Camilo Cela - Mazurca Para Dos Muertos

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Mazurca para dos muertos toma su título de un asesinato y una venganza, sucesos que no son sino dos puntos de referencia en el vasto hilo conductor de la obra, que se erige en un extenso retablo de unas vidas señaladas por la sexualidad, la barbarie y la violencia física, bajo la recurrencia cíclica de temas que, como la lluvia o el eje de carro, aluden a la continuidad inmutable del tiempo. El soporte principal de la novela es el finísimo e infalible oído de C. J. C., su sentido de la sonoridad (en lo armonioso tanto como en lo estridente y terrible) y de la rotunda música verbal, que impone cada pasaje como una realidad irrefutable en virtud de su contundencia expresiva. La guerra civil, irrumpiendo en primer plano en el centro del libro, sitúa en una perspectiva histórica este recitativo de una maestría técnica y expresiva indeclinable, que llega al máximo refinamiento y a la magia tribal desde una estética que no elude enfrentarse a lo fatal o bárbaro. Mazurca para dos muertos, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, es una de las obras maestras de su autor y ya actualmente un clásico mayor de la literatura de todos los tiempos en nuestra lengua.

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– ¿Y tú?

– Pues ya ves, que me dieron.

– ¿Dónde?

– En el pecho.

– ¡Vaya por Dios!

Doña María Auxiliadora Mourence, viuda de Porras, encabezó con diez pesetas una suscripción para comprar armas en el extranjero.

– Si todos los españoles ponemos dos duros cada uno, sale un verdadero dineral.

Basilisa la Parva, la de la Tonaleira, es madrina de guerra del pobre Pascualiño Antemil Cachizo, cabo del regimiento de infantería Zamora n.° 8, le escribe todas las semanas y le manda chocolate y tabaco, al cabo Antemil lo mataron pero Basilisa la Parva, como no lo sabe, le sigue mandando chocolate y tabaco, alguna semana va también algún chorizo, a alguien aprovechará porque aquí nada se pierde. En la sala 5. a, Raimundo el de los Casandulfes y su primo son los únicos que tienen cepillo de los dientes particular.

– ¿Y pasta de los dientes?

– Sí, tienen un tubo de Perborol a medias.

Una mañana sor Catalina se presentó con un cepillo de los dientes en la mano y habló a la zurrada tropa.

– A ver si os enteráis, que sois muy brutos, ¡que Dios me dé paciencia! Esto de la higiene es muy importante, tenéis que estar todos bien limpios para que se mueran los microbios, ¿os enteráis?, y como los únicos que tienen cepillo de los dientes son estos dos gallegos, vergüenza debía daros, ¡dos gallegos!, pedí al coronel un cepillo para esta sala y me lo concedió, aquí lo tenéis.

Sor Catalina mostró a todos el cepillo, que era de color caramelo.

– ¿Lo veis bien?

– Sí, hermana.

– Bueno, pues desde esta tarde, mientras pasamos el rosario, os voy a lavar los dientes a todos empezando por una esquina y acabando por la otra.

La perra Véspora murió de un entripado, se conoce que tío Cleto había vomitado la noche anterior alimentos muy indigestos y alcohólicos y el animalito no pudo resistirlo. En cambio Zarevich, el galgo ruso de la señorita Ramona, está lucido y elegante, da gusto verlo.

– ¿Estás seguro de que no debo cambiarle el nombre?

– Mujer, no sé…, no le llames nada.

Alifonso Martínez libró el pellejo escondido por el cura de San Miguel de Buciños, nadie sabía dónde estaba, bueno, salvo Dolores, el ama de don Merexildo, el Moucho tampoco se hubiera atrevido a plantarle cara a un sacerdote.

– ¿No asomó por aquí?

– No; hace un siglo que no lo veo.

Raimundo el de los Casandulfes y su primo el artillero Camilo tenían las camas juntas, una al lado de la otra y separadas por la mesilla de noche, el bacín era para los dos; se murió uno que se llamaba Aguirre, le dio un vómito de sangre y se murió, y aprovecharon para pedirle permiso a sor Catalina y hacer el cambio.

– ¿Quién le robó el chisquero a Aguirre?

– Yo no fui, hermana, se lo puedo jurar.

Había sido Isidro Suárez Méndez, que siempre le robaba todo a los muertos, los cuartos, el chisquero, la petaca, el reloj, las fotos, pero yo no tenía por qué acusarlo, sor Catalina hubiera sido capaz de echarlo a la calle.

– Te creo, gallego, eres poco de fiar pero te creo.

Sor Catalina era más mujer que la pobre Angustias Zoñán Corvacín, la recién casada a la que su marido abandonó a la hora y media de matrimonio y, claro es, se metió monja.

– ¿Y qué fue de ella?

– No lo sé, nunca más se supo, a lo mejor murió de anemia.

– Sí, lo más probable.

– También puede que le haya picado un tábano y esté coja.

– También.

Por el hospital van las señoritas de Frentes y Hospitales a socorrernos, les llaman margaritas en honor de la esposa de Don Carlos VII, el Marqués de Bradomín visitó a la real pareja en su corte de Estella, lo cuenta Valle-Inclán en Sonata de invierno; las margaritas reparten escapularios y cajetillas entre la tropa herida, también calcetines de lana, camisetas de abrigo, jerseys y otras prendas, y botellines de coñac Tres Ceros, de Osborne, Tres Copas, de González Byass, y Tres Cepas, de Domecq, rascan como aguarrás, la verdad es que nos tratan como si fuésemos los pobres de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Las margaritas van de camisa caqui y boina roja porque son carlistas, claro, es más frecuente llamarles requetés, su jefa, doña María Rosa Urraca Pastor, a lo mejor es Rosa María, no sé, queda un poco talluda pero al artillero Camilo le gusta mucho.

– Está muy buena y a mí me recuerda al general Silvestre, a don Manuel Fernández Silvestre, el del desastre de Annual.

– No será por el mostacho.

– No; es por el porte, por los andares.

Casiano Areal, el encargado de la fábrica de galletas El Bizcocho Hispano, antes El Bizcocho Inglés, era el único que podía sujetar a doña Rita cuando se arrancaba.

– Mire usted, Casiano, que Dios me perdone, pero si mi esposo vuelve a dar gatillazo después del mucho dinero que me costó, le juro a usted que lo mato, ¡como hay Dios!

– Repórtese, señorita, tenga un poco de tranquilidad y alimente bien a don Rosendo, eso es muy importante para que dé juego, prepárele yemas batidas con jerez.

Tres margaritas visitaron la sala n.° 5, en una cesta llevaban los regalos.

– Soldadito, te voy a condecorar con un escapulario del Sagrado Corazón para que te preserve de todo mal, mira lo que dice: Detente, bala, el Corazón de Jesús está conmigo.

El artillero Camilo se puso pálido, se le escapó todo el color de la cara.

– No, no, muchas gracias, condecore usted a otro, se lo ruego, se lo pido por favor, yo llevaba uno prendido con un imperdible en la guerrera y aún no hace un mes me lo sacaron por la espalda, se lo digo con todo respeto, señorita, pero para mí que el Sagrado Corazón es gafe.

La margarita se sulfuró, parecía como si le hubieran puesto banderillas de fuego.

– ¡Irreverente, que menosprecias al Sagrado Corazón de Jesús! ¡Rojo!

Sor Catalina tomó cartas en el asunto y defendió al artillero Camilo, a ella no le tocaban a su tropa.

– ¡Largo de aquí, tísica, descarada! ¡Fuera! ¡Con mis mozos no se mete nadie! ¿Se entera usted? ¡Largo de aquí! ¡Y no vuelva a entrar en la sala sin pedir permiso!

Sor Catalina era mujer templada y valerosa, de muy difícil lidia, para ella los soldados heridos éramos dos cosas, sagrados y de su propiedad; esto regía sólo para los españoles porque sor Catalina no admitía ni italianos ni moros.

– No, no, a ésos que los cuiden sus monjas si las tienen, aquí no quiero mezclas.

A Casimiro Bocamaos, el sacristán de Santiago de Torcela, no le llega la camisa al cuerpo.

– ¿Usted cree que libraremos de toda esta treboada?

– Pues la verdad, no sé, el hombre aguanta mucho, confiemos que sí.

Raimundo el de los Casandulfes y su primo, cuando empezaron a mejorar y a poder moverse, solían ir por las tardes al café Los Dos Leones, en la calle del General Mola, antes Portales, sor Catalina les daba un vale a cada uno para café, copa y purito faria, a veces llevaban con ellos a Chomín Galbarra Larraona, un requeté del tercio de Lácar al que le faltaban las dos manos y los dos ojos, le reventó una bomba Laffitte a destiempo, le segó las manos y le vació los ojos y había que darle de beber y de fumar a la boca, al café solía ir un legionario cubano y medio mulato, también ciego, que se pasaba las horas muertas tarareando un son cuyo estribillo decía: como soy de Vuelta Abajo trabajo con el carajo, Chomín era buena persona y daba pena y Raimundo el de los Casandulfes le leía el periódico Nueva Rioja, lo malo fue la tarde en que quiso ir de putas, se conoce que se puso cachondo de pensamiento, la casa está al otro lado del río, entre el matadero y la fábrica de electricidad, la casa de la Leonor, hay sólo dos putas, la Urbana y la Modesta, que son hijas suyas y están muy delgadas y tristes, toman Tricalcine, al padre se lo fusilaron porque era de la UGT, en casa de la Leonor se recibe en la cocina y no hay más que una alcoba llena de estampas, da como aprensión, el Perpetuo Socorro, Santa Rita de Casia, la Inmaculada Concepción, el Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen del Pilar, San José con su varita de nardos, el Niño Jesús de Praga, también hay una cama de hierro, dos mesillas de noche, una silla, una banqueta, un despertador, un orinal, un aguamanil y un bidet portátil, las tabletas de permanganato las guardan en una sopera, Urbana y Modesta se echaron a llorar y no quisieron ocuparse con Chomín.

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