Iain Banks - A barlovento

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Fue uno de los incidentes menos gloriosos de una antigua guerra.
Provocó la destrucción de dos soles y de los miles de millones de vidas que sustentaban.
Ahora, ochocientos años después, la luz del primero de estos antiguos errores ha llegado al orbital de la Cultura Masaq. La luz del segundo podría no llegar a hacerlo.

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Pocos misterios quedaban ya para entonces. Kabe echó un vistazo a su alrededor y luego realizó una breve danza saltando y arrastrando los pies, ejecutando los pasos con una delicadeza insólita para su peso y su tamaño. Volvió a mirar en torno a sí, aparentemente aliviado de haber escapado a cualquier observación. Estudió el rastro que sus movimientos habían dejado sobre la nieve. Aquello estaba mejor… Pero, ¿en qué habría estado pensando? En la nieve, y en su silencio.

Sí, de eso se trataba; lo que reinaba era algo parecido a una sustracción de sonido, porque todo el mundo estaba acostumbrado a que las condiciones climáticas fuesen acompañadas de algún ruido; el viento soplaba o rugía, la lluvia repiqueteaba o siseaba o, si era tan leve como para no producir por sí sola ningún sonido, al menos creaba goteos o gorgoteos. Pero la nieve, sin viento que la acompañase, parecía desafiar a la propia naturaleza; era como contemplar una pantalla con el volumen al mínimo, era como estar sordo. De eso se trataba.

Satisfecho, Kabe siguió caminando por el camino, justo cuando un montón de nieve acumulada en un tejado de un edificio alto cayó al suelo con un ruido sordo. Se detuvo, observó la larga cresta blanca que la avalancha en miniatura había creado cuando los últimos copos cayeron arremolinados a su alrededor, y se echó a reír.

Discretamente, para no perturbar el silencio.

Finalmente, las luces de una barcaza aún distante iluminaron la curva gradual del canal. Desde allí, sonaba una música suave, fácil de escuchar, pero música al fin y al cabo. Música de fondo, como la llamaban a veces. No era el propio recital.

Un recital. Kabe se preguntaba por qué lo habían invitado. El dron de Contacto E. H. Tersono había solicitado su presencia mediante un mensaje entregado aquella misma tarde. Estaba escrito con tinta sobre una tarjeta, que también había llegado en un dron de tamaño más reducido. En realidad, era más bien una «escudilla volante». El caso era que Kabe siempre acudía al recital del Octavo Día de Tersono sin ser expresamente invitado. El hecho de haberse asegurado de su asistencia tenía que significar algo. ¿Acaso le estaban diciendo que era un acto de osadía el haber ido en ocasiones anteriores en las que no había sido específicamente avisado?

Aquello resultaría extraño; en teoría el evento estaba abierto a todo el mundo ¿Y qué no lo estaba, en teoría? pero las costumbres de los moradores de la Cultura, especialmente de los robots, y más de los viejos, como E. H. Tersono, todavía lograban sorprender a Kabe. No había leyes ni normas escritas, pero sí un montón de sutiles… cumplimientos, conjuntos de modales, formas de comportamiento cortés. Y modas. Había modas en casi todo, desde lo más trivial hasta lo más trascendental.

Trivial: aquella tarjeta entregada en una «escudilla volante»; ¿significaba acaso que todo el mundo iba a empezar a mover invitaciones físicamente? ¿Incluso la información rutinaria de un lugar a otro, en lugar de transmitirse con normalidad mediante un familiar, un dron, un terminal o un implante? ¡Qué tediosa y ridícula idea! La clásica afectación retrospectiva de la que podrían enamorarse, durante una temporada más o menos (¡ja! Como mucho).

Trascendental: ¡vivían o morían a su antojo! Algunas de sus personalidades más ilustres anunciaron que vivirían una vez y morirían para siempre, y miles de millones así lo hicieron. Y luego se inició una nueva tendencia entre la gente que ejercía la mayor de las influencias, consistente en renovar completamente sus cuerpos o cultivar cuerpos nuevos, o trasladar sus mentes a androides réplicas o diseños aún más extraños… Bien, en realidad, a cualquier cosa, no había límites. El caso era que todo el mundo empezaría a actuar así sin medida, solo porque se había puesto de moda.

¿Qué clase de comportamiento debía esperarse de una sociedad madura? ¿La mortalidad como un estilo de vida de libre elección? Kabe conocía la respuesta de su propio pueblo. Era una locura, una infantilidad, irrespetuosa con uno mismo y con la propia vida; una especie de herejía. Él, sin embargo, no estaba tan seguro, lo que podía significar que llevaba allí demasiado tiempo, o, simplemente, que estaba manifestando la empatía terriblemente promiscua hacia la Cultura que había ayudado a atraerlo allí en primer lugar.

De aquella forma, meditando sobre el silencio, la ceremonia, las modas y su propio lugar en la sociedad, Kabe llegó a la ornada pasarela que discurría desde el muelle hasta la extravagante e iluminada barcaza ceremonial de madera dorada, la Soliton. Allí, la nieve estaba plagada de pisadas, cuyo rastro conducía al acceso subterráneo de un edificio cercano. Obviamente, el raro era él, que disfrutaba caminando sobre la nieve. Pero Kabe no vivía en aquella ciudad; en su hogar nunca había nieve o hielo, con lo que aquello era toda una novedad para él.

Justo antes de subir a bordo, el homomdano levantó la vista hacia el cielo nocturno, para ver una bandada de grandes aves blancas, formando una uve y volando en silencio por encima de su cabeza, sobre las jarcias de la embarcación, en dirección al interior desde el litoral del mar Alto. Las vio desaparecer tras los edificios, se sacudió la nieve del abrigo, agitó su sombrero y subió a bordo.

* * *

Es como las vacaciones.

¿Vacaciones?

Sí. Vacaciones. Antes significaban lo opuesto a lo que ahora significan. Casi lo opuesto exacto.

¿A qué te refieres?

Oye, ¿esto se come?

¿El qué?

Esto.

No sé. Muerde a ver.

Pero se acaba de mover.

¿Se ha movido, dices? ¿Cómo? ¿Por voluntad propia?

Creo que sí.

Bueno, aquí tenemos algo. Con una evolución desde un auténtico depredador como nuestro amigo Ziller, la respuesta instintiva, probablemente, sea afirmativa, pero…

¿Qué es eso de las vacaciones?

Ziller era…

… lo que él decía. El opuesto exacto. Una vez, las vacaciones aludían al tiempo en que uno se marchaba.

¿En serio?

Sí. Recuerdo haberlo oído. Algo primitivo… de la Era de la Escasez.

La gente tenía que hacer todo el trabajo y crear riqueza para ella misma y para la sociedad, por lo que no podía permitirse pasar mucho tiempo fuera. Así que trabajaba, más o menos, la mitad del día, la mayor parte de los días del año. Y luego tenía unos días libres asignados durante los que podía marcharse, si había logrado ahorrar suficiente intercambio colateral…

Dinero. La palabra técnica es dinero.

… entre tanto. Entonces, se iban a pasar el tiempo libre a otro lugar.

Perdón, ¿es usted comestible?

¿En serio le estás hablando a la comida?

No sé. Es que no sé si es comida.

En las sociedades muy primitivas, ni siquiera tenían eso. ¡Solo tenían algunos días libres al año!

Pero yo pensaba que las sociedades primitivas podían ser…

Se refería a sociedades primitivas industriales. Ni caso. ¿Vas a dejar de pinchar eso? Lo vas a estropear.

—¿ Pero se puede comer?

Cualquier cosa que puedas meter en tu boca y tragártela se puede comer.

Ya sabes a qué me refiero.

Pues pregunta, idiota.

Lo acabo de hacer.

¡Pero no a eso directamente! ¿Dónde está tu recordador, tu terminal, o lo que sea que tienes?

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