Iain Banks - El puente

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El puente: краткое содержание, описание и аннотация

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El hombre que se despierta en el mundo extraordinario del puente sufre amnesia, y su médico parece no querer curarlo. Pero ¿eso importa?
Explorar el puente ocupa la mayor parte de sus días. Pero por la noche están sus sueños. Sueños en los que los hombres desesperados conducen carruajes sellados a través de montañas yermas rumbo a un extraño encuentro; un bárbaro analfabeto asalta una torre encantada mediante una tormenta verbal; y hombres destrozados caminan eternamente sobre puentes sin fin, atormentados por visiones de una sexualidad que los lleva a la perdición.
Yacer en cama inconsciente después de sufrir un accidente no parece muy divertido a simple vista. ¿Y si lo es? Depende de quién seas y de lo que hayas dejado atrás.
Iain Banks está considerado como uno de los escritores más innovadores de la narrativa británica actual. El puente es una novela de contrastes perturbadores, donde se funden el sueño y la fantasía, el pasado y el futuro.

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—Tal vez, querido —empezó ella mientras daba una calada—, no sea necesario comprenderlo todo. A lo mejor no todo tiene una explicación científica, como las ecuaciones y las fórmulas.

Volvieron una vez más al recurrido tema. Sentido emocional versus lógica. Él creía en una especie de Teoría de Campo Unificada sobre el conocimiento. Este existía para ser entendido, era un compendio de emociones, sentimientos y pensamiento racional y lógico; una entidad, con todo, dispersa en hipótesis y resultados, los cuales, no obstante, funcionaban a través de los mismos principios fundamentales. Al final, todo quedaría comprendido en una unidad, era cuestión de tiempo e investigación. Para él, todo aquello resultaba tan obvio que tenía serias dificultades para aceptar cualquier otro punto de vista.

—Si pudiera hacerlo, a cualquiera que creyese en la astrología, en la Biblia, en la fe curativa y en todas esas cosas, no le permitiría utilizar la energía eléctrica, ni conducir vehículos con motor, ni usar ningún objeto hecho de plástico. Esta gente quiere creer que el universo funciona según sus estúpidas normas, ¿no? De acuerdo, que vivan a su manera, pero ¿por qué habría que permitirles gozar de los frutos del trabajo duro de la mente humana? ¿Cosas que solo existen porque personas mejores que ellos han tenido en alguna ocasión el juicio y la voluntad de...? ¿Dejarás de reírte de mí? —la miró, para percatarse de cómo reía en silencio mientras liaba otro porro.

Ella se volvió hacia él y le extendió una mano.

—A veces eres muy divertido —le dijo, mientras él tomaba su mano y la besaba con solemnidad.

—Es para mí un honor divertirte, querida.

Él no pensaba que sus teorías fuesen divertidas. ¿Por qué se reía de él? A la larga tuvo que reconocer que no la comprendía realmente. No comprendía a las mujeres. No comprendía a los hombres. Ni siquiera comprendía muy bien a los niños. Lo único que comprendía de verdad era a él mismo y al resto del universo. No lo entendía todo, ni por completo, naturalmente, pero los comprendía a los dos lo suficientemente a fondo como para saber que lo que quedaba por descubrir tendría sentido al final; todo encajaría y se iría componiendo gradualmente y con paciencia, como un rompecabezas infinito que se va completando, sin bordes ni esquinas, y sin aparente final, pero con el objetivo de destinar un espacio concreto para cada una de sus piezas.

En una ocasión, cuando era niño, su padre lo había llevado con él a la nave ferroviaria donde trabajaba. Allí ponían a punto las locomotoras, y su padre le había enseñado las inmensas máquinas, cómo las desmontaban y las montaban, las limpiaban, las pulían y las reparaban. Él recordaba con claridad cómo había observado una prueba estática de una locomotora a velocidad máxima sobre tambores de acero, con las ruedas enormes girando difuminadas y temblorosas desde los platos metálicos, y el vapor enroscándose entre los radios estroboscópicos, cuyas juntas y barras parpadeaban en el temblor y el eco de la enorme nave. Las ráfagas de humo intermitentes emergían de la chimenea de la locomotora y se marchaban por un tubo de ventilación remachado que ascendía hasta el techo de la nave. La experiencia era terriblemente ruidosa y atronadoramente potente; indescriptiblemente intensa. Él se sentía a la vez horrorizado y maravillado, henchido de una sensación de sobrecogimiento frente al poder categórico y puro de la máquina.

Aquella potencia, aquella energía de trabajo controlada, aquel símbolo metálico de que todo podía conseguirse gracias al trabajo, al sentido común y a la materia, quedaron impregnados en su ser durante años. Algunas noches soñaba con todo aquello y despertaba sudoroso, nervioso y con el corazón latiendo a toda velocidad, sin poder afirmar si sentía miedo o excitación, o ambos a la vez. Lo único que tenía claro era que, después de haber contemplado aquella máquina majestuosa y poderosa, todo era posible. Nunca había sido capaz de describir la experiencia original de forma plenamente satisfactoria, y ni siquiera había intentado explicársela a Andrea, porque jamás había podido explicársela a sí mismo.

—Toma —le dijo ella, alargándole el porro y un encendedor—, a ver si lo pones en funcionamiento. Él lo encendió y le lanzó un círculo de humo. Ella se rió y dispersó el aro gris de su melena recién lavada.

Fumaron el último, y ella preparó unos magníficos huevos revueltos que él nunca olvidó y que ella nunca pudo reproducir. Después, fueron caminando entre risas y risillas a un hotel cercano para tomar una copa rápida, y volvieron entre risas y risillas a la casa, haciendo el tonto, tocándose, besándose y, finalmente, follando sobre la hierba junto a la carretera, invisible (y helada) entre la niebla, mientras a poco más de seis metros se oían voces de personas y se veían los faros de los coches que pasaban por allí.

De nuevo en la casa, se secaron y entraron en calor mientras ella liaba otro porro y él leía un periódico de hacía seis meses que encontró en un revistero y se reía de las cosas que la gente creía importantes.

Se fueron a la cama, tomaron la última copa de whisky escocés de malta que ella había llevado, y empezaron a cantar canciones como Wichita Lineman y Ode to Billy Joe, pero cambiando frases (sin importarles demasiado la rima) para hacerlas escocesas («...en las turbias aguas del puente de Forth Road...».

El lunes a mediodía, con la niebla aún inmutable, regresaron a la ciudad, a una velocidad excesivamente lenta para él y excesivamente rápida para ella. Él había empezado un poema el viernes e intentaba continuarlo mientras conducía, pero la inspiración no lo acompañaba. Era una especie de poema contra las rimas y contra las canciones de amor, producto en parte de su odio a los temas musicales que casaban palabras como «corazón» y «pasión» y que hablaban de estupideces tales como los amores dulces y eternos y más fuertes que las montañas y los océanos (amar/luchar/mar, piel/hiel/miel)...

Los versos que ya tenía, pero no pudo completar en la niebla, eran:

Dama de piel suave, míos son tus huesos
todo será polvo antes de hundirse otra montaña.
Se secarán arroyos, ríos y océanos
antes de secarse nuestros ojos y nuestros corazones.

Metamorfeo

Uno

Hay sonidos que resuenan más que otros. En ocasiones, escucho el último de todos, que nunca regresa porque no rebota contra nada; es el sonido final, el que viene retumbando a través de los tubos que forman los huesos sin tuétano del puente, como un huracán, como un pedo celestial, como todos los gritos de dolor del mundo reunidos y lanzados al unísono. Entonces lo oigo; un ruido que revienta los tímpanos, que parte los cráneos, que resquebraja paredes y rompe almas. Esos tubos de órgano son oscuros túneles de acero hacia el cielo, inmensos y fuertes; ¿qué otro tipo de sonido podrían emitir?

Un sonido idóneo para el fin del mundo, para el término de la vida, para el final de todo.

¿El descanso?

Solo imágenes nebulosas. Patrones de sombra. Una pantalla oscura. Deja todo lo frágil y superficial en la entrada si quieres ver el auténtico significado de todo. Aquí. Observa los colores bellos como si todo lo estático se moviese de nuevo; se cuece, se quema, hierve, se descompone y se descascarilla como unos labios cortados, una imagen apartada por la fuerza de la presión de una luz blanca y pura (¿ves lo que hago por ti, muchacho?).

No. Yo no soy él. Solo lo miro. Es solo un hombre que conocí, alguien a quien conocía hace tiempo.

Creo que lo volví a ver después. Eso, fue después. Cada cosa, a su tiempo.

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