Camilo Cela - La cruz de San Andrés

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La cruz de San Andrés: краткое содержание, описание и аннотация

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A través de una estremecedora y minuciosa confesión, Matilde Verdú, nos hace un relato puntual de su vida. Sexo, frustración, locura y muerte se entrelazan íntima y amorosamente hasta componer un retablo magnífico, que incluye desde los pequeños acontecimientos hasta los sucesos más dramáticos de su existencia.

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Ana María está muerta de miedo y se pasa la noche abrazada al maestro ínfimo de la Comunidad del Amanecer de Cristo.

– ¿No es Jesucristo?

– Es igual, se dice de las dos maneras.

El día de San José Artesano se entregan los premios provinciales de natalidad en sus dos clases, hijos habidos e hijos vivos: don Ramón Blanco Cundins, 54 años, de Vilar de Couso, jornalero, casado con doña Josefa Picallo Mourelle, 44 años, número de hijos 16, les viven 13, 11 en el hogar, 30 000 pesetas; don Domingo Pérez Mínguez, 58 años, de Bastabales, herrero, casado con doña Digna Béllez Mayo, 50 años, número de hijos 16, les viven 13, 9 en el hogar, 10 000 pesetas; don Emilio Guitián González, 59 años, de La Coruña, funcionario, casado con doña Julia Garre Benítez, 42 años, número de hijos 14, todos vivos y todos en el hogar, 10 menores de 14 años, 30 000 pesetas; don Agustín Lage Castro, de La Coruña, peón, casado con doña Antonia Gantes Navarro, ambos de 41 años, número de hijos 14, todos vivos, 13 en el hogar, 9 menores de 14 años, 10 000 pesetas.

La meditación es el camino hacia los más elevados estados de la conciencia, insisto en decirte que soy una mujer presa de todos los pánicos, no creo haber pecado más ni tampoco menos que las demás mujeres pero estoy tan avergonzada y pesarosa que no puedo dormir, tengo que tomar todas las noches tres copas de aguardiente templado al baño de María, ¿de qué me sirve mi fortaleza?, yo soy capaz de aguantar tanto como un capitán que no haya comido más que carne de morueco de las montañas de Kirikkale durante los últimos cien días, Karabuk y Kirikkale están lejísimos, casi en el fin del mundo.

A Fran, el hijo de Eva, Julián Santiso lo convenció de que era Simón Pedro, Fran está muy imbuido de su papel y lo representa con dignidad. Fran deja los estudios y vive a saltos y de lo que puede, sus padres no le hacen demasiado caso. Cuando muere su abuela Clara Erbecedo, a los dos años o algo más, Fran pacta con Evaristo el jardinero, se mete en el chalet de San Pedro de Nos aprovechándose de que su tía Vicenta, o sea su tía Mary Carmen, está en Conjo, y se dedica a hacer figuritas de barro que vende en el mercadillo de los domingos; a su amigo Javier, el paje galán de doña Leocadia, la que le da de merendar y le paga los estudios, y de Clara, la que le llamaba Fifí y le acariciaba las orejas, también lo trató de captar la Comunidad del Amanecer, pero le salvó su indiferencia, a Javier Perillo le era casi todo igual y no quería buscar ni la paz ni la felicidad ni nada, ni suyas ni de nadie, él sólo quería seguir viviendo sin mayores apuros, cuando se es joven no es difícil, Clara Erbecedo le dejó una manda en su testamento, más de veinte mil duros en acciones del Banco Pastor, a cambio de que no fuese durante un año por casa de doña Leocadia, la gente se escandalizó y se rió, las dos cosas, doña Leocadia y Javier se vieron durante ese año en una buhardilla que ella tenía alquilada en la calle de Andrés Antelo, nunca se supo para qué, y al cabo de ese tiempo Javier entró en posesión del legado, tuvo que pagar bastante de derechos reales, se los pagó doña Leocadia.

Yo no quiero desmentir a nadie ni tampoco enmendar la plana a nadie, no estoy autorizada, yo me limito a desgranar la dolorosa historia de un derrumbamiento al que envuelvo en una fábula añorante y amarga: no fue así y bien me duele, pero yo creo que debieran haber salido en mi defensa los muertos del cementerio, en el camino de la Torre y frente a la mar de San Amaro, todos también vencidos, a todos los barrió el tiempo que pasa y ya no pasean a la caída de la tarde por la calle Real.

– ¿A usted no le parece que su tocaya la ferrolana Matilde Meizoso, la mujer de Pichi, es más animosa que usted?

– Pues sí, quizá sí, eso no es demasiado difícil.

No me canso de repetir que a las mujeres vulgares también nos hieren los compromisos de la historia que padecemos, quienes la escriben son los otros, los demás, los distintos, los que nos hacen sufrir, yo me siento sañudamente perseguida por el violento chorro de arena de la murmuración, yo pienso que sería mejor hacer borrón y cuenta nueva de todo y volver a empezar otra vez desde el principio, nadie sabe qué es lo que espera al mundo tras el juicio final, a lo mejor Dios se irrita o se deprime y le planta fuego a todo, los teólogos dicen que en Dios no caben ni la irritación ni la depresión; lo único que Dios no es, es débil.

– ¿Usted cree que Pichi es feliz con su mujer?

– A mí no me lo parece, pero eso no se sabe nunca, no es posible que se sepa nunca, a veces lo ignora hasta el propio interesado, que puede confundir el desamor con la úlcera de estómago 0 la sordera.

El general croata Luburich, Maximiliano Luburich, cuando vendió su granja avícola, abrió una imprenta en Carcagente, allí fue donde lo mataron por orden de Tito dándole con una llave inglesa en la cabeza, a Trotski le pasó lo mismo en México, al rey Favila no, al rey Favila lo mató un oso abrazándolo.

Betty Boop tuvo varios novios, o más bien novietes, antes de casarse: Pepito, un mierdecilla violento y ordinario, que tenía los dientes un poco para afuera y parecía un conejo; Luis, un gordito de Carballo medio barbilampiño que era estudiante de arquitectura y le duró poco; Suso, que nadaba muy bien, tenía más resistencia que velocidad y era capaz de nadar horas y horas sin cansarse; Jorge, que tenía una moto bastante buena y muy espectacular y se pasaba el día sacándole brillo con una gamuza; Genaro, que era de Noya, al pobre lo tuvieron que operar de fimosis; Ignacio, que había sido seminarista en Mondoñedo y estudiaba filosofía y letras; Moncho, que era un poco bizco pero bailaba muy bien, con mucho ritmo y sentimiento, y quizá algún otro. Después apareció el que acabaría siendo su marido, Roberto Bahamonde Chas, no se puede decir que Betty Boop hubiera perdido el tiempo.

Es indignante que se dé por válido el hecho de que las mujeres no contemos para la historia, no tengamos historia, las mujeres corrientes y molientes, las mujeres del montón, las que no valemos más que para servir al hombre, para dar gusto al hombre, para llorar y aplaudir y enterrar al hombre, las que pasamos por la vida en un discreto silencio casi siempre artificial y sin pena ni gloria.

– Pero con orden y concierto.

– Sí, sin duda, y eso es lo más importante.

El padre Castrillón era de la apocalíptica escuela del padre Cuadrado, en los ejercicios espirituales nos anatemizaba a todas en sus sermones y nos metía el resuello en el alma hablándonos del fuego eterno, el mundo, el demonio y la carne son los tres cómplices del mal que a todos nos acecha para caer como un buitre sobre la carroña de nuestros espíritus; el padre Castrillón declamaba estas palabras con un aire muy solemne y dramático, parecía que estaba representando Veinte mil leguas de viaje submarino.

– Leed, leed el libro sobre el baile agarrado de fray Jeremías de las Sagradas Espinas, leed, leed y obrad en consecuencia, daos por advertidos.

A mí esto de «leed y obrad y daos» nunca me gustó, la gente suele decir «leer y obrar y daros», a lo mejor es menos correcto, no sé; en las esquelas mortuorias también se suele hablar con mucho comedimiento administrativo. Ahora es el momento de contar lo del profesor de violín, lo sé porque el padre Castrillón me lo ordenó de manera tajante, pero no voy a obedecerle, lo del profesor de violín no lo voy a contar ahora sino cuando cuadre.

– ¿Por qué te pasas las tardes de los domingos esmerándote en esos inútiles ejercicios de caligrafía?

– Para mí no son inútiles, puedes creerme, para mí son gráciles y armoniosos.

– ¡Bah! ¿Por qué lleva tu hombre puntillas en los calzoncillos, en la bragueta y en la pernera de los calzoncillos?

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