– No, no, da no sé qué, el pobre no tiene ni con qué agarrarse.
La Leonor le dijo a Raimundo el de los Casandulfes.
– Son jóvenes y aún no han aprendido a aguantar pero tú no te preocupes, esta criatura no se va a ir así, descuida, yo me encargaré de él, como es ciego no pondrá reparos, ya verás, espera a que me lave un poco y me eche colonia.
Celso Masilde, Chapón, está en Logroño, es soldado del regimiento de infantería Bailen n.° 24. Chapón anduvo después en la guerrilla, primero con la partida del Bailarín y después con Benigno García Andrade, Foucellas, muchos piensan que lo mataron en el monte hacia 1950 o 51 en una emboscada que les tendió la guardia civil pero no es verdad, yo estuve con él en Tucupita, capital del Territorio Delta Amacuro, Venezuela, en 1953, Chapón se había casado con una gorda riquísima, Flor de Perla Araguapiche, y se entretenía en clasificar los peces del Orinoco. Raimundo el de los Casandulfes y su primo se vieron envueltos en el lío que se formó en el economato del hospital, donde desaparecieron más de cuarenta quesos, el coronel estaba furioso.
– A esta morralla hay que escarmentarla, que le den el alta a todos los que se puedan mover, situación cura ambulatoria, ¡que se jodan!
Raimundo el de los Casandulfes y su primo se encontraron en la calle sin comerlo ni beberlo.
– Esto no es justo -le decían a sor Catalina-, nosotros no tenemos nada que ver con el robo de los dichosos quesos y ahora nos echan a la calle por ladrones y sin estar curados, lo peor es que el coronel no quiere ni recibirnos.
– Paciencia, muchachos, en la mili hay que tener paciencia y saber aguantar.
El novio de Clarita, la hija de don Jesús Manzanedo, se llamaba Ignacio Araujo Cid y era empleado del Banco Pastor, sección créditos personales, cuando don Jesús empezó a anotar asientos en su libreta, a Ignacio le entró grima y se fue voluntario, lo mataron a poco de llegar al frente. Raimundo el de los Casandulfes y su primo se metieron en el café Los Dos Leones.
– De momento lo mejor será buscar una fonda, después Dios dirá, a mí me queda algún dinero, podemos decir a Moncha que nos haga un giro, bueno ya veremos si los cuartos nos alcanzan o no.
Raimundo el de los Casandulfes y su primo no estaban curados, es cierto, pero se podían bandear, la cosa tampoco era alarmante, a las dos o tres horas estaban ya instalados en la fonda La Estellesa, propiedad de doña Paula Ramírez, en la calle de Herrerías justo al lado de pompas fúnebres Pastrana, pensión completa 2,75 pts. incluido lavado de ropa.
– Aquí vamos a estar bien, ya verás.
Robín Lebozán se pasa las tardes en casa de la señorita Ramona, los dos se sienten culpables de lo que no tienen culpa, esto sucede a veces y el único remedio es dejar pasar el tiempo.
– A mí me parece que me equivoqué de medio a medio, Moncha, yo quizá gaste demasiado tiempo en juzgar y en despreciar y así tampoco se puede vivir, la vida va por otros caminos, yo estoy muy asustado, Moncha, más asustado que tú, yo pienso que dentro de cincuenta años la gente todavía andará dándole vueltas a esta locura, esto es una locura y con todos estos farsantes heroicos y religiosos y políticos hay que andarse con cuidado porque no las piensan…, hoy sí me gustaría que pusieses una polonesa de Chopin en la gramola o qué la tocases al piano, es mejor que la toques al piano…, hace días que no sabemos nada de Raimundo, ¿cómo estará?, él ni se imagina lo que lo echamos de menos…, hoy sí me gustaría que me dieses una copita…, ¡qué raro es todo, Moncha!, de repente me puse muy alegre, ya veremos lo que dura…, ¿por qué no te subes un poco la falda?
La señorita Ramona está sentada en su mecedora y sonríe en silencio mientras poco a poco se va subiendo la falda.
– Tú dirás.
El marido de doña Paula Ramírez se llama don Cosme y es escribiente de la delegación de hacienda; don Cosme es un alfeñique bajito pero muy pinche que se peina con fijador Gomina Argentina y que los domingos, por entretenerse y también para ganar unos reales con honradez, toca el bombardino en la banda municipal, La leyenda del beso, La boda de Luis Alonso, La Calesera, la jota de La Dolores, doña Paula es tetona y poderosa y a don Cosme lo tiene para hacer recados y también para llamarle Beethoven con un desprecio infinito.
– Ve por espinacas, Beethoven, ¡y no tardes!, trae también carbón de encina y llégate al funerario a ver para quién era ese ataúd tan lujoso que sacaron esta mañana.
– Voy enseguida, Paulita, déjame terminar el periódico.
– ¡Ni periódico ni leches! ¡Antes es la obligación que la devoción!
– Bueno, mujer.
Los pupilos de doña Paula somos cinco: el sacerdote don Senén Ubis Tejada, bronquítico, el brigada de infantería retirado don Domingo Bergasa Arnedillo, asmático, el protésico dental don Martín Bezares León, orquítico, y nosotros dos, heridos de guerra.
– Peor sería que además fuésemos tontos y ancianos, ¿no crees?
– ¡Hombre, sí!
El artículo 2.° del reglamento de 1852 sobre beneficencia supone que quienes necesitan más atención son los locos, los sordomudos, los ciegos, los impedidos y los decrépitos, quizá no vaya descaminado. El matrimonio de la fonda no tiene más que una hija, la Paulita, que es repugnante, la pobre es tal que una rata de atarjea y además tiene bigote y patillas y lleva lentes, es lo que se dice un asco, un verdadero asco.
– ¿Por qué no le pones los puntos? Yo creo que si le haces un poco de caso a lo mejor hasta nos dan mejor de comer, tú eres de boca dura, ¿por qué no pruebas?
– ¡Coño!, ¿por qué no pruebas tú?
Raimundo el de los Casandulfes y su primo el artillero Camilo se van a hacer las curas y a poner inyecciones al hospital, situación cura ambulatoria, ya se sabe, sor Catalina sigue dándoles vales; a los pocos días, mientras están sentados en el café, surge la conversación.
– ¿Qué me dices de lo de Afouto y de Cidrán Segade?
Raimundo el de los Casandulfes se pone serio y baja la voz.
– Nada, ¿qué quieres que te diga?
Y su primo el artillero Camilo bebe un sorbo de coñac y habla mirando para el suelo.
– ¿Tú qué piensas que debemos hacer?
– No sé, de momento tener mucha paciencia y no hablar con nadie del asunto, hay que esperar a que acabe todo esto y pueda reunirse la familia para decidir, los Moranes somos muchos y los Guxindes aún más todavía, todos los que queden vivos deben hablar, ese que tú y yo sabemos tendrá que pagar su crimen, así no se va a ir, descuida, es la ley que nos gobierna, hablemos de otra cosa, lo que sea ya sonará.
El artillero Camilo pide otras dos copas.
– ¿Tienes más vales?
– No, pero un día es un día.
Cuando les traen el coñac Raimundo el de los Casandulfes se queda pensativo.
– ¡Mira tú que no poder brindar diciendo salud!
El país queda a cuatro días de tren, eso es una paliza.
– Si pudiera me iba ahora mismo para el país.
– ¡Toma, y yo! Y además le regalaba el fusil al primero que pasase.
La salud de Raimundo el de los Casandulfes y de su primo el artillero Camilo iba mejorando poco a poco pero ellos se aburrían como ostras y además estaban sin un real, de la partida de poker del bar Iberia no sacaban más que para ir pagando la fonda, tampoco podían arriesgarse demasiado, Paulita, sobre ser más fea que Picio, salió virtuosa, eso es jugar a confundir, y el artillero Camilo, aunque puso todos los medios a su alcance e hizo de tripas corazón, falló en su intento de seducirla para prosperar.
– ¿O para subsistir?
– Pues sí, no va usted demasiado descaminado, o para subsistir.
Al segoviano don Atanasio Higueruela Martín, segoviano de Tabanera la Luenga, prestidigitación, cartomancia, hipnotismo, también adivinaba el pensamiento y el porvenir, ¿no sería medio masón?, se le escapó la señora con un moro, don Atanasio echaba espuma por la boca.
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