– Déjalo, por la aldea no vendrá, ya verás, conmigo no se atreve.
– ¡Dios le oiga!
Mariquiña es de la aldea de Toxediño, en la parroquia de Parada de Outeiro, ayuntamiento de Vilar de Santos, en la Limia, esto fue hace ya mucho tiempo, fue cuando los moros. El cuervo del preso Manueliño Remeseiro Domínguez se llama Moncho, como el primo que murió de la tos ferina, da gusto verlo volar. Mariquiña es una pastora joven, pobre y hermosa, que todas las mañanas lleva a pastar una vaca, dos ovejas y tres cabras al lugar que dicen monte das Cantariñas. El cuervo Moncho está aprendiendo a silbar, sabe ya algunos compases de la mazurca que el ciego Gaudencio no toca más que cuando le da la gana. La madre de Mariquiña es viuda y en su casa sabían bien del color de la miseria y la calamidad. Don Claudio Dopico Labuñeiro es maestro, ahora corren malos tiempos para los maestros, y tiene amores con doña Elvira, la patrona de la fonda donde vive, parece ser que también se acuesta con Castora, la criada. En el monte hay una peña a la que llaman o Peiteador da Raíña que tiene forma de confesionario, con su asiento y su ventanillo, y en ella suele sentarse la reina mora mientras le peinan la trenza y le asoellan los tesoros; los cristianos podían ver la escena desde lejos pero, si se acercaban, desaparecía todo como por ensalmo. A Doroteo, el cabo de la guardia civil que gasta corsé, lo tienen acuartelado desde hace varias semanas, Doroteo se sabe de memoria largos pasajes de En Flandes se ha puesto el sol, de don Eduardo Marquina. Una mañana Mariquiña vio a una mora viejísima y de muy noble aspecto que le llamaba por su nombre.
– Mariquiña.
– Mande, señora.
– ¿Quieres catarme los piojos?
Mariquiña, como es respetuosa, le respondió,
– Sí, señora, no faltaría más.
La vieja, que era la misma reina mora del monte das Cantariñas, volvió a dirigirse a la moza,
– ¿Me das una cunca de leche?
Y Mariquiña le dijo otra vez lo de antes.
– Sí, señora, no faltaría más.
La vieja le llenó el pañuelo sin explicar de qué y le ordenó que no dijese nada a nadie y que tampoco lo mirase hasta llegar a casa y estar sentadita a la lareira y con la puerta y las ventanas cerradas. Don Claudio y doña Elvira sólo se tutean en la cama, fuera de la cama no se tratan de tú jamás ni aunque estén solos y jugando al parchís. Mariquiña cumplió cuanto le mandara la reina mora y cuando desató el pañuelo lo vio todo lleno de monedas de oro, había lo menos docena y media de monedas de oro. La madre de Mariquiña se sintió muy feliz y por más que preguntó, no supo de dónde saliera aquel caudal. Adrián Estévez, Tabeirón, nada mejor que los peces y las ranas, parece mentira que pueda nadar tan bien y aguanta debajo del agua más que nadie. Al día siguiente Mariquiña volvió al monte y se repitió la escena pero, mientras despiojaba a la reina mora, le dio la tos porque hacía mucho frío.
– No me tosas encima -le dijo la anciana-, mira para otro lado porque no quiero que me bautices con la saliva.
En Ferreiravella, la aldea de Tabeirón, están todos bautizados y pueden escupirse unos a otros sin miedo, por allí son todos cristianos desde hace mucho tiempo, un siglo o más. Mariquiña volvió con su pañuelo otra vez lleno de monedas de oro y a las preguntas de su madre respondía siempre con el silencio, pero una noche que no resistió bien y se fue de la lengua vio cómo se le acabaron la fortuna y la vida, porque el oro se le volvió grava del camino y de su cuerpo y su alma no volvió a saberse nunca más. Cuando los vecinos de Toxediño salieron a buscarla por el monte se oyó una voz de ultratumba que decía: ¡A Mariquiña, por lengoreteira, está na miña barriga fritida con alio e manteiga!
– ¡Pobre Mariquiña! Fue peor que lo de Basilio Ribadelo, el arriero de Sobrado do Bispo.
– Pues sí, porque éste quedó pobre pero por lo menos salvó la vida.
Los parientes argentinos de Rosicler que llamaban vitrola a la gramola se fueron a Buenos Aires cuando don Jesús Manzanedo apuntó en su obituario particular a Inocencio Solleiros Nande, n.° 37, 21 oct. 36, empleado de banca, Alto del Furriolo, murió confesado (no es verdad), ellos dijeron que se iban y se fueron, a mí me parece que hicieron bien.
– Esto va a ser una matanza, acá nadie sabe quién va a librar el cuero y quién no, esto va a ser el incendio de Troya, acá no nos quedamos, éste es un pleito entre españoles.
El Alto del Furriolo queda entre Ginzo de Limia y Celanova, la gente resbalaba en la sangre y más de uno se partió un hueso del esqueleto del alma.
– ¿Y es verdad que creció la yerba muy deprisa?
– Sí, se conoce que para borrar las pisadas de tanto dolor.
Tía Jesusa se puso enferma de repente, enferma de gravedad.
– ¿Llamasteis al médico?
– Sí.
– ¿Y qué dice?
– Pues que la pobriña es vieja, está muy gastada, no tiene nada en especial pero va vieja y el corazón se le va parando poco a poco.
– ¡Vaya por Dios!
Cuando fui a visitarla encontré todo muy misterioso, la perra Véspora ya no aguanta tanto anuncio de muerte y tío Cleto no toca al jazz-band más que el no me mates con tomate, una vez tras otra, más de cien, quizá quinientas veces al día, al final ni se oye, es como el rumor del viento en los carballos. Tía Emilita y tío Cleto riñen por el sitio que ha de ocupar el cadáver de tía Jesusa en el camposanto, tía Jesusa aún no es cadáver pero se ve que va a serlo de un momento a otro.
– Las sepulturas de la familia están llenas y ahora no podemos meternos en gastos, no está el horno para bollos.
– No, pero tampoco querrás tirar los restos de nuestros padres al río.
– Yo no quiero nada, pero ya me dirás qué hacemos.
Tía Emilita cree en las prebendas de ultratumba y el respeto debido a las virtudes acrisoladas.
– Debes recordar siempre, Cleto, que tanto Jesusa como yo somos solteras. ¡Menos mal que te dejaste a Lourdes en París!
Tío Cleto miró a tía Emilita como si fuera a hipnotizarla.
– ¡Pero qué bestia eres, hermana, eres igual que una mula!
Tía Emilita rompió a llorar y tío Cleto salió de la habitación silbando, antes le soltó un pedo, es lo que hacía siempre.
– Ya avisarás si quieres algo.
Las noticias que llegan de todas partes no son muy tranquilizadoras, a lo mejor cuando lo de las plagas de Egipto también las conciencias se nublaron y empezaron a tartamudear.
– Los nacionales hemos tomado Badajoz.
– ¿Por qué dices hemos?
– No sé, ¿qué quieres que diga?
Micifú es un zamorano que cayó por Orense sin que nadie le llamase y empezó a dar órdenes a todo el mundo, se conoce que tenía muchas dotes de mando.
– ¿No bizquea un poco?
– Puede que sí, ¡pero cualquiera se atreve a mirarle bien mirado!
El nombre de Micifú se lo pusieron por los bigotes, él se llamaba Bienvenido González Rosinos y era perito mercantil. Micifú era bajo de estatura pero muy pinche y apuesto, si no llevaba nadie al lado hasta parecía alto. Don Brégimo Faramiñás tenía rabia a los bajos, a los que clasificaba en dos grandes y muy precisos grupos: aquellos a quienes pueden picar las gallinas en el culo y aquellos otros que tienen que andar cantando para que no los pisen.
– Ninguno es bueno, ni aquéllos ni éstos, y todos son peores. Los bajos deberían estar prohibidos.
– Sí, señor.
Micifú fue el organizador, instigador y primer jefe de la Escuadra del Amanecer, que operaba con un ritual muy solemne, parecían italianos. A Micifú lo mataron a puñaladas en el portal de la Parrocha, Gaudencio sabe quién fue pero no quiere decirlo y como es ciego puede disimular.
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