Extrae un sobre. Es una carta. Hago un esfuerzo por ver de qué se trata. En ella puede leerse «Para mamá». De hecho, se la da.
– Ten, es para ti – Y, mientras se la tiende, mira por última vez a mi padre-. ¿Lo ves? Sabía de antemano lo que ibas a decir. Eres muy previsible.
Y esta vez es él el que se ríe mientras se marcha. Sólo que su risa transmite tristeza, amargura, decepción, no auténtica alegría. Apenas me da tiempo a esconderme. Me precipito hacia la otra habitación mientras él sale a toda prisa, cruza el pasillo y se dirige a la puerta de entrada. Oigo el portazo. Después vuelvo de inmediato a mi sitio, al escondite desde el que he presenciado hasta ese momento toda la escena. Mi madre ha abierto el sobre, ha sacado la carta y la está desdoblando. Me acerco aún más a la puerta. Así está mejor. Mi madre empieza a leer con ojos temerosos, de arriba abajo, rápidamente, a derecha e izquierda, devorando las palabras como si estuviese buscando algo, algo que sabe de antemano. Y mi padre la mira, quizá molesto, entorna los ojos, en cierto modo denotado por el hecho de que Rusty James se lo haya imaginado todo. A continuación, da un manotazo a la mesa.
– ¡Digo yo que me la podrías leer!- Así quizá tenga la impresión de que pinto algo en esta casa, ¿eh?
Mi madre exhala un hondo suspiro y empieza a leer: «Mamá, no te enfades, pero si te he dado esta carta es porque las cosas han ido como pensaba. Creo que eres una persona estupenda…, que trabajas duramente todos los días, que te levantas a primera hora de la mañana…»
– ¡Claro, y yo me paso todo el día durmiendo a pierna suelta, no doy un palo al agua, yo no trabajo, ¿verdad?! -Mi madre se detiene un momento. Lo mira. Mi padre alza la mano en dirección a ella-. ¡Sí, sí, sigue, sigue!
Mi madre retoma la lectura: «Hace seis meses que llevo esta carta en el bolsillo. Esta noche la he reescrito porque sabía lo que sucedería cuando le dijese a papá que pensaba dejar la universidad y, por tanto, no iba a tener otra ocasión para dártela. Durante todos estos años he estado bien…» Mi madre se para, solloza. Después respira profundamente, varias veces, aún más profundamente, y a continuación sigue leyendo: «Pero creo que a los veinte años todavía debo intentar ser feliz. Cuando papá me matriculó en medicina traté por todos los medios de hacerle entender que eso no era lo que yo quería hacer en esta vida, pero él no me hizo caso. Ya sabes lo cabezota que es, cree que conoce a todas las eminencias de la medicina…»
– Por supuesto, y él, en cambio, conoce a los verdaderos sabihondos. Me gustaría saber qué piensa hacer si no estudia. ¿Cómo se las arreglará? ¿Cómo piensa comer? ¿Dónde vivirá? ¡Tendrá que volver aquí!
Mi madre lo mira entornando los ojos, de pronto su semblante se endurece; mi padre no sabe que si alguien le toca a Rusty James puede transformarse en una tigresa.
Después exhala un prolongado suspiro, aún más prolongado que el anterior, y se pone de nuevo a leer: «Sé de tus esfuerzos, de tu paciencia y de tu amor, y estoy seguro de que entenderás mi decisión de abandonar medicina y de hacer lo que verdaderamente me gusta: escribir. ¿Recuerdas cuando te leía las redacciones de italiano? Tú me dijiste una vez que te divertían, que te hacían reír y que, además, te conmovían. Pues bien, mamá. Me gustaría que comprendieses que, de alguna forma, tú has sido quien me ha dado el valor necesario para no ignorar mi pasión. No quiero que mi vida sea tan sólo una sucesión de días en los que sólo espero que el tiempo pase, sin una sonrisa, sin una emoción, sin la esperanza del éxito deseado. Puede que me caiga mientras lo intento, sí, pero para levantarme de nuevo después e intentar conseguirlo redoblando el esfuerzo. Tengo la posibilidad de vivir ese entusiasmo que tú te has visto obligada a sofocar de alguna manera. Quiero convertirme en escritor, escribir para el cine, para el teatro, o una novela; me gusta leer, estudiar y conocer los textos de los demás, cosa que jamás le ha interesado a papá. He intentado comunicarle mi deseo mil veces y en cada ocasión ha tenido algo mejor que hacer: mirar un partido, leer el Corriere dello Sport o ir a jugar a las cartas con sus amigos. No creo que mi decisión le importe mucho. Él es así, no puede aceptar que los demás tengamos, al menos, una pasión. Mamá, te agradezco cuanto me has dado y, sobre todo, el valor que has sabido transmitirme. Estoy convencido de que sólo de ti podía llegarme el deseo de aspirar a más, de seguir una vida distinta de la que otra persona, que no me ama, había decidido ya para mí.»
Mi padre está fuera de sí. Se levanta de un salto y le arranca la carta a mi madre de las manos.
– ¡Muy bien, muy bien! ¿Has visto? ¡Tú tienes la culpa de que tenga que oír todas estas gilipolleces a estas horas, después de un largo día de trabajo!
Y la rompe al menos en tres pedazos. -¡Nooo! ¡Quieto!
Mi madre se abalanza sobre él. Y forcejean. Y logra detenerlo antes de que la rompa por completo. Después caen al suelo algunos trozos de papel. Mi madre se inclina y empieza a recogerlos mientras mi padre sale del salón sacudiendo la cabeza. Me precipito de nuevo hacia mi escondite y lo veo pasar también a él en dirección a su dormitorio. Da un portazo. Es la señal. Vuelvo a salir y, lentamente, entro en el salón. Mi madre está de rodillas, sigue recogiendo los trozos de la carta. Cuando me ve me mira con una expresión de disgusto, sus ojos son tiernos y tristes, también brillan ligeramente, como si quisiera llorar pero estuviera conteniendo las lágrimas. Entonces me inclino a su lado y. poco a poco, la ayudo a recoger todos esos trozos de papel. Cuando en el suelo ya no queda nada, nos levantarnos, los colocamos sobre la mesa y empezamos a juntarlos, tratando de alisarlos porque algunos están muy arrugados.
– Es como hacer un puzle -comento sin saber por qué. Y me gustaría no haberlo dicho, pero, por suerte, ella sonríe. Luego, cuando por fin damos con la manera de encajar todas las frases, pese a que están despedazadas, y éstas recuperan su sentido, mi madre se aleja, va al armario, el de la vitrina, en el que se guarda la vajilla antigua, ésa que sólo usamos durante las fiestas. Abre un cajón, saca la cinta adhesiva, la lleva a la mesa, la hace correr hasta sacar una tira larga y a continuación la corta con los dientes porque el portarrollos está roto. Coge el primer trozo y lo pega sobre el papel para fijar todas esas palabras desgarradas mientras yo sujeto la página con ambas manos. Y en silencio acopla el primer trozo de papel. A continuación coge otra banda de celo, tira de ella, la corta con los dientes y la pone sobre otro trozo de papel desgarrado, esta vez de arriba abajo. Me mira y me sonríe llena de dolor. Apoya su mano sobre las mías, alisa el folio y empuja el celo que acaba de colocar para que sujete mejor el papel. Y seguimos realizando esta operación en silencio durante un rato.
Al final mi madre levanta de la mesa con delicadeza el folio restaurado. Lo sujeta con ambas manos. Parece un pergamino recién hallado en una excavación con las instrucciones para encontrar un tesoro. Mi madre sonríe. Su tesoro. Nuestro tesoro. Rusty James…, que ha desaparecido por el momento.
– Eh, ¿se puede saber qué estáis haciendo? ¿No venís a cenar? -Ale se asoma a la puerta. Sigue masticando-. Oh. ¡Yo ya he terminado! Me he hartado de esperar… ¡Me voy a mi habitación!
Mi madre no dice nada. Yo sólo pienso en una cosa: ¿no se podría haber ido ella en lugar de Rusty?
Al final vamos a la cocina y cenamos, mi madre y yo. Me sirve un plato de espaguetis con tomate que está para chuparse los dedos, pese a que debería hacer un poco de dieta. Aunque, bien mirado, sólo he aumentado medio kilo después de haber perdido dos, así que todavía puedo permitírmelo, de modo que decido saborearlo sin mayor problema.
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