Federico Moccia - Carolina se enamora

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Regresa el fenómeno, regresa Moccia. La esperada nueva novela del best-seller italiano, Carolina se enamora, desembarca en nuestro país con un sólo objetivo: volver a arrasar. Con A tres metros sobre el cielo, Tengo ganas de ti, Perdona si te llamo amor y Perdona pero quiero casarme contigo, Moccia ha superado ya la cifra de 1.000.000 ejemplares vendidos en nuestro país, seduciendo tanto a jóvenes como a no tan jóvenes con sus relatos de amor adolescente.
Carolina no sólo tendrá que lidiar con este primer desengaño, que la alejará poco a poco de su infancia, sino que deberá enfrentarse a las difíciles relaciones familiares en la novela más intergeneracional de Moccia. La adolescente, como muchas otras de su generación, aprenderá a comprender las preocupaciones de su madre o a entender a su violento, aunque en el fondo adorable, hermano. Gracias a su admirada abuela, Carolina paso a paso irá averiguando qué significa crecer, hacerse adulto.
Como sus obras anteriores, Carolina se enamora, narrada en primera persona, conecta con los adolescentes, enganchados al iPod y a sus móviles. Aunque también deviene un libro imprescindible para los padres que quieran conocer qué hacen y sienten sus hijos cuando salen por la puerta de casa. Sin duda, los libros de Moccia radiografían con humor, ritmo y cascadas de emociones la juventud mediterránea de principios del siglo XXI. Los adultos del mañana.

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– No.

La abuela se levanta y coge un libro del estante, uno de esos grandes y bonitos, llenos de fotografías de esa actriz. Vuelve a sentarse y lo hojea.

– Aquí está…, escucha. -La abuela empieza a leer con voz firme-: «Para tener unos labios atrayentes, pronuncia palabras afectuosas. Para tener una mirada cariñosa, busca el lado bueno de las personas. Para estar delgada, comparte tu comida con el hambriento. Para tener un pelo precioso, deja que un niño lo acaricie con sus dedos al menos una vez al día. Recuerda, si alguna vez necesitas una mano, la encostrarás al final de tus brazos. Cuando envejezcas descubrirás que tienes dos: una para ayudarte a ti misma y otra para ayudar a los demás. La belleza de una mujer aumenta con el paso del tiempo. La belleza de una mujer no radica en la estética, la verdadera belleza de una mujer es el reflejo de su alma…» -Acto seguido cierra el libro, con una serenidad especial que yo adoro.

– Qué bonito…

– Intenta recordarla, Caro, porque es así. No se trata de kilos, sino de armonía. Venga, empecemos a hacer el risotto… ¡Han pasado casi dos horas y no nos hemos dado cuenta!

Mientras extiendo la masa y la condimento, comienza a preparar el risotto. Yo la ayudo. He puesto ya las setas deshidratadas a remojo en agua tibia, y el caldo vegetal está listo. La abuela coge la cacerola y echa un poco de aceite y de mantequilla.

– No enciendas todavía el fuego.

Sigo sus instrucciones al pie de la letra.

– ¿Cuánto tarda?

– Unos cuarenta y cinco minutos. Ahora coge la cebolla, mira, está allí, sobre la tabla, la he picado ya, y trocea las setas.

Pongo empeño en hacerlo bien.

– ¿Así?

– Sí, pon la cacerola al fuego y deshaz la mantequilla. Después añades la cebolla y las setas y lo sofríes todo. Echa un poco de sal.

– ¿Y si se quema?

– Basta estar un poco atenta, ¿no? Venga, que lo estás haciendo bien. Dentro de un momento añadiremos un poco del agua en la que han estado en remojo las setas. No la habrás tirado, ¿verdad?

– No, no.

– Ahora hay que echar el arroz para que se tueste.

– ¡Pero cruje!

– Debe hacerlo, déjalo unos minutos. Coge el vino blanco que está ahí, junto a la pila, en ese vaso, y échalo a la cacerola. Sube el fuego. Cuando se haya evaporado, lo apagaremos y lo dejaremos reposar durante diez minutos.

Eso es lo que más me gusta de la abuela Luci: que calcula el tiempo con gran precisión. Jamás se equivoca. Y, además, hace que todo parezca fácil y que me sienta una buena cocinera. Mientras tanto, ella ya ha metido en el horno la bandeja grande con la pizza. La ha dividido y aderezado de cuatro formas diferentes, margarita, setas, salchichas y tomate, sin mozzarella.

– Abuela, ¿cuándo aprendiste a cocinar?

– Cuando era una niña. Yo era la mayor y mis padres trabajaban juntos en una tienda de géneros de punto, de manera que a mí me tocaba dar de comer a mis hermanos. Aunque me ayudaba mí abuela, por suerte. Ella fue quien me enseñó. Ahora vuelve a encender el fuego, no muy fuerte. A partir de ahora iremos echando el caldo. Un cucharón cada vez. Y empezaremos a remover el arroz…, así haces ejercicio. Ah, y controla el punto de sal.

Pruebo, y la verdad es que parezco del oficio. La abuela me mira risueña mientras pone la mesa.

– ¡Bien! Sigue así. ¿Quieres que lo haga yo?

– No, abuela, ¡hoy cocino yo!

Se echa a reír y asiente con la cabeza. Sigue poniendo la mesa con afecto y placer, como hace siempre. En casa de los abuelos jamás falta un pequeño jarrón con llores en el centro.

La abuela siempre me hace sentirme importante. ¡Incluso me hace creer que sé cocinar! En realidad lo ha hecho todo ella, había preparado ya los ingredientes, de modo que yo me he limitado a echarle una mano.

Pasan unos minutos. No he dejado de añadir caldo y de remover el arroz. La abuela se acerca para probar.

– Mmmm, ¡muy bien! Ahora coge ese plato, ¿lo ves?, el que tiene el parmesano rallado y un poco de la mozzarella de la pizza. Eso es, apaga el fuego y añade el queso. -Lo hago-. Ahora cúbrelo con esto… -Y me da una tapa de cristal que se empaña con el vapor en cuanto la coloco sobre la cacerola-. ¡Hay que esperar cinco minutos!

– Mmmm… ¡Qué bien huele! Tengo un hambre…

– A la mesa -grita la abuela con todas sus fuerzas.

– ¡Voy! -responde el abuelo desde la habitación del fondo.

– Sí, pero a ver si es verdad… -vuelve a gritar la abuela mientras lleva los platos a la mesa-. Ven, coge eso, Caro… -La sigo con el pan-. A tu abuelo hay que llamarlo una hora antes, siempre está dibujando en su estudio; parece que el tiempo no pase para él,…

Disponemos las cosas sobre la mesa. Le sonrío.

– Se ve que le encanta…

– Sí, ¡pero luego no soporta que el arroz esté pasado, o frío! ¡No se puede estar en misa y repicando!

– Aquí estoy… Aquí estoy… ¿Ves como soy puntual?

Se sonríen y se dan un beso fugaz en los labios y yo, no sé por qué, me siento un poco cohibida y miro hacia otro lado. Luego nos sentamos a la mesa los tres, el abuelo da el primer bocado y pone cara de estupor.

– Pero si está delicioso… ¿Quién cocina así de bien?

– Ella… -respondemos al unísono la abuela y yo señalándonos.

Y soltamos una carcajada y seguimos así, disfrutando de todo lo que hemos preparado, que tiene un sabor distinto del de la comida que te sirven en el restaurante.

Cuando acabamos de comer, el abuelo se levanta. -Quietas ahí… No os mováis. La abuela Luci hace ademán de levantarse. -Mientras tanto prepararé el café.

– No, no, es sólo un instante… Vuelvo en seguida. -Y desaparece a toda prisa en el salón contiguo, del que vuelve a salir al cabo de unos segundos con su cámara de lotos en la mano-. Ya está, ya está, listo…

Coloca la cámara en un estante cercano, pulsa el disparador automático, corre hacia la abuela y nos abraza justo a tiempo. ¡Clic!

– ¡Aquí tenemos la foto de los tres con la barriga llena! -Nos abraza con fuerza-. Y ahora, Carolina, esto es para ti. Y puf…, saca un libro de detrás de la espalda. -¡Gracias, abuelo! Me mira orgulloso y radiante.

– Estoy seguro de que llegarás a ser una gran cocinera,… De modo que lo cojo, voy al salón y me echo en el gran sillón burdeos, que tiene incluso un escabel. Es comodísimo y, a fin de cuentas, la abuela no me quiere por en medio mientras friega los platos y recoge la cocina. Me ha regalado Kitchen , de Banana Yoshimoto. Lo abro.

Creo que la cocina es el lugar del mundo que más me gusta. En la cocina, no importa de quién ni cómo sea, o en cualquier sitio donde se haga comida, no sufro. Si es posible, prefiero que sea funcional y que esté muy usada. Con los trapos secos y limpios, y los azulejos blancos y brillantes.

Incluso las cocinas sucísimas me encantan.

Aunque haya restos de verduras esparcidos por el suelo y esté tan sucia que la suela de las zapatillas quede ennegrecida si la cocina es muy grande, me gusta. Si allí se yergue una nevera enorme, llena de comida como para pasar un invierno, me gusta apoyarme en su puerta plateada.

Cierro el libro y lo dejo sobre mis piernas. Desde el salón observo a la abuela mientras mete los platos en el lavavajillas después de haberlos enjuagado. Me gusta la cocina de mis abuelos porque la usan de verdad, la viven. Después llega el abuelo, se acerca a ella. Coge un vaso, lo llena de agua, a continuación dice algo y ambos se echan a reír. Ella se seca las manos en el delantal que lleva atado a la cintura y luego se atusa el pelo. Todavía tienen mucho que decirse. De manera que me sumerjo de nuevo en el libro que me ha regalado el abuelo. Eso es. Me gusta su cocina porque en ella hay amor.

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