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Iain Banks: A barlovento

Здесь есть возможность читать онлайн «Iain Banks: A barlovento» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 2008, ISBN: 978-84-9800-339-0, издательство: La Factoría de Ideas, категория: Космическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Iain Banks A barlovento

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Fue uno de los incidentes menos gloriosos de una antigua guerra. Provocó la destrucción de dos soles y de los miles de millones de vidas que sustentaban. Ahora, ochocientos años después, la luz del primero de estos antiguos errores ha llegado al orbital de la Cultura Masaq. La luz del segundo podría no llegar a hacerlo.

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¿Ah, sí? Eso era toda una novedad.

Sí. ¿Podríamos hablar en un lugar más privado?

Privado, pensó Kabe. No era una palabra que sonase demasiado en la Cultura. Posiblemente, se utilizase en el contexto sexual más que en cualquier otro. Y ni siquiera entonces.

Por supuesto repuso . Te sigo.

Gracias dijo el dron, flotando hacia la zona de popa mientras ascendía para observar por encima de las cabezas de la gente reunida en el espacio de funciones. La máquina viró de un lado al otro, indicando claramente que estaba buscando algo o a alguien . En realidad dijo , nos falta quórum… Ah. Ya estamos. Por aquí, embajador Ischloear.

Se acercaron a un grupo de humanos agrupados en torno al mahrai Ziller. El chelgriano medía tanto de largo como Kabe de alto, y estaba cubierto de pelo, que se difuminaba desde el blanco del rostro hasta el marrón oscuro de la espalda. Tenía constitución corporal de depredador, con grandes ojos penetrantes y amplias mandíbulas. Sus patas traseras eran largas y fuertes. Una cola de rayas entrelazada con una cadena de plata se escondía entre ellas.

Donde sus lejanos ancestros habían tenido dos patas medias, Ziller tenía una sola extremidad, parcialmente cubierta por un chaleco oscuro. Sus brazos eran muy similares a los de un humano, aunque estaban recubiertos de pelo dorado y terminaban en grandes manos de seis dedos, que más bien parecían pezuñas.

En cuanto él y Tersono se unieron al grupo que rodeaba a Ziller, Kabe se encontró atrapado por otro balbuceo de conversación confusa.

Claro que no sabes a lo que me refiero. No tienes contexto.

Absurdo. Todo el mundo tiene un contexto.

No. Se tienen entornos o situaciones. Esto no es lo mismo. Tú existes. Eso no se puede negar.

Vaya, pues gracias.

Claro. De lo contrario, estarías hablando contigo mismo.

Estás diciendo que, en realidad, no vivimos, ¿no es eso?

Depende de lo que se entienda por vivir. Pero sí, digamos, que sí.

Es fascinante, apreciado Ziller dijo E. H. Tersono . Me pregunto…

Porque no sufrimos.

Porque apenas parecéis capaces de sufrir.

¡Bien dicho! Pero, ahora, Ziller…

Bah, esa es una discusión muy antigua…

Pero la capacidad de sufrir es la única que…

¡Eh! Yo he sufrido. Lemil Kimp me rompió el corazón.

Cállate, Tulyi.

…la única que te hace sensible, o lo que sea. No es el sufrimiento en sí.

¡Pero lo hizo!

¿Una discusión antigua, dice, señora Sippens?

Sí.

¿Antigua equivale a mala?

Antigua equivale a desacreditada.

¿Desacreditada? ¿Por quién?

No es quién, sino qué.

¿Y ese «qué» es…?

La estadística.

Bien, pues ya lo tenemos. La estadística. Bueno, ahora, Ziller, querido amigo…

No puedes estar hablando en serio.

Creo que ella cree que es más seria que tú, Zil.

El sufrimiento desfavorece más que ennoblece.

¿Y esa aseveración deriva en su totalidad de la supuesta estadística?

No. Verás que también se necesita inteligencia moral.

Uno de los prerrequisitos de la sociedad civilizada, y creo que ya estamos todos de acuerdo. Escucha, Ziller…

Una inteligencia moral que nos inculca que el sufrimiento es malo.

No. Una inteligencia moral que se inclina por considerar malo el sufrimiento hasta que se demuestre que es bueno.

¡Ah! Entonces admites que el sufrimiento puede ser bueno.

Excepcionalmente.

Aja.

Bien, de acuerdo.

¿Qué?

¿Sabías que eso funciona en varios idiomas distintos?

¿El qué?

Tersono dijo Ziller, volviéndose al fin hacia el dron, que había descendido hasta la altura de sus hombros y se acercaba cada vez más, intentando atraer la atención del chelgriano a lo largo de los últimos minutos, durante los cuales, su campo de aura se había ensombrecido al azul grisáceo que denotaba una frustración reservada.

El mahrai Ziller, compositor, medio marginado, medio exiliado, se alzó de su butaca y se balanceó sobre sus ancas traseras. Su extremidad media tomó por un instante la forma de una bandeja y depositó el vaso sobre la suave superficie peluda, mientras utilizaba sus extremidades delanteras para estirar su chaleco y peinarse las cejas.

Ayúdame pidió al dron . Estoy intentando hablar en serio y tu compatriota me sale con juegos de palabras.

En ese caso, le sugiero que desista y la aborde más tarde, cuando se encuentre en un estado de ánimos más serio y menos mordaz. ¿Ya conoce al embajador Kabe Ischloear?

Sí. Somos viejos conocidos. Embajador…

Me honra, señor repuso el homomdano . No soy más que un periodista.

Sí. Tienden a llamarnos embajadores, ¿no es cierto? Será por halagarnos.

Sin duda. Lo hacen con buena intención.

Aunque a veces, resultan ambiguos dijo Ziller, volviéndose por un instante hacia la mujer con la que había estado hablando. Ella levantó su copa e inclinó ínfimamente la cabeza.

Cuando los dos hayan terminado de criticar a sus decididamente generosos invitados… intervino Tersono.

Tendríamos la conversión privada a la que te referías, ¿no? preguntó Ziller.

Eso es. Démosle el capricho al excéntrico dron.

Muy bien.

Por aquí, entonces.

El dron continuó su camino, bordeando la hilera de mesas, hacia la popa de la embarcación. Ziller siguió a la máquina, aparentemente flotando sobre la cubierta, con agilidad y gracilidad sobre su gran extremidad media y sus dos fuertes patas traseras. Kabe se percató de que el compositor todavía llevaba su copa de vino en una mano. Ziller utilizó la otra para saludar a un par de personas que se inclinaron al verlo pasar.

Kabe se sintió muy pesado y torpe en comparación. Intentó erguirse al máximo, para parecer menos voluminoso, pero chocó contra un antiguo y complicado aplique que colgaba del techo.

* * *

Los tres se sentaron en una cabina de la popa de la gran barcaza, con vistas a las oscuras aguas del canal. Ziller se había plegado sobre una mesa baja, Kabe se acuclilló plácidamente sobre unos cojines que reposaban en el suelo y Tersono se acomodó sobre una silla de madera, de antiquísima apariencia. Kabe conoció al dron Tersono al inicio de los diez años que llevaba viviendo en el orbital de Masaq, y desde entonces, sabía que le gustaba rodearse de objetos antiguos, como aquella vieja barcaza y su vieja decoración, con sus viejos complementos.

Incluso la composición de la máquina recordaba a una especie de antigualla. Generalmente, en la cultura, cuanto mayor era un dron, más edad tenía. Los primeros ejemplares, que databan de ocho o nueve mil años atrás, eran del tamaño de un humano corpulento. Los modelos siguientes habían ido menguando gradualmente hasta llegar a los drones más avanzados que, durante un tiempo, fueron lo suficientemente pequeños como para guardarlos en un bolsillo. El metro de estatura de Tersono podía sugerir que lo habían construido hacía milenios, cuando en realidad solo tenía unos siglos de edad, y el espacio extra que ocupaba se justificaba por la separación de sus componentes internos, lo que le permitía exhibir mejor la fina transparencia de su poco ortodoxo caparazón de cerámica.

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