Camilo Cela - Mazurca Para Dos Muertos

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Mazurca para dos muertos toma su título de un asesinato y una venganza, sucesos que no son sino dos puntos de referencia en el vasto hilo conductor de la obra, que se erige en un extenso retablo de unas vidas señaladas por la sexualidad, la barbarie y la violencia física, bajo la recurrencia cíclica de temas que, como la lluvia o el eje de carro, aluden a la continuidad inmutable del tiempo. El soporte principal de la novela es el finísimo e infalible oído de C. J. C., su sentido de la sonoridad (en lo armonioso tanto como en lo estridente y terrible) y de la rotunda música verbal, que impone cada pasaje como una realidad irrefutable en virtud de su contundencia expresiva. La guerra civil, irrumpiendo en primer plano en el centro del libro, sitúa en una perspectiva histórica este recitativo de una maestría técnica y expresiva indeclinable, que llega al máximo refinamiento y a la magia tribal desde una estética que no elude enfrentarse a lo fatal o bárbaro. Mazurca para dos muertos, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, es una de las obras maestras de su autor y ya actualmente un clásico mayor de la literatura de todos los tiempos en nuestra lengua.

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Tío Cleto se pasa el día vomitando, al lado de la mecedora tiene un balde para vomitar con mayor comodidad y aseo.

– ¿Sabéis algo de Salvadora?

– No, no tenemos ni una sola noticia, la pobre sigue en zona roja, ¡Dios quiera que no le pase nada entre tanto crimen!

Tío Cleto vomita surtido, unas veces de un color y consistencia y otras de otro.

– En la variedad está el gusto, ¿verdad, usted?

– Pues no crea, la otra tarde el ciego Gaudencio se empecinó con una mazurca y no había quien le hiciese cambiar, se conoce que le cogió el gusto.

– Puede.

Los restos del santo Fernández y sus compañeros mártires se conservan en Damasco, en el convento español de Bab Tuma, ahora se llama église latine, rue Bab Touma, en una urna de cristal en la que se ven las calaveras y las tibias, los peronés, etc., puestos con mucho orden y armonía, los franciscanos siempre tuvieron buen gusto para la presentación de las reliquias, en el convento venden unas tarjetas postales en francés muy aparentes.

– ¿Usted sabe que Concha da Cona canta como los propios ángeles?

– Sí, algo me habían dicho.

Ahora han prohibido el anuncio de las Pilules Orientales, desarrollo, firmeza y reconstitución de los pechos, para mí que hicieron bien porque la mujer española debe conformarse con las tetas que Dios le dio, ni más ni menos, a Xiao Paxarolo le gustan con las tetas grandes pero para eso ya tiene a Pilarín.

– Quítate las tetas por el escote.

– ¡Ay, no, que todavía no se durmió Urbanito!

El cadáver de Cidrán Segade apareció antes de llegar a la aldea de Derramada, más o menos a media hora de andar desde la curva de Canices, tenía los ojos abiertos y un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que era la costumbre, y estaba aún recién frío; Ádega todavía sangra por la nariz y por las cejas, también por la boca, del culatazo que le dieron, Ádega le cerró los ojos a su difunto, le lavó la cara con saliva y también con lágrimas, lo cargó en el carro de bueyes y lo llevó al camposanto, entre ella y Benicia le cavaron la sepultura y lo enterraron hondo y envuelto en una colcha de lino sin estrenar, la mejor que guardaba, Dios sabía bien para qué, desde que había creado al mundo, eso está siempre escrito. De rodillas sobre la tierra y mientras las burbujas del aire todavía le escapaban al muerto por entre los pliegues de la mortaja, Ádega y Benicia rezaron un padrenuestro.

– Ese que está muerto ahí debajo es tu padre, Benicia, te lo juro, ¡así Dios me dé fuerzas para que pueda ver muerto a quien lo mató!

El distante chirriar del eje de un carro semejaba la voz de Dios diciéndole que sí, que le daría fuerzas para ver muerto a quien mató a Cidrán, ella no quería decir su nombre sino verlo muerto y con los despojos ciscados.

– ¿Escuchas, Benicia?

– Escucho, madre.

Ceferino Furelo, uno de los dos hermanos curas de Baldomero Afouto, dijo una misa por el alma de Cidrán Segade.

– Lo que no puedo es decir por quién la digo, Ádega, lo prohíben de Orense.

– No importa, a Dios no le obliga el reglamento.

Raimundo el de los Casandulfes piensa que los españoles nos hemos vuelto locos todos.

– ¿De repente?

– Eso no lo sé, a lo mejor ya viene de antes.

Raimundo el de los Casandulfes está deseando que se le acabe el permiso, la verdad es que ya no le falta mucho.

– El frente es menos criminal, no se puede decir pero allí no se asesina, hay menos veneno, también hay veneno, sí, pero no es tan descarado. Esta catástrofe viene de las ideas y malas mañas de la ciudad azotando el campo, mientras la gente no vuelva a meterse en sus casas todo andará revuelto, es un castigo de Dios.

El P. Santisteban, S. J., pronuncia unos sermones heroicos, solemnes y deslavazados que tienen muy buena acogida entre las señoras, esto es muy peligroso; el P. Santisteban, S. J., cree en la eficacia del fuego purificador, esto es también muy peligroso. A Fortunato Ramón María Rey, el hijo que el santo Fernández metió en la inclusa, le empezaron a llamar Ramón Iglesias y perdió el millón de reales que su padre le dejara en herencia, en esta suerte de asuntos hay que andar más espabilados.

– ¿Y a dónde fueron a parar los patacones?

– ¡Vaya usted a saber! Lo más probable es que se los hayan repartido entre quienes pudieron hacerlo, todo el mundo tiene que vivir, la gente saca sus recursos de donde puede.

A tío Cleto le da mucha grima todo lo que pasa, los nervios disparados no son más que un síntoma de mala educación, con el P. Santisteban a la cabeza, perdonad, hermanas, lo siento pero esto es así, el P. Santisteban es un ordinario, un patán, el P. Santisteban es un cochero de punto con sotana y también con la cachola llena de caspa y de viento, a partes iguales, si pudiera nos confesaba a todos, nos daba la absolución y cuando estuviéramos bien maduritos y en gracia de Dios nos mandaba para el otro mundo a tocar el arpa. El P. Santisteban es un desaprensivo que os chupa la cascarilla.

– Si no queréis oírlo, taparos la cabeza con la almohada.

La señorita Ramona acaricia la nuca a Robín Lebozán; los dos están sentados en un banco de piedra y, mientras cae la tarde, la bacaloura vuela con su coraza de charol, el jilguero canta en las hortensias y el ciempiés se escurre por los tronquitos del rosal de pitiminí, esto es la paz en medio de la guerra.

– Estoy muy triste, Robín, muy deprimida, estoy deseando que me preguntes algo para no contestarte.

Robín sonrió con un punto de amargura.

– ¿Te doy un beso?

Y la señorita Ramona sonrió también y no habló pero se dejó besar.

– Yo estoy tan triste como tú, Monchiña, y muy asustado. Esto es horrible pero si la guerra se torciese para los nacionales iba a ser peor todavía, no me preguntes por qué, no sabría decírtelo, bueno, no quiero decírtelo.

Robín Lebozán y la señorita Ramona se besaron despacio y sin demasiado arrebato, también se acariciaron con muy fría y delicada y mimosa condescendencia.

– Vete, no te quedes esta noche conmigo.

– Como quieras.

Desde este momento ya nadie le llamará jamás por su nombre. El Moucho Carroupo ríe y ríe pero no es verdad, al Moucho Carroupo no le remuerde la conciencia, a lo mejor sí le remuerde la conciencia y no lo sabe, pero tiene miedo, tres miedos, al pecado, a la soledad y a la oscuridad, por eso va siempre armado, Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, le lava las partes con agua de herba namoradeira y está harta de dos cosas, puede que de más, claro, pero al menos de dos cosas: de dormir con la luz encendida y de que se acueste con ella con el correaje puesto.

– Sí, con el correaje puesto y la pistola al cinto, a veces también con botas.

El Moucho Carroupo sonríe a alguien, ni él sabe a ciencia cierta a quién, y envidia casi todo, así no se puede vivir, cuando se tiene miedo y se da coba sin mayor vergüenza y se pone uno de color verde como los lagartos, se acaba en el crimen, primero se guarda silencio, después se cría el resentimiento que crece como el cardenillo de los calderos de cobre y al final se saca a la gente de las casas y se siembra la noche de hombres muertos con un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que es la costumbre. Cuando una puta hace versos a la Virgen María es que hubiera querido ser la Virgen María, casi nadie es quien quisiera ser.

– Parrocha, ¿me fías una dormida?

– Sí, hijo, pasa. Y no me hables de Baldomero Marvís, que ya lo sé.

Baldomero Marvís, Afouto, era valiente como el tigre de Singapoore o el lobo de la Zacumeira, tuvieron que matarlo por la espalda y con las manos atadas porque de frente y suelto no se hubieran atrevido; su segundo hermano, Tanis Perello, es fuerte como el toro de la isla de San Balandrán, a quien le sonaban las turmas en medio de la galerna, y listo como el lagarto de la reina Lupa, que sabía la tabla de multiplicar y también las capitales de Europa, Tanis Perello si no marra el viaje puede pasmar al santo buey del portal de Belén -y también a la mula si la coge a modo- de una piña en la frente. Tanis Gamuzo cría mastines loberos, a Kaiser lo tuvo que rematar porque el lobo se lo dejó malherido en una pelea. Tanis Gamuzo es soldado del 2.° batallón del regimiento de infantería Zaragoza número 12, está destinado en la caja de recluta.

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