Por debajo del Miño, o sea al sur y a medio andar desde Orense a Castrelo, entre el valle de la Rábeda y el Ribeiro, quedan los castros de Trelle, donde viven los moros muertos; Trelle es lugar del municipio de Toen, parroquia de Santa María dos Anxos. En Galicia aún viven muchos moros, lo que pasa es que no se ven porque están muertos y encantados y andan por debajo de tierra. En los castros de Trelle habita la morisma más rica de toda la comarca, está gobernada por el mago Abd Alá el-Azziz ben Meruán, el Portugués, valí de Monforte, que es tuerto, pelirrojo y leproso pero que tiene la facultad de convertir en oro todo lo que quiere: una piedra, un escarabajo, una amapola, una esclava, lo que sea; los castros de Trelle están llenos de piedras, de escarabajos, de amapolas y de esclavas de oro. Basilio Ribadelo, arriero de Sobrado do Bispo, carretaba el vino de los moros por la noche, para que no lo viesen los cristianos, y recibía en pago unas lajas de pizarra que por el camino se le iban volviendo de oro; los moros hicieron jurar a Basilio que no diría nada a nadie bajo la condición de que, si no respetaba su palabra, las lajas retornarían a su miserable condición. Casilda Gorgulfe, su mujer, estaba asustada con tanta riqueza.
– Eso viene del contrabando -le dijo al marido-, no me lo niegues; te han de pillar los carabineros y te han de aspar a tundas, ya verás.
– No, mujer -le respondió Basilio-, ese dinero lo gano honradamente, lo que pasa es que no te puedo decir cómo.
Casilda insistió e insistió y suplicó y amenazó y rogó y Basilio, agobiado por los denuestos y las zalamerías, acabó confesándole la verdad.
– Pero no digas nada a nadie porque, si los moros se enteran, ya no volverán a pagarme ni un solo ochavo.
Casilda, contra la prudencia, se fue de la lengua, los moros acabaron sabiéndolo y a Basilio, en justo castigo, ya no volvieron a abrirle las puertas de los castros jamás. Basilio le arreó mil palos a la mujer, pero la fortuna se le escapó para siempre y acabó muriendo, al andar de los años y cuando Dios quiso, en la arriería y la pobreza.
– ¿Me das un coñac?
– Sí, claro.
La bata de la señorita Ramona es muy elegante, abriga poco y es muy elegante.
– Me gustaría estar completamente desnuda pero tengo frío.
– No, mujer.
La señorita Ramona piensa que la vida es breve y la vejez, no más que una costumbre.
– Y muy incómoda, Raimundiño, no lo dudes. Una mujer es vieja a los veinticinco años, un hombre dura más, un hombre puede durar hasta los treinta y a veces hasta los treinta y cinco. ¿Me das un beso? Hoy estoy como triste, no sé lo que me pasa… Si piensas que soy una golfa te equivocas, Raimundiño, el perro me da tanto gusto como tú, por lo menos, pero a ti te quiero más, ¡pobre Wilde! Los hombres sois muy caprichosos, tú eres más caprichoso que nadie pero me compensa darte todos los caprichos que pueda, las mujeres estamos más solas que los hombres, por eso hay más tortilleras que maricas, si supiese que no iba a pasar frío me metía en la cama en porreta y no me levantaba en un mes.
Raimundo el de los Casandulfes se calló.
– ¿Quieres ponerme más coñac?
– Sí, claro.
– ¿Me invitas a cenar espárragos de lata?
– Te agradezco mucho que me lo pidas, Raimundiño.
Todo el mundo dice que doña Rita Freire, la dueña de la fábrica de galletas El Bizcocho Inglés, tiene encoñado a su segundo marido pero no es verdad, a don Rosendo Vilar Santeiro no lo encoña nadie, él va a lo suyo, encoñamiento incluido, lo que sí es más cierto es que doña Rita está encaprichada, debería decirse encarallada, con don Rosendo, sus buenos cuartos le cuesta el que la monte dos veces al día, doña Rita es una leona que no se cansa de bregar en la cama, a veces ni llega a la cama, cualquier sitio es bueno.
Luisiño Bocelo, el criado capón de don Benigno, murió en la guerra pero de muerte natural, primero quedó ciego y después le dio la pulmonía y murió. A Luisiño Bocelo le llamaban Parrulo pero de buenas, no de malas.
– ¡Parrulo!
– Mande, don Benigno.
– Ponte a la pata coja y aguanta hasta que no puedas más.
– Sí, señor.
Ádega se sabe bien sabida la crónica del monte.
– Con el parvo de Bidueiros se les fue la mano y el pobriño murió como un criminal, con la horca no se pueden gastar bromas porque tampoco tiene marcha atrás, al parvo de Bidueiros lo ahorcaron sin mala intención pero lo ahorcaron, a él tanto le da lo de la intención, su padre, el cura de San Miguel de Buciños, se portó bien con el muerto, le dijo tres misas y lo enterró en sagrado.
A Eutelo o Cirolas le dejan entrar en casa de la Parrocha pero no le permiten confiarse.
– O te ocupas o te vas, aquí no puede venirse de tertulia.
Su yerno, Tanis Gamuzo, ni le habla.
– Mi suegro es un mierda, si no fuera por Rosa ya le habría partido la cara hace tiempo, con estos tipos no se pueden tener confianzas, les das la mano y te toman el brazo, como suele decirse.
Marta la Portuguesa prefería pasar hambre que no ir al catre con Cirolas.
– Antes me muero de necesidad y pidiendo limosna. Eutelo es un cabrón que me revuelve las tripas, un asqueroso.
El primer marido de doña Rita fue un comerciante alto, gordo y blando que se pegó un tiro con una escopeta, de harto que estaba. El primer marido de doña Rita se llamó en vida don Clemente, le decían Abundancia, don Clemente Bariz Carballo era de la aldea de Monteveloso, en la parroquia de Santa Eufemia de Piornedo, municipio de Castrelo, en el país del Riós, al sur de la peña Nofre, y ganó muchos cuartos con el wólfram, la verdad es que de poco le valieron. Don Clemente se fue hartando poco a poco, que es la peor manera, y un día que ya no pudo más cargó la escopeta con postas de lobo, se sentó bien sentadito y cómodo en una butaca de la sala, se metió los dos cañones en la boca, apretó el gatillo y se saltó la cabeza en cien pedazos, el más grande era como una ciruela claudia, los sesos se le quedaron pegados en la lámpara, hubo que limpiarla con sidol. Don Clemente y doña Rita tuvieron siete hijos, eran todos pequeños aún; doña Rita, cuando enviudó, andaba por los treinta y dos o treinta y tres años y tenía ganas de pelea, si el cuerpo pide pelea es como si se tiene sed. Doña Rita encontró consuelo con su director espiritual, don Rosendo Vilar Santeiro, presbítero, con el que ya se entendía desde algún tiempo atrás.
– ¿Por qué no cuelgas la sotana, Rosendo, y nos casamos como Dios manda?
– ¿Pero cómo me voy a casar, desgraciada, si estoy ordenado de mayores? ¿Es que no lo sabes?
– ¡Anda, qué gracia! Pero conmigo bien que te saltas el voto de castidad, ¿no?
Don Rosendo se ponía furioso.
– ¿Pero qué tendrá que ver el culo con las cuatro témporas, alma de Dios?
Los mastines de Tanis Gamuzo, León, Mariñeiro, Zar, son valerosos, leales y obedientes, con ellos se puede ir por el camino con los ojos cerrados, que no se arriman ni el lobo ni el jabalí. Tanis también cría perrillos de carea, listos, juguetones y revoltosos, capaces de hostigar a las bestias del monte si se saben con las espaldas guardadas, Tanis conoce mucho de perros, los cuida bien, los educa y les saca partido.
– Otros vicios son peores, ¿no cree usted?
– ¡Y tanto, hijo, y tanto!
En la taberna de Rauco discuten Raimundo el de los Casandulfes, Robín Lebozán y un castellano que gasta unas tarjetas de visita con la cruz de Calatrava y su nombre en letra de bulto: Toribio de Mogrovejo y de Bustillo del Oro.
– ¿Era noble?
– Eso nos creíamos todos hasta que se lo llevó esposado la pareja porque había hecho una estafa a una estanquera de Orense.
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