– ¿Ves, Rusty?, me gustaría comprar esas cortinas, con esa mesilla de noche y esa alfombra para el dormitorio, y también esa mesa, y eso…, y eso otro…
Y Rusty se echa a reír y asiente y me deja elegirlo todo. Sólo me hace reflexionar a veces.
– ¿No sería mejor que lo comprásemos un poco más claro? La cocina es blanca, ¿recuerdas?
– Sí, es cierto, tienes razón.
Severo sigue mirando los códigos de todos los objetos que elegimos. Al final compramos una infinidad de cosas.
– Ya está, eso es todo, ¿no?
Severo le pasa la hoja a Rusty, que comprueba la lista.
– Sí, todo en orden.
Después se encaminan juntos hacia la caja. Severo le explica que, si paga un poco más, en un par de días le llevan las cosas a la barcaza y, si paga una cantidad suplementaria, también se lo montan.
– No, de eso ya me ocuparé yo, pero no estaría mal que me lo llevaran con una furgoneta hasta allí.
De manera que Rusty James firma y nos dirigimos contentos hacia la salida.
– Esperad, esperad…
Severo corre a nuestras espaldas.
– Olvidabais esto… -Y nos entrega una fotocopia con todo lo que hemos elegido y, además, un catálogo de Ikea-. Si os dais cuenta de que os falta algo, podéis buscarlo aquí…
Y nos da también el catálogo. Acto seguido, se queda allí de pie, delante de nosotros, y esboza una sonrisa.
– ¿Puedo deciros algo? -Ni siquiera espera a que le respondamos que sí-. Sois una pareja encantadora. Jamás he visto a ninguna otra que se llevara tan bien.
Y nos dedica una sonrisa de satisfacción. ¡Vaya tipo, ese Severo! No le pega nada el nombre, yo lo habría llamado Dulce o Simpático o Alegre o también, eso es, ¡Sereno' ¡Severo, desde luego que no!
Rusty James me abraza y le sonríe.
– El mérito de que nos llevemos tan bien es todo suyo -dice.
Y estrecha su abrazo y se aleja conmigo como si de verdad fuese su novia. Y en ese momento os juro que me siento como si tuviese, al menos, quince o dieciséis años, en fin, que me siento una mujer. Pero, sobre todo, la mujer más feliz del mundo.
Simple Plan, When I'm gone . La escucho en el iPod y pienso en cómo sería si yo, de repente, me marchase también. No, no me refiero a morir, sino a marcharme, como ha hecho Rusty James. Pero irme a vivir, por ejemplo, a Londres. Y dejarlos a todos en casa. Sólo escribiría a mi madre y a mi hermano. En cualquier caso, salvo eso, que no deja de ser un sueño, en el mundo real esta mañana Cudini ha tratado de batir su propio récord para volver a situarse en la clasificación de los mejores de www.scuolazoo.com. Creo que le corroe que un tal Ricciardi de un colegio de Talenti lo supere. Nos ha enseñado la fotografía que aparece en la página durante la clase de inglés, en el aula de idiomas equipada con ordenadores, que, en realidad, deberían servir para otras cosas, pero bueno, al fin y al cabo así también se aprende, ¿no?
– Mira…, mira…, ¡¿cómo puede ir en primer lugar alguien con esa cara?) Ese Ricciardi me está ganando. ¿Os dais cuenta?
El tal Ricciardi, que a mí me parece que no está nada mal, es guapo de cara, pero, sobre todo, ¡la broma que le gastó a su profe es genial! ¡Entró vestido de cura con zapatos de plataforma, bendijo a la clase y a continuación salió inclinándose por la puerta sin caerse!
– Bueno, es divertido.
– ¡Sí, pero el tal Ricciardi es de la Roma!
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– Bueno, en mi opinión, tiene mucho que ver.
Como si esa competición tuviese fronteras, como si no valiera lodo. Quiero decir que Cudini está cabreado a más no poder, porque la cosa no le convence en absoluto.
– Bueno, yo lo veo así. Sea como sea, se me ha ocurrido una idea. Ven aquí, Bettoni. -Los dos se ponen a charlar en un rincón. Y Cudini se lo cuenta todo al oído, apartándose de vez en cuando-. ¿Me has entendido? - Se aproxima de nuevo a Bettoni-. Genial, ¿no crees?
Bettoni se ríe a carcajadas.
– Muy bien, genial… Seguro que ganarás a ese capullo de Ricciardi.
En fin, que ahora todo el mundo le tiene ojeriza al chico. Si al menos hubiese una razón. ¡Bah!
Solidaridad Farnesina. La llamaré así, con el nombre de nuestro colegio.
Volvemos al aula porque ya falta poco para la clase de italiano. Charlamos todos como de costumbre mientras esperamos al profe, excepto Bettoni, que en ese momento trata de ajustar lo mejor posible su móvil, como si se hubiese pasado la vida dedicado al cine en cuerpo y alma.
– ¿Cómo lo quieres?, ¿con el zoom o en panorámica?
Cudini lo mira perplejo.
– ¿Me estás tomando el pelo? ¡Como te parezca! Es suficiente con que no te equivoques, con que lo grabes bien. ¿Sólo puedo hacerlo una vez, luego todos se habrán dado cuenta y entonces ya no valdrá!
Lo más absurdo es que hoy en día se puede hacer de todo con esos teléfonos. Antes sólo servían para llamar. Ahora son iPod, videocámaras, ordenadores con acceso a internet y a saber cuántas otras cosas que yo, desde luego, desconozco. Por eso cuestan un riñón. ¡Y también por eso me birlaron el mío! ¡Que, además, en ese caso, valía más aún por el número de Massi! Pero prefiero no pensar en ello. Justo en ese momento llega el profe Leone.
– Buenos días, chicos. ¡Vamos, cada uno a su sitio!
El profe se dirige hacia su mesa y se sienta. Coloca la bolsa sobre ella, la abre y saca su agenda de clase.
– Veamos, hoy toca examen oral, tal como quedamos el último día.
Coge la lista y comprueba los nombres que ha marcado. Cudini mira a Bettoni y le hace un gesto con la cabeza como si quisiese decirle: «¿Todo en orden?» «¡Todo en orden, estoy grabando!» Bettoni hace el consabido gesto con el pulgar. «Tranquilo, tranquilo, todo bien.»
Porque en Bettoni se puede confiar, según dice él. En cambio, a mí Cudini me parece extremadamente tenso.
El profe Leone sigue la lista con el índice.
– Veamos, el primero al que quiero preguntar es… es… ¡Cudini!
El profe alza la cabeza hacia él. Cudini mira por un instante a Bettoni, que ya está grabando al profe con el móvil y asiente con la cabeza. Luego Bettoni desvía repentinamente el aparato hacia Cudini, que traga saliva y empieza a hablar.
– Profe, hoy no me preguntará, ¿y sabe por qué? ¡Porque pienso salir huyendo!
Y, tras decir esto, toma impulso, salta sobre el pupitre de Raffaelli, la más empollona de la clase, y se arroja por la ventana.
– ¡Aaaahhhh!
A continuación, ¡bum!, se oye un golpe increíble. El profe Leone, todos nosotros y también Bettoni nos precipitamos hacia la ventana. Cudini está en medio del patio, tumbado en el suelo, con una pierna torcida.
– ¡Dios mío, está loco! ¡Se ha roto la pierna! ¡Se ha hecho daño! -grita el profe Leone.
Bettoni sigue filmando con el móvil. Yo sacudo la cabeza.
– ¡Oh, Cudini está como una cabra! ¡Ha saltado desde el segundo piso! Quizá pensaba que iba todavía a II-B, cuando nuestra aula estaba en el primer piso…
Bettoni cierra el móvil.
– Bueno, basta, ¡Basta de grabaciones! Qué primero o segundo piso ni qué ocho cuartos. ¡Cudini pensaba que debajo de la ventana había una terraza!
Bettoni mira a Raffaelli, que limpia su pupitre en el punto donde Cudini ha apoyado los pies antes de saltar.
– Siempre he dicho que esa tía trae mala suerte.
De manera que se han llevado a Cudini al hospital. Conclusión: le han enyesado la pierna y deberá llevar la escayola durante un mes. El profe Leone, para protegerlo del lío que se habría organizado con la dirección, ha dicho que, mientras bromeaba, había resbalado, y que, aún así, le había puesto una nota por mal comportamiento. Pero lo más importante es que el vídeo, donde aparece también el golpetazo final perfectamente grabado por Bettoni, ahora encabeza clasificación de www.scuolazoo.com, ¡va en primera posición! Por encima de Ricciardi, el «romanista», como él lo llama.
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