El culo del mundo. Durante mucho tiempo el niño ha tomado estas palabras como un simple desahogo, un exabrupto tabernario convertido en costumbre, el bufido de un hombre asqueado y cansado de sus propios retruécanos, blasfemias y mentiras, hasta comprender que este culo tantas veces mentado no es otra cosa que el país en el que vive, y que la relación establecida en términos tan despectivos entre el país y el culo refleja un sentimiento general de exclusión, desestima y derrota, un desprestigio sabido y asumido por todos, la triste conclusión de que no pintamos nada en el mundo. Así que somos la última mierda, y hasta peor que eso, al decir de su padre, y también del señor Sucre y del capitán Blay, siempre despotricando lo suyo en un banco de la plaza Rovira o en el mostrador de la taberna. En la ciudad gris y en medio de tanta penitencia y ceniza, cuando nada de lo que pasa aquí interesa al resto del mundo, cuando, según oyó comentar al señor Sucre, hasta los embajadores extranjeros se van con viento fresco y sufrimos un aislamiento internacional de narices y sin precedentes, ¿cómo demonios van a hacernos algún caso en ninguna parte, con esta rata de cloaca que tenemos en el Pardo presumiendo de guardia mora y de ser el centinela de Occidente -el señor Sucre es muy leído y se hace escuchar cuando habla- rodeado siempre de yugos y flechas como arañas negras y de oraciones y canciones azules? Si es que no somos nada, muchacho, si es que hasta nuestra selección nacional de fútbol ya sólo puede jugar contra Portugal, si hemos acabado tan malamente que el resto del mundo no sabe ni que existimos, si somos la rechifla, nano.
El domingo siguiente está sentado en primera fila del cine Delicias en compañía del Quique y el Chato . Sólo ha tenido que decirle al portero soy el hijo del Pep Matarratas y los tres han entrado sin pasar por taquilla. Al Quique ya se le conoce desde hace tiempo como el Pegamil y últimamente no hace más que hablar de chavalas que de seguro se dejarían tocar si las llevamos a la Montaña Pelada, y de lo mucho que Violeta Mir en bañador y con la toalla como un turbante se parece a María Montez, aunque tú no te hayas dado cuenta, le dice a Ringo, porque tú cuando ves una peli te fijas en otras cosas, pero de verdad que se parecen un montón.
– ¡Será por el culo! -exclama el Chato .
El Quique presume de haber sido el primero al que le vino el gusto cuando la pandilla se hizo una paja colectiva en las ruinas de Can Xirot; todos se la pelaron pensando en María Montez, pero él se puso a pensar en Violeta y por eso le vino enseguida, y explicó que fue como si le hubiera sacudido una dulce descarga eléctrica. Ringo tiene al Quique por su mejor amigo, aunque no sabría decir por qué, y a menudo le invita al cine gratis. Para mantenerle callado y que no incordie durante la proyección, siempre le promete una aventi con Violeta secuestrada y a punto de ser torturada por los dakois o por los sioux, y con él solo para salvarla, sin ayuda de nadie. Esta deferencia tiene su origen en una de sus primeras invenciones protagonizada por el Quique, y luego convertida por este en un sueño recurrente: Violeta Mir vive en la jungla en estado semisalvaje y es acosada por mil peligros, la persigue una pantera, se le echa encima, le desgarra el vestido y está a punto de devorarla. Armado con su arco, el Quique llega a tiempo para matar a la pantera clavándole una flecha entre los ojos. Entonces coge a Violeta en brazos, le cura los rasguños y se la lleva a nadar en el lago con Tarzán y Jane. Durante mucho tiempo esta fue la aventi preferida del Pegamil , y la solicitaba a menudo. Un día, inesperadamente, el narrador introdujo una variante: el Quique falla con su primera flecha y la pantera se come una pierna de Violeta. Una segunda y certera flecha mata a la fiera y el Quique consigue salvar a la chica, a la que enseguida vemos en el lago nadando con una sola pierna y, pese a ello, ganando a Jane en una carrera.
– Bueno, pero más adelante se encuentran al Mago Merlín, que le devuelve la pierna -remató Ringo el episodio al advertir el desconsuelo de su amigo, que no se conformó y exigió no fallar con la primera flecha. Ringo no quiso cambiar nada y acabaron peleados. La mala conciencia aconsejaba a Ringo restituir el muslo a Violeta y hacer las paces con el Quique, pero la soberbia se lo impidió durante un tiempo. Cuando finalmente lo hizo, recuperando la primera versión, el muslo devorado ya se había convertido en una obsesión para el Quique: en sus propias aventis, siempre aturulladas y rematadas de cualquier manera, en el momento menos apropiado surgía de pronto la pantera a punto de morder el muslo moreno de Violeta, ella gritando socorro y él acudiendo con su arco y sus flechas…
Ahora, agazapado en la butaca del Delicias, guarda silencio un buen rato, pero hacia la mitad de la película ya no puede contenerse y le susurra al oído:
– Que no sean los dakois, Ringo. Esta vez la secuestran los cheyennes del jefe Mano Amarilla.
– Bueno.
– Y yo soy un explorador de la jungla y me llamo Alan Baxter. Y la salvo cuando ella está a punto de ahogarse en el lago.
– Está bien.
– Y va vestida como María Montez en Las mil y una noches , y con el turbante en la cabeza…
– Vale, lo que quieras, pero ahora estamos viendo la peli, así que cállate.
Basil Rathbone pincha una naranja con su cuchillo y Tyrone Power le observa con una sonrisa irónica mientras cenan en casa del alcalde felón de Los Ángeles, un pelele rechoncho y cobarde en manos de su ambicioso capitán de la Guardia. Entre los comensales también está la guapísima Linda Darnell, pero de momento los chicos sólo tienen ojos para Tyrone Power y Basil Rathbone. Este todavía no sabe que su invitado Diego Vega es el mismísimo Zorro, el justiciero enmascarado. Los chicos conocen muy bien a Basil Rathbone, lo han visto haciendo de villano en El capitán Blood , en Robin de los bosques , en Aventuras de Marco Polo y hasta en David Copperfield como el malvado señor Murdstone, siempre con esa mirada de siniestro pajarraco y su nariz ganchuda. Ahora es el capitán Esteban Pasquale y se pasa la peli jugueteando con el florete en la mano, ensayando estocadas mortales. Acentúa su mueca sádica mientras tortura la naranja con el cuchillo y observa con desprecio a Tyrone Power, el cual, bordando su máscara de petimetre amariconado para que nadie sospeche que es el Zorro, le dice:
– Estoy viendo que tratáis a esa fruta como a un enemigo.
– O a un rival -responde el capitán, y entonces el alcalde regordete y servil va y suelta lo increíble:
– Mi gran Esteban no pierde ocasión de batirse con alguien. ¡Por algo fue profesor de esgrima en Barcelona!
Estupefacto, Ringo pega un bote en la butaca del Delicias y acto seguido, sin reponerse del asombro, golpea con el codo a su amigo.
– ¡Quique! ¡¿Has oído eso?! ¡¿Lo has oído?!
– Me parece que sí.
– Ha dicho ¡en Barcelona! ¡A que sí, a que lo ha dicho!
– Sí, lo ha dicho -confirma el Chato a su izquierda-. ¡Lo juro, lo juro! Ha dicho en Barcelona.
Increíble, resulta fantásticamente increíble. Menuda sorpresa, chavales. Qué emocionante, qué extraña sensación oír el nombre de esta ciudad en boca de famosos artistas de Hollywood, tan lejos de aquí, de esta parroquial y consagrada tristeza del domingo por la tarde. Fantástico. Piensa decírselo al resto de la pandilla que todavía no ha visto la peli y también a su madre nada más llegar a casa, y sobre todo a su padre cuando vuelva de Canfranc. ¡Saben que existimos, no somos tan poca cosa, padre, no se han olvidado de nosotros! ¡En Hollywood saben que esta ciudad existe! ¡Basil Rathbone fue profesor de esgrima en Barcelona!
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