– Bueno -empezó-. Ahora podremos hablar un rato.
Malm seguía mirándolo.
Gerlof reparó en que el salón apenas contenía recuerdos marinos, a diferencia del recibidor y de su habitación de la residencia de Marnäs. Las fotografías de barcos, las cartas de navegación enmarcadas y las brújulas antiguas brillaban por su ausencia.
– ¿No echas de menos el mar, Martin? -preguntó-. Yo sí. Hasta en un día tan ventoso como hoy, cuando no es aconsejable embarcarse. Pero aún tengo esto… -Alzó la cartera-. En ella guardaba todos los papeles cuando navegaba, y todavía aguanta. Quería enseñarte una cosa…
Abrió la cartera y sacó el libro conmemorativo de la naviera Malm.
– Lo reconoces, ¿verdad? Yo lo he ojeado con frecuencia y me he enterado de muchas cosas sobre tus barcos y aventuras en el mar, Martin. Pero hay una foto que me parece especialmente interesante.
Cogió el libro y lo dejó abierto en la página que mostraba la fotografía de Ramneby.
– Ésta -apuntó-. Es de finales de los años cincuenta, ¿verdad? Antes de que compraras tu primer transatlántico.
Al mirar a Martin Malm, Gerlof advirtió que había conseguido captar la atención del viejo armador. Malm observaba la imagen, y su mano izquierda se agitaba como si deseara levantarla y señalar la fotografía.
– ¿Te reconoces? -preguntó Gerlof-. Seguro que sí. ¿Y el barco también? Es el Amelia, ¿verdad? Solía estar atracado aquí en Borgholm, en el mismo muelle que mi Vindryttaren.
Martin siguió mirando la fotografía sin decir nada. Respiraba fatigosamente, como si le faltara el aire.
– ¿Recuerdas dónde se tomó esta fotografía? Yo solía encender el motor cuando navegaba a Oskarhamn, en Småland, pero este lugar se halla más al sur. ¿Verdad?
Martin no respondió, pero seguía sin apartar la vista de la vieja fotografía que Gerlof sostenía. Los hombres alineados en el muelle le devolvían la mirada, y éste observó que la barbilla volvía a temblarle de forma descontrolada.
– Es la serrería de Ramneby, ¿verdad? No hay pie de foto, pero Ernst Adolfsson reconoció el lugar. Cuando se tomó esta fotografía aún nos podíamos mantener navegando con un solo barco. Aunque a duras penas. -Señaló la foto de nuevo-. Y éste es el dueño de la serrería, August Kant. Hermano de Vera Kant, de Stenvik. Tú conocías bastante bien a August, ¿verdad? Hicisteis unos cuantos negocios juntos…
Martin intentó levantarse de la silla de ruedas para acercarse a Gerlof. Al menos eso le pareció a éste cuando le vio encoger los hombros y estirar las piernas contra el reposapiés de la silla de ruedas. Respiraba con mucha dificultad y seguía mirando fijamente la fotografía con la boca abierta.
– Frr-stio -balbuceó con voz gangosa.
– ¿Disculpa? -dijo Gerlof-. ¿Qué has dicho, Martin?
– Frr-stio -repitió Martin.
Gerlof lo miró desconcertado y retiró el libro con la fotografía de la serrería. ¿Qué había dicho Martin? Algo así como Fr í o.
¿O quizá había pronunciado un nombre, Fridolf?
¿ O Fritiof?
Puerto Lim ó n, julio de 1963
Nils espera impaciente más de media hora en la oscuridad, bajo las palmeras y de espaldas a la playa. Una nube de mosquitos zumba a su alrededor. Los espanta con la mano y piensa en Öland; la sensación de vagar por el lapiaz en libertad y sin ninguna preocupación. Al mismo tiempo permanece atento a cualquier sonido, pero la playa está silenciosa.
Al fin unos pasos se acercan por la arena.
– Me ha costado lo mío, pero al fin se ha dormido -anuncia Fritiof.
– Bien.
Nils sigue a Fritiof a la playa. El sueco Borrachón yace acurrucado junto al fuego como un saco de patatas; la cabeza le cuelga pero en la mano aferra la última botella de vino.
– Tendrás que ponerte manos a la obra -dice Fritiof.
– ¿Yo?
– Tú, sí. -Fritiof le mira fijamente-. Yo ya he trabajado de sobra intentando mantener despierto al borracho este durante todo el viaje. Ahora te toca a ti.
Nils baja la mirada hacia Borrachón pero no se mueve.
– Es un verdadero inútil, Nils -asegura Fritiof-. Sólo nos sirve a nosotros.
Nils sigue sin moverse.
– ¿Crees que irás al infierno por esto? -pregunta Fritiof.
Nils niega con la cabeza.
– No lo creas -dice Fritiof-. Podrás regresar a casa.
– Está aquí -dice Nils.
– ¿Qué?
– El infierno es esto -explica Nils.
– Bien -asiente Fritiof-. Entonces ya es hora de que te vayas de aquí.
Nils asiente con la cabeza cansinamente; acto seguido se inclina y agarra a Borrachón por los hombros. El hombre murmura en sueños, pero no ofrece resistencia. Nils lo arrastra por la playa, alejándolo de la hoguera hacia las oscuras aguas.
– Ten cuidado con los tiburones -le advierte Fritiof a su espalda.
El mar está caliente y se levantan olas amplias, pero apenas tienen fuerza. Nils se adentra en el mar Caribe de espaldas tirando del cuerpo de Borrachón.
De pronto éste se mueve, tose cuando la espuma de las olas le baña el rostro y empieza a defenderse. Nils aprieta los dientes, avanza un par de metros hasta que el agua le cubre los muslos y lo zambulle en el mar. Cierra los ojos y empieza a contar: uno, dos, tres…
El hombre lucha desesperadamente con los brazos por sacar la cabeza del agua. Nils lo sujeta con fuerza, piensa en Öland y continúa contando.
… cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuenta…
Cuando el cuerpo al fin se queda quieto le parece que ha pasado una hora. Sin embargo, Nils no se mueve y mantiene a Borrachón sumergido. Debe apurar toda la vida, no puede quedar ni un ápice. Si espera el tiempo suficiente quizá no aparezca en sus sueños, a diferencia del policía provincial.
– ¿Has acabado? -grita Fritiof desde la playa.
– Sí.
– Bien, Nils -Fritiof entra en el agua, se inclina sobre Borrachón, le levanta un brazo y lo deja caer-. Bien hecho.
Nils no responde. Permanece inmóvil entre las olas mientras Fritiof saca el cuerpo a la superficie, y de pronto piensa en su hermano pequeño. Axel.
«Fue un accidente, Axel, no era mi intención…» Matar hace que los muertos regresen con más fuerza.
Fritiof vadea hasta la playa y se seca la frente con la manga de la camisa. Jadea.
– Bien, ya hemos acabado -anuncia, y se da la vuelta hacia Nils-. Ahora tendrás que contármelo.
– ¿Contar qué?
Nils sale lentamente del agua y se coloca frente a él.
– Lo del botín de guerra que ocultaste. ¿Dónde está, Nils?
El cuerpo del tipo de Småland yace en la arena entre los dos. Nils siente que ahora Fritiof juega con ventaja, pero se niega a ceder.
– Y tú, Fritiof Andersson, ¿cómo te llamas en realidad?
El hombre no responde.
– Si consigues que llegue a Suecia -dice Nils finalmente-, te mostraré dónde está.
– Eso llevará su tiempo -responde Fritiof, y espanta un mosquito-. Yo me encargaré de todo, pero tendrás que esperar. Hay que ir paso a paso. El cuerpo tiene que llegar primero a Öland… Hay que enterrarlo y olvidarlo del todo. Después podrás regresar. ¿Entiendes?
Nils asiente con la cabeza.
Fritiof toca con el pie el cuerpo tendido en la arena.
– Lo llevaremos unos cuantos metros mar adentro; le desfiguraremos el rostro un poco y lo sujetaremos al fondo…, y luego dejaremos que los peces hagan su labor. Nadie notará la diferencia entre vosotros. -Cabecea hacia la pequeña mochila de Borrachón junto al fuego-. No te olvides de coger su pasaporte. Sin él no podrás entrar en México.
– Y después -dice Nils-, ¿volverás aquí?
– Sí. Tú te quedarás en México DF y yo regresaré dentro de unas semanas. Sacaré el cuerpo, lo dejaré en la playa y borraré nuestras huellas; después iré a Limón y empezaré a preguntar si alguien ha visto a mi amigo Nils. Sería mejor que otra persona pasara por aquí y encontrara el cuerpo, si no, tendré que hacerlo yo.
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