– Tuve carta de Raimundo, dice que le van a dar permiso.
– Me alegro.
Robín tiene cara de preocupación.
– Moncha.
– Qué.
– No me apunto, ya llamarán mi quinta. Y además te voy a decir un secreto.
– ¿A mí?
– Sí. Y a nadie más. Si Fabián Minguela viene por la aldea lo mato, lo que andan diciendo de él es cierto.
La señorita Ramona tardó unos instantes en hablar.
– Serénate, Robín, a ver qué dice Raimundo cuando llegue. ¿Hablaste con Cidrán Segade?
– Sí.
– ¿Y con Baldomero Afouto?
– También.
– ¿Y qué piensan?
– Que el Moucho no vale nada, pero que puede ser peligroso porque es traidor y además va en cuadrilla.
– ¿Con quiénes?
– No sé, no los conozco, no son de por aquí, yo no los había visto nunca.
– ¿Lo sabe la guardia civil?
– Dicen que ellos no quieren saber nada, que no es cosa suya.
– ¿No? ¿Y de quién es entonces?
– ¡Yo qué sé!
El pan es sagrado, hay cosas sagradas que cuando el mundo se revuelve no se respetan, el sueño, el pan, la soledad, la vida, el pan no se puede echar al fuego ni tirar, el pan hay que comerlo, si se pone reseso se echa en agua y se lo comen las gallinas, si se cae al suelo se coge, se besa y se le pone donde no lo puedan pisar, si se da de limosna también se besa, el pan es sagrado, es como Dios, y en cambio el hombre es un ridículo pito cairento y milagrero ahíto de pretensiones.
– Es todavía peor.
– Sí, es verdad: es todavía peor.
La señorita Ramona cerró las contras.
– Todo esto es muy raro, yo no entiendo nada de lo que pasa, a lo mejor somos muchos los españoles que no entendemos nada de lo que pasa, ¿para qué tanta sangre?
La señorita Ramona para de hablar de cuando en cuando.
– Puede que sea noble la guerra con los extranjeros si se meten en casa, los franceses en el siglo pasado, por ejemplo, no sé, yo no soy hombre, las mujeres siempre pensamos diferente, puede que sea noble pelear por el territorio con los extranjeros, ¡pero por un pensamiento que a lo mejor es mentira y entre españoles! Esto escosa de locos.
– Sí, yo creo lo mismo, pero no lo digo, tampoco lo digas tú.
– No, no, ¿qué voy a decir?, yo me callo como un muerto, yo lo único que quiero es que esto acabe cuanto antes. La gente que cree a ciegas es muy peligrosa, los hay que no creen pero lo fingen, eso es todavía peor, la fe es el sacacorchos de la conciencia, el abrelatas que destapa la conciencia…, lo único que quiero es que pronto le veamos el fin a esta locura.
– Pues aún va a durar.
– ¿Tú crees?
– ¡Y tanto que lo creo! Todo el mundo está muy exaltado y nadie quiere atender a razones.
La señorita Ramona acerca un cenicero a Robín Lebozán.
– No me eches la ceniza en el suelo.
– Dispensa.
La señorita Ramona no puede ocultar su preocupación.
– Sí, la verdad es que estas luchas a ciegas son traidoras y cabezonas y se envenenan pronto, también son confusas, ¿tú entiendes algo de lo que pasa?, y ponen a la gente nerviosa y de mal humor, un hombre nervioso y de mal humor es peor que un alacrán.
– En fin, ¡que Dios nos tenga de la mano!
Ahora es como en los tiempos antiguos, cuando se iba a pie a Tierra Santa y los hombres se guiaban por el color de los ojos de las mujeres y de las nubes, por el sabor de las frutas del camino y de cada flor con su abeja, por el olor de los yermos y las praderas, vamos hacia el norte, vamos hacia el sur, vamos bien, vamos mal, estamos perdidos y jamás encontraremos nuestra casa, etc. A la cuadrilla de Martiño Fruime le sorprendieron los sucesos cuando andaba a segar por Belinchón, en tierras de Cuenca. ¿Te acuerdas de aquellos versos Castellanos de Castilla, de Rosalía de Castro? En la cuadrilla de Martiño Fruime formaban nueve hombres y seis mujeres, una parió en la era, también iban tres niños de seis o siete años. Cuando empezaron los sucesos Martiño Fruime habló a su gente.
– Ya sabéis lo que pasa, yo pienso que lo mejor es volver al país, por aquí se van a matar todos, no va a quedar ni uno.
– Bueno, pero dicen que en Galleira mandan los fascistas.
– ¿Y a nosotros qué más nos da? El país es el país y la chaira es la chaira, mande quien mande.
– Sí; eso, sí.
Guiados por la estrella Polar, andando de noche y a la luz de la lourenza de gaurra y durmiendo de día, también cruzando dos frentes de guerra, la cuadrilla de Martiño Fruime llegó desde más allá del Tajo hasta la aldea de Nespereira, en la parroquia de Carballeira, en Nogueira de Ramuín, el pueblo de los afiladores y el de ellos, los segadores que iban como rosas y volvían como negros, ¡bendito sea Dios!
– ¿Tú siempre creíste que llegábamos vivos?
– Sí.
El primer cabrito que se ocupó con Doloriñas Alontra después de que la operaron de apendicitis fue don Lesmes Cabezón Ortigueira, practicante de medicina y cirugía menor y uno de los jefes de la milicia cívica Caballeros de La Coruña, que es como un somatén político y patriótico.
– ¿Te duele el sitio?
– Sí, señor.
– Pues aguanta marea que para eso te pago.
– Sí, señor.
Según rumores, don Lesmes tuvo que ver con los paseos del campo de la Rata y los asaltos a las logias Renacimiento Masónico y Pensamiento y Acción, tú te ves arrastrado por las muertes del prójimo y de repente te ves rodeado de muertos, te das cuenta de que también estás matando y asolando.
– ¿Tú sabes algo?
– ¿Yo qué he de saber?
Don Lesmes va muy de tapadillo a casa de la Apacha, su posición le obliga a guardar las formas, a Doloriñas le dijo que se llamaba don Vicente y era sacerdote.
– No se lo digas a nadie, hija mía, la carne es flaca y pecadora, tú a lo tuyo.
– Sí, señor.
Una noche don Lesmes armó un escándalo de pronóstico porque se reventó una cañería mientras estaba dale que dale y, claro es, se asustó.
– ¡Sabotaje, sabotaje! -rugía don Lesmes mientras se abrochaba los pantalones-. ¡Esto es un atentado! ¡Aquí va a haber que hacer un escarmiento! ¡Esto es un antro de rojos!
La Apacha le paró los pies.
– Oiga, usted, don Lesmes, con todo respeto, aquí de rojos nada, ¿se entera?, aquí somos todas tan nacionales como el que más y yo la primera, en ese terreno no admito que haya la menor duda, ¿me oye bien?, ¡la menor duda!, y si no se reporta llamo por teléfono a don Óscar, que es buen amigo mío, y ya se las entenderá usted con él, aquí en mi casa la gente se desahoga pero no conspira, ¿se entera?
Don Lesmes recogió velas.
– Dispense, usted, es que creí que era una bomba, compréndalo.
Raimundo el de los Casandulfes no sabe quién es don Óscar pero tampoco pregunta, ¿para qué?, lo que pueda pasar en las casas de putas, ¿a quién le importa?, los nacionales hemos tomado Toledo, ¿por qué dices hemos?, y hemos liberado el Alcázar, Raimundo el de los Casandulfes nota que le laten las sienes, a lo mejor tiene calentura. Franco es designado Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, y Robín Lebozán dice que no se apunta, ya llamarán su quinta, cada cual sigue su camino y va a su andar, la señorita Ramona monta a caballo, come galletas y piensa, piensa siempre, los nacionales nos presentamos ante las puertas de Madrid, ¿por qué dices nos presentamos?, cuando Raimundo el de los Casandulfes llega a la aldea encuentra rara a la señorita Ramona.
– ¿Qué te pasa?
– Nada, ¿por qué?
– No, creí que te pasaba algo.
Puriña Córrego, la más vieja de las criadas de la señorita Ramona, apareció muerta una mañana, sobre la frente tenía una culebrilla que salió escapando, parecía un lápiz.
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