Iain Banks - A barlovento

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Fue uno de los incidentes menos gloriosos de una antigua guerra.
Provocó la destrucción de dos soles y de los miles de millones de vidas que sustentaban.
Ahora, ochocientos años después, la luz del primero de estos antiguos errores ha llegado al orbital de la Cultura Masaq. La luz del segundo podría no llegar a hacerlo.

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Iain M. Banks

A barlovento

PRÓLOGO

A medida que se acercaba el momento en que ambos sabíamos que tendría que dejarlo, resultaba complicado distinguir los relámpagos de los centelleos de las armas de energía de los Invisibles.

Un súbito estallido de luz azul atravesó el cielo, creando un paisaje invertido con la tosca superficie inferior de las nubes y revelando, a través de la lluvia, el halo de destrucción que nos rodeaba: el armazón de una lejana construcción cuyo interior había desintegrado un cataclismo previo, los enmarañados restos de torres de alta tensión cerca de la boca del cráter, cañerías y túneles destrozados descubiertos por este, y el inmenso y descuartizado cuerpo del destructor terrestre, medio sumergido en la piscina de agua mugrienta del fondo del hoyo. Cuando la luz de la bengala murió, apenas dejó un recuerdo en el ojo y el tenue parpadeo del fuego del interior del destructor.

Quilan apretó mi mano con más fuerza.

Debes marcharte. Ahora, Worosei.

Un nuevo centelleo, más débil esta vez, iluminó su rostro y el barro aceitoso que rodeaba su cintura, por donde desaparecía bajo la máquina de guerra.

Tuve que completar todo un ritual para consultar los datos de información del control de mi casco. El piloto de la nave ligera estaba de regreso, solo. La pantalla me decía que ninguna otra máquina lo acompañaba, y la ausencia de comunicaciones en el canal abierto implicaba que no había buenas noticias. No habría sobrecargo, no habría rescate. Cambié al modo de visión táctica. Tampoco decía nada bueno. La esquemática parpadeante indicaba una gran incertidumbre en la representación (mala señal por sí misma) pero parecía que nos encontrábamos justo en la línea de avance de los Invisibles, y que pronto nos veríamos invadidos por ellos. En diez minutos, tal vez. O quince. O cinco. A saber. No obstante, sonreí e intenté hablar con la mayor calma posible.

No puedo llegar a ningún lugar seguro hasta que la nave llegue aquí dije . Ninguno de nosotros puede.

Intenté hacer pie en una posición más cómoda de la embarrada pendiente. Una serie de explosiones resonó en el aire. Me incliné sobre Quilan para proteger su descubierta cabeza. Oí el ruido sordo de los escombros deslizándose por la bajada sobre la que nos encontrábamos y de algo que se zambullía en el agua. Eché un vistazo a la piscina formada en el fondo de cráter cuando las olas rompieron contra la afilada coraza delantera del destructor terrestre y cayeron de nuevo. Al menos, el nivel del agua parecía mantenerse en su sitio.

Worosei dijo Quilan , no creo que yo pueda ir a ninguna parte. No con esto encima de mí. Por favor. No intento hacerme el héroe y tú tampoco deberías. Vete ya.

Todavía hay tiempo respondí . Te sacaremos de aquí. Siempre has sido un impaciente. La luz nos cegó de nuevo, iluminando cada una de las gotas de lluvia en la oscuridad.

Y tú siempre…

Lo que quiera que pensase decir quedó ahogado por otra ráfaga de penetrantes detonaciones; el sonido nos ensordeció como si el propio aire se estuviera desgarrando.

Vaya noche más ruidosa dije, mientras me inclinaba de nuevo sobre él. Un zumbido se adueñó de mis oídos. Más luces. Al acercarme, pude ver el dolor en sus ojos . Incluso el mal tiempo se nos ha puesto en contra, Quilan. Menudo trueno.

Eso no ha sido un trueno.

¡Claro que sí! Allí. Y un relámpago repuse, mientras me inclinaba todavía más sobre él.

Vete ya, Worosei susurró . No seas imbécil.

Yo… empecé. Pero entonces, mi rifle resbaló de mi hombro y lo golpeó en la frente.

¡Ay! se quejó.

Lo siento me disculpé, cargándome de nuevo el arma.

Culpa mía, por perder el casco.

Bueno contesté, dando una palmada en los fragmentos de raíles que teníamos encima , pero has ganado un destructor terrestre.

Quilan empezó a reír, pero luego su rostro se transformó en una mueca de dolor. Forzó una sonrisa y apoyó una mano sobre la superficie de una de las ruedas directrices del vehículo.

Es curioso dijo . Ni siquiera estoy seguro de si es nuestro o de ellos.

Pues yo tampoco repuse. Eché un vistazo al armazón roto. El fuego de su interior se estaba propagando: unas llamas amarillas y azuladas emergían ya del orificio del lugar que había ocupado la cabina.

El mutilado destructor terrestre se había deslizado parcialmente dentro del cráter. En su lado más alejado, la oruga de la máquina reposaba sobre la pendiente del hoyo, una gran banda metálica que ascendía hasta su superficie como una destartalada escalera mecánica. Frente a nosotros, las gigantescas ruedas directrices sobresalían del casco del vehículo: algunas sostenían los enormes ejes de la trayectoria superior de la oruga, y otras quedaban en la parte inferior. Quilan estaba atrapado bajo ellas, encallado en el barro, con la parte superior del torso al descubierto.

Nuestros camaradas habían muerto. Solo quedábamos Quilan y yo, y el piloto de la nave ligera, que volvía a recogernos. El buque, situado a poco menos de dos kilómetros por encima de nosotros, no podía ayudarnos.

Yo ya había tratado de tirar de Quilan, ignorando sus quejidos, pero estaba totalmente atrapado. Intenté desplazar la oruga de la máquina con la unidad antigravitatoria de mi traje, y maldije nuestros presuntamente maravillosos proyectiles de última generación, tan útiles para matar a nuestra propia especie y para penetrar en blindajes, pero tan inútiles para cortar metales pesados.

Cerca de nosotros, se oyó un nuevo ruido; una ráfaga de chispas saltó desde la abertura de la cabina para desvanecerse entre la lluvia. Sentí la vibración de las detonaciones en el suelo, transmitidas por el cuerpo de la malograda máquina.

Es la munición dijo Quilan, con un hilo de voz . Hora de que te marches.

No. Sea lo que sea lo que ha volado la cabina, ha terminado con todas las reservas de munición.

No lo creo. Esto podría estallar en cualquier momento. Sal de aquí.

Ni hablar. Aquí estoy bien.

¿Estás… qué?

Estoy bien.

Pareces idiota.

No soy idiota. Deja de intentar deshacerte de mí.

¿Por qué? Eres idiota.

Deja de llamarme idiota, ¿quieres? Eres muy pesado.

No soy pesado. Solo intento que actúes racionalmente.

Estoy actuando racionalmente.

Mira, no me impresionas nada. Tu obligación es salvar tu vida.

Y la tuya es no desesperar.

¿No desesperar? Tú estás haciendo el idiota, y yo tengo un… Quilan abrió los ojos de pronto . ¡Ahí! ¡Arriba! siseó, señalando detrás de mí.

¿Qué pasa? Me volví, con el rifle a punto para disparar.

El soldado de los Invisibles estaba en la boca del cráter, observando los restos del destructor terrestre. Llevaba puesto una especie de casco, pero no le cubría los ojos y, presumiblemente, no era demasiado sofisticado. Levanté la mirada entre la lluvia. El soldado quedaba iluminado por la luz de las llamas del destructor terrestre, pero nosotros nos encontrábamos en la penumbra. Sostenía el rifle con una mano, no con ambas. Yo permanecí completamente inmóvil.

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