de Lavalle”, opina, refiriéndose a otras elecciones reñidas y sangrientas, las del año 1828, en que cada facción recurrió a los militares amigos para obtener el triunfo.
Continúa narrando que en esta oportunidad los federales netos estaban enardecidos y sólo se los contuvo diciéndoles que Rosas no aprobaría más violencia; pero hubo algún episodio de sangre: el sargento Bernardino Cabrera, estando en la parroquia de la “Conseción” (sic), vio que el oficial de justicia Fernández (cismático rabioso) daba una bofetada al comisario Parra (apostólico ferviente) y como represalia “sacó su espada y le hizo un arañito”. [102]
La prensa liberal calificó el “arañito” de herida grave, compensó a Fernández con mil pesos y Cabrera fue a parar a un pontón con una barra de grillos. Todavía meses después se seguía informando sobre el estado de salud de Fernández. [103]
Encarnación incluía en esta carta expresiones muy sinceras, tal era su estilo, que hacen a la relación con el marido: “Todos me encargan te diga andes con precaución a este respecto. Esto se está poniendo malísimo, la debilidad de los nuestros y la osadía de los otros todo lo desquician. Dime algo, soy tu mejor amiga, los paisanos me quieren, tengo bastante resolución para ayudarte. Qué gloria sería para mí si algún día pudieras decir: más me sirvió mi mujer que mis amigos; yo no tengo miedo, creo que todas las cosas emanan de Dios y que estamos obligados, todas las clases, a trabajar por el bien general. En esta casa se agolpan los nuestros, yo no puedo menos que recibirlos, no teniendo ninguna instrucción tuya, por lo que ataca el Iris (periódico cismático) mi casa con palabras descomedidas”.
Era sin duda la mejor amiga del Restaurador, pero éste mantenía su reserva y utilizaba con ella los mismos silencios con que manejaba a sus demás partidarios. Encarnación, con veinte años de casada, se empeña en mantener los espacios ganados en el favor de su esposo a fuerza de servicios inteligentes y de lealtad, pero más allá de estos coqueteos, como bien ha señalado Correa Luna al dar a conocer esta carta, “Hay algo innegable: este matrimonio ejemplar pensaba con un solo cerebro, un cerebro político”, y ésta era un arma formidable. [104]
En esta lucha los lomos negros pretendían mantener la ficción de que Juan Manuel era ajeno a lo que tramaban sus partidarios. [105]Pero buena parte de los ataques de la prensa cismática se dirigían a la familia de Rosas; acusaban a Juan Manuel de nepotismo porque durante su gobierno (1829/1832) había colocado a sus hermanos y a sus cuñados en cargos claves de la administración y denunciaban a la casa de los Ezcurra por su activismo federal neto: “Sabemos por conducto fidedigno, que de cierta casa de esta ciudad, que aún aspira a la dirección exclusiva de los negocios, se dirigen cartas a varios puntos de la campaña con el objeto de alarmar a algunos comandantes de milicias contra el gobierno legalmente constituido (…) Esta misma casa ha sido tachada en la guerra de la Independencia de goda y antipatriota, y en ella se protegía públicamente a los españoles despreciando a todos los patriotas, pero hoy, como por encanto, se ha vuelto a pretender ser la más liberal y afecta a los principios republicanos, aspirando a dar el tono a la política del país”. [106]
Estaba vivo aún en Buenos Aires el recuerdo de la gran división ideológica que produjo la Revolución de Mayo. Pero El Defensor de los Derechos del Pueblo, que ha publicado esta denuncia, avanza más aún y a principios de agosto ataca ya directamente a la mujer de Rosas a la que tacha de “chupandina” (borracha) y denuncia que el coche de Encarnación ha atropellado a un desgraciado a la salida del teatro enviándolo al hospital y, lo que es más grave, “que una señora que pertenece a una casa que poco ha jugaba un gran rol en la política ha dicho que desde el señor gobernador hasta el último de los liberales están destinados a arrastrar una cadena de orden de los patronos de esa misma casa”. En otras páginas se relatan todos los actos de ultraconservadurismo que marcaron a la primera administración de Rosas que van desde la autorización para vender esclavos recién traídos a la provincia, contrariando el espíritu de la legislación vigente, hasta el envío por la fuerza de mujeres comunes a la frontera con el pretexto de que son prostitutas. [107]
Encarnación, atenta a esta guerra de denuncias, ofrece 300 pesos por los originales de los comunicados con denuncias sobre el mal manejo de la tierra pública en tiempos de Rosas, contra Prudencio Rosas por el presunto robo de caballos en Córdoba “contra María Josefa, mi hermana, y otro contra esta casa que dice es la patrona de los godos”. [108]
Pone al corriente a su marido de que se ha declarado una suerte de guerra entre las mujeres de los líderes políticos de la ciudad: “la mujer de Balcarce, el gobernador, anda de casa en casa hablando tempestades contra mí, lo mejor que dice es que he vivido en la disipación y los vicios, que vos me mirás con la mayor indiferencia, que por eso te he importado poco y nunca has tratado de contenerme; te elogia a vos, cuanto me degrada a mí, éste es el sistema porque a ellos les duele por sus intereses el perderte y porque nadie da la cara del modo que yo, pero nada se me da de sus maquinaciones, tengo bastante energía para contrarrestarlos, sólo me faltan tus órdenes en ciertas cosas, las que las suple mi razón y la opinión de tus amigos a quienes oigo y gradúo según lo que valen pues la mayoría de casaca tienen miedo y me hacen sólo el chúmbale”. [109]
Encarnación revela aquí madurez para soportar los agravios y una comprensión impecable del carácter y de los riesgos de la lucha facciosa en la que es preciso saber dar y también recibir mandobles. Mientras su rival, la Mantilla, esposa de Balcarce, es la más fuerte dentro de la pareja, y hace variar las opiniones del marido según sus impulsos, la mujer de Rosas se revela tan fuerte como él, lo que no es poco, y en esta oportunidad es ella la más expuesta a los peligros. Teme, sí, por la vida de Juan Manuel, al cual le advierte en esos días la posibilidad de un atentado, a cargo de un mulato, muy unitario, que ha ido al ejército del sur, llevando de regalo un barril de aceitunas: “no las comas hasta que otro no las coma primero, no sea gancho”. [110]
Hay otras mujeres destacadas en el grupo federal: además de Pepa Ezcurra, está la mujer de Garretón, “que vale un perú para trabajar contra los cismáticos”, y la señora de Manuel Corvalán y toda su familia; Rosas, por su parte, elogia a la viuda del “benemérito paisano finado Martínez (…) Esa mujer ahí donde la ves, que parece no quiebra un plato, es una gaceta y muy buena picana para trabajar en la causa de los restauradores”; recomienda mucho también atraerse al clero.
Era preciso que estas señoras se empeñaran sin pausa para que los paisanos que acudían a ellas, en busca de protección y ayuda, no quedaran defraudados. Les hacían muchos favores y hasta atenciones de tipo personal. En lo de Ezcurra se protegía su salud, se les permitía jugar al billar y hasta se les prestaba el coche de la dueña de casa para que pasearan a sus comadres: de este modo los buenos federales participaban de las comodidades de la clase alta, inasequibles para los pobres.
Rosas alienta a su mujer en estos términos: “No repares en visitarlos, servirlos y gastar con ellos cuanto puedas. Lo mismo que con las pobres tías y pardas honradas, mujeres y madres de los que nos son y han sido fieles. No repares en visitarlas y llevarlas a tus paseos de campo aprovechando tu coche que para (eso) es y no para estarlo mirando”. [111]Además de estas tareas, Encarnación tenía otras menos amables: hacer fijar pasquines injuriosos contra los enemigos, contratar a quien les diera una buena paliza, preparar atentados contra las viviendas de los opositores, enviar listas de los amigos y de los enemigos de la causa a todos los pueblos de la provincia. En esto tampoco trepidaba como lo demuestra algún pasquín que se agrega a las cartas que intercambian los Rosas. Está dirigido contra Gregorio Tagle que en agosto había asumido como ministro de gobierno y se había empeñado en intentar una conciliación. Dentro del bando apostólico, Guido, Mansilla, Tomás Anchorena y García de Zúñiga parecían dispuestos a aceptar ese giro, pero Encarnación se oponía a toda transacción y ante la propuesta de Tagle de tener una conferencia con ella expresó: “Más la deseo yo para calentarle las orejas porque ya es tiempo de dejarnos de pasteles”. En cuanto al pasquín, decía así:
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