* * *
Cinco días después, Thomas Gunter se dirigió a Scropes Inn, donde Miles Vavasour tenía sus aposentos.
– Bienvenido, maese médico. -Vavasour tomó la palabra como alguien a quien le gusta hablar-. Ya hace tres años que voy al retrete sin rechistar.
– Le he traído un nuevo ungüento para evitar cualquier pérdida de sangre.
– Dios mediante, no hay pérdida de sangre.
Estaban en un saloncito que daba a Trivet Lane, y uno de los criados sirvió sendas copas de vino renano.
– ¿Qué hay de nuevo? -preguntó Thomas Gunter al abogado.
– ¿Quiere saber qué hay de nuevo en lo que se refiere al rey? Maese Gunter, corren tiempos de penuria y amarguras.
Enrique Bolingbroke había salido de Chester con el rey Ricardo bajo su custodia; sus fuerzas ya se habían abierto paso de Nantwich a Stafford y no tardarían en llegar a Coventry. En nombre del soberano, Enrique había convocado al Parlamento para finales de septiembre. Miles Vavasour era diputado por Londres y tendría que viajar a Westminster Hall para asistir a dicha reunión.
– Preferiría estar a un mundo de distancia del Parlamento -confió a Gunter-. No resulta nada fácil librar al reino de su legítimo soberano. De todas maneras, soy siervo de Enrique. He trabajado para él en los tribunales… -De pronto calló-. Bien, todavía no he decidido si respondo que sí o que no. -Estaba claro que en este asunto el magistrado no decía la verdad, ya que hacía mucho que era contrario al monarca-. ¿Podremos hacer desaparecer el nombre de Ricardo?
– ¿Tan grave es la situación?
– Sin duda lo será, como que el mañana existe.
– ¿Acaso cree que Enrique no mantendrá al rey y gobernará en la sombra?
– Con un cisne basta. Sólo uno puede gobernar.
– Sin embargo, el duque es un hombre sutil.
– Sutil, claro que sí, sub telaris. Bajo la bota. Enrique tendrá a Ricardo bajo su bota.
– La monja no ha dejado de resonar como una campana.
– ¿De verdad? ¿Cómo es eso?
– Afirma que las mieses se esparcen bajo la raíz. Asegura que el mundo ha cambiado de cabo a rabo.
– Esa mujer es una charlatana -declaró Vavasour-. Es una timadora. Desatará la locura de la gente. Hay que sentarla en la silla de chapuzar y sumergirla.
– Nada de eso. Sor Clarice se ha convertido en la niña mimada de Jesucristo. El pueblo la sigue boquiabierto.
– ¡Qué olor apestoso! -Repentinamente, el abogado cambió de tema; era una costumbre que también ponía en práctica en los tribunales-. Doctor, ahora que está cerca debo admitir que le necesito. Tengo un hueso destrozado.
– ¿Ciática?
– Es el dolor del rayo. Me recorre la pierna de arriba abajo.
Gunter consideraba que esa dolencia era manifestación del carácter melancólico o nervioso y se curaba con reposo y tranquilidad, más que mediante polvos o mixturas; claro que también sabía que las personas a las que atendía necesitaban el consuelo de las plantas.
– Sir Miles, se trata de un dolor pleno, pesado y agudo…
– Sé perfectamente cómo es.
– Si fuera la primera vez, le administraría persicaria o pimentilla.
– No es la primera vez. Es un mal arraigado.
– En ese caso, el remedio soberano podría consistir en jugo de matricaria mezclado con miel. Se lo enviaré con un recadero. ¿Permanece despierto por la noche?
– Muy despierto.
– Es posible que la hierba mora mayor lo ayude a conciliar el sueño.
– ¿Se refiere a la dulcamara?
– También se la conoce con ese nombre.
– ¿Estoy equivocado o es una planta llena de malicia para la humanidad?
Cuando volvía a interrogar, una de las técnicas del abogado consistía en fingir que tenía más conocimientos de los que realmente poseía.
– Sólo un poco, muy poco. No perderá su chispa.
– Doctor, no he de temer nada que proceda de sus manos. ¿Estoy equivocado? -Bebió lo que le quedaba de vino con gesto grandilocuente-. Maese Gunter, ¿ve este anillo? -Extendió los dedos de la mano derecha.
– Por supuesto.
– La piedra preciosa ha sido extraída de la cabeza de un sapo.
– Bien que lo sé. Se la conoce como bórax o atíncar.
– Protege del envenenamiento. Su poder pasa del dedo con el anillo a mi corazón.
En ese momento, la piedra verde reflejó la luz de una vela y súbitamente Gunter atisbo una gran fogata como la que sirve para dar la alarma. Parpadeó. El fuego desapareció. El médico creía en la eficacia de los sueños y las visiones. Le habían sido otorgadas algunas revelaciones vinculadas con Miles Vavasour.
– ¿Cenamos?
El magistrado condujo a su invitado al comedor; en una tarima cubierta con un paño de calidad, había una gran mesa con una silla en cada extremo. A un lado del comedor se encontraba el lujoso aparador de Vavasour, con toda la vajilla exhibida a la luz de las antorchas y las velas. Al otro lado reposaba un arcón de roble de poca altura, sobre el cual se encontraban varios papeles. De la pared colgaba un tapiz que representaba la historia del rey del amor. Ante la llamada del abogado, entró un criado, hizo una reverencia y se dispuso a servir las carnes. La cena terminó enseguida y, tras brindar por la fístula, Gunter comentó de paso que en el Santo Sepulcro había visto el cadáver de un muchacho llamado Hamo Fulberd. Vavasour repuso que le sorprendía que un joven pudiese albergar tanto odio contra la iglesia de Dios. El médico preguntó si descubrirían más herejes a raíz de la muerte de Hamo. Vavasour replicó que estaban locos como toros salvajes y que Dios les enviaría el culto que se merecían. En ese caso, ¿había más herejes? Gunter percibió la ligerísima inquietud que perturbó las facciones de Vavasour cuando declaró que no tenía nada que ver con esa cuestión.
– Sir Miles, hay quienes hablan de una confederación secreta, de la connivencia de desconocidos.
– En ese caso, sé de un buen nombre para su jefe. -El abogado abrió lentamente los ojos al tiempo que hablaba-. Debería llamarse Juan Destruyelotodo.
– Me llevé una sorpresa mayúscula al saber que… -prosiguió el médico sin dejar de mirar a su anfitrión, apoltronado en el otro extremo de la lustrosa mesa de roble-. Me sorprendió saber que estos problemas y conmociones pueden regirse por el signo del cinco.
– ¿Quién se lo ha dicho?
El magistrado planteó la pregunta rápidamente y con actitud recelosa.
– Señor, percibo azoramiento en su semblante.
– Sólo estoy azorado ante actos tan horribles y abominables. ¿Qué es lo que ha dicho sobre el cinco?
– Me llegó en forma de rumor.
– En los viejos libros es la señal de la antigua iglesia, pero en estos tiempos nuevos…
– ¿No tiene el mismo significado?
– En absoluto.
Cambiaron de tema; hablaron de la mala cosecha, del precio del pan, de la nueva legislación que limitaba la longitud del calzado y del nacimiento reciente de un niño con un ojo en plena frente, hasta que la conversación volvió a centrarse en las desgracias del rey.
Vavasour se disculpó para visitar la letrina del patio, y Gunter aprovechó la oportunidad para acercarse al arcón. El abogado había dejado accidental o apresuradamente dos pequeños pergaminos sobre el arcón y se referían a un caso juzgado en Westminster; Gunter leyó la frase «In cuius rei testimonium presentibus sigillum meum apposui», pero el resto era ininteligible. A continuación, reparó en unas palabras escritas con tinta en el reverso de uno de los documentos. Se trataba de una lista o tabla, ya que había una entrada después de la otra:
Oratorium. St. J.
Powles.
St. Sep.
St. M. Le Q.
Giles.
Habían incendiado el oratorio de Saint John's Street. Lo mismo había ocurrido en el Santo Sepulcro. Había habido un asesinato en San Pablo. ¿Sería Saint Michael le Querne el siguiente? Y Giles. ¿Se trataba acaso de Saint Giles in the Fields?
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