Y Robín Lebozán le respondió con una sonrisa galante.
– Perdóname, Moncha, se conoce que yo sí lo pensé, ¡qué quieres!, yo me paso la vida haciéndome vanas ilusiones de todo.
Al artillero Camilo le dieron el canuto y lo mandaron a casa, no hay mal que por bien no venga y aquí el que resiste gana, a resultas del tiro que le pegaron en el pecho, ¡Dios qué zurriagazo le retumbó en la nuca!, fue cuando le sacaron el Sagrado Corazón por la espalda, los médicos no estuvieron demasiado mañosos con la anestesia ni tampoco demasiado rápidos con el bisturí ni con el papeleo, las cosas de palacio van despacio, claro, se conoce que tenían mucho agobio, en el Gobierno Militar le dieron un papel con dos o tres sellos de color morado: Expido pase de orden del Excmo. Sr. General del VI Cuerpo de Ejército a favor del Sold.° de Art. aReg.° 16 Ligero Camilo N. N. para que desde esta plaza se traslade a Negreira (Coruña) con objeto de fijar su residencia por haber sido declarado inútil para el servicio de las armas por el Tribunal Médico Militar de esta Plaza, haciendo el viaje por ferrocarril y cuenta del Estado. Se ruega a las autoridades del tránsito no le pongan impedimento alguno en su viaje, antes bien se le faciliten los auxilios y raciones que se expresan y le correspondan. Logroño, 21 de junio de 1937, 1 Año Triunfal. El Gobernador Militar, firmado ilegible.
– ¿Y por qué no lo pasaportaron para Padrón?
– No sé, puede que anduviera escapando de una novia con la que no quería casarse, vaya usted a saber.
El brigada que le entregó el documento sonrió con mala leche y le dijo,
– ¡Hay que joderse! Para ti ya se acabó todo esto y estás como una rosa, en fin, que de provecho te sirva, todos los golfos tenéis suerte.
– Sí, señor.
De repente parece como si estuviéramos hablando de la conquista de la Mesopotamia. Don Brégimo, el padre de la señorita Ramona, no quiso que lo enterraran con dolor ni aburridamente, don Brégimo tuvo siempre mucho respeto a la vida, tocaba al banjo foxtrots y charlestones y mandó disparar fuegos de artificio en su entierro. Robín Lebozán le dijo a la señorita Ramona,
– A ti te salvó tu padre, tú sabes bien que a mí nadie pudo salvarme del hastío, esto es muy doloroso, Moncha, muy doloroso, te lo juro.
Mi tío Claudio está muy viejo pero ve todo con serenidad, a él ya ni le va ni le viene nada de cuanto pueda acontecer en este bajo mundo.
– Son todos unos aventureros, hijo mío, la aventura también puede justificar la vida de un hombre, eso es verdad, mira Cecil Rhodes, por ejemplo, o Amundsen, el conquistador del Polo Sur que murió en el Polo Norte, pero eso es otra cosa, lo malo es ir sembrando la muerte, España no es un matadero, esos falsos héroes de la mierda no quieren trabajar y prefieren correr la aventura, propiciar el milagro y desafiar a Dios y a sus designios. A ti lo más que te puede pasar es que pierdas la vida, todos hemos de perder la vida tarde o temprano, pero ellos perderán antes la dignidad, tú ya me entiendes, el decoro, porque después de la aventura vendrá el hambre, pasa siempre, y después la miseria de las almas, la almoneda de las conciencias.
Raimundo el de los Casandulfes se puso peor, se le hinchó la pierna y le subió la temperatura a 38,5 y lo tuvieron que hospitalizar de nuevo, esta vez en Nanclares de Oca.
– ¿Conoce usted a alguien en el hospital de Nanclares de Oca?
– Sí, ¿por qué?, yo en casi todas partes conozco a alguien.
– ¡Caray, qué tío! ¡Los hay con suerte!
En el hospital de Nanclares de Oca, Raimundo el de los Casandulfes hizo amistad con el cabo de requetés Ignacio Aranarache Eulate, Pichichi, para quien llevaba una carta de presentación de don Cosme, el fondista del bombardino.
– ¿Cómo está doña Paula?
– Muy bien, gobernando su fonda, como siempre.
– ¿Y la Paulita? ¡Qué fea es la puñetera!
– Pues también bien, el mes pasado tuvo un cólico.
– ¡Vaya por Dios!
Sobre Orense, a muchas leguas de aquí, descarga la tormenta, la Parrocha se envuelve en su mantón de Manila cuajado de chinos con la carita de marfil, lo menos trescientos chinos, puede que más, y reza la letanía de Nuestra Señora, turris davídica, ora pro nobis, turris ebúrnea, ora pro nobis, domus áurea, ora pro nobis, el de la Parrocha puede que sea el mejor mantón de Manila de toda la provincia y aun de la España nacional entera, ni la Pepita de Zaragoza, ni la Lola de Burgos, ni la Apacha de La Coruña, ni la Petra de Salamanca, ni la Chiclanera de Sevilla, ni la Turca de Pamplona, ni la Madrileña de Badajoz, ni la Bizcocha de Granada tienen ninguno ni parecido siquiera, el de la Parrocha es mucho mantón.
– ¿Cuánto quiere por él, doña Pura?
– No está en venta, caballero, por mucho que ofrezca usted, este mantón no sale de mi casa.
El San Camilo de palo que me hizo Marcos Albite es el mejor del mundo, tiene cara de tonto pero está muy bien, da gusto verlo.
– No lo lleves a la guerra, no se te vaya a perder o a escoñar.
– No, se lo daré a guardar a la señorita Ramona.
– ¿Y no se reirá de nosotros?
– No creo, la señorita Ramona tiene mucha caridad y está bien educada.
– Sí; eso sí.
Las autoridades no lo supieron nunca pero el segoviano don Atanasio Higueruela, el medio mago a quien se le escapó la señora con un moro, era caballero rosacruz, en el brazo llevaba tatuado el sotuer y las cuatro rosas, lo que pasa es que no se remangaba jamás. Don Atanasio creía en la transmigración de las almas, en la confraternidad de los pueblos y en la gravitación universal.
– Mire usted, señor Higueruela, lo prudente es que no exprese usted sus pensamientos en voz alta; el último, pase, aunque con reparos, pero los otros dos cálleselos usted, la gente es muy mal pensada e igual le dan un disgusto.
– ¿Tal cree?
– ¡Hombre, si no lo creyese no se lo diría!
El ciego Gaudencio no se deja mandar.
– Gaudencio, va una peseta por una mazurca.
– Según la que sea.
Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, jamás se queja de nada.
– Tuve paciencia y Dios me premió viéndolo muerto como un gato al que aplastó un camión, lo que hay que hacer es esperar, esperar siempre, al final Dios Nuestro Señor le quita el correaje al más pintado y ese cabrón que ahora está muerto tampoco era el más pintado, no hace falta que se lo jure porque usted lo sabe.
Ignacio Aranarache Eulate, Pichichi, había estudiado para cura en el seminario de Tudela pero no llegó a cantar misa, se salió a tiempo, ahora estudia derecho en Valladolid, va ya en tercero, el mozo es muy buena persona, algo bajito, sí, pero muy buena persona, una bala le atravesó las dos piernas pero está ya bastante mejor.
– Y el jodido don Cosme, ¿sigue soplando en el bombardino?
– Pues sí, yo creo que le sale ya muy bien.
– ¿Y qué tal le va por la delegación de hacienda?
– No sé, me figuro que le irá corriente.
Pichichi habla con mucha admiración de un pariente suyo, tío lejano, don José María Iribarren, autor del libro Con el general Mola. Escenas y aspectos inéditos de la guerra civil.
– Esas páginas no le trajeron más que disgustos a mi tío porque los emboscados de Salamanca quisieron buscarle las cosquillas y a poco más se las encuentran.
Nunciña Sabadelle sigue haciendo la caridad del favor con el ciego Gaudencio.
– ¿Qué malo tiene que un hombre y una mujer se acuesten juntos a hacer las cochinadas? ¿Usted cree que los ciegos no tienen sentimientos?
Gaudencio le guarda mucha gratitud a Nunciña Sabadelle.
– ¿Quieres que toque El Danubio Azul?
– Sí.
– ¿Y el tango Yira, yira?
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