– Seguramente se rió de mí y rompió la carta -concluyó con un bufido de alivio-. Tanto mejor. Era tremenda, en verdad. El último día que la vi simuló una caída en el baño para retenerme.
– Pero…
Había empezado prestando una atención distraída a esa penosa retahíla de culpas, errores y mezquindades, hasta que captó un desfallecimiento en la voz oscura del viejo; para entonces la incertidumbre ya se había instalado en su ánimo, pero ahora la evidencia acababa de golpearle el corazón y el entendimiento y se quedó mirándole como un alucinado que no acaba de creerse lo que ve. Se levantó despacio y sin saber por qué y con los ojos fijos en el vacío, como queriendo descifrar las imágenes que de pronto acudían en tropel a su mente.
– Pero qué dice -murmuró, sentándose de nuevo.
– Quise evitarlo, puedes creerme.
– No puede ser. La señora Paquita esperaba una carta para la señora Mir. Desde un principio dijo que era para ella… ¡La carta era para la señora Mir!
– Yo nunca le dije tal cosa. De ningún modo. ¡Vaya con la tabernera chismosa! Entiendo que debió de sorprenderse mucho al recibir la carta, pero naturalmente… ¿Me escuchas?
Pero naturalmente, explicó, él no podía decirle a la señora Paqui quién iba a ser la destinataria, le habría faltado tiempo para ir a contárselo a la madre de Violeta y se habría armado la de Dios es Cristo; sólo podía pedirle que esperara y fuera discreta.
– Pero usted… -A Ringo se le atragantaban las palabras-. Usted sabía lo amigas que eran la señora Mir y la señora Paquita, sabía que les gustaba chismorrear, fantasear…
– Sí, eso también es verdad -admitió con un deje guasón en la voz-. Eran tal para cual. En fin, cometí tantos errores… Qué quieres, yo estaba obnubilado, no me daba cuenta de nada, sólo pensaba en una cosa… De todos modos, no deberías prestar oídos a los cotilleos de una solterona, ¿no te parece? Palabrería, mucha palabrería es lo que tenía esa mujer. Pero bueno, todo eso ya qué importa.
Ringo no salía de su asombro. En medio de varias preguntas que acudían en tropel a su cabeza, a cuál más deprimente, prevalecía la sensación de haber caído en una trampa. Finalmente el ratón mordió el queso.
– Vaya. Fue usted bastante miserable, ¿no le parece? Era casi una niña…
El señor Alonso levantó el dedo índice, negando con gesto admonitorio y una vaga sonrisa:
– No, su madre era una niña. ¡Oh, sí, ella sí que lo era, puedo jurarlo! Por cierto que sí -dijo cerrando los ojos. Los abrió al instante al presentir la reacción de Ringo-. ¿Qué haces, ya te vas?
– Adiós, señor Alonso.
Se había levantado otra vez y ahora parecía decidido a irse. El hombre también se levantó.
– En fin, espero volver a verte… Estaría bien que te apuntaras al club. El abono es de veinticinco pelas al mes. Barato, ¿eh? Y puedes invitar a la novia… -Finalmente optó por tenderle la mano con un imperceptible guiño de complicidad en los ojos, una tímida solicitud de comprensión y olvido-. Te deseo lo mejor, muchacho.
Ringo aceptó su mano con gesto adusto, simulando un severo desafecto. Aquella disposición natural del adolescente al fingimiento y a la impostura, aquello que años atrás era un gratificante ir y venir de la verdad a la mentira, y que ahora empezaba a trenzar fabulación y memoria en sus tanteos con la escritura -pero todavía sin ningún sentimiento de culpa-, le dictó cuatro convencionales palabras de despedida y acto seguido se encaminó hacia la escalera que daba al vestíbulo. Bajó los primeros peldaños sintiendo en la nuca la mirada afable y condescendiente del viejo fauno, y antes de alcanzar la salida el guirigay de voces y chillidos sobre el agua se fue apagando a su espalda, mientras empezaba a reflexionar sobre los buenos propósitos y su flagrante inanidad. No tenía nada que reprocharse, ciertamente, pero entonces, ¿por qué persistía el resquemor?
Una vez fuera, la violenta luz de agosto que encendía las animadas calles de Gracia le cegó por un instante, cuando todavía el comentario de Abel Alonso resonaba en sus oídos, pero ahora con el apropiado y merecido sarcasmo:
Un chico tan observador, tan formal y responsable.
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