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Camilo Cela: La cruz de San Andrés

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A través de una estremecedora y minuciosa confesión, Matilde Verdú, nos hace un relato puntual de su vida. Sexo, frustración, locura y muerte se entrelazan íntima y amorosamente hasta componer un retablo magnífico, que incluye desde los pequeños acontecimientos hasta los sucesos más dramáticos de su existencia.

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– Son habladurías a las que no debieras hacer caso. Mi hombre no lleva puntillas en ningún sitio, lo que sí lleva son los suspensorios bordados a punto de cruz, lleva un ancla y sus iniciales bordadas a punto de cruz.

En la droguería les acabé con el papel de retrete marca La Condesita, ahora me lo dieron marca La Jirafa, yo creo que es peor, la tinta del bolígrafo se corre algo, no me queda más remedio que aguantar, ya iré arreglándomelas, a todo se acostumbra una. En La Coruña sopla el viento en todas las esquinas, en unas más que en otras pero en todas, aquí las mujeres enseñamos las piernas en todas las esquinas, es igual en las de la bahía que en las de la mar de afuera, mis piernas ya valen poco porque voy para vieja, la verdad es que nunca valieron demasiado, fueron siempre un poco flacas y huesudas, pero los hombres son unos viciosos y miran siempre, también sé que es preferible esto a lo contrario.

A las hienas hay que echarles gacelas muertas para que se les barran los malos pensamientos de la cabeza.

– ¿Para que se les borren?

– No, para que se les barran; los malos pensamientos no se borran jamás, basta con barrerlos para que acabe llevándoselos el viento.

Lo dije veinte veces, lo repito siempre, mi nombre es Matilde Verdú y no me volvería atrás de nada, absolutamente de nada de lo que haya podido hacer en mi vida y recuerde, tengo bastante buena memoria, tengo mejor memoria que voluntad, a veces soy algo apática, también declaro que me gustaría haber sido otra persona, varón mejor que hembra, mamífero mejor que ave, blanco mejor que negro, pero me aguanto porque sé bien que no se pueden pedir imposibles. Mi abuelo murió en el frente de Asturias, antes dije que lo mataron en el frente de Huesca pero no es verdad, mi abuelo era comandante de caballería, antes dije que era comandante de infantería pero no es verdad, en ocasiones no me siento con fuerzas para no mentir, a mí me gustaría no mentir jamás pero eso es muy difícil, que Dios me perdone, yo pido constantemente a Dios que me perdone porque todos necesitamos de su perdón; nosotros nos quedamos en La Coruña porque nos fiaban en la tienda de ultramarinos. Mary Carmen, la hermana de don Jacobo, está encerrada en el manicomio de Conjo, los médicos le dan electrochoque de cuando en cuando, no siempre, yo creo que sólo cuando se aburren, los locos llaman Radio R.I.P. al electrochoque, los médicos y los loqueros también se acuestan con las locas o hacen las porquerías con los locos cuando se aburren, es fácil, si se resisten se les da un calmante, eso va en conciencias, a Mary Carmen la preñó el loquero Chus Chans Chao, los castellanos creen que es chino pero no, es de Biduido, mismo al lado de Conjo, a los tres meses Mary Carmen abortó, Chus había sido un ciclista bastante meritorio, un año ganó la etapa Orense-Verín en la vuelta ciclista a Galicia, pero ahora está tísico, Chus ata a Mary Carmen a la cama, le pega con el cinturón, le escupe y le llama puta, una de las veces que Mary Carmen se escapó de Conjo se lo dijo a Evaristo y éste fue a buscar a Chus y lo tiró desnudo al pozo de las monjas, a poco más lo ahoga. Por La Coruña se dijo que el Tigre de Mugardos tenía amores con Jesusa Cascudo, a mí me parece que no es cierto, a veces se encerraban en el invernadero de San Pedro de Nos, pero a esto no se le puede llamar tener amores.

– No se esfuerce porque no merece la pena, nadie le escucha aunque no pocos lo fingen, el limbo está alfombrado con topos muertos, con donicelas muertas, tapizado con pieles de topo muerto, de donicela muerta y en el invernadero de San Pedro de Nos se crían las orquídeas más venenosas y traidoras. Yo no estuve nunca con un hombre en el invernadero de Clara, pero procuro no decirlo, ¿para qué?

El mundo está lleno de ignorancias, sería gracioso que las avispas tuvieran nombre como los niños, los perros y los caballos, y alguien supiera cómo se llamaba la avispa que picó a Rafa en los testículos, vamos, en el escroto, la historia está llena de lagunas, a nadie le importan nada las precisiones. El agente artístico don Daniel Núñez Rodríguez, Satanela, falleció en el día de ayer confortado con los auxilios espirituales, etc. A mi marido y a mí nos quemó la sangre la familia, nos la quemó a fuego lento, tampoco hay prisa para la crueldad, Julio Verne, el práctico del puerto, dice que hicieron bien porque somos dos degenerados, ¡quién habló!, es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno, a mi marido y a mí la familia nos crucificó en la cruz de San Andrés, nos crucificaron desnudos para poder reírse viendo cómo nos picaban las avispas en las partes abyectas, en las beneméritas partes ruines culpables de todas las aberraciones de los demás; creo que no lo dije antes pero debe saberse que a mi marido y a mí nos clavaron en la cruz en la punta Herminia, más allá del polígono de Adormideras, el señor gobernador civil y jefe provincial del Movimiento nos dirigió unas sentidas palabras de despedida y los niños de las escuelas nos saludaron muy amable y emocionadamente agitando rojigualdas banderitas españolas de papel, la lluvia mojó a los niños y a las banderitas.

Una tarde me llamaron por teléfono, yo estaba medio somnolienta, pero me despertó el teléfono.

– Mi nombre es Julián Santiso Faraldo, usted no me conoce, soy buen amigo de Eva, la señora de López Erbecedo, y de Ana María, la viuda de Méndez Gil, quisiera exponerle algunos puntos de vista sobre la educación de los hijos.

– Yo no tengo hijos.

– Bueno, pero nuestras amigas sí.

Quedé con Santiso en el café Triana, en la Marina, también tenía entrada por Riego de Agua, el café Triana era famoso por sus tapas calientes, sus tapas de cocina, Santiso era muy correcto y elegante y tenía una conversación agradable, sonreía siempre, eso es lo que no me dio buena espina, a veces soy algo desconfiada con los que sonríen siempre, también tenía mucha seguridad en sí mismo y un gran poder de persuasión, quedamos amigos y al cabo de algún tiempo coincidí con él en dos reuniones, una en casa de Eva y otra en Santiago de Compostela, en un piso vacío y medio destartalado, sin muebles y con mucha gente joven sentada en el suelo fumando marijuana, se olía en seguida, Santiso escribía cosas en un papel y nos decía que su mano era llevada por la voluntad de Dios, por el sereno mandato del Altísimo, del Sumo Hacedor, llamadle como queráis, el nombre poco importa, a veces también hablaba del Sumo Arquitecto.

– Yo no soy más que un maestro ínfimo de la Escuela de Albores, yo no soy más que el elemento transmisor de los mensajes que nos envía Dios a cada uno, mensajes de amor y de paz, meditemos todos y elevemos nuestras conciencias hacia la anhelada perfección.

Santiso, mejor dicho, Dios a través de Santiso, nos escribió una carta a cada uno mientras guardábamos silencio, yo guardé la mía en el bolso y no la leí jamás, la tiré tan pronto como llegué a la calle porque me dio miedo, a Santiso no volví a verlo y ahora me doy cuenta de que acerté.

– ¿No quemaste la carta?

– Sí, la quemé antes de tirarla, con estas cosas no conviene jugar.

Cuando a mi tía Marianita le hicieron la autopsia le encontraron la almendra garrapiñada atascada impidiéndole la respiración, la pobre murió porque le faltó el aire.

– ¿Te sientes con fuerzas para seguir?

– No, pero a pesar de todo voy a hacerlo.

Aquí, en esta pared recién encalada, será mejor esperar a que se seque un poco, voy a ir apuntando los sucesos más notables del derrumbamiento; voy a escribirlos con navaja o con un clavo porque el papel de retrete nuevo no me sirve, el lunes procuraré buscar uno algo mejor, en éste se corre demasiado la tinta del bolígrafo, la letra queda punto menos que ilegible.

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