– Mi mujer y yo vivimos en Washington -dice, escogiendo las palabras-. Betsy se enfadaría mucho conmigo si no te invitara a venir a casa. Puedo conseguirte un empleo. Con tu facilidad para los idiomas, podrías ayudar mucho en las campañas civiles solidarias.
– Mi hermana está aquí conmigo -replico sin pensar.
– Tráete también a May. Tenemos mucho sitio. -Aparta su plato de chow mein-. No me gusta imaginarte aquí. Estás…
Es curioso, pero en ese momento lo veo todo con claridad. ¿Estoy destrozada? Sí. ¿Me he convertido en una víctima? Sí, en cierta manera. ¿Tengo miedo? Siempre. ¿Todavía ansío, en el fondo, largarme de aquí? Por supuesto que sí. Pero no puedo. Sam y yo hemos construido una vida para Joy. No es perfecta, pero es algo. La felicidad de mi familia significa para mí más que la posibilidad de empezar de nuevo.
Aunque en las fotografías se me vea sonreír, en la de este día aparezco en mi peor momento. El señor Howell -con abrigo y sombrero de fieltro- y yo posamos junto a la caja registradora, donde he enganchado un letrero hecho a mano que reza: CUALQUIER PARECIDO CON LOS JAPONESES ES PURAMENTE OCCIDENTAL. Normalmente nuestros clientes lo encuentran graciosísimo, pero en la fotografía no se ve a nadie sonreír. Aunque es una fotografía en blanco y negro, casi veo el rubor de vergüenza que colorea mis mejillas.
Unos días más tarde, toda la familia sube a un autobús y va al Hollywood Bowl. Como Yen-yen y yo hemos trabajado mucho recaudando dinero para el Fondo Chino de Ayuda, nuestra familia consigue buenos asientos detrás de la fuente que separa el escenario del público. Cuando madame Chiang sube al escenario con un cheongsam de brocado, aplaudimos con brío. Es hermosa, una visión espléndida.
– Ruego a las mujeres que están hoy aquí que se eduquen y se interesen por la política, tanto la de aquí como la de su país natal -proclama-. Ustedes pueden hacer que gire la rueda del progreso sin poner en peligro su papel de madres y esposas.
Escuchamos con atención cuando nos pide a nosotros y a los americanos que ayudemos a respaldar al Movimiento Femenino y a recaudar dinero para él, pero durante el discurso no paramos de admirar su aspecto. Mis ideas sobre la ropa vuelven a cambiar. Ahora entiendo que el cheongsam, que he tenido que llevar para complacer a los turistas de China City y cumplir las condiciones impuestas por la señora Sterling, también puede ser un símbolo de patriotismo y modernidad.
Cuando May y yo volvemos a casa, sacamos nuestros más valiosos cheongsams y nos los ponemos. Inspiradas por madame Chiang, queremos ser tan elegantes y leales a China como sea posible. Al instante volvemos a convertirnos en chicas bonitas. Sam nos toma una fotografía, y por un momento nos parece estar de nuevo en el estudio de Z.G. Pero más tarde me pregunto por qué no se nos ocurrió pedirle a Sam que nos tomara una fotografía a Yen-yen y a mí cuando nos invitaron a estrecharle la mano a madame Chiang Kai-shek.
Tom Gubbins se jubila y le vende su compañía a padre Louie. La empresa pasa a llamarse Golden Prop and Extras Company. Padre Louie pone a May al frente del negocio, pese a que ella no tiene ni idea de cómo dirigirlo. Ahora mi hermana gana 150 dólares semanales trabajando de directora técnica; su labor consiste en proporcionar a los estudios cinematográficos extras, trajes, piezas de atrezo, traductores y consejos. Sigue actuando en infinidad de películas, que ahora viajan por todo el mundo y se exhiben ante millones de espectadores para demostrar lo malvados que son los japoneses. Interpreta a personajes poco importantes: una desafortunada criada china, la sirvienta de un coronel, una campesina a la que salvan las misioneras blancas. Pero May es famosa, sobre todo, por los papeles en que grita, y, como la guerra continúa, ha interpretado a innumerables víctimas en Tras el sol naciente, Bombas sobre Birmania, Mi encantadora esposa (donde una americana intenta introducir a unos huérfanos chinos en Estados Unidos) y China, con el reclamo: «Alan Ladd y veinte chicas ¡atrapados por los crueles japoneses!» May tiene éxito en diferentes estudios, sobre todo en MGM. «Me llaman la cantonesa histriónica», se vanagloria. Se jacta de que en una ocasión ganó cien dólares en un solo día gracias a sus espectaculares gritos.
Más adelante, MGM le pide que busque extras para el rodaje de La estirpe del dragón, que se estrenará en el verano de 1944. May se pone en contacto con el cineclub chino de la esquina de Main y Alameda, frecuentado por miembros del Gremio de Extras Cinematográficos Chinos; se lleva una comisión del diez por ciento por cada extra contratado, y además trabaja en la película.
– He intentado que la Metro le diera a Keye Luke un papel de capitán japonés, pero no quieren arruinar su imagen de Hijo Número Uno de Charlie Chan -me explica-. Han encontrado la gallina de los huevos de oro, y no quieren echarla a perder. No es fácil cubrir todos los papeles. Necesito centenares de personas para los campesinos chinos. Para los soldados japoneses, el estudio me ha sugerido que contrate a camboyanos, filipinos y mexicanos.
Desde la noche que pasé en aquel plató cinematográfico, me debato entre la aversión que le tengo a Haolaiwu y mi deseo de reunir dinero para mi hija. Joy ha trabajado sin parar desde que empezó la guerra, y ya tengo mucho dinero ahorrado para costear sus estudios. Mi oportunidad para apartarla de ese mundo llega una noche, cuando vuelve con May del plató. Joy entra llorando y se va derecha a nuestra habitación, donde ahora tiene una camita en un rincón. May está furiosa. Yo también me enfado con Joy a veces, ¿qué madre no se enfada nunca con sus hijos?, pero es la primera vez que veo a May enfadada con mi hija.
– Tenía un papel estupendo para Joy como Tercera Hermana -dice furibunda-. Me encargué de que le dieran un traje bonito, y estaba preciosa. Pero justo antes de que el director la llamara, Joy se fue al lavabo. ¡Ha perdido su oportunidad! Y además, me ha puesto en ridículo. ¿Cómo ha podido hacerme eso?
– ¿Cómo? -replico-. Tiene cinco años. Necesitaba ir al baño.
– Ya lo sé, ya lo sé -dice May negando con la cabeza-. Pero yo estaba muy ilusionada con ese papel.
No dejo escapar esta oportunidad:
– Pondremos a Joy a trabajar un tiempo con sus abuelos en una tienda. Así aprenderá a valorar más todo lo que haces por ella.
No añado que no dejaré que Joy vuelva a Haolaiwu, que en septiembre irá a una escuela americana, ni que no sé cómo voy a ahorrar el dinero necesario para que vaya a la universidad, pero May está tan furiosa que no pone pegas.
La estirpe del dragón sigue siendo lo más destacado de la carrera de May. Una de las posesiones más valiosas de mi hermana es la fotografía en que aparece con Katharine Hepburn en el plató. Ambas van vestidas de campesinas chinas. A la Hepburn le han achinado los ojos con esparadrapo y se los han maquillado con abundante perfilador negro. La famosa actriz no parece china ni por asomo, pero tampoco lo parecen Walter Huston ni Agnes Moorehead, que también tienen papeles principales en la película.
Pongo sobre mi cómoda una fotografía de Joy en el puesto de zumo de naranja que le hemos montado delante del Golden Dragon Café. Está rodeada de soldados que, en cuclillas, le hacen una señal de aprobación con el pulgar. Esa fotografía captura un momento concreto, pero es una escena que se repite día tras día, noche tras noche. A los soldados les encanta ver a mi hijita -que lleva unos pijamas de seda muy monos y el cabello recogido en coletas- exprimiendo naranjas. Pueden beber todo el zumo que quieran por diez centavos. Algunos toman tres o cuatro vasos sólo por el placer de contemplar a nuestra Joy, que, muy concentrada, frunce los labios y exprime sin parar. A veces miro esa fotografía y me pregunto si ella sabe lo duro que trabaja. ¿O lo ve como un descanso de los interminables rodajes y las exigencias de su tía? Otra ventaja: si los hombres se paran a contemplar a esta niñita china -una curiosidad- y se beben su zumo de naranja, que no los envenena, quizá entren a comer algo en el restaurante.
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