A la criada muda y sin nombre de los Venceás la mataron los perros, fue un caso de desgracia. La criada muda y sin nombre de los Venceás puede que fuera portuguesa, por la pinta lo parecía, y preparaba el licor café mejor que nadie y con tanta ciencia como cariño. Dorinda, la madre de los Venceás, sintió mucho la muerte de la criada, a los ciento tres años se necesita ya que a uno le hagan algunas cosas.
– ¿Nos llegamos a Orense, a quitarnos el frío en casa de la Parrocha?
– Bueno.
La criada muda y sin nombre de los Venceás, allá por los años del gobierno del maragato don Manuel García Prieto, el yerno del santiagués don Eugenio Montero Ríos, bueno, no era maragato sino astorgano, es casi igual, tuvo un hijo con un cabo de la guardia civil que gastaba corsé y se llamaba Doroteo.
– ¿De dónde era?
– No sé; él decía que de la parte de Celanova, o sea de Ramiranes, pero para mí que era de Asturias y no lo quería decir, ya sabe usted que hay gente muy maniática.
Doroteo hacía gimnasia sueca y recitaba La canción del pirata, de Espronceda, con muy buena voz: Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela…, Doroteo no era aficionado a frecuentar tabernas ni romerías y, cuando estaba franco de servicio, se quedaba en la casa cuartel leyendo versos de Espronceda, de Núñez de Arce, de Campoamor y de Antonio Grilo. Al cabo Doroteo también le gustaba el trato carnal con las mujeres, como suele decirse, había elegido a la criada de los Venceás porque era discreta y no se iba de la lengua, bueno, no se iba de la lengua porque era muda más que porque fuera discreta, pero esto es igual. El bigote de Doroteo, un bigote a lo kaiser muy orgulloso y de buena traza, llamaba mucho la atención a las mujeres. La muda estaba coladita, lo que se dice coladita por Doroteo y, cuando lo sentía encima y escarbándole, prorrumpía en unos extraños gruñidos de complacencia y regalo.
– ¿Como una rata?
– Pues, no; más bien como una oveja.
El hijo de Doroteo y la muda tiene ahora un taxi en Allariz y se defiende bien y a satisfacción, su señora es comadrona y sus tres hijos estudian en Santiago: la hija, farmacia, un hijo, magisterio, y el otro, medicina. Manueliño Remeseiro Domínguez tuvo peor fortuna y ahora se ve privado de libertad, en esta vida unos tienen más suerte que otros.
– ¿Cuándo sale?
– Depende.
Por los montes de Agrosantiño anda una raposa que no mata más que pollitos tomateros, las gallinas no le gustan, se conoce que las ve viejas.
– ¡Coño, qué raposa más señorita! ¡Antes eran más bravas y de mejor conformar!
– Sí; antes, sí.
Don Claudio Dopico Labuñeiro vive en la fonda de doña Elvira y, a lo que dicen, está liado con ella pero en secreto, don Claudio también tiene que ver con Castora, la criada a la que a su vez obsequia don Cristóbal.
– ¿Obsequia?
– Bueno, usted ya me entiende.
El cabo Doroteo, además de recitar poesías, toca el arpa, los valses son las piezas que mejor se le dan. A Manuel Blanco Romasanta, el sacaúntos que se convertía en lobo y mataba a la gente a bocados, lo libró de morir en garrote el médico chino, que no era ni médico ni chino sino hipnotizador e inglés, se llamaba Mr. Philips y estaba de profesor de electrobiología en Argel; el médico chino escribió una carta que armó gran revuelo al ministro de justicia español y la reina Doña Isabel II, al enterarse de los avances de la ciencia, indultó al reo. Los lobos aguantan mal el cautiverio y Manuel Blanco Romasanta, al año de estar cautivo, murió de la tristeza que ocasiona la falta de libertad, hay personas que son muy sensibles al encierro y reaccionan hasta con la muerte, a los gorriones también les pasa. En la parroquia de San Verísimo de Espiñeiros, en Allariz, se estuvo diciendo una misa por el alma del hombre lobo todos los 29 de febrero, o sea en cada año bisiesto, hasta que se perdió la costumbre con la guerra civil. La campana de San Verísimo de Espiñeiros es tan noble y agradecida que toca a gloria cuando le da el sol, la gente que no lo sabe se confunde.
– Tío Cleto.
– Dime, Camilito.
– ¿Me das diez reales?
– No.
– ¿Y seis?
– Tampoco.
La casa de mis tíos está en Albarona, toda cubierta de yedra y de guisante de olor, es una casa espaciosa y de buen ver, ahora casi en ruinas.
– ¿Te acuerdas de aquel mirlo que le robaba la comida al ciego de Senderiz? Era el peor ciego del mundo y Dios lo castigó mandándole un pájaro que le robase la comida, a poco se muere de hambre.
Don Claudio Dopico Labuñeiro es maestro de escuela y, según parece, se entiende con doña Elvira, la patrona, algo de esto ya quedó dicho.
– Castora es una puta, ya lo sé, pero tiene treinta años menos que yo y eso manda mucha fuerza, no la echo a la calle porque así te tengo sujeto, ¿tú me querrás siempre?
– Mujer, siempre, siempre, lo que se dice siempre… ¡cualquiera sabe!
Doña Elvira y don Claudio sólo se tutean en la cama, conviene guardar las apariencias. A don Claudio no le resulta fácil acostarse con Castora, doña Elvira los tiene muy vigilados a los dos, lo que sí puede es palparle las tetas y el culo cuando se cruza con ella por el pasillo.
– Estése quieto, don Claudio, ¿qué saca usted con esto?, ya tendrá todo cuando llegue el domingo.
Don Claudio y Castora se ven los domingos por la tarde en un almacén de coloniales que hay en la carretera de Rairo, el dueño es amigo de don Claudio y le da la llave, tienen hasta una cama turca y un aguamanil. A don Cristóbal, doña Elvira lo deja más suelto porque tampoco está enamorada de él.
– ¡Usted sí que tiene suerte, don Cristóbal, que para acostarse conmigo no tiene más que empujar la puerta!
– ¡Calla, mujer, no seas descarada! ¡Tú atiende a lo tuyo!
Mamerto Paixón, el amigo de Manueliño Remeseiro Domínguez, iba para futbolista pero se desgració con un invento que hizo y tuvo que dejarlo.
– ¿Y no pensaste nunca irte cura?
– No, señora, nunca jamás.
Moncho Preguizas es muy mentiroso, los cojos suelen ser muy troleros, los hay que no, pero ésa es la regla general.
– Mi prima Georgina, aún en vida de su primer marido, el Adolfito, se bañaba desnuda en la balsa del molino de Lucio Mouro, lo mismo que Catuxa Bainte, había una trucha que se le quedaba mirando para las tetas y ni se movía del sitio hasta que mi prima se marchaba a lo que fuese, mi prima siempre tuvo las tetas de muy buen ver, lo raro es que una trucha se le quedara mirando igual que un quinto.
El Adolfito Penouta Augalevada, alias Choqueiro, había sido novio de María Auxiliadora Porras, quien lo dejó porque iba para muerto.
– Éste va para muerto, a mí que no me digan, no hay más que tocarle las manos.
Moncho Preguizas también había visto, subidas en una piedra de la orilla, a una donicela y una liebre deleitándose e incluso regodeándose en la contemplación de las tetas de su prima.
– ¡Hay que ver cómo son los animalitos, qué instinto tienen!
María Auxiliadora Porras argumentaba su decisión con muy sólidos principios.
– Ése va para muerto, no hay más que mirarle lo apagada que tiene la piel, no hay más que tocarle las manos, yo se lo dejo a Georgina, ya será ella la que se ponga de luto, a mí no me desvirga un muerto, bueno, ningún muerto, no me da la gana.
– Pero, María Auxiliadora, ¿tú estás virgo?
– ¡Calla, mamón! ¿A ti, qué leche se te da?
– ¡Repórtate, María Auxiliadora! ¡No me levantes la voz!
Adolfito Choqueiro casó con Georgina y no duró demasiado, por voluntad de Dios hubiera durado más pero aguantó mal los cuernos y se ahorcó de la barra de colgar los trajes en el armario, algunos dicen que lo mató su esposa con un cocimiento de yerbas, cualquiera sabe, cuando el juez abrió la puerta del armario y se le vino el muerto encima y bamboleándose, se pegó un susto considerable.
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