Ziller terminó su copa y extrajo una pipa de su chaleco. La chupó una y otra vez hasta que empezó a salir humo de la cazoleta, mientras el dron intercambiaba comentarios con el homomdano. El compositor todavía intentaba espirar aros de humo cuando Tersono, finalmente, dijo:
— … lo que me ha llevado a solicitar la presencia de los dos hoy aquí.
— ¿Y cuál es el motivo? — preguntó Ziller.
— Estamos esperando a un invitado, compositor Ziller.
Ziller miró al dron de arriba abajo. A continuación, echó un vistazo por el amplio camarote y dirigió la vista hacia la puerta.
— ¿Cómo? ¿Quién? ¿Ahora? — preguntó.
— No, ahora no. Dentro de unos treinta o cuarenta días. Me temo que aún no sabemos exactamente de quién se trata. Pero será uno de los suyos, Ziller. Alguien de Chel. Un chelgriano.
El rostro de Ziller era básicamente una esfera de pelo con dos grandes ojos negros, casi semicirculares, posicionados sobre una zona nasal gris y rosada, y una boca grande, parcialmente prensil. Ahora mostraba una expresión que Kabe no había visto nunca, aunque debía reconocer que solo conocía por encima al chelgriano, y desde hacía menos de un año.
— ¿Va a venir aquí? — preguntó Ziller. Su voz sonó… gélida, fue la palabra que decidió Kabe.
— Exactamente. A este orbital, y, posiblemente, a esta plataforma.
— ¿Casta? — dijo, aunque más que pronunciar la palabra, la escupió.
— Uno de los… ¿Tactados? Posiblemente un Entregado — respondió Tersono, con suavidad.
Por supuesto. El sistema de castas chelgriano. Al menos, parte de la razón por la que Ziller estaba con ellos y no allí. El compositor contempló su pipa y espiró otra bocanada de humo.
— Posiblemente un Entregado, ¿eh? — murmuró — . Todo un honor. Espero que conserven su etiqueta de una forma exquisitamente correcta. Ya pueden empezar a practicar desde ahora mismo.
— Creemos que viene a verlo a usted — dijo el dron, removiéndose en la silla sin tocarla, a la vez que extendía un campo de manipulación para tirar de las cuerdas de las cortinas doradas, bajándolas y ocultando las vistas al oscuro canal y a los muelles nevados.
— ¿En serio? — Ziller golpeó suavemente con el dedo la cazoleta de su pipa, frunciendo el ceño — . Qué lástima. Estaba pensando en embarcarme en un crucero dentro de unos días. Por el espacio interplanetario. Durante medio año, como mínimo. Tal vez más largo. En realidad, ya lo tenía decidido. Espero que se comuniquen mis disculpas a cualquier diplomático autosuficiente o noble desdeñoso enviado aquí. Estoy seguro de que lo comprenderán.
— Estoy seguro de que no — murmuró el dron.
— Y yo también. Era una ironía. Pero lo del crucero es en serio.
— Ziller — dijo el dron, pausadamente — , quieren reunirse con usted. Aunque se embarque en un crucero, no le quepa duda de que lo seguirán y se encontrarán con usted en la nave.
— Y, por supuesto, no intentaréis detenerlo.
— ¿Cómo íbamos a hacerlo?
— Supongo que querrán que vuelva — musitó Ziller, aspirando de su pipa — . ¿Es correcto?
— No lo sabemos — respondió el dron, con el aura del color del bronce, en señal de desconcierto.
— ¿De verdad?
— Compositor Ziller, le estoy diciendo todo lo que sé.
— Bien. ¿Y se le ocurre alguna otra razón para esta expedición?
— Muchas, amigo, pero ninguna de ellas es especialmente prometedora. Como ya he dicho, no lo sabemos. No obstante, si me viera obligado a especular, coincidiría con usted en que solicitar su regreso a Chel sería el motivo más probable de esta inminente visita.
Ziller mordió la cánula de su pipa con tal fuerza que Kabe pensó que se rompería.
— No pueden obligarme a volver.
— Querido Ziller, ni siquiera se nos ocurriría sugerírselo — repuso el dron — . Ese emisario puede venir con tales intenciones, pero la decisión le corresponde enteramente a usted. Es un invitado honrado y respetado, Ziller. La ciudadanía de la Cultura, en la medida en que tal cosa exista hasta cierto nivel de formalidad, es suya por poderes. Sus muchos admiradores, entre los que me incluyo, hace tiempo se la habrían otorgado por aclamación, sí tal hecho no hubiera parecido un acto presuntuoso.
Ziller asintió con aire pensativo. Kabe se preguntó si aquella expresión era chelgriana por naturaleza o bien un gesto adquirido o traducido.
— Muy halagador — dijo Ziller. A Kabe le dio la impresión de que la criatura realmente intentaba sonar elegante — . Pero sigo siendo chelgriano. Aún no estoy naturalizado.
— Por supuesto. Su presencia ya es un honor suficiente. Declarar que este es su hogar ya sería…
— Excesivo — cortó Ziller. El campo de aura del dron cambió de color, adquiriendo una tonalidad similar a la del barro, que indicaba vergüenza, aunque la escasez de flecos rojos denotaba que tampoco era muy aguda.
Kabe carraspeó. El dron se volvió hacia él.
— Tersono — dijo el homomdano — , no tengo del todo claro por qué estoy aquí, pero ¿puedo preguntar si, en todo este asunto, estás hablando como representante de Contacto?
— Por supuesto que puede. Y sí, hablo en nombre de la sección de Contacto. Con plena cooperación del Centro de Masaq.
— No me faltan amigos entre mis admiradores — dijo Ziller de pronto, mirando fijamente al dron.
— ¿Faltan? — dijo Tersono, con el campo de aura anaranjado — . Ya le he dicho que…
— Me refiero entre algunas de las Mentes de aquí; las naves, Tersono, dron de Contacto — repuso Ziller con frialdad. El dron se echó hacia atrás en la silla. Un poco melodramático todo aquello, a ojos de Kabe — . Podría convencer a alguno de ellos para acogerme y proporcionarme mi propio crucero privado. Un crucero en el que al emisario le costaría mucho introducirse.
El aura del dron se tornó de color púrpura. Se tambaleó sobre la silla.
— Está en su derecho de intentarlo, estimado Ziller — dijo — . Pero eso podría tomarse como un terrible insulto.
— Que los jodan.
— Sí, bueno. Me refería a nosotros. Un terrible insulto a nuestra comunidad. Terrible, en tales circunstancias, ya tristes y lamentables…
— Ah, déjame ya. — Ziller miró hacia otro lado.
Claro, la guerra, pensó Kabe. Y la responsabilidad. La sección de Contacto consideraría el asunto como algo muy delicado.
El dron, medio vaporizado en el halo púrpura, guardó silencio durante un momento. Kabe se removió en los cojines.
— El caso es — continuó Tersono — que incluso la nave más voluntariosa podría no acceder a la clase de petición que acaba de mencionar. En realidad, apostaría a que ninguna lo haría.
Ziller volvió a morder la pipa. Se había extinguido por completo.
— Lo que significa que Contacto ya lo tiene todo bien atado, ¿no es así? — preguntó.
— Digamos que se han contemplado posibilidades — dijo Tersono, temblando de nuevo.
— Digámoslo, sí. Por supuesto, siempre dando por hecho que ninguna de esas naves Mentes a las que usted hace referencia estuviera mintiendo.
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